Delicatessen francés (IV). Yoshiwara (Yoshiwara, 1937)/Suprema decisión (Sans lendemain, 1940) de Max Ophüls

Cada descubrimiento de una película de Ophüls, me hace amar más su obra

La representación del amor según Max Ophüls (I). Yoshiwara (Yoshiwara, 1937)

Yoshiwara

Yoshiwara es un barrio de geishas, tras sus muros se esconde el placer. Ahí van a parar los marineros que bajan de sus barcos. Así ocurre con un barco ruso, bajan varios hombres y, entre ellos, el teniente Serge Polenoff (Pierre Richard-Willm), encargado de que los demás no cometan ningún exceso y vuelvan a su hora al barco. Yoshiwara es una tragedia de finales de siglo XIX. Una historia de amor desgarrada. Un triángulo de amor que acaba con el peor de los destinos. Serge no busca el amor y lo encuentra. Lo encuentra en una triste y bella geisha, Kohana (Michiko Tanaka), justo en la noche que tiene que ejercer por primera vez como tal, pues no ha tenido más remedio que tomar ese camino. Los dos sin esperarlo se unen en una historia de amor trágica, pero con un momento de ilusión.

Serge y Kohana fantasean sobre su futuro en Rusia. Él le da a ella un vestido de fiesta. Y se miran felices frente un espejo. A partir de ahí empiezan a imaginar una noche en la ópera, un paseo en trineo… Es la felicidad más absoluta en el interior de una habitación en Japón. Max Ophüls representa en la imaginación de los amantes ese día futuro que nunca llegará y lo convierte en el más hermoso de los días. Ya solo por esa secuencia merece la pena el visionado de Yoshiwara.

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Max Ophüls y la otra cara del sueño americano. Atrapados (Caught, 1949)/Almas desnudas (The Reckless Moment, 1949)

Caught

La heroína de Atrapados (Caught, 1949) encerrada en una mansión-pesadilla.

Max Ophüls, huyendo del nazismo, tuvo que exiliarse unos años en América (1941-1949). No lo tuvo fácil en Hollywood y hasta 1946 no pudo empezar a dirigir. No obstante, no le faltaron buenos amigos y admiradores de su trabajo. Las dos últimas películas que dirigió allí son oscuras, con muchos elementos de cine negro, y una crítica incisiva al modo de vida americano, al sueño… Las dos son protagonizadas por mujeres (como era habitual en su filmografía). En una la heroína es la interesante Barbara Bel Geddes y, en la segunda, la protagonista es una de las reinas del cine negro, Joan Bennett. De hecho la primera película es la parte oscura del cuento de Cenicienta con príncipe siniestro y unas gotas de noir. Y la segunda es un melodrama familiar con puro cine negro a cuestas. Max Ophüls es un director siempre brillante que hace magia con la puesta en escena y los movimientos de cámara. En estas dos películas, bastante más austero, pero con un uso inteligente, virtuoso y al servicio de las historias que quiere contar, como iremos viendo. Y en las dos películas repite con un actor que siempre da muestras de su versatilidad y de los matices que emplea para la construcción de personajes: James Mason. Si en la primera se convierte en un doctor que sabe dar al dinero su justo papel, que es tremendamente crítico con el mundo en el que vive, apasionado de su trabajo y dolorosamente realista, y que además sabe ver al monstruo oscuro que domina la vida de su amada; en la segunda es un perdedor chantajista, que ha llevado siempre una mala vida, y que se transforma ante la mujer chantajeada. De pronto desea lo que nunca ha tenido, y quiere, obsesivamente, que esta mujer no pierda el estatus que nunca logrará alcanzar…, se enamora idílicamente (locamente diría yo) y realiza una de las redenciones más tristes.

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Casa de Tolerancia (L’apollonide. Souvenirs de la maison close, 2011) de Bertrand Bonello

casadetolerancia

Recuerdo que solo se estrenó en una sala en Madrid y que me quedé con muchas ganas de verla. Se me escapó en su momento. Ayer desayunando, estaba leyendo una revista y me encontré con que la Filmoteca Española la proyectaba esa misma noche en su sección Si aún no la has visto. Y me dije, no la he visto y tengo que aprovechar esa oportunidad. Y mereció la pena la visita a esa preciosa sala 1 del cine Doré.

