10 razones para amar El síndrome de China (The China Syndrome, 1979) de James Bridges

El síndrome de China

Razón número 1: Periodismo y cine

El síndrome de China es un ejemplo más de un matrimonio muy bien avenido: periodismo y cine. Desde el cine mudo hasta la actualidad esta pareja continúa dando buenos frutos. Los periodistas siguen siendo personajes llamativos para protagonizar una historia. Esta vez esta película se centra en una reportera de televisión junto a su equipo: un realizador y un técnico de sonido. Los tres están en una central nuclear de California realizando un reportaje rutinario sobre el funcionamiento de la planta cuando son testigos de un accidente nuclear, que parece finalmente controlado. Mientras han sido testigos, en una sala de seguridad, de todo lo que estaba pasando, el cámara, aunque les han dicho expresamente que no podían grabar, deja la cámara funcionando. El conflicto surge, entre otros motivos mucho más graves, porque hay imágenes de un acontecimiento que es silenciado.

La periodista Kimberly Wells (Jane Fonda), presentadora y reportera, es una cara prometedora para la cadena de televisión en la que trabaja. Lo único que el tipo de reportajes que realiza tienen más que ver con noticias ligeras y de entretenimiento que con el periodismo de investigación. Pero la ambición de Wells es llegar a hacer este tipo de periodismo.

El realizador y el sonidista son independientes, vamos autónomos, y tienen menos presiones con los mandamases de la cadena (lo máximo que les puede pasar es que no les vuelvan a llamar), así que tienen claro llevar a cabo un periodismo comprometido. Richard Adams (Michael Douglas) tiene además un posicionamiento claro en contra de las centrales nucleares.

En El síndrome de China se representa el funcionamiento de un canal de televisión, en concreto de un telediario, a finales de los años setenta, antes del boom digital. Con el estrés, los tiempos justos, las consecuencias de los directos, los cortes de conexión, pero también los intereses de las cadenas, las presiones y muchas cosas más que la verdad poco han cambiado.

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Diccionario cinematográfico (231). Cabina telefónica

Los pájaros

La cabina telefónica como refugio.

Quién me diría que la cabina telefónica terminaría siendo un elemento urbano del pasado. Y de pronto me entra la nostalgia. ¡Cuántas veces utilicé las cabinas en la calle! ¡Cuántos nervios porque no funcionaba o porque te quedabas sin monedas y veías que se iba a cortar la llamada! ¡Alguna vez llegué a dictar una noticia por una de ellas! Por supuesto el cine tiene cabinas, cabinas míticas.

Siempre que se nombran aquí particularmente nos viene a la cabeza un mediometraje de Antonio Mercero angustioso, La cabina (1972).

Pero tampoco se nos olvida una Tippi Hedren horrorizada, que ve desde una cabina los ataques de los pájaros y que observa cómo intentan también traspasar el habitáculo donde está protegida. Hedren atrapada en Los pájaros (1963)

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Cuatro reflexiones alrededor de La guerra de los Rose (The War of the Roses, 1989) de Danny DeVito

laguerradelosrose

1.- El momento de la ruptura. Sin duda el momento clave de La guerra de los Rose ocurre en el dormitorio conyugal, cuando Barbara Rose le dice a su esposo Oliver (él acaba de pasar el susto de creer que perdía la vida con unos síntomas similares a un infarto y está molesto porque su mujer no ha acudido ni a verle ni a cuidarle) que cuando iba en el coche para ir al hospital de pronto tuvo miedo de lo que podía pasar en el futuro. Oliver (Michael Douglas) cree que su esposa va a decir que tuvo miedo a su pérdida, a su ausencia, y comienza a acercarse de nuevo a ella. Y de pronto Bárbara (Kathleen Turner) confiesa, fría, que se sintió liberada, que se dio cuenta de que todo le iría mejor que nunca si él no estaba en su vida. Finalmente le pide le divorcio. Y él se siente humillado, apaleado.

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