El caftán azul (Le bleu du caftan, 2022) de Maryam Touzani

El caftán azul, una película que capta la intimidad y complicidad de una bonita relación a tres bandas.

Hay películas que muestran una sensibilidad especial a la hora de contar una historia. Y así ocurre con El caftán azul. Una relación a tres bandas contada con detalles, matices, miradas y silencios. Con un ritmo sereno. Es difícil conseguir la sensación de complicidad; es decir, ser testigos de una relación íntima. Y eso es lo que ocurre con el matrimonio formado por Halim (Saleh Bakri) y Mina (Lubna Azabal). Por circunstancias de la vida, la pareja tiene que dejar entrar en esa complicidad a un joven, Youssef (Ayoub Missioui).

Halim y Mina llevan un taller artesanal de costura de caftanes en la medina de Salé. Halim es el sastre, Mina administra el local, atiende a los clientes y es una eficaz ayudante. Cuando les conocemos, sabemos que les cuesta sacar el negocio adelante, que Mina no se encuentra bien y que para sacar los pedidos pendientes necesitan contratar a un joven aprendiz.

Poco a poco vamos descubriendo que Halim es todo un artista de la costura. Un sabio de las telas y las puntadas. Cada una de las prendas las realiza con un gran amor y cuidado. Respeta absolutamente su profesión. En el momento en el que le conocemos está llevando a cabo para una clienta un caftán azul y está siendo una de sus piezas más elaboradas. Es un hombre silencioso, respetuoso y bueno, con la mirada lo dice todo. Mina es una mujer luminosa, con carácter y fuerza, con don de gentes.

Como dice Halim en un momento de la película, Mina es la roca de la relación. Con su vitalidad, sacan todo adelante, pero ahora está enferma. Mina ama Halim, Halim ama a Mina. Los dos tienen una complicidad preciosa, saben reírse juntos, mantienen un equilibrio precioso y un secreto. Halim reprime su sexualidad. Ahora en esa complicidad perfecta que han construido durante años entra Youssef… y la vida les obliga a restablecer las líneas de un nuevo equilibrio.

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Stanley Kubrick, relatos soñados (y II). Diez claves para disfrutar la sala Picasso

Ahora toca el turno de centrarnos en la sala Picasso. De hacer hincapié en todos esos detalles y cuidados que permiten que una exposición transmita la emoción ante el proceso creativo de un director de cine como Stanley Kubrick… Esa era la intención, y ganas no han faltado.

1.Cuestión de espacios. En la Picasso, Víctor y Andrés, los arquitectos, tuvieron claro que había que jugar con los espacios en la exposición para recrear cada uno de los ambientes de las películas más míticas de Kubrick. La idea era sentirse en el universo del director a partir de 2001: una odisea del espacio hasta Eyes Wide Shut. Por eso, no seguimos el orden cronológico. Cada película conformaría una atmósfera diferente, y en cada espacio se captaría el espíritu correspondiente, de tal modo que el visitante supiera entre qué fotogramas se encontraba.

Así en 2001, sentiríamos que estábamos en el interior del Discovery; mientras que en El resplandor recorreríamos uno de los pasillos del hotel Overlook. Después, en La naranja mecánica, visitaríamos el Korova o nos rodearíamos de todas las cosas que le interesan a Alex DeLarge. Pasearíamos por el siglo XVIII bajo la luz de las velas en Barry Lyndon. Nos sumergiríamos en un duro entrenamiento donde varios jóvenes se convierten en máquinas de matar o estaríamos en plena guerra de Vietnam en La chaqueta metálica para terminar participando en una orgía extraña en Eyes Wide Shut.

2. Proceso creativo (1). Por otra parte, era importante plasmar instantes clave de los procesos creativos de cada uno de estos largometrajes. Por ejemplo, en 2001, se puede ver cómo construyó la gran sala centrífuga, decorado principal del Discovery, para provocar la sensación de gravedad. O también descubrir cómo Kubrick documentó el futuro, pues quería una película que no quedase obsoleta, que revolucionase el género de la ciencia ficción. Lo maravilloso de esta película es que trata temas filosóficos como el progreso, quiénes somos o de dónde venimos, asuntos que interesan siempre. Por eso, sigue creando generaciones de espectadores fascinados. Pero además Stanley Kubrick la realizó con efectos especiales analógicos, y, sin embargo, continúa siendo la película de cabecera de muchos realizadores que han bebido de ella para dirigir Gravity (Alfonso Cuarón) o Interstellar (Christopher Nolan‎).

