Voces distantes (Distant voices, still lives, 1988) de Terence Davies

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Cómo construir el recuerdo y la memoria… Terence Davies recrea, fantasea y convierte en ficción su universo familiar de manera especial y personal en Voces distantes. Retazos e impresiones. Reconstruye a través de las dos pasiones que le aferraron a la vida en momentos duros (como a muchas personas de su generación): las canciones y el cine. La memoria nunca es cronológica. Años 40 y 50 de una familia obrera católica en Liverpool a través de momentos, de retazos… Contrastes. Un cuadro que sufre innumerables alteraciones que manifiestan recuerdos de los protagonistas. Pentimento, arrepentimientos…

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Comedia con fantasmas de Marcos Ordóñez (Libros del Asteroide, 2015)

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Un viaje a través de la memoria de Pepín Mendieta, el rey de la comedia. Comedia con fantasmas es una novela que rescata el espíritu de los escenarios de teatro españoles en un largo periodo histórico: de 1925 a 1987. Pero también está bien presente el mundo del cine. Cine y teatro de la mano para unas páginas apasionantes pobladas de recuerdos y fantasmas. Pues eso es rememorar, mirar una vieja fotografía o una película lejana… traer a la vida aquellos fantasmas que formaron parte de nuestra existencia y nos hicieron tal y como somos. Marcos Odóñez te sumerge en un mundo de fantasmas que cobran vida… y, como lector, no quisieras que bajase nunca el telón.

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Phoenix (Phoenix, 2014) de Christian Petzold

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Nota: Si todavía no la has visto, no leas este post pues desvelo partes de la trama. Y esta película es para verla sin saber absolutamente nada.

… Desde el principio surgen las tristes notas de Speak low, una canción que dota de una circularidad perfecta a Phoenix del alemán Christian Petzold. Las notas tristes de los créditos nos devuelven a una mujer sin rostro y esa misma mujer, reconstruida, recuperará la voz en un final, hermoso y triste por igual, que esconde un reconocimiento que abre una puerta (a la vez que la cierra). Un reconocimiento que rompe y rasga, que dota de todo su significado el periplo de Nelly, la protagonista (Nina Hoss)…, un reconocimiento que remueve al que mira. La sensación es algo así como ese reconocimiento de la florista, en un pasado reciente: ciega, cuando toca el rostro del sin hogar, que sonríe triste al ser “descubierto” por el ser amado en Luces de la ciudad.

Solo que en Phoenix hay unas gotas de cine negro en color y raudales de desencanto. Solo que en Phoenix es la historia imposible de recuperar un amor fantasma del pasado para poder vivir y enfrentarse a un presente insoportable. Solo que Phoenix es una película sobre cómo reconstruir una identidad arrebatada brutalmente. Solo que Phoenix es cómo ocultar un pasado que avergüenza, bien por sentimiento de culpa, por el silencio o por ser partícipe…

Nelly regresa sin rostro de Auschwitz… y lo único que la ha mantenido viva es seguir enamorada del tiempo que vivió con Johnny (Ronald Zehrfeld), su marido. Ella era cantante. Él, pianista. Nelly le busca, necesita ser reconocida… aunque su amiga Lene (Nina Kunzendorf) le recomienda que empiece desde cero (irse ambas a Palestina), incluso un cirujano le dice que casi es mejor reconstruirse un rostro nuevo… Hay sombras de traición sobre Johnny… que Nelly se niega ni siquiera a escuchar. Solo quiere ser la Nelly de antes del campo de concentración, ser ella misma. Y un día andando, en busca de su marido, por un Berlín en ruinas entra en un cabaret, su nombre brilla en luces de neón como una aparición entre tanta desolación, Phoenix…, allí recibirá otro mazazo a su identidad rota cuando su propio marido, Johnny, no la reconoce. Y en ese instante una triste película de cine negro, a lo Robert Siodmak, sobre un amor imposible nacerá en cada fotograma… que recogerá ecos de Vértigo pero mucho más desoladores y tristes.

La pista sobre Robert Siodmak la aporta el propio director cuando en varias entrevistas le preguntan por sus referentes cinematográficos y no duda en nombrar a este realizador alemán, que después sería el creador de un cine negro especial en Hollywood. Un cine de luces y sombras en sus personajes y de amores trágicos, obsesivos e imposibles rozando el amor fou en ambientes en ruinas, con brumas de pesadilla. Así en Phoenix hay huellas de Luz en el alma y de la desolación y el desencanto que campan en Forajidos o El abrazo de la muerte… Christian Petzold atrapa para su historia la atmósfera que creaba su compatriota en estas películas de blanco y negro.

Los ecos de Vértigo están en el aire… Porque lo que Nelly trata es de resurgir de su pasado para poder de nuevo reconstruirse. Reconocerse. No quebrarse. No romperse definitivamente. Nelly quiere resurgir de entre los muertos. Aunque a ella misma le cuesta someterse al juego que propone su esposo, que no la reconoce pero sí intuye un parecido a una esposa que él da por muerta (pero no quiere saber ni cómo ni dónde ni por qué…, de esta manera se protege de la culpa y el remordimiento), que también quiere que regrese una Nelly sin traumas, que todos la reconozcan (que nadie guarde sentimiento de culpa)… Y quiere que todas la reconozcan por un motivo poco romántico, muy poco romántico. Ella misma es consciente de lo inverosímil que es bajar de un tren perfectamente maquillada, con un traje rojo y unos zapatos parisinos… Todos, por distintos motivos, quieren ahuyentar el horror, borrar la huella…

Nelly quiere recuperar lo perdido, ser aquella Nelly profundamente enamorada… hasta que otro hecho traumático la hace descubrir que no puede seguir viviendo esta ficción, que tiene que ponerle un final… Lo trágico es que a veces ambos, ella y él, sienten irremediables ganas de hundirse en la ficción que están creando para huir cada uno de sus pesadillas… Las miradas lo dicen todo. La llegada de un tren con una sombra del pasado y el encuentro serán perfectos… porque nada les gustaría más que ese pasado próximo no hubiese irrumpido en su historia… pero sobre todo Nelly sabe, en ese momento, que ya es demasiado tarde… y entiende que no puede recuperar algo que ya no existe (y quizá ni siquiera existió).

