Ava Gardner. Con su propia voz (Hojas nuevas. Grijalbo, 1991)

Ha caído en mis manos un libro de hace bastantes años: la autobiografía de Ava Gardner. En una posdata se explica que la actriz, antes de morir en 1990, estuvo durante dos años trabajando en esta publicación, contactando con viejos amigos y seleccionando fotografías. A partir de noventa cintas magnetofónicas se dio forma al libro.

Así durante las 370 páginas tienes la sensación de que es Ava la que está contándote su historia durante una charla, tomando un té en su casa de Londres. Una mujer con mucho ya vivido a cuestas y que te cuenta su vida cómo quiere y solo lo que quiere, sin filtros. Sus últimas palabras son: “Una cosa que siempre he sabido es que el proceso de madurar, de envejecer, y de acercarse a la muerte nunca me ha parecido temible. Y ¿sabes?, si tuviese que volver a vivir mi vida, la viviría exactamente igual. Tal vez un par de cambios aquí y allá, pero nada en especial. Porque, la verdad, encanto, es que he disfrutado de mi vida. Me lo he pasado en grande”.

Pero, sin embargo, en su relato hay momentos intensos, donde efectivamente lo está pasando en grande, y otros muy duros. Así es la vida. Sueños, alegrías, desencantos, frustraciones, amores, complejos, desamores… También entre medias se intercalan testimonios de gente que estuvo a su lado, mostrando diferentes facetas de la actriz: amigos del mundo del cine (Arlene Dahl o Gregory Peck), familia (Myra Gardner) o personas cercanas como su asistente, Mearene Jordan.

Ava Gardner no da importancia a su carrera; es más, es crítica con la mayoría de sus trabajos cinematográficos. Da la sensación de que nunca se sintió realmente una buena actriz. Algunas películas ni las nombra y, de otras, se palpa su desilusión. También hubo largometrajes que recuerda con cariño como Mogambo. No obstante, deja anécdotas a tener en cuenta de cada una de las películas que nombra, como cuando la doblaron para Magnolia, un musical con el que estaba bastante contenta. O sus experiencias con John Huston, por ejemplo, en La noche de la iguana, una de mis películas favoritas de la actriz.

Y es que un análisis de la carrera cinematográfica de Ava muestra algo que también ocurre en las filmografías de Rita Hayworth o Marilyn Monroe. Ellas son en ocasiones lo único que importa en algunas de sus películas, es su presencia lo que cuenta. Con sus obras cinematográficas y algunas de sus secuencias se puede contar mucho de sus vidas. Sus personajes avivan su leyenda. Para entendernos, con ocasión de la lectura de este libro, decidí volver a ver Fiesta (1957) de Henry King.

Sin Ava, la película quizá hubiese caído más todavía en olvido, pero es que además lady Brett Ashley, su personaje, hace pensar en cómo vivía ella, con intensidad, en nuestro país. El personaje también refleja su relación con los hombres (cómo vivía sus amores y cómo la miraban ellos). No es una película redonda, y como Ava explica tampoco fue del agrado de Hemingway ni de ella misma, pero una se fija en lady Brett y piensa en los paralelismos con su vida. Bueno, un pequeño apunte: para mí esta película es Ava Gardner, pero también Errol Flynn.

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Marilyn, la estrella trágica

Marilyn nunca sepultó a Norma Jean. Y nunca fue tan evidente como en Encuentro en la noche.

Cuando el filósofo y sociólogo Edgar Morin escribió en 1957 su ensayo Las estrellas del cine, Marilyn Monroe era una estrella rutilante y entraba perfectamente en su análisis. De hecho, la nombra varias veces. Sin duda, ella hubiese sido uno de los capítulos centrales si lo hubiese armado después de su muerte. Al igual que James Dean, que había fallecido en 1955, tenía capítulo propio; ella hubiese tenido el suyo. No obstante, ya dejaba reflexiones de interés para entender el fenómeno Monroe. Su presencia continúa hoy, actual, tanto que es posible que pronto se estrene una película de la que ya se ha hablado bastante sin todavía haberse visto una sola secuencia, tan solo los fotogramas del making off (hubo ya noticias del proyecto en el año 2010): Blonde, de Andrew Dominik. Una adaptación de la novela de Joyce Carol Oates alrededor de Marilyn Monroe.

