Madame Bovary (Madame Bovary, 1949) de Vincente Minnelli

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El elegante y aristocrático Rodolphe (Louis Jourdan) ofrece su mano a Madame Bovary (Jennifer Jones) para que baile con él un vals. Antes Emma ha rechazado a un montón de pretendientes porque no sabe bailar ese estilo. Justo cuando se mira en un lujoso espejo y ve reflejada una imagen que le agrada, la imagen bella que ha soñado tantas veces en las novelas románticas, en las revistas de moda y últimas tendencias… la culminación de su felicidad… una mano la invita a bailar. La mano de Rodolphe, el hombre imaginado con porte de príncipe azul. No puede rechazar la invitación y empieza a dar vueltas y vueltas al salón en el baile del marqués de Andervilleirs donde ha sido invitada junto a su esposo Charles Bovary (Van Heflin), un humilde médico rural. Giran y giran sin parar. Emma va perdiendo la cabeza y la noción de la realidad. Y le dice a ese príncipe azul que se está mareando que tiene que parar. Pero él no para y grita la situación de su compañera de baile. Entonces el marqués ordena la ruptura de ventanas para que entre el aire. Los mayordomos toman sillas y las estampan contra las ventanas mientras la pareja gira y gira. Emma está en un momento de extasis total. Entonces su marido borracho, que no ha logrado integrarse en la velada y que se ha sentido fuera de lugar todo el rato (como ya preludiaba) pero que sólo quería hacer feliz a su esposa, ve desde lo alto de una escalera ese extasis en su esposa, esa felicidad, y quiere compartirla con ella. Y baja las escaleras llamándola, borracho, y se mete entre los que bailan intentando alcanzarla. Entonces Emma le oye, le ve y se da cuenta de la realidad. Su marido llega hasta Rodolphe y le pide que le deje bailar con su esposa… pero ésta sale despavorida del salón de baile. Su sueño de belleza ha terminado.

Vincente Minnelli en esta escena maravillosamente coreografiada y filmada logra reflejar totalmente el estado del alma de Madame Bovary. Sus anhelos y sueños… y su siempre choque brutal con la realidad. Una realidad que ella rechaza porque no se parece a la que imagina o sueña. Capta así la esencia del personaje de Emma Bovary en una película llena de decisiones de puesta en escena y de puntos de vista que enriquecen esta adaptación cinematográfica de la novela de Gustave Flaubert. Es una mirada personal que parte de un punto de vista privilegiado. Lo que nos es narrado en la película (y que es lo que nos deja claro que va a ser una adaptación especial, una mirada personal…) es la defensa del personaje de Emma que realiza el propio Gustave Flaubert (James Mason) cuando está siendo condenado en un juicio por escribir una obra literaria inmoral.

Y es este punto de vista muy interesante porque lo que se trata es de entender a Emma Bovary. Es curioso, al buscar en la Red información sobre Robert Ardrey, guionista encargado de la adaptación, se señala que además de guionista fue un conocido ensayista especializado entre otras cosas en antropología y etología. Y se notan esos conocimientos porque todos los personajes y el ambiente en el que viven están perfectamente dibujados. Sus comportamientos y motivaciones. Así, como entiende Flaubert a su heroína, los espectadores también. Y nos provoca una tremenda tristeza. Pero no sólo está perfectamente reflejado el personaje y las motivaciones de Emma sino que cada uno de los personajes secundarios están perfectamente construidos.

Sin duda el otro gran personaje (por lo menos para la que está tecleando en su vieja máquina sin parar) es Charles Bovary con el rostro de Van Heflin. El retrato es perfecto. Un médico rural sin ambiciones, tan sólo aspira a una vida tranquila al lado de su familia y en una pequeña localidad. Un hombre consciente de sus limitaciones y profundamente enamorado de su esposa, fiel, que nunca la abandona, que trata de entenderla cueste lo que cueste. Un hombre que no busca la aventura sino vivir el día a día. Un hombre bueno pero sin horizontes. Y un hombre que nunca miente a Emma. Al principio la avisa: no es el príncipe que ella espera… Juntos se ven abocados a una relación destructiva que no dará la felicidad a ninguno, sólo desolación.

Además Vincente Minnelli emplea con maestría los elementos de un género clave en su filmografía (además del musical), el melodrama. Un melodrama en blanco y negro que llega sin embargo a escenas de cartasis como es toda la secuencia de la agonía y muerte de Emma Bovary tras su intento (y finalmente logrado) suicidio.

Son muchas las decisiones de puesta en escena que hacen avanzar la historia y contarla de una determinada manera. Como ese juego de espejos durante toda la película: los distintos momentos en los que la heroína se ve reflejada en uno y que cada momento significa una evolución en el personaje y su situación. O esa maravillosa metáfora de una novia hermosa vestida de blanco en una boda rural de la que ella quiere huir. Se avergüenza de los suyos. Se siente fuera de lugar. Y lo percibimos desde el primer instante. Ella quiere huir a toda costa de la mediocridad, de lo feo… Quiere construir el mundo de sus fantasías, quiere volar y no sentirse atada y condenada a una existencia sin emociones. Otro momento inspirado es esa Emma asomada a la ventana anticipándose a las acciones de sus vecinos en un nuevo día, dando a entender la monotonía de su vida…

Madame Bovary es una buena propuesta estilística de Vincente Minnelli que vuelve a demostrar su empleo y uso del lenguaje cinematográfico para realizar una película rica en matices. Su arriesgada adaptación de la novela de Flaubert da un fruto sabroso y se viste además con todos los ingredientes de un buen melodrama protagonizado por personajes tremendamente humanos… empezando por la propia Emma.

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