Phoenix haría una buena sesión doble con Ida del polaco Pawel Pawlikowski porque las dos en cierto sentido hablan de identidad y de cómo un pasado rompe y desgarra, de lo difícil que es enfrentarse al presente. Porque las dos muestran rostros de mujeres que, cada cual a su manera, tratan de reconstruirse (Ida y Wanda/Nelly y Lene). Y como a veces los más fuertes esconden un daño que les quiebra definitivamente y cómo los aparentemente más débiles consiguen, finalmente, reconstruirse por extraños caminos. Y porque las dos películas se plantean diferentes formas de cómo representar o acercarse al horror del Holocausto y a las secuelas posteriores.

La canción de Kurt Weill, que envuelve su banda sonora, avanza a través de la historia de Nelly. Y si las primeras notas las oímos en la absoluta oscuridad, con una mujer sin rostro… Nelly termina cantándola a la luz del día sintiéndose de nuevo, otra vez, ella y sin necesidad de ocultar su identidad y su pasado… pero ya es demasiado tarde, amor. Me has reconocido pero ya es demasiado tarde…

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DocumentaMadrid 15 (primera parte, sección oficial largometrajes). Chante ton bac d’abord (Chante ton bac d’abord, 2014) de David André/La once (La once, 2014) de Maite Alberdi

Chante ton bac d’abord (Chante ton bac d’abord, 2014) de David André

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La realidad se pone a cantar. Si ya dentro de la ficción se habían dado pasos para llevar la clave de sol a espacios inauditos en el género musical, quedaba que la pura realidad se pasara al musical, y así lo ha hecho el documentalista David André.

Así como en la ficción, George Abbott junto a Stanley Donen llevaron el musical a una fábrica de pijamas donde se preparaba una huelga entre los trabajadores para exigir una subida salarial (The pajama games, 1957) o la rivalidad entre bandas juveniles neoyorquinas hacía que sus protagonistas bailaran en un garaje o en un callejón mientras transcurría un argumento universal con unos nuevos Romeo y Julieta en West side Story (1961) o volando hacia Francia Jacques Demy creaba un melodrama donde sus jóvenes protagonistas en sus vidas cotidianas, con conflictos sociales y bélicos, cantaban sin parar en Los paraguas de Cherburgo (1964) o aterrizando en Gran Bretaña Alan Parker reflejaba la vida dura en un barrio proletario con notas musicales en The Commitments (1991). En el cine documental, se han reflejado momentos de realidad que tenían que ver con la música: unos jóvenes de un instituto en una zona deprimida participaban en la elaboración de una gran coreografía con la música de La consagración de la primavera de Strawinsky en ¡Esto es ritmo! (2004) o unos abuelos formaban un coro donde cantaban rock and roll y se rebelaban contra la enfermedad y la muerte en Corazones rebeldes (2007).

Pero lo que hace David André en Chante ton bac d’abord es contar la historia de un grupo de adolescentes en una localidad deprimida por la crisis económica y que estos expresen sus sentimientos y su manera de sentirse cantando en los sitios más cotidianos, haciendo realidad ese argumento que esgrimen aquellos que no soportan el cine musical: “Nadie está de pronto en la calle y se pone a cantar y la música empieza a sonar a su alrededor”. Y el contraste es interesante porque acorta distancias entre los jóvenes y los espectadores y da más energía y fuerza a lo que quiere contar. Una realidad dramática que reflejaría Ken Loach en uno de sus dramas sociales o que los hermanos Dardenne diseccionarían con su cámara distante, David André da un toque de magia mostrando que los jóvenes protagonistas pueden soñar y alcanzar sus sueños en la realidad gris que les rodea y en un acto de locura y rebeldía cantar sus aspiraciones…, saltarse las reglas de la realidad.

Chante ton bac d’abord recorre un año crucial en la vida de seis amigos adolescentes que viven en Boulogne-Sur-Me. Y es crucial porque es el año en que van a examinarse de selectividad y van a decidir cuál es su futuro profesional. Aun azotados por la crisis económica, y muchos de ellos conviviendo cada día con el drama y los miedos de sus padres, ellos apuestan por soñar y luchar por alcanzar lo que realmente quieren. A base de canciones Gaëlle, Alex, Rachel, Nicolas, Caroline y Alice nos cuentan no solo como son sino cómo se sienten así como describen sus miedos y sus sueños. Mientras ellos cantan, sus padres son reales como la vida misma y les ponen espejos en los que mirarse: unos se rebelan contra esos espejos aunque se preocupan y adoran a sus padres y otros reciben siempre un empujón en el vuelo, incluso uno de los padres pone siempre música en su vida, canta sin parar.

Uno de los grandes aciertos de este documental no es solo que la realidad se ponga a cantar sino el contraste y la química que se establece entre los adolescentes protagonistas y sus padres logrando momentos de emoción. Así el rostro desencantado del padre de Gaëlle contrasta con la energía y ganas de soñar de su hija. Y la fuerza del padre de Alex arrasa cada vez que asoma su rostro en la pantalla y nos traspasa con esa complicidad sincera que establece con su hijo. O nos hace reír el pragmatismo de la madre de Nicolas que piensa que su hijo lee demasiado y eso no lleva a ninguna parte, un genio tiene que comer.