Casi al principio hay una conversación clave entre un cliente y una prostituta que define la esencia de esta película de Bonello, absolutamente demoledora. La prostituta le dice que entre las cuatro paredes de ese burdel de lujo apenas cambian las cosas, muy poco a poco, apenas se percibe. Como la vida misma, como la Historia. Cuando se está dentro parece que los cambios se producen con lentitud, visto desde lejos, con la perspectiva del tiempo… se notan y sienten esos cambios. Precisamente la prostituta que tiene esta conversación sufre un cambio radical tras una agresión brutal. Pero lo demoledor (y eso se refleja perfectamente en la escena final) es que en esencia los seres humanos apenas han cambiado y por eso se repiten una y otra vez ciertos comportamientos que dañan, que duelen.

Casa de Tolerancia narra la historia de un burdel de lujo parisino durante algo más de un año, justo al final del siglo XIX… cuando se va a dar el cambio de siglo. Prácticamente toda la película transcurre en el interior, excepto una excursión que realizan la madame y sus jóvenes pupilas al campo (como un respiro ilusorio de libertad). Casa de Tolerancia es como la cara oscura del episodio de otra casa de tolerancia de El placer de Max Ophüls (la maravillosa adaptación del cuento de Maupassant, La Casa Tellier). Por algunas conversaciones entre los clientes y las prostitutas podemos situar históricamente la trama. En un momento se habla del caso Dreyfus (que tendrá repercusiones demoledoras, precisamente en una de las prostitutas que su apodo es La judía). Y luego se nombra también la situación económica de los clientes de la casa: políticos, aristócratas ya en un periodo de decadencia y una consolidada y cada vez más rica clase empresarial (sobre todo del mundo textil). Todos los clientes exteriormente se muestran impecables, exquisitamente educados y señoriales… e interiormente decadentes, llenos de perversiones y sin ningún escrúpulo a la hora de sentir el placer… Algunas prostitutas sueñan con que su vínculo con sus clientes las va a sacar de la situación en la que se encuentran pero de una manera u otra siempre se dan cuenta de que solo es un sueño o un deseo irrealizable.

En esa Casa de Tolerancia sus clientes desconectan del exterior y solo se dedican al placer y la sensualidad así como al cumplimiento de sus fantasías sexuales. Bertrand Bonello (en su primera película estrenada en España y ahora a la espera de Saint Laurent) recrea ese ambiente con exquisitez, belleza y elegancia. Pero a la vez va profundizando en el mundo y en el alma de las prostitutas y en la ‘cárcel’ en la que están encerradas. Si pueden llegar a no hundirse es por una especie de solidaridad femenina que las hace apoyarse y quererse unas a otras. Y la seguridad que de alguna manera, aunque una seguridad cárcel, que las da el vivir en esa casa (algo que está a punto de desaparecer y romperse…, están abocadas a un cambio drástico de su situación… pero no a un cambio en sus vidas y profesión, seguirán atrapadas… hasta el tiempo presente). Ante la belleza estética de las imágenes y de este mundo de sensualidad, que se convierte casi en un imaginario onírico, Bonello introduce sabiamente un submundo agobiante, con notas de pesadilla, que muestra a la vez la decadencia moral de un mundo que se desmorona y donde las chicas se convierten en víctimas de una sociedad que las atrapa, las deja sin salidas y las devora con crueldad (y que se perpetua en el tiempo).