En La chaqueta metálica nos centramos, por ejemplo, en cómo recreó Vietnam a tan solo unos kilómetros de Londres, pues encontró una fábrica de gas abandonada donde tenía posibilidades de emular a la ciudad de Hue. Una de las características de Stanley Kubrick es que desde que conoció Londres en 1962, durante el rodaje de Lolita, ya no quiso moverse de allí. De tal manera, que sus dos casas familiares se convirtieron en centros neurálgicos de su proceso de creación, y las localizaciones para sus películas cuanto más cerca de su hogar estuviesen, mejor.

En Barry Lyndon, analizamos cómo consiguió documentar el siglo XVIII hasta el punto de conseguir iluminar las estancias con la luz de las velas y captarlo con un objetivo muy especial de la NASA o cómo realizó un exhaustivo trabajo de documentación para recrear vestuarios, maquillajes y peinados. Ahí, en estos fotogramas quedaba reflejado el siglo de la razón, del nacimiento de los estados modernos y sus conflictos, pero también el siglo de la representación, de las pelucas, del juego…

3. Proceso creativo (2). En El resplandor tratamos de deleitarnos en cómo creó un espacio tan reconocible como el hotel Overlook; es decir, descubrir los secretos de su fachada y de sus laberínticos interiores. Por otra parte, entendimos esa forma de rodar una película de terror con mucha luz, donde un niño recorre un pasillo en triciclo para provocar la sensación de que algo horrible puede suceder en cualquier momento. Una de las técnicas innovadoras que aplicó en la película y que contribuyó a la sensación de extrañeza y miedo fue el uso del steadicam.

En La naranja mecánica enseñamos cómo se inspiró en el arte pop para la decoración de la habitación de Alex o el bar Korova, así como la importancia de la banda sonora en las películas de Stanley Kubrick, tanto para describir personajes, como para crear ambientes o provocar catarsis y reacciones demoledoras. De hecho consiguió convertir a Beethoven en un disco de oro, con los sintetizadores de Wendy Carlos.

O, finalmente, en Eyes Wide Shut nos dimos cuenta de cómo cambió la Viena de carnavales de la Belle Époque de la novela de Arthur Schnitzler por un Nueva York navideño (recreado en Londres) a punto de inaugurar el siglo XXI sin traicionar su esencia. Este largometraje es su especial oda a la intimidad matrimonial.

4. Stanley Kubrick, director de orquesta. Stanley Kubrick era como un exigente director de una orquesta de música clásica: por eso, en cada una de sus películas, a su alrededor orbitaban grandes profesionales, que bajo su batuta, hacían realidad el mundo que quería reflejar. Tenía claro que debía rodearse de los mejores profesionales para alcanzar la perfección en su obra final. Así la exposición también es un homenaje a todos esos trabajadores que bajo la mirada kubrickiana hicieron posible sus relatos soñados.

Desde su primer productor y socio, James B. Harris; hasta los diseñadores de producción, Ken Adam o John Barry; o actores como Peter Sellers, Sue Lyon, Keir Dullea, Malcolm McDowell o Jack Nicholson; el director de fotografía John Alcott; los creadores de carteles, storyboards y créditos como Saul Bass y Philip Castle; las diseñadoras de vestuario como Milena Canonero o escultoras como Liz Moore, y un largo etcétera. O cómo trataba de establecer una relación especial con los guionistas (aunque a veces era también tormentosa y tortuosa): Jim Thompson, Nabokov, Arthur C. Clarke, Anthony Burgess, Diane Johnson, Michael Herr…

5. El hombre detrás del artista. La exposición tampoco quería desperdiciar al hombre detrás del artista. Así se puede ver a través de fotografías y breves informaciones la relación estrecha con su familia: con sus padres (esa claqueta maravillosa de La naranja mecánica dedicada a ellos), la colaboración con sus dos primeras esposas durante el proceso creativo de sus películas, también con su compañera definitiva Christiane Kubrick y sus hijas o con su cuñado Jan Harlan, productor ejecutivo de muchos de sus largometrajes…

Nos parecía interesante que quedasen claras sus pasiones: la lectura, la música, el ajedrez, la fotografía, el propio cine (era un cinéfilo)…, porque todas ellas están presentes en cada una de sus obras, contribuyeron a dar una cierta personalidad a cada una de sus películas. Esta mirada culmina en el Epílogo de la exposición con una magnífica instalación audiovisual biográfica de Manuel Huerga, producción propia del CCCB, donde se aprecia un retrato completo de Stanley Kubrick. Huerga permite acercarse al cineasta a través de diversas imágenes, como un collage gigante, y de declaraciones públicas realizadas a lo largo de su vida.

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Corre, corre. Licorice Pizza, Un polvo desafortunado o porno loco y Tailor

Licorice Pizza, Un polvo desafortunado o porno loco y Tailor: en estas tres películas, sus personajes se mueven, corren y corren o vuelan para cambiar sus vidas y transformarlas o simplemente dar un paso más o hundirse en la miseria para siempre. Con ráfagas de palabras y frases cortas, corriendo, dejaré mis impresiones. Corre, corre… o vuela.