Chante ton bac d’abord experimenta con la realidad y la refleja con corcheas y semicorcheas.

La once (La once, 2014) de Maite Alberdi

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Lo más cercano y cotidiano puede captarse con delicadeza y crear un espacio único repleto de historias. Así Maite Alberdi decide explorar un universo muy cercano y concreto: la hora del té de su abuela María Teresa con sus amigas. Una vez al mes se reúnen alrededor de una mesa y es un ritual sagrado, íntimo, así ha sido durante sesenta años. Pero el tiempo pasa, las ausencias van siendo evidentes y, sin embargo, no reniegan de ese espacio, que es suyo, en el cuál toman té, pastas, bocadillos, deliciosas tartas y se ríen, se pelean, cantan canciones, se cuela algún recuerdo y otro se escapa pero hablan y hablan de lo divino y de lo humano, de los hombres, del sexo, de su educación, de la muerte, de la religión… Todo está perfectamente preparado y organizado y ellas están impecables frente a sus amigas, bien peinadas, bien vestidas y maquilladas. Nada puede faltar en el ritual. Y Maite Alberdi lo capta minuciosamente, con detalle, dejando una mirada cercana y entrañable con unas gotas de humor de estas mujeres que pertenecen a una clase alta chilena.

Las reuniones de las amigas siguen un patrón mes a mes, año a año, un ritual que convierte cada hora del té en un momento mágico donde el tiempo no pasa. Maite Alberdi las capta durante cinco años y en un inteligente montaje (eran horas y horas de material filmado) logra acercarnos ese universo ajeno. Las transiciones ocupadas por fotografías en un álbum y por la preparación minuciosa de la mesa de té: la infusión y los deliciosos postres. Cada año empieza, como cada reunión, con una oración donde se dan gracias por seguir reunidas y juntas. Y después Maite se centra en los rostros de su abuela y sus amigas tanto en las que hablan como en las reacciones de las que escuchan (y condensa todas las reuniones de té del año como si fuera una única cita). Y ahí nos encontramos con otro documental subterráneo… lo que nos dicen y expresan esos rostros que no hablan, que miran. Así nos causa incredulidad y una risa nerviosa cuando vemos los rostros y las reacciones de estas señoras ante una nueva melodía en la flauta de Francisca, una de las hijas de María Teresa. Cuando esto ocurre por primera vez, vemos solo sus rostros en silencio, incómodos, y escuchamos las notas discordantes de la flauta… hasta que la cámara nos sitúa un primer plano de la protagonista, Francisca tiene síndrome de down. O esa otra historia que nos cuentan las breves apariciones de las chicas de servicio que ayudan a preparar la hora del té y sirven la mesa cada vez, en cada encuentro. O también dice mucho cómo apenas salen sus discusiones políticas porque como explicó la directora en una intervención tras la proyección, su extremismo político hacia la derecha y las acaloradas discusiones con su abuela (única de las presentes con una ideología más a la izquierda) iba a alejar al público de esas mujeres y no iba a realizar ese acercamiento para entenderlas en su propio universo, además de perderse todo espectador que no fuera chileno por no conocer la realidad política del país.

Finalmente aunque se suceden las risas y los guiños tiernos, queda en realidad un retrato melancólico de estas mujeres a las que ya les queda poco tiempo de reunión y risas… y que aprovechan su hora del té al máximo. Todo queda como si fuera un álbum de fotografías amarillas, vivir a través de los recuerdos, conocer lo que era un ritual que se está extinguiendo por la ausencia… Así Maite Alberdi atrapa a las protagonistas de esas fotos amarillas y las da vida y voz.

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Yo necesito amor de Klaus Kinski (Fábula. Tusquets editores, 2012)

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Repaso la filmografía de Klaus Kinski que he visionado y me doy cuenta de que apenas he visto títulos y en los que he visto aparece como personaje secundario en la trama: la primera de 1958, Tiempo de amar, tiempo de morir. Y después Espía por mandato, La muerte tenía un precio, Doctor Zhivago, Lo importante es amar y Aquí un amigo. También soy consciente de que tampoco he visto las películas fruto de su relación profesional (tormentosa…) con Werner Herzog: Aguirre, la cólera de Dios, Woyzeck, Nosferatu, Fitzcarraldo, Cobra verde… Casi escuché hablar antes de él como padre de Nastassja Kinski. Su rostro no se olvida. A mí siempre me resultó torturado, desagradable, con ojos donde se siente la locura. Y al hundirme en las páginas de sus memorias ha seguido pareciéndome igual: torturado y desagradable… y una mirada donde se cierne la locura. Pero me ha llamado la atención la sinceridad y brutalidad que destilan estas páginas que al final construyen un retrato sin máscaras de un hombre complicado. No busca ni mucho menos elaborar un retrato amable hacia su persona, al contrario Klaus Kinski se hunde hasta lo más hondo de su alma y desvela sus oscuridades y abismos. Le odias pero también te inspira una pena infinita, un hombre con la tormenta y la violencia siempre encima de su cabeza.