Bonello además se arriesga formalmente al contar esta historia y desde luego el visionado de Casa de Tolerancia no pasa desapercibido. Es un abanico de opciones sensoriales y auditivas que crean un espectáculo visual que envuelve. No solo sus travellings o sus pantallas partidas o las voces en off sino también el inteligente uso de una banda sonora que crea unos efectos que logran una sensación de extrañamiento (ante los anacronismos… como esa escena de las prostitutas en un momento dramático y de clímax bailando entre ellas Night in white saten) e hipnotismo ante lo que estamos viendo. A veces parece que toma el punto de vista de una de las prostitutas (ese es otra de sus características formales el cambio del punto de vista que provoca la repetición de escenas) que trata de huir de su malestar espiritual y su desencanto fumando opio… y efectivamente esa es la sensación, como si los espectadores estuviéramos pasándonos esa pipa de opio unos a otros. Además esa sensación onírica hace que se llegue a momentos grotescos y a otros momentos de signo fantástico. Se crea también un universo femenino especial que es secundado por un reparto de actrices que dejan en pantalla toda su naturalidad y sensualidad además de ir dotando a cada uno de sus papeles de una personalidad trágica.

Bertrand Bonello va dejando así una radiografía de una casa de tolerancia de lujo de finales de siglo y deja ver su espíritu. Sus momentos de placer, sus miedos, sus risas, sus desgracias, sus humillaciones continuas… en un mundo cerrado que no tiene piedad alguna. Así vemos historias que nos van desgarrando como la prostituta que es agredida brutalmente y marcada por uno de sus clientes que la rasga la boca dejándola una sonrisa perpetua, la joven de provincias que llega a la casa para ejercer de prostituta, aquella que está ya cansada de su situación y que se da cuenta de que prácticamente es imposible salir de ese bucle (todas terminan endeudadas con la madame que las ata a la casa sutilmente) y se consuela con el opio hasta que llega un momento en que se ilusiona pensando que quizá un cliente le permita huir, o la otra que es la alegría y sensualidad de la casa hasta que contrae sífilis o los problemas económicos de la madame para mantener la casa en funcionamiento (con todo lujo de detalles, champán en copas de cristal, atuendos, peluquería, atenciones y revisiones médicas…).

Casa de Tolerancia muestra a un cineasta galo a tener en cuenta capaz de un virtuosismo visual evidente pero también nos arrastra a una mirada de la Historia bastante interesante que deja varias reflexiones y tesis para analizar.

 Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

360. Juego de destinos (360, 2011) de Fernando Meirelles

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La nueva obra cinematográfica de Fernando Meirelles está pasando con indiferencia y frialdad tanto en el mundo de la crítica como en el universo de los espectadores. Yo no quería dejarla escapar pues tengo cierta querencia por la mirada de Meirelles (y por su forma de rodar así como el empleo de la narración cinematográfica) y me ha resultado una experiencia muy interesante enfrentarme a su análisis. 360 me ha sorprendido más de lo que esperaba y creo que en el futuro, en retrospectiva, ganará más cinéfilos a su causa.

Ciudad de Dios supuso su reconocimiento, El jardinero fiel significó su consagración, A ciegas fue una prueba de fuego y supuso su primer enfrentamiento a críticas muy negativas… Y 360 ha sido relegada sin darle oportunidad alguna.

Si hay una especie de género que me fascina es el que reúne varias historias en una misma trama. A veces todas esas historias confluyen en un fin determinado u otras son una cadena de historias diferentes que se unen porque ocurren en un mismo escenario, un mismo día, una misma hora, en un mismo acontecimiento o las unifica un objeto, una prenda… Algunas películas de vidas cruzadas (como suele denominarse a partir de la película de Robert Altman… aunque el fenómeno ya se daba desde el cine silente) son fallidas y otras son verdaderos monumentos cinematográficos. 360 se sitúa en el justo medio.

Desde Griffith (Intolerancia) pasando por Fritz Lang (Las tres luces), merodeando por la maravillosa película de Duvivier, Seis destinos, hasta llegar a las Vidas cruzadas de Robert Altman, Nueve vidas de Rodrigo García o Magnolia de Paul Thomas Anderson y aterrizando en un ejemplo de cine nacional como Una pistola en cada mano de Cesc Gay… las películas que encadenan una historia tras otra gozan de buena salud.