Licorice Pizza (Licorice Pizza, 2021) de Paul Thomas Anderson

Corre, corre… dice Alana a Gary y Gary a Alana.

Licorice Pizza me fue conquistando cada vez más según avanzaba el metraje.

Sé que la voy a disfrutar más todavía la segunda vez que la vea.

Es como si hubiese puesto un disco de vinilo de los 70 y nacieran Alana y Gary, que corren y corren y corren sin parar por el Valle de San Fernando (Los Ángeles).

Paul Thomas Anderson rescata un espíritu y una manera de hacer cine…, es como si él mismo se hubiese trasladado a los primeros años del Nuevo Hollywood, y hubiese rodado junto a otros realizadores que estaban respirando una época a través de sus cámaras.

Así nacieron Harold y Maude, Conocimiento carnal o Bob, Carol, Ted y Alice.

Por cierto, ¿he dicho que es una historia de amor?

Y que da igual que él tenga quince años y ella diez más.

Alana Haim y Cooper Hoffman (el hijo de Philip Seymour Hoffman que sigue sus pasos con talento) desprenden química, mucha, y corren tan bien… el espectador va con gusto detrás de ellos, pero no quiere atraparlos. Los prefiere libres y confundidos. Con todos sus errores a cuestas, vitales.

¡Cuántos guiños a los 70 en Los Ángeles y al año donde transcurre la acción: 1973!

Justo ese año William Holden rodó una película que dirigió Clint Eastwood: Primavera en otoño (Breezy), donde un ejecutivo maduro se enamora de una hippy. ¡Paul Thomas Anderson crea su propia versión con Sean Penn!

Tampoco falta un episodio loco con un tipo que tiene una relación con Barbra Streisand.

Y ese tipo es ni más ni menos que un peluquero que se convirtió en productor… ¡y estuvo doce años junto a Barbra Streisand! Durante aquellos años del Nuevo Hollywood se inspiraron en él para una comedia que adoro: Shampoo.

¡Bendito Bradley Cooper!

Dicen que así llamaban a los discos de vinilo durante aquellos años: Licorice Pizza.

Y así es la película un disco de vinilo que no para de dar vueltas.

Alana y Gary corren sin parar…

Te quiero… son las últimas palabras que oímos.

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La ciudadela (The citadel, 1938) de King Vidor

 

laciudadela

… King Vidor proporcionaba a sus mejores películas dosis de autenticidad, una autenticidad que traspasa la pantalla. Por cómo cuenta las historias, por los detalles que imprime, por los intérpretes elegidos… Y La ciudadela no es una excepción en esta característica de su cine. Así la película pivota entre un tema principal con múltiples ramas que enriquecen su visionado. Si bien observamos un camino entre los ideales y la vocación profesional y la pérdida de estos ante el enriquecimiento fácil, la falta de ética y un olvido del fin de la profesión… también se refleja la complicidad posible entre un matrimonio o la fuerza de las verdaderas amistades…

Tengo la inmensa suerte de ‘pasearme’ por distintos blogs riquísimos en contenidos de los que aprendo cada día. Y en esos blogs descubro nuevas miradas, otras visiones, películas que no conocía, otras que no recordaba u otras que nunca he podido ver, análisis originales… y mucha, mucha pasión por el cine. Así que, como es habitual, me encontraba un día navegando por uno de ellos, viajando por la sala oscura de Victor y empecé a leer su texto, siempre filosófico, siempre desde una mirada especial, sobre La ciudadela. Y me dije: esta película tengo que conseguirla como sea y que salga pronto del baúl de películas pendientes. Y misión cumplida. Gracias, Victor.

En la imprescindible autobiografía de King Vidor, Un árbol es un árbol, el cineasta recuerda con cariño y placidez su viaje a Inglaterra para el rodaje de la película. Recuerda un rodaje agradable, placentero, tranquilo… y eso se ‘respira’ mientras vas viendo la película. ‘Respiras’ que todos los implicados están disfrutando con lo que nos están contando.