Estas memorias las publicó por primera vez La sonrisa vertical. Y no es de extrañar. Pues Kinski rememora sus actos sexuales con brutalidad y sin sentimiento alguno, llega a tal extremo que a veces provoca la risa en el lector. Pero se nota que es una válvula de escape, una herramienta contra la locura. Sin embargo el trato que reciben las mujeres en las páginas de este libro da miedo… Todas quieren follar ávidas con él, sean doncellas, casadas, viudas, ancianas o jóvenes. Son máquinas sexuales, a veces estas máquinas son dignas de sus alabanzas exageradas. Solo muestra un poco de respeto y algo parecido al cariño con las madres de sus tres hijos reconocidos: Pola, Nastassja y Nanhoi (al que dedica el libro). Hace relativamente poco su hija mayor, Pola, ha escrito un libro de memorias donde acusa a su padre de pederastia y cuenta los ultrajes que sufrió… Y leyendo las páginas de las memorias de Kinski resulta fácil, desgraciadamente, creerla.

Sin embargo sorprende el retrato que surge tras esas memorias. Unas memorias llenas de desgarro, violencia y locura. Comienza su historia mientras realiza unas polémicas representaciones que llevó a cabo en los escenarios teatrales sobre la historia de Jesucristo según su versión y según sus palabras. Y es muy significativo que empiece por ahí, además en un momento en que es vilipendiado por alguien del público y él desata toda su furia. De pronto nos encontramos un texto en las primeras páginas de las memorias que dan el tono exacto de las siguientes páginas (que en realidad son fruto de una pesadilla terrible): “¿A qué llamas tú violento so bocazas? Sí, dentro de mí hay violencia, pero no es negativa. Cuando un tigre despezada a su domador, se dice que ese tigre es violento y se le mete una bala en la cabeza. Mi violencia es la violencia del ser libre, que se niega a someterse. La creación es violencia. La vida es violenta. Nacer es un proceso violento. Una tormenta, un terremoto son movimientos violentos de la naturaleza. Mi violencia es la violencia de la vida. ¡No es una violencia antinatural, como la violencia del Estado que envía a vuestros hijos al matadero, embrutece vuestras mentes y exorciza vuestras almas!”.

Pesadilla terrible que empieza con su infancia. Una infancia en la miseria más absoluta junto a sus padres (una descripción demoledora por angustiosa de su madre) y hermanos. Son unas páginas desgarradoras. Una adolescencia marcada por la guerra y la violencia hasta una juventud en que parece que ‘nace’ con un talento natural para los escenarios y donde experimenta con el teatro adquiriendo una fama casi de leyenda como actor maldito que se atreve con monólogos impresionantes de Shakespeare o sube con los poemas de Francois Villon. Tampoco oculta sus crisis mentales y su dura incursión en un centro psiquiátrico. Su cabeza le juega malas pasadas a lo largo de su vida.

Su relación con el cine también es tormentosa. Solo lo ve como su fuente de financiación y todos los directores, los productores, sus compañeros de reparto son ratas inmundas de las que echa pestes. No se salva ni uno. Por ejemplo, sale mal parado Herzog (madre mía, qué adjetivos le dedica), el único director que repitió varias veces con él (también trabajó varias veces con Jesús Franco pero no le nombra en sus memorias) o tampoco se salvan de la quema clásicos como Billy Wilder o Carlo Ponti o también se ceba con la actriz Maria Schneider. Por supuesto el cine también le proporciona mujeres para sus actividades sexuales. Ni tampoco salva a ni una sola película en la que participase (trabajó en un montón de ellas y en distintas nacionalidades, siempre estaba viajando). De los únicos rodajes que habla algo más largo y tendido pero echando pestes de todos es de los de Herzog (en el fondo creo que son las películas de las que se sintió más orgulloso) y del de Lo importante es amar. Odia todo lo relacionado con el cine: promociones, festivales y premios. Participa en las películas por el dinero que le proporcionan…

No hay paz mental, ni física en la vida de Klaus Kinski. A veces en su furia hace reflexiones que no dejan de ser interesantes (y no le falta razón en algunos de sus planteamientos) pero lo fastidia en la página siguiente comportándose de manera odiosa con alguien cercano. Y solo parece alcanzar algo parecido a la felicidad, pero de nuevo de manera exagerada (desproporcionada, como cada uno de sus actos) a partir del nacimiento de su hijo varón, Nanhoi, alcanzando momentos de un lirismo salvaje. Es como si Kinski se aferrara a la infancia de su hijo (la que él no pudo tener) para redimirse y encontrar algo de paz mental y calma.

Yo necesito amor es un viaje al lado oscuro, al abismo, de un actor de teatro y de cine, Klaus Kinski. Son unas memorias que atrapan y duelen. Klaus desnuda su personalidad sin tapujos, con una sinceridad salvaje. Una personalidad que mejor haberla conocido sólo en las páginas de un libro… Es inevitable que me venga a la cabeza alguna de sus imágenes en el cine y esa mirada y cara crispada. Es como si la locura siempre estuviera presente… si él está cerca.

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Ida (Ida, 2013) de Pawel Pawlikowski

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Ida es una película sobria tremendamente hermosa. Nada le sobra, nada le falta. A su belleza formal a la hora de contar una historia, se une la propia historia… potente. Dos personajes femeninos, la identidad, la memoria y el peso de la Historia sobre ellas. Cada fotograma destila la composición perfecta de una obra artística. Pawel Pawlikowski cuida cada segundo, cada instante de la puesta en escena y del lenguaje cinematográfico, creando una obra redonda. Polonia, años sesenta, empapada del saxo de John Coltrane y unas notas triste de Bach. Años grises, de blanco y negro, donde los personajes se mueven en un formato cuadrado que da fuerza y relevancia a las figuras femeninas sobre los espacios en los que transcurre su ‘viaje’ vital de descubrimientos… Donde unos ojos y una lágrima que recorre la mitad de un rostro o un paisaje nevado y una figura que camina cobran una fuerza que desarma al espectador.

