Fascinación (Obssesion, 1976) de Brian de Palma

Fascinación

Aviso: si no la has visto, y no quieres saber nada, sino mantener el suspense, advierto que cuento prácticamente toda la trama

Michael Courtland (Cliff Robertson), entre alucinado y fascinado (nunca mejor dicho), escucha a Sandra Portinari (Geneviève Bujold), una ayudante de restauración, que le explica cómo debajo de un fresco de la Virgen de Agnolo Gaddi había otra pintura más antigua, una especie de borrador, y que tuvieron que decidir entre restaurar el original, pero sin saber nunca qué había debajo, o ver lo que había oculto. Pregunta entonces a Michael que él qué hubiese hecho. Este contesta que conservar la pintura de Gaddi, y añade “debemos proteger la belleza”. Bien, algo así ocurre con este artilugio maravilloso que es Fascinación de Brian de Palma, donde está esta secuencia. Es mejor dejarse llevar por esta bella y retorcida historia de amor más allá de la muerte y por todo un metraje de ensoñación y nebulosa, que rascar y encontrar lo inverosímil que se esconde tras las imágenes. Algo semejante ocurría con su fuente de inspiración, algo que nunca ocultó Brian de Palma, Vértigo (Vertigo, 1958) de Alfred Hitchcock.

Hay películas donde es absurdo emplear la lógica, sino que lo mejor es dejarse fascinar obsesivamente y arrastrarse por sus imágenes escuchando una banda sonora brillante que hace que el espectador se deslice con emoción por cada una de las secuencias. Y es que es Bernard Herrmann, uno de los compositores de cabecera del maestro de suspense, quien creo la partitura para otra historia de amor obsesivo y oscuro. Si además se emplea como plató cinematográfico dos ciudades como Florencia y Nueva Orleans y la luz suave, como de sueño continuo, del director de fotografía Vilmos Zsigmond, se logra alcanzar un estado de hipnosis. Pero es que también, para escapar de toda lógica, la película cuenta con el espíritu atormentado de Paul Schrader en el guion. Schrader se dedica a bajar a los infiernos, para qué diablos quiere ser verosímil.

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El reverendo (First Reformed, 2017) de Paul Schrader

El reverendo

El reverendo Teller y Mary regalan dos momentos bellísimos y llenos de dolor.

Hay un libro de cabecera escrito por el director y guionista Paul Schrader titulado: El estilo trascendental en el cine. Ozu, Bresson y Dreyer. Porque una de las obsesiones de Schrader es atrapar lo trascendental en la pantalla de cine. Bresson ha sido una de sus muchas influencias, películas como Pickpocket (presente en American Gigoló) o El diario de un cura rural han dejado sus huellas en su filmografía. Si se puede decir que Taxi Driver, de Scorsese con guion de Schrader, fue una mirada extrema y dura de El diario de un cura rural, en El reverendo es más que evidente. En una entrevista reciente de Nando Salvà al director en El Periódico, Schrader explica a la perfección este círculo: “Cuando era joven escribí un ensayo en el que conectaba mi estricta educación calvinista con el trabajo de mis directores predilectos, como Yasujiro Ozu, Carl T. Dreyer y Robert Bresson. También de joven escribí Taxi driver (1976), que resultó ser mi llave de entrada en el mundo del cine. El reverendo conecta con ambas cosas. Recuerdo que cuando vi Pickpocket (1959) de Bresson por primera vez mi vida cambió para siempre. Hasta entonces, yo jamás había podido imaginar que las películas pudieran tener un efecto tan trascendental en el espectador e impactarlo tan profundamente. Por otro lado, nunca pensé que yo mismo fuera a hacer ese tipo de cine, tan intensamente espiritual. Sentía que no era lo mío. Pero hace un par de años pensé que me estaba haciendo viejo, y que ya era hora de escribir precisamente la película que me juré que nunca escribiría”. El reverendo es una película incómoda, intensa, sobria… y trascendental. No puede dejar indiferente a aquel que se ponga frente a ella.

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Aflicción (Affliction, 1997) de Paul Schrader

aflicción

Al guionista y director Paul Schrader nunca le podríamos imaginar en una comedia, es un creador-artista que refleja los ‘fantasmas’ y traumas de su vida y educación estricta en sus películas. Bajo la influencia de la religión (calvinismo) tiene un fuerte sentido de la trascendencia (que también analiza en un libro imprescindible sobre tres directores: Bresson, Ozu, Dreyer) pero nunca abandona los conceptos de culpa, pecado… Y claro difícilmente entra ahí la risa. No domino toda su obra como director (ni tampoco la de guionista) pero lo que he podido vislumbrar me ofrece ‘héroes’ atormentados que alcanzan la ‘redención’ de la manera más inesperada y donde la transgresión es la firma. Schrader encontró en el cine su medio para comunicarse (y curiosamente no pudo ver su primera película hasta que cumplió 18 años), para transmitir sus miedos y complejidades. Su obra como director, imperfecta y anómala, se mueve siempre entre lo inquietante y lo ambiguo… y no deja indiferente al espectador que se enfrenta a ella.