Además King Vidor alaba a todos sus actores, y en especial realiza una hermosa radiografía (y transformación) de su protagonista, Robert Donat. Cómo trabajaba cuidadosamente hasta el más mínimo detalle de su personaje. Y esos matices también el espectador los siente. Vidor explica que le llamó la atención lo enfermizo y poquita cosa que le pareció Donat (protagonista también de 39 escalones…) la primera vez que le vio… y luego cómo se fue entusiasmando por la entrega generosa del actor a su personaje y a la película… y cómo se va transformando ante su mirada en una gran presencia…

Otra cosa importante que señala es cómo hubo un momento que no sabían cómo continuar la historia (su material de origen era una novela). El bache se encontraba en cómo hacer que el protagonista ‘despertara’ y volviera de nuevo a sus ideales y a su vocación intacta. Que realmente escuchara a su sabia esposa cuando en un momento le dice que él no trabaja para ganar dinero sino para transformar a la humanidad (y esta premisa no es válida tan sólo para la profesión que ejerce el protagonista sino para la mayoría de profesiones). Hasta que de pronto se les ocurrió que el mejor amigo del protagonista podría sufrir un accidente de tráfico y que éste fuese operado por uno de los nuevos amigos de profesión del protagonista… a partir de lo que ahí ocurre… el despertar doloroso cobra todo su sentido.

La ciudadela cuenta unos años cruciales en la vida de un joven médico (Robert Donat). Inicia su carrera médica con inexperiencia, ilusiones, sueños, ideales y un fuerte sentido de la ética médica que le hace enfrentarse con pacientes y compañeros. Nada le para. Trabajador e investigador incansable ningún obstáculo se le pone en medio para ejercer con la mejor calidad posible su profesión y con el mayor respeto hacia sus pacientes, tan complejos, tan humanos. Sus primeros puestos son como médico rural en zonas mineras donde la pobreza y la ignorancia asolan a sus habitantes… y donde muchos compañeros de profesión ‘aprovechan’ esa situación. La lucha le desgasta hasta tales niveles que cuando empieza a trabajar en Londres y se encuentra con un grupo de nuevos médicos a los que les interesa más enriquecerse que la propia profesión, no duda en incorporarse al grupo. Le ha pillado en un momento en que se encuentra cansado de obstáculos y de ser ‘expulsado’ de todos los sitios donde trabaja, de no poder prosperar y llevar una vida tranquila junto a su mujer. Entonces con ese nuevo grupo de ‘profesionales’ (donde nos encontramos con un jovencísimo Rex Harrison) siente tiene que luchar menos y que es más valorado por lo que tiene que por lo que es… hasta que su mejor amigo y su esposa (siempre a su lado, siempre crítica) le recuerdan su verdadera pasión.

Pero luego hay otras muchas historias que complementan el devenir del joven médico. Y entre ellas se encuentra la relación que establece con su compañera de vida. La joven maestra del primer pueblo donde trabaja (una maravillosa, natural y auténtica Rosalind Russell). Todas las escenas protagonizadas por ambos son una auténtica delicia, ‘otra película’ entrañable. Su primer encuentro infructuoso en la escuela, su conversación en la consulta, una declaración de amor absolutamente genial (donde aparentemente no hay cábida para el romanticismo… y sin embargo lo hay, y mucho), los dos compartiendo una taza de chocolate después de un momento de peligro, ambos trabajando juntos en la investigación de enfermedades, ella preocupada ante la pérdida de objetivos y de pasión de su amado…

La película de Vidor está llena de detalles y matices que hacen inolvidable su visionado. La vida y las duras condiciones de trabajo en los pueblos mineros, el cuidado en el reflejo de los interiores de las casas humildes, la falta de dotación y medios de los médicos rurales en sus consultas, la lucha infructuosa contra las altas instancias para la investigación y erradicación de enfermedades… Y por otra parte en Londres, cómo algunas clínicas privadas se aprovechan de sus clientes para sacarles la máxima cantidad de dinero posible con tratamientos inútiles o la falta de atención y abandono para aquellos ciudadanos que no tienen posibilidad de pagar por su curación…, las luchas entre colegas por mantener su influencia de poder, las trabas a la investigación y a la denuncia de malas prácticas…

Y por último King Vidor vuelve a mostrar que es grande como director. Con aparente sencillez realiza puro cine. Así es capaz de en un paseo de un médico feliz que acaba de salvar la vida a un recién nacido, enfrentarle con la muerte y la enfermedad cuando a través de la ventana ve cómo unos vecinos se encuentran alrededor de una tumba y cómo en la ventana hay un cártel que anuncia las fiebres tifoideas que está en manos de la administración solucionarlas (un arreglo y cambio de las alcantarillas) pero no quieren iniciar las obras ni gastar el dinero que supone… El doctor en un instante se da cuenta de que su lucha tiene que ser continúa e incansable. O la citada declaración de amor a una Rosalind Russell en bicicleta y con boina de un hombre que tiene claro que ella es su compañera y que además la necesita para que le den un puesto de trabajo… O la bajada a los infiernos, una mina insegura, para salvar la vida a un compañero atrapado… Así como el reflejo natural de los momentos cotidianos como las comidas en un restaurante italiano…

No será la última vez que la vea.

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