Anna (Agata Trzebuchowska) es una novicia a punto de hacerse monja, de recibir los votos. Ella es huérfana y siempre ha estado entre las paredes de un convento. Tiene dieciocho años y su mundo siempre ha estado unido a lo espiritual y trascendente. No conoce nada más. La madre superiora le da un aviso inesperado. Su tía, que nunca ha querido conocerla, ahora sí desea verla. Y la recomienda que vaya a visitarla antes de tomar los votos. Así, con una pequeña maleta y su hábito, Anna conoce a su tía Wanda (Agata Kulesza), una mujer aparentemente dura y fuerte. De golpe, la primera información que le suelta Wanda… descoloca el mundo de Anna. “Así que eres una monja judía” y “te llamas Ida”. Así, a lo bruto, Ida… decide encontrar dónde están enterrados los suyos, es la única manera que tiene de expresar que quiere buscar sus raíces. Y en este viaje, le acompaña Wanda… la vulnerable y contradictoria mujer aparentemente fuerte y de hierro.

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Un viaje que altera a ambas que siempre han estado, de distinta manera, privadas de su identidad. Cada una asumirá como puede las consecuencias del encuentro con su memoria, con sus raíces, con sus recuerdos, con su pasado… Con las viejas fotografías que construyen unas vidas sesgadas. A Ida le privan de su identidad, de sus orígenes. Wanda, para combatir el dolor, oculta su identidad y se entrega al Estado socialista polaco. Ella se transforma en Wanda la Roja, una mujer fría que no tiembla en condenar a muerte a todo aquel que no comulgue con las ideas estalinistas… Ida trata de recomponerse, Wanda se sigue fracturando…

Ida descubre con Wanda que existe algo más en la vida que los muros de un convento. Que existen las contradicciones, los placeres, los sacrificios, la culpa… Y vislumbra a lo que renuncia… sobre todo cuando conoce una posibilidad de futuro con un saxofonista (“¿Y luego? La vida, lo normal”… pero es que ni Ida ni Wanda tuvieron posibilidad de una vida normal…). Y Wanda descubre con Ida su alma fracturada, sus heridas apenas ocultadas, su vulnerabilidad, su culpa y caída al abismo, el dolor por la pérdida de lo que más amaba…

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Pawel Pawlikowski, director polaco que durante años ha trabajado en Gran Bretaña (y que ha realizado trabajos documentales, televisión… aborda su quinto largometraje y su primera película en Polonia), regresa a su tierra natal con una obra cinematográfica de una belleza tranquila, de ritmo pausado, de planos fijos… donde una joven novicia restaura una estatua de Cristo, una mujer quebrada apura un licor en una mesa de una taberna, solitaria; o una joven de dieciocho años —que quiere sentirse deseada— se prueba unos tacones y un traje negro y se envuelve en una cortina transparente…

Ida es una película que ha hecho que vuelva a nombrarse el cine polaco… y quizá sea el principio de una vuelta del cine de este país al circuito internacional. Pawel Pawlikowski ha despertado la curiosidad sobre qué es lo que está pasando en la cinematografía polaca en la actualidad. Así el realizador puede dar continuidad a nombres como Andrzej Wajda, recorriendo los rostros de Andrzej Zulawski y Roman Polanski y meciéndose en Krzysztof Kieslowski, reconociendo a Agnieszka Holland y desembocando en él mismo y otros compañeros de generación. Me viene a la cabeza una película polaca de los años ochenta nostálgica y tremendamente hermosa que durante años tuve grabada en un vhs… Yesterday de Radoslaw Piwowarski… y la nombro porque como Ida también reflejaba unos años sesenta en Polonia. Unos jóvenes que trataban de buscar salidas al blanco y negro en que estaban inmersas sus vidas a través de los Beatles y la música.

… De momento, recuerdo a una novicia en una sala de fiesta, ahora vacía, escuchando a un saxofonista que toca a Coltrane… O a Wanda colocando fotografías en una mesa, reconstruyendo su pasado y recordando el hermoso pelo pelirrojo de su hermana que ahora esconde tras la toca su sobrina. O esa misma mujer poniendo en su tocadiscos la música de Bach mientras la luz entra por su ventana…

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Europa de Luis López Carrasco (Gollarín, 2014)

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… los directores de cine son creadores de historias… en imágenes. Por eso no es extraño que los creadores de historias empleen otras formas de expresión para narrar, como la escritura. Así puede darse el caso de un joven cineasta, cofundador del colectivo audiovisual Los Hijos (tres son sus integrantes) que experimentan con el lenguaje cinematográfico, que toca un teclado para plasmar su universo en las páginas de un libro de relatos. Siete relatos… que ‘crean’ un futuro.

A Luis López Carrasco le conocía por leer su nombre relacionado con Los Hijos. No había visto nada del colectivo hasta que hace poco vi dos de sus obras: Ya viene, aguanta, riégueme, mátame y El sol en el sol del membrillo. Ambos cortometrajes arrastran reflexiones sobre el cine dentro del cine, sobre lo que vemos reflejado y cómo lo vemos reflejado, sobre qué es rodar, qué es el montaje, qué es realidad o ficción, cómo se manipula a través de las imágenes…Son dos ensayos cinematográficos.

Su nombre me empezó a sonar a partir del largometraje Los materiales (que está en mi baúl de películas pendientes) y ahora acaban de presentar Árboles (que espero poder ver en breve en sus proyecciones en la Filmoteca). Esta nueva obra del colectivo es un ensayo histórico-social-político donde se realiza una reflexión sobre la presencia colonial en África y también crea un paralelismo con las ‘colonias’ residenciales en las periferias de las grandes ciudades españolas.