Morin explicaba que “la estrella es una mercancía total: no hay un centímetro de su cuerpo ni una fibra de su alma ni un recuerdo de su vida que no pueda arrojarse al mercado”. Y añadía: “la estrella es también como esos productos manufacturados a los cuales el capitalismo, ya industrial, asegura su multiplicación en gran escala. Después de las materias primas y las mercancías de consumo material, las técnicas industriales debían apoderarse de los sueños y el corazón humano: la gran prensa, la radio, el cine nos revelan desde entonces la prodigiosa rentabilidad del sueño, materia prima libre y plástica como el viento, a la que basta formar y estandarizar para que responda a los arquetipos fundamentales de lo imaginario. El standard tenía que encontrarse un día con el arquetipo. Los dioses tenían que ser fabricados un día. Los mitos tenían que convertirse en mercancía. El espíritu humano tenía que entrar en el circuito de la producción industrial, no ya solo como ingeniero, sino como consumidor y como consumido”.

La tragedia de Marilyn es que hubo un momento que quiso salir de la rueda del star system que la había lanzado, porque deseaba dejar de ser estrella y convertirse en una actriz. Sin embargo, no pudo huir de la maquinaria industrial ni después de su muerte. De hecho, Marilyn Monroe continua siendo estrella rentable.

Y uno de los fenómenos más curiosos es que tampoco se ha dejado de escribir sobre ella o de analizar cada segundo de su vida. Siempre surgen nuevos seguidores. Sí, se ha convertido en icono cultural, y se vierten a su alrededor un montón de reflexiones, análisis, opiniones y críticas que o sirven para entender mejor diferentes aspectos de la historia del cine o que inventan más chismes o hacen más daño alrededor del mito. Al final unos tratan de responder o encontrar la esencia de Monroe o de hallar a esa Norma Jean vulnerable que se rompió u otros aprovechan el filón de la gallina de los huevos de oro. Es como si Marilyn pusiese su rostro y su cuerpo, sin nada dentro, y todos los bolígrafos y teclados produjeran diferentes almas.

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Al oeste del Edén. En un lugar de Estados Unidos, de Jean Stein (Anagrama, 2020)

Jennifer Jones, una de las protagonistas del libro Al oeste del Edén.

Al oeste del Edén… No hay duda, hay libros que te llaman. Leí una breve reseña… y sentí que necesitaba leerlo. Me acerqué a la librería más cercana y me lo llevé a casa. Empecé a leerlo y ya no lo solté. Lo leí en pocos días, y sé que volveré a él varias veces. Antes de comprarlo, indagué en la web de la editorial, y hubo algo que me impactó en la biografía de la autora: después de dos décadas de trabajo, un año después de su publicación, Stein con 83 años de edad se lanzó al vacío desde su apartamento en New York. Al ver la naturaleza del libro, estremece más este trágico final, pues entre las páginas se esconde una polifonía de voces, que narran las historias de cinco familias que habitaron en siete mansiones (Beverly Hills o Malibú) de Los Ángeles. Muchas de esas voces ya no existen; de hecho una de ellas es la de la misma Jean Stein, pero todas reviven la vida de esas familias en esas mansiones donde ya no están.

Son historias del pasado, historias de fantasmas. Y vuelven a la vida a través de la narración oral de testigos que aún viven o de otros que ya nos dejaron. En Al oeste del Edén cada historia familiar es contada por un collage de voces de distinta índole (familiares, amigos, vecinos, personas del servicio, gente de otras profesiones…). Y se dibuja además una peculiar historia de Hollywood, desde un punto de vista especial. Desde la intimidad de esas mansiones. Unas mansiones que se convierten en escenarios con vida propia. Cada historia familiar daría para un argumento de una buena película sobre Hollywood, puro cine dentro del cine. Como siempre, la realidad supera la ficción. Son historias reales, pero material de oro para dramas, melodramas e incluso puro cine negro proyectadas en pantalla grande. Hay ecos de Francis Scott Fitgerald, Nathanael West, William Faulkner o de Raymond Chandler…, ellos también recogieron historias de Los Ángeles, sabían lo que escribían. Y entre las voces que narran esas intimidades familiares o los mundos que les rodeaban se encuentran también las de otros escritores como Joan Didion o Arthur Miller, que ofrecen su mirada propia.