El guion de Peter Morgan se inspira muy lejanamente en un referente literario (del que más bien toma el tema principal y un acercamiento a la estructura): La ronda de Arthur Schnitzler (que la tengo pendiente de lectura). En su momento fue una obra muy polémica pues Schnitzler a principios del siglo XX planteaba historias encadenadas sobre la pareja y la sexualidad. El dramaturgo fue admirado por un contemporáneo suyo que estaba elaborando el psicoanálisis, descubría el subconsciente y la importancia de la sexualidad en el ser humano: Sigmund Freud. La ronda consistía en diez escenas protagonizadas cada una por una pareja de amantes. Siempre uno de los integrantes de la pareja aparecía en la siguiente historia… de tal manera que quedaban las diez historias encadenadas. Esta obra dramática sí ha tenido reflejos fílmicos más similares al original en la pantalla blanca, la más recordada es la de Max Ophüls que se titula igual (y que se encuentra en mi baúl de películas pendientes) pero también la adaptó Roger Vadim en Juegos de amor a la francesa (La ronde).

360 trata el tema del amor, la sexualidad y las relaciones humanas y va encadenando todas las historias creando una ronda circular (empieza y termina con tres personajes: una prostituta eslovaca, su hermana y el proxeneta austriaco). Lo que nos dice el monólogo interior de uno de los personajes es que los seres humanos siempre nos encontramos en un bifurcación y tenemos que decidir qué camino elegir. Depende del camino la vida nos lleva a un sitio o a otro. Somos lo que decidimos. Pero da un paso más… nuestra decisión afecta a otros y encadena otra ristra de bifurcaciones. En una entrevista Morgan, el guionista, explica que quería mostrar cómo en un mundo globalizado todas las acciones tienen consecuencias y se propagan (como ha ocurrido con la crisis económica).

De este modo son las decisiones de cada uno de los personajes lo que va unificando una historia con la otra en 360 y así van tomándose el relevo. Un personaje secundario en una trama se convierte en protagonista en la siguiente… quedando finalmente un mosaico de relaciones humanas y decisiones.

360. Juego de destinos cuenta además con un magnífico trabajo de actores. Un reparto coral donde desconocidos y estrellas de la talla de Anthony Hopkins, Jude Law y Rachel Weisz desarrollan y construyen personajes. Los personajes son de distintas procedencias: americanos, británicos, eslovacos, rusos, brasileños, austriacos, franceses… y de diferentes grupos sociales. Y también las historias se desarrollan en distintos escenarios: París, Austria, Berlin…, un hogar familiar, un avión, un aeropuerto, un hotel, un coche…

En este cruce de historias hay algunas que pasan más desapercibidas (aunque todas son interesantes y están bien construidas) y otras que se muestran más efectivas dentro del conjunto. La que esto escribe se queda con la impresionante historia, con mucho suspense bien dosificado, en un aeropuerto americano entre una joven brasileña que acaba de  abandonar a su novio por las infidelidades y la relación que establece con un joven (un sorprendente Ben Foster) que acaba de cumplir una condena por agresión sexual y se encuentra en un programa de inserción. Y la otra es la historia que une a la hermana de la prostituta eslovaca con el chofer de un mafioso ruso.

Como acostumbra Fernando Meirelles 360 tiene una impecable factura visual (además de un uso adecuado y cuidado de la banda sonora) y muestra cómo sabe contar historias a través del lenguaje cinematográfico que como ya se reflejaba en El jardinero fiel cada vez emplea de forma más elegante y pausada. Cómo juega con la arquitectura de la casa, los espejos, las puertas y la posición de los personajes en la historia de Jude Law y Rachel Weisz. La forma que tiene de rodar el matrimonio roto entre la ayudante del dentista y el chofer ruso durante un desayuno conyugal frente una ventana luminosa. La angustia continua en la manera de rodar y presentar al personaje de Ben Foster…

Pienso que 360. Juego de destinos no es una obra fallida dentro de la filmografía de Meirelles sino una obra cinematográfica (que aunque sea de encargo vuelve a dejar su rúbrica) que le confirma como un director con una trayectoria interesante para seguir y analizar.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.