Pero también Luis López Carrasco ha presentado su primer largometraje en solitario, que pude visionar en una sesión de la Cineteca en el Matadero, El Futuro. A partir de la ‘proyección’ de una fiesta de jóvenes (que puede enmarcarse poco después de las primeras elecciones ganadas por el PSOE), se crea toda una reflexión política sobre ese momento en que nacía una incipiente democracia y que parecía que había todo un futuro por delante por construir… El efecto de ver esa fiesta, con su música de fondo, rostros, algunos diálogos sueltos… en el desolador tiempo presente genera (o por lo menos a mí me ocurrió) una tristeza enorme. El Futuro es como el ‘rescate’ de una vieja cinta de cine donde se atrapa una fiesta. La vieja cinta está deteriorada. El sonido no es bueno. En las imágenes ya hay huellas del paso del tiempo, agujeros negros que tapan rostros, saltos, cortes. Se escuchan algunos diálogos. Y todo este material, junto con al principio, el discurso radiofonico de Felipe González tras la victoria en las elecciones… crea un discurso oculto y y pesimista sobre un periodo determinado y su posterior evolución.

Y aquí, en esa fiesta, esa capsula de pasado vista ahora, en el futuro… puedo empezar a hablar de Europa y de su tercer relato Todos los finales posibles. Dos científicos al límite, al borde del fin del mundo, tienen que decidir el destino de un viaje en el tiempo que les permita escapar de la situación apocalíptica en el que está inmerso el mundo. Uno de ellos es español y termina diciendo que quiere volver a los setenta en su país de origen. “Quiero volver a la época en que nací. Quiero volver a mi casa, a mi ciudad de origen, quiero recobrar todos mis recuerdos. Quiero ver a mis padres, a mis familiares, de jóvenes, en el clima de la energía e ilusión que acaeció al final de la dictadura franquista, el inicio torpe de una democracia. Volvemos a la ilusión, me dirás. Quizá sí, quizá no. Porque esa efervescencia duró muy poco, el sistema se integró a plena velocidad en los rigores del contexto internacional. Se mistificó, se conjuró y eliminó un periodo muy corto. Con todo, no podré soportar el optimismo de esas gentes, mis compatriotas, me dirás”. El otro científico le dice que es como si quisiera regresar a una grabación ininterrumpida de vídeos domésticos familiares…

De pronto en los siete relatos de Europa, no sólo hay un futuro donde hay hueco para lo inquietante y lo desasosegante sino también para los recuerdos, la memoria y la nostalgia…, para las relaciones humanas, entre familiares o desconocidos, entre dos personas que se gustan o entre amigos… La tristeza que acompaña El futuro sigue y se alarga en los relatos de Europa. Relatos que además muestran un mundo complejo, un universo visual complejo, donde los personajes se mueven entre sueños, realidades virtuales, planetas lejanos, atrapados en viejos videojuegos, páramos solitarios… y en ese extrañamiento que sufren, por distintos motivos, en un mundo hostil (o extraño, distinto) en el que sobreviven, se aferran a sentimientos absolutamente humanos, donde siempre acuden a la nostalgia, el recuerdo y la memoria.

El teclado de Luis López Carrasco genera ese futuro incierto y nos hace caer en el abismo y la angustia de muchos de sus personajes. Acompañamos en el salto al vacío al personaje de El caminante. Si solo me dieran la oportunidad de quedarme con uno de los relatos quizá optaría por llevarme Bajo el mismo cielo… y ese grupo de personas que proyectan sus vídeos al cielo, no sabemos qué es lo que proyectan ni qué significa para ellos ese acto… “Los proyectores disparan al cielo oscuro su mensaje de luz”. De pronto el narrador de la historia, el protagonista, nos cuenta su propia “no película”. Una proyección que no existe pero que él tiene en su cabeza (y que forma parte de sus recuerdos de infancia) e imagina cómo quedaría reflejada en el cielo… y crea una emoción difícil de describir.

Luis López Carrasco no solo logra crear un mundo de sensaciones, reflexiones y miedos sino que la forma en que narra esos relatos también atrapan. Genera ambientes y un mundo visual muy potente pero también provoca, mientras te sumerges en su lectura, momentos de catarsis… Logra principios y finales impactantes y un desarrollo que suscita emociones pero a la vez todo ‘pintado’ con el distanciamiento y el extrañamiento tanto de los personajes como de las situaciones que viven.

… un primer libro de relatos que muestra que Luis López Carrasco es un creador de historias. Puede utilizar la cámara (una mirada) o el teclado (la palabra) y empezar a contar…

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Diccionario cinematográfico (209)

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Fotografías: … las fotografías como elemento fundamental de la trama o como detalle importante de una historia cinematográfica. Si hace poco recordábamos en Banderas de nuestros padres lo que significó la fotografía que se realizó en la batalla de Iwo Jima donde unos soldados izaban la bandera norteamericana, ahora he visto hace poco el efecto que provoca en un viejo profesor de música la fotografía que encuentra en una caja que le entregan en un museo judío.La fotografía le cambia la vida. Cambia su historia e identidad. Le informan de que han encontrado esa caja durante las obras de unas cañerías en el antiguo recinto ferial de Belgrado (que albergó uno de los primeros campos de exterminio) y que no hay duda de que él es el dueño. La fotografía muestra a un matrimonio joven con un bebé… y una historia oculta donde él es protagonista. Así arranca la nueva película del director serbio Goran Paskaljevic, Al nacer el día.