Es apasionante cómo se encadenan unas historias con otras. Es decir, las voces presentes como meros testigos en algunas de las narraciones familiares se convierten en protagonistas en otras. Y también poco a poco van surgiendo una retahíla de nombres relacionados con Hollywood protagonizando sus películas reales, sus historias personales.

Pero además Jean Stein refleja en ese coro griego de voces, porque predomina la tragedia y el destino oscuro, una mirada clara. En el prólogo Mike Davis (escritor, historiador y activista político) cuenta cómo ejerció de chófer durante los años setenta en esos autobuses que mostraban a los turistas los secretos de Hollywood y Beverly Hills, un recorrido por las mansiones de los poderosos y de las estrellas. Y recuerda que en aquellos años Hollywood Boulevard representaba el epicentro de la marginación y la miseria. Cuando paraba en el Teatro Chino, donde las famosas huellas de las estrellas, los turistas no reparaban en el panorama que les rodeaba de prostitución, drogodependencia, violencia, pobreza… “porque les daba igual todo. No les estremecía la enorme distancia moral que separa el mito de Hollywood y lo que tenían delante. Qué va, la mayoría no veía otra cosa que su imagen preconcebida del paraíso. Era de locos”.

Stein va al corazón de esa imagen preconcebida en Al oeste del Edén y muestra que en las colinas de Bervely Hills o en las mansiones de Malibú, en ese mundo preconcebido de glamur y riqueza, se escondían todas las miserias y contradicciones humanas habidas y por haber. Un mundo oscuro y doloroso, lejos de la mitología hollywoodiense. Muchos habitantes llegaron desde la más absoluta pobreza para construir imperios de riqueza, fama y éxito… con pies de barro. Locura, drogas, alcoholismo, relaciones tóxicas, humillaciones, herencias psicológicas dañinas de padres a hijos, suicidios, asesinatos, traiciones, corrupción…, pero vestidos de lentejuelas, habitando majestuosas mansiones y organizando macrofiestas donde todos lucían máscaras de una vida feliz.

Al oeste del Edén. En un lugar de Estados Unidos es un libro triste, pero a la vez apasionante, donde ciertos nombres se ven desde otra luz. Entre sus páginas vuelven a estar llenas esas mansiones y las historias trágicas de sus inquilinos. Todo adquiere un tono fantasmagórico, onírico, extraño…, como si se estuviese proyectando en una pantalla de cine.

Las cinco familias

Las familias retratadas son los Doheny, los Warner, la de Jane Garland, la de Jennifer Jones, y la de la propia Stein.

La de los Doheny, parte del magnate del petróleo Edward L. Doheny, un hombre que de la miseria pasó a amasar una fortuna, pero se va detallando la truculenta historia familiar que culmina con dos muertes en extrañas circunstancias, nunca aclaradas, en Greystone, la mansión que Edward construyó a su hijo Ned, y un largo juicio por corrupción. Edward L. Doheny sirvió de inspiración tanto a Raymond Chandler como a Upton Sinclair, y su figura pulula en el fondo de Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson. Aunque según uno de sus bisnietos: “lo que cuenta Pozos de ambición es totalmente apócrifo. No hay ni una pizca de verdad en esa película; menos el principio, cuando está solo en el pozo y empieza a cavar. Mi bisabuelo siempre contaba que se cayó en un pozo y se rompió las piernas. Pero todo lo demás, pura y simple bosta de caballo”. Esa es una de las riquezas de Al oeste del Edén, que es poliédrico, y cada historia familiar tiene un montón de miradas y puntos de vista, algunas incluso se contradicen, lo que hace más apasionantes y complejas cada una de las narraciones. Es la época del gran magnate del petróleo, pero también del nacimiento de la industria del cine. Así en pleno juicio Edward acudió a “Cecil B. DeMille, que en aquel entonces era el director de cine más famoso de Estados Unidos, y le pidió que filmara un biopic. Quería, básicamente, que DeMille rodara una película hagiográfica que le reflejara como una persona apasionante, glamurosa y muy patriota” (Richard Rayner, historiador y novelista).