Aflicción es el reverso oscuro de Nebraska de Alexander Payne. A veces las películas hablan entre sí. Y yo creo que existe un diálogo oculto entre ambas. Diré que me gusta más la vida desde la mirada de Payne (que no toma, ni mucho menos, la vía fácil, ni más sencilla) y que me remueve, incomoda y deprime la mirada de Schrader… Creo que ambas ofrecen en un universo y paisaje similar las consecuencias que puede tener en nuestras vidas los padres que hayamos tenido, la infancia que hayamos vivido y cómo hemos sentido cada momento. Ambas películas hablan de lo que marca la genética y la inteligencia emocional. Arrastramos un pasado sobre nuestras espaldas… y a veces ese pasado ni siquiera lo vivimos pero su ‘carga’ se siente. Las familias de Nebraska y Aflicción son disfuncionales: una opta por el amor y la comprensión (a su manera) y otra por arrastrarse entre el odio, la violencia y la sumisión. En ambas el padre se encuentra en un momento donde su memoria ya es vulnerable y en ambas el alcohol ha supuesto un golpe continuo para cada uno de los miembros.

Pero ahora hablamos de Aflicción… que termina siendo el retrato y el tormento de un hombre a punto de estallar. Un perro rabioso que se contiene pero con unas ganas enormes de morder. Él mismo se lo explica a su hermano pequeño por teléfono. Lleva en sus genes los recuerdos de una infancia dura y el ADN de un padre violento que además es un alcohólico. Un hombre que aterroriza a sus dos hijos y a su mujer… A uno le da por huir y convertirse en profesor de historia (y contador de narraciones tristes…) y el otro se queda y va hundiéndose irremediablemente… Ella se queda a su lado, en silencio.

Y a ese otro (un Nick Nolte que sobrecoge) nos lo encontramos en un momento de su vida en que todo se derrumba y él (aunque no lo sabe) es más vulnerable que nunca. Profesionalmente no se siente realizado (es un ayudante de sheriff venido a menos), la relación con su hija cada vez se deteriora más y la relación con su exmujer ya hace tiempo que no puede ir peor… para colmo tiene un dolor continuo de muela que no le deja razonar tranquilo. En ese momento hay dos golpes que ponen patas arriba su vida ya errática: la muerte de un importante sindicalista durante una cacería donde éste iba acompañado por uno de sus compañeros de profesión y lo más parecido a un amigo. Y por otra el descubrimiento de que su madre ha fallecido (de manera tan triste y silenciosa como toda su vida) y por tanto el tenerse que hacer cargo de un padre (un temible James Coburn) que le marca con cada palabra y acto. Lo único que logra calmarle es el cariño de su novia, una vecina de toda la vida (una dulce Sissy Spacek).

De pronto no le sirve que lo que ha ocurrido con el sindicalista es un accidente sino que él mismo urde toda una trama conspirativa y destierra toda la corrupción latente en el sitio donde vive (en el que todo el mundo que conoce está implicado). Se vuelve una especie de ‘héroe’ solitario y justiciero al que nadie cree. Y todo sucede en un terreno ‘ambiguo’ entre realidad o ficción. ¿Es todo fruto de su imaginación o no es tan descabellado lo que piensa? Al estrés que le provoca este caso que le obsesiona, ve cómo su vida emocional se desmorona cuando su padre vuelve a hacerle salvajemente daño con palabras hirientes y más cuando siente que no puede huir de la violencia que genera éste a su alrededor. No puede controlar esta violencia que va poseyéndole rompiendo definitivamente la relación con su hija y con su novia que ven el monstruo que emerge (y que nada pueden hacer para calmarle)… Todo unido al maldito dolor de muela…

Es como si ese dolor de muela distorsionara todo. Ese hombre que arrastra dolor físico pero lo que le rompe es el dolor emocional… siente que la cabeza le estalla… y de pronto cree que lo único que puede tranquilizarle es arrancarse de cuajo lo que le provoca dolor. Una muela podrida. Y de pronto su cabeza le dicta que todo está podrido no sólo su muela. Y que tiene que arrancar todo lo que le hace infeliz… y desaparecer. Entonces toma determinaciones fatales, con la mente fría, sin dolor físico. El perro rabioso, ataca…

Y es que su vida siempre ha estado sumida en la aflicción: entre la tristeza y la angustia moral, siente sufrimiento físico y pesadumbre moral… No puede con su vida. No puede con él mismo. Ve a su padre, y sabe lo que le espera. De pronto la única salida que encuentra, es la única que ha aprendido, la violencia.

Aflicción no es ni mucho menos perfecta (me desconcierta el punto de vista -pero esta cuestión daría para otro post entero- porque según se interprete se podrían contar historias muy diferentes y por eso me desconcierta el personaje del hermano menor, Willem Dafoe), es irregular y anómala (y por eso tremendamente atractiva), pero el personaje de Nick Nolte… lleva la batuta y arrastra al espectador a una historia triste sobre la herencia genética y emocional que dejan los padres a sus hijos en un paisaje desolador y nevado…

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