Precisamente me viene a la cabeza La caja de música donde las fotografías serán fundamentales para la resolución de la trama en una escena escalofriante. Esta película de Costa-Gravas cuenta la historia de un inmigrante húngaro afincado en EEUU que es acusado de ser un criminal de guerra nazi y es defendido por su hija, una prestigiosa abogada.

También una fotografía desencadena el conflicto de Perro malo, la película venezolana que se alzó con la Concha de oro en el festival de San Sebastián y que se estrena esta semana. Junior es un niño que tiene una ilusión: aparecer en la fotografía del colegio con el pelo liso y vestido de cantante de éxito.

Clint Eastwood hace que en su película más romántica unos hijos ya maduros a los que se les acaba de morir su madre encuentren entre sus pertenencias unas fotografías que nunca habían visto donde está especialmente hermosa junto a unos diarios. Ahí en esas imágenes ya se desvela una historia de amor. Estoy hablando de Los puentes de Madison.

… Fundamental será para los espectadores el encuentro por parte de la asustada Nicole Kidman de una fotografía en Los otros de Alejandro Amenabar. Una historia de fantasmas que nos deja helados cuando una imagen desvela horribles secretos.

Antonioni en Blow up cuenta como una serie de fotografías ‘inocentes’ tomadas en un parque pueden desvelar un asesinato… Y el protagonista de Memento trata de atrapar su frágil memoria a través de fotografías polaroid, que a veces le confunden aún más. Hace poco también escribía sobre Ascensor para el cadalso donde un carrete y el revelado de las fotografías eran fundamentales para atrapar a los protagonistas de destino trágico. También son fundamentales en Blade Runner donde tener un pasado supone tener fotografías, y donde Harrison Ford se sirve de ellas (y de ampliar detalles) para avanzar en su búsqueda de replicantes. También las fotografías son útiles para la resolución de otro asesinato en Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres. Una fotografía que en un principio parece que no desvela nada, que no es importante, se convierte en pieza clave.

También es una fotografía la que nos queda de los monjes de un monasterio del Magreb momentos antes de ser asesinados. Y esa fotografía se plasma en la maravillosa De dioses y hombres de Xavier Beauvois. Una fotografía cuenta una historia.

Las fotografías sirven para recordar a los ausentes, para pillar in franganti o sobornar a los infieles o a los que ocultan algún secreto que no quieren que sea desvelado. Las fotografías del hermano ausente que rompen a los que se han quedado en Gente corriente. Las películas de misterio, de intrigas políticas y de espías… que se sirven de las fotografías para que la trama avance como por ejemplo Acción ejecutiva sobre el asesinato de Kennedy y la manipulación de algunas imágenes.

… las fotografías ponen en alerta a un joven adolescente de que está cambiando el presente de su familia con su ‘viaje’ al pasado y eso no es nada bueno en Regreso al futuro. Lo está alterando de tal manera que puede peligrar su existencia…, su imagen se va desvaneciendo. O sirven para contar de otra manera la historia, que se lo digan a Forrest Gump que aparece como intruso en fotografías de varios acontecimientos históricos.

Las fotografías también construyen una vida en común y reflejan el paso del tiempo, reflejan también una personalidad. Así conocemos mejor a los protagonistas de las historias según las fotografías que tengan colgadas en sus paredes o puestas en sus despachos. O las fotografías que llevan en sus carteras y que enseñan continuamente. Así como las que se llevan a viajes lejanos, en maletas o bien escondidas… Uno de los ejemplos más hermosos nos lo proporciona una cinta de animación Up donde a través de un álbum de fotografías construimos la historia feliz de un anciano matrimonio.

Y el máximo alarde es contar una película a base de fotografías y así se hizo en La jetée de Chris Marker y su bella historia de amor futurista…

… La melancolía y las ganas de recordar nos puede y guardamos fotografías en los ordenadores, móviles y álbumes pues atrapamos momentos, instantes. Os dejo, voy a por mi caja de fotografías… a recordar mi propia película de imágenes congeladas, atrapa espíritus…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Y van tres de ciencia ficción…

Una británica, otra americana y la de más allá canadiense. Ninguna de las tres es absolutamente redonda pero las tres parten de buenas ideas (que luego tienen mejor o peor desarrollo) y poseen también una fuerza visual considerable. Además las tres son disfrutables y buenas tanto para el análisis como para una buena conversación después de su visionado. Dos de ellas crean dos distopías, dos sociedades futuras con brillantes ideas de partida. Y la tercera es ciencia ficción en estado puro con astronauta de protagonista allá en el espacio, en la luna. Y las tres son un claro ejemplo de los caminos actuales del género cinematográfico de ciencia ficción. Dos de ellas, Moon y Un amor entre dos mundos, suponen los segundos largometrajes de dos cineastas que empiezan a sonar y crecer. In time es otra distopía del guionista y director Andrew Niccol que ya creó en los noventa Gattaca.

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Moon (Moon, 2009) de Duncan Jones

La primera película que pude disfrutar de Duncan Jones fue Código fuente… me gustó tanto que pensé: tengo que ver Moon. Y ya lo he hecho. No pude evitar recordar al padre del director, David Bowie, y su canción Space Oddity. Es como si Moon fuera un homenaje y una continuación de esa canción. No extraña que el género elegido sea la ciencia ficción con un componente íntimo y trágico.

