Diccionario cinematográfico (238). Maletas

Maletas de cine

Esta Semana Santa he visto una de las películas que tenía pendientes, Ali y Ava de Clio Barnard, y de ahí ha salido la inspiración para una palabra más para el diccionario: una pequeña maleta que hace Ava para pasar un fin de semana con Ali. Ava es irlandesa, Ali es paquistaní; ambos viven en Bradford. Y ambos por distintos motivos se sienten solos (ella volcada en su profesión de maestra y en cuidar a sus nietos; él, tras una tragedia, a punto de separarse de su esposa) y aman la música. Ambos cargan mucho dolor sobre sus hombros, pero no pierden la alegría.

Los dos se conocen y conectan. Los dos se dan una oportunidad y uno de los pasos que dan es pasar un fin de semana juntos. Ava hace feliz una maletita, le quita un poco de ilusión en el viaje una de sus hijas, y después espera en la estación de tren junto a esa maleta… y sus dudas se disipan cuando llega Ali corriendo con su mochila y ambos suben para hacer su particular viaje. En esta película de Barnard hay un legado, con menos crudeza y desgarro, de Ladybird, Ladybird de Ken Loach.

Las maletas son objetos muy presentes en el cine: la forma de hacerlas, lo que se mete en ellas, las que se olvidan, cómo se cierran, dónde se guardan e incluso las que son fundamentales para la trama.

Por ejemplo, una de las comedias más divertidas de Peter Bogdanovich, Qué me pasa doctor (1972), todo su enredo empieza por la confusión que se establece con varias maletas en un aeropuerto, pues ¡varios personajes tienen la misma maleta!, pero con cosas muy distintas dentro.

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El filo de Bill Murray. Reflexiones sobre el actor a partir de Yo, Bill Murray (Bandaáparte, 2017) de Marta Jiménez

Bill Murray y el sentido tragicómico de la existencia.

El libro Yo, Bill Murray (Esto iba a ser la biografía autorizada de Bill pero no lo encontramos) fue un regalo de cumpleaños. Y lo señalo porque quizá yo nunca me hubiese comprado el libro por elección propia, pero ahora me alegro tenerlo entre las manos. Lo primero que me llamó la atención es que es un libro bonito con una edición cuidada, que tiene además como complemento una galería de ilustraciones de varios autores que juegan con el rostro de Bill… y merece la pena. Su lectura es muy amena e hizo que pensara en mi relación con Murray en mi vida como cinéfila.

Por otra parte, no hacía mucho había visto un documental sobre su persona que me llamó la atención: Bill Murray: consejos para la vida, dirigido por Tommy Avallone, sobre la filosofía de estar en el mundo del actor. Y ya pensé en ese momento bastante en Bill como intérprete. El libro de Marta Jiménez lo complementa muy bien, pues desarrolla y ahonda mucho más en varios aspectos que salen en este largometraje.

A raíz de la lectura del libro he visto una película del actor que nunca había visto, El filo de la navaja de John Byrum, y volví a ver otra que en su momento me había gustado mucho (y en este visionado lo confirmo de nuevo): La chica del gánster de John McNaughton. Son dos largometrajes que no suelen analizarse mucho cuando se habla de su carrera, pero, sin embargo, ofrecen pistas sobre su personalidad y su manera de entender el cine y la vida.

«El porqué de este libro tiene que ver con bucear en la cabeza de Murray. Dibujar un retrato del actor fuera y dentro de la pantalla, como intérprete y como personaje real, contextualizándolo a través de sus películas y de sus miles de anécdotas. Explorar cómo en casi un centenar de personajes a lo largo de su carrera, algunos memorables, Bill Murray no ha dejado de ser él mismo. Y ser uno mismo es mucho más complicado que actuar. Él lo ha logrado actuando, buscando personajes en su interior y matando su presunta versatilidad a causa de una personalidad que ha contaminado cada uno de esos personajes sin que eso lo haya relegado como actor, más bien todo lo contrario. Entre sus conquistas, ha logrado ser irónico en lo cómico y en lo melancólico, natural y tierno como antihéroe y como villano, consiguiendo que cualquier rareza sea más que aceptable».

Y es que no es fácil explicar que desde que Murray ha estado presente en las pantallas de cine, ha sido él mismo en muchos personajes diferentes. Y que eso ha sido su acierto y su magia. Desde los ochenta hasta la actualidad Bill Murray se ha ido transformando de irreverente cómico a ser el actor cool del cine independiente, y su rostro tan solo ha envejecido. Es más, logra ser entrañable en cameo genial haciendo de sí mismo en una película de ficción total: su aparición como Bill Murray es uno de los aciertos maravillosos de una comedia de terror muy divertida, Bienvenidos a Zombieland de Ruben Fleischer. Bill Murray ha sabido elegir personajes secundarios inolvidables y ser protagonista de películas que forman parte de la memoria cinéfila de aquellos que crecimos con el cine de los ochenta y los noventa.

Su manera de encarar su carrera, su evolución en el cine (también su trayectoria ha sido larga en la televisión) como actor y su forma de tomarse el éxito le han convertido en una especie de icono cultural. Es un hombre que no tiene móvil ni redes sociales, con el que es difícil contactar, prescindió de un agente que llevara su carrera hace años, y, sin embargo, muchas veces logra convertirse en fenómeno viral. Ha sabido también alimentar una leyenda con sus apariciones esporádicas en cualquier lugar: en un concierto, en un partido, en una fiesta privada…

Ha ido envejeciendo con todas sus arrugas, con un rostro impasible de «qué coño hago aquí, no lo sé, pero voy a reírme un rato si puedo o lo mismo me pongo un poco triste en un rato». Siempre ha conservado algo de la irreverencia que cultivaron una generación de actores que surgieron de Saturday Night Live en los setenta, donde las reglas no parecían que fuesen con ellos. Y no solo eso sino que en un momento dado consiguió conectar con una generación de nuevos directores que le han convertido en el antihéroe de sus historias, directores con una personalidad muy marcada y un cine fuera de los cánones hollywoodienses: Wes Anderson, Jim Jarmusch y Sofia Coppola.

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Cuatro películas para noches invernales

1. Wes Anderson, homenaje a la prensa escrita. La crónica francesa (The French Dispatch (of the Liberty Kansas Evening Sun), 2021)

Wes Anderson y su amor al periodismo.

La crónica francesa es un delicatessen de Wes Anderson que apuesta por un amor inusitado hacia la prensa escrita en un mundo analógico. Resulta que el director es un amante de The New Yorker, de sus periodistas históricos y sus portadas increíbles, así que en esta película realiza un homenaje a la publicación a través de una revista imaginaria estadounidense, con sede en Francia: The French Dispatch. Las portadas de esta publicación inexistente son otro deleite (y son obra de un ilustrador español, Javier Aznarez) y la película narra los artículos de tres de sus reporteros, como tres relatos cortos, además de facilitar una introducción y un epílogo especial.

Las historias cuentan la extraña peripecia de un convicto con problemas de salud mental, pero con virtudes artísticas en pintura abstracta, un peculiar mayo del 68 francés y la increíble aventura de un secuestro, así como la intervención crucial de un cocinero de la policía francesa. Pero en realidad todo la película queda envuelta en un aire elegíaco, un obituario por una forma de contar y escribir.

Cada uno de los personajes principales tienen rasgos y características de históricos del The New Yorker: Harold Ross, William Shawn, Josep Mitchell, Mavis Gallant, Lillian Ross, Rosamond Bernier, James Bladwin o A. J. Liebling. Cada uno de ellos tiene una personalidad especial. Pero además en su forma de contar Wes Anderson dibuja una Francia cinematográfica con guiños a la cultura popular europea. Así hay ecos de Jacques Tati, la Nouvelle Vague o Tintín. No falta un sensible sentido del humor.

Como siempre, Wes Anderson cuida el diseño de producción y crea un mundo especial habitado por sus criaturas rodeadas de objetos y colores especiales. Son muchos los personajes que pasean por La crónica francesa con el rostro de sus actores habituales (Bill Murray, Adrien Brody, Jason Schwartzman, Saoirse Ronan, Tilda Swinton, Frances McDormand o Edward Norton) u otros nuevos que entran en su universo (Benicio del Toro, Timothée Chalamet, Léa Seydoux, Mathieu Amalric, Jeffrey Wright, Elisabeth Moss…). Al final, La crónica francesa regala una revista con artículos variados y con un estilo cuidado y reconocible.

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Diccionario cinematográfico (222). Familias

La familia

Familias: palabra inabarcable en el mundo del cine. Las hay de todos tipos, felices e infelices. Locas y cuerdas. Divertidas y tristes… Buenas y terroríficas. De policías y de mafiosos. Ricos y pobres… Algunas veces sabemos la historia de generaciones y otras veces acompañamos a una familia por unos cuantos días, o incluso tan solo unas horas.

De las más actuales tenemos, desde Francia, a La familia Bélier, donde todos los miembros son sordos excepto la hija mayor, que además tiene una bella voz para el canto. También está la familia Weston con los que vivimos unos días calurosos de verano en la América profunda, en concreto del mes de Agosto (antes de verlos en la pantalla, los disfrutamos en los escenarios teatrales). Imposible olvidar el almuerzo después de un entierro, y cómo madre e hija acaban de los pelos y todos intentando separarlas. En el cine patrio no solo está la saga de La gran familia ni tampoco únicamente los Panero (que además poca ficción hay en ellos) y El desencanto… que arrastraban por una España en blanco y negro. No hace mucho apareció por este hogar del ciberespacio la familia Porto Alegre que influenciada por Las furias llega a momento catártico al lado del mar… después de varios ataques de nervios. Y también tan solo hace unos tres años estuvimos de celebración, entre risas y lágrimas, digo, con siete novias para siete hermanos, con la familia Montero, o como gustan llamarse: La gran familia española. Ay, también Almodóvar tiene una colección de familias especiales, siempre con fuerte presencia femenina. Y es que el director en Volver regresa a sus raíces familiares manchegas en compañía de Raimunda y toda su estirpe de mujeres.

Pero hay familias de celuloide míticas. Así, de repente, me vienen a la cabeza una ráfaga. Los Corleone nunca faltan a una cita de familias y nadie olvida un regalo para El padrino. Tampoco podemos olvidarnos de las desgracias de la familia Joad en esa camioneta desvencijada, porque Las uvas de la ira caen por una carretera interminable. Y por estas fechas, Qué bello es vivir, todos recordamos a la familia Bailey, que aunque no lo tiene fácil y a veces las cosas se les ponen muy complejas, como dice el ángel Clarence cuentan con muchos amigos. O alrededor de torres de petróleo, aunque ellos siempre prefirieron el ganado, se encuentran los Benedict, protagonistas de una historia Gigante. Y no podemos dejar de nombrar a los Amberson… El cuarto mandamiento de Orson Welles: dejarás la historia por décadas y décadas de una familia y su decadencia.

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