Viendo Moon, que no conviene desvelar aspectos de la trama, se reflexiona sobre la soledad, la fuerza de los recuerdos, la incomunicación, el deterioro mental de un ser humano ante el aislamiento… Si una escena tiene fuerza y contiene una emoción desgarradora es cuando Sam Bell, el astronauta protagonista (Sam Rockwell), se encuentra en la superficie de la luna dentro de un pequeño transporte y llora desesperado con una única frase: quiero regresar a casa… La importancia y la posibilidad de regresar a un lugar que se pueda considerar hogar…

Moon transcurre la mayoría de la trama en una nave y en suelo lunar. Sus protagonistas son un astronauta y un robot llamado Gerty (con voz de Kevin Spacey) que se convierte en un personaje vital para la trama (con giro argumental incluido). Y también las fotografías, vídeos, maquetas, sueños y visiones del astronauta componen un mundo extraño de soledad que se va complicando más y más según avanza la trama.

Sus influencias más evidentes, cinematográficas, son cuatro pero Duncan Jones sabe dar los giros adecuados para que sean sólo inspiración y dejar su firma personal. Así se pueden rastrear ecos lejanos de Solaris, 2001, odisea en el espacio, Alien y Blade Runner. Su máximo pero (y no único) a mi parecer es un desenlace demasiado precipitado y poco elaborado… para una historia que se estaba construyendo de forma adecuada y especial.

In Time (In Time, 2011) de Andrew Niccol

Desde que vi los traileres en las pantallas de cine y televisión me llamó la atención esta película de Andrew Niccol (que ya creó una distopía atrayente en Gattaca). Parte de una premisa magnífica: en un futuro lejano, muchos tienen que morir para que otros sean inmortales. Presenta así una sociedad distópica donde la moneda de cambio (la economía) se rige por el tiempo. La acumulación del tiempo hace a algunos seres humanos no sólo tremendamente ricos sino también inmortales y a otros tremendamente pobres en tiempo de vida y efímeros. El tiempo como moneda de cambio puede ser robado y también hay una cierta ‘estabilidad’ dentro de un sistema tremendamente injusto.

Por supuesto los pobres y los ricos viven separados. Y los que viven al día (nunca mejor dicho) porque si se quedan sin tiempo fallecen en el instante… van siempre corriendo y desesperados por conseguir el suficiente tiempo para seguir adelante… Los ricos viven, sin emoción alguna (la vida es larga), y procurando vivir con unas medidas máximas de seguridad y sin riesgo alguno para realmente no fallecer ni ser robados…

Los relojes de los seres humanos (cuando empieza la cruel separación entre ricos y pobres) se activan a los 25 años. Así el envejecimiento se para pero el tiempo corre. El tiempo acumulado es la diferencia entre la vida y la muerte. Para mantener el sistema injusto hay bancos, prestamistas, guardianes del tiempo, ladrones, trabajadores proletarios, millonarios, riqueza, pobreza…

Esta es la atractiva premisa de la que parte In time. Los protagonistas son un héroe proletario (Justin Timberlake) que decide dar un giro en su vida cuando descubre el mecanismo de ese sistema injusto en el que le ha tocado vivir y que sobre todo decide pasar a la acción cuando esto afecta de manera trágica a sus seres más queridos… y un golpe de suerte (acompañado de reflexión sobre la vida y el tiempo) le convierte en poseedor de casi un siglo. Y una millonaria (Amanda Seyfried) con todo el tiempo del mundo y con mucho miedo (siempre rodeada de guardaespaldas y de la protección de su millonario padre) a experimentar, vivir y disfrutar el momento.

Andrew Niccol pierde quizá el tono de la historia y las interesantes reflexiones que genera su mundo distópico cuando convierte a los protagonistas en una especie de nuevos Bonnie and Clyde o fugitivos enamorados pero no llegando hasta el final de las consecuencias y del halo trágico que hace tan atractivas estas parejas.

El halo trágico sí lo conserva el personaje quizá más atractivo de la trama, el guardián del tiempo (Cillian Murphy), un hombre serio e inmutable, sin escrúpulos y obsesivo, vestido siempre de negro, que dedica su vida a que el equilibrio injusto no se rompa y se convierte en el seguidor incansable de la pareja de fugitivos. Él también va siempre corriendo…

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Un amor entre dos mundos (Upside down, 2012) de Juan Diego Solanas

El argentino Juan Diego Solanas (hijo del documentalista y director de ficción Fernando Solanas…, cómo recuerdo Sur…, película que estoy deseando volver a ver) crea otro mundo distópico en Un amor entre dos mundos. Su historia de amor es un auténtico delirio y la inverosimilitud de la trama llega a extremos inimaginables, tan inimaginables que encuentras su encanto. Lo hipnótico de la película de Solanas es la plasmación visual de esos dos mundos, creando imágenes insólitas de gran belleza. Y si entras en ese mundo puedes llegar a disfrutar de una obra que se deja llevar por la inconscencia y el absurdo.

Así el mundo distópico creado son en realidad dos mundos con distintas gravedades. Dos mundos en oposición. En uno viven los trabajadores explotados y en el otro los millonarios… el punto de unión: un enorme edificio que es una multinacional donde pueden trabajar, de forma extraña, los de arriba y los de abajo.

Y surge entonces la historia de amor (el conflicto) entre un chico del mundo pobre (Jim Sturgess…, especialista en delirios románticos) y una chica del mundo rico (Kirsten Dunst) que se conocieron cuando eran niños… que viven además con gravedades diferentes… Y el delirio está servido. Mientras paseamos por el increíble lugar de trabajo donde ambos pueden coincidir (después de muchos años… en que una tragedia los separó) donde encontramos cientos y cientos de mesas arriba y abajo o el café Dos mundos con tango de fondo…, no podía ser de otra manera.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.