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Tierras de ningún lugar. Utopía y cine, de Antonio Santos (Cátedra —Signo e imagen—, 2017)

Shangri-La, un espacio utópico de Frank Capra, de su película Horizontes perdidos. El ensayo de Antonio Santos propone un viaje a través de utopía y cine

¿Qué tienen en común películas tan dispares como El show de Truman, Horizontes perdidos, Brigadoon, La Misión, La taberna del irlandés, Almas de metal o Un lugar en el mundo? Todas tienen su lugar en este interesante ensayo de Antonio Santos, porque con cada una de ellas puede analizarse y tocarse un matiz de un término infinito en sus posibilidades: la utopía.

Hay una cita que siempre me ha perseguido y que recoge también esta obra. Su autor es el uruguayo Eduardo Galeano y dejó las siguientes palabras: “¿Para qué sirve la utopía? Sirve para esto: para caminar”. Y ahí está el quid de la cuestión, la humanidad siempre ha tratado de idear un “mundo feliz”. Y en ese espacio solucionar todos los males que nos aquejan. Esos mundos felices se han escrito e imaginado, y algunos incluso se han intentado formalizar, convertirlos en reales. En estos “experimentos utópicos” se ha visto la fina línea entre el “mundo feliz” y el paso a la distopía (fruto también de un ensayo del mismo autor, al que dedicaré, una vez finalizada su lectura, también unas líneas). El secreto de la validez de la utopía es la capacidad del ser humano para soñar y para querer mejorar, avanzar hacia un mejor mundo posible. La utopía permite al hombre pensar y buscar soluciones para una sociedad armónica, capaz de solucionar y lidiar problemas y conflictos, así como de crear espacios adecuados para la felicidad de todos los seres vivos. Un lugar donde exista la armonía entre el ser humano y la Naturaleza… entre las personas y el mundo que les rodea.

Los espacios utópicos, sean fruto de la imaginación o sean reales (esos intentos de formalizarlos), son lugares aislados y únicos. Y finalmente reflejan la sombra o parte oscura de ese mundo perfecto y feliz, el sacrificio para mantener la armonía es no poder dar una nota discordante. La uniformidad puede ser la nueva cárcel.

Antonio Santos (doctor en Historia del Arte, y también especialista en cine) realiza un itinerario apasionante por esas tierras de ningún lugar, dibujando un mapa imposible con paradas soñadas a lugares imaginarios, experiencias prometedoras y fallidas y al entendimiento de diferentes conceptos utópicos, que también han trazado una original manera de analizar la Historia. Utopía y cine, dos conceptos que se dan la mano.

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Hormiga blanca, de Mónica Sánchez (Ménades editorial, 2019)

Hildy Johnson tiene el orgullo de estar siempre junto a una maga de las palabras. Nunca lo dejes. El tecleo de la máquina de escribir pone en marcha los latidos de tu corazón. Sí, es la vida.

Presentación Hormiga blanca

Presentación del libro «Hormiga blanca» en María Pandora (Madrid). En el centro Mónica Sánchez. A su izquierda, la ilustradora Sinsuni Velasco y a la derecha, el sociólogo Luis Enrique Alonso.
Fotografías: Fernando Sánchez.

En agosto se cumplieron doscientos años del nacimiento de Herman Melville, y dejó de herencia toda su obra literaria que se perpetua por los siglos de los siglos. Tanto es así que una escritora del siglo XXI, que nació en Madrid (y tiene sus callejuelas en cada una de sus venas), surcó los mares para enamorarse de México, y capturar sus colores, sus olores y sabores, y esa forma suave de hablar, aunque la vida sea dura. Y se sumergió por las páginas de las novelas, cartas y relatos del autor para atrapar su esencia y derramarla en cinco cuentos que hablan del presente. Eso es Hormiga blanca, la pluma certera de Mónica Sánchez que con ojos de Melville capta las luces y las sombras de ese mundo que cada día tratamos de entender.

Y ya en la cita que abre el libro se entiende mucho de la autora y de su forma de escritura. Rescata una de la líneas de Melville en sus cartas a Hawthorne: “Soy propenso a la alegría y por consiguiente escribo con tristeza”. Los cinco relatos transitan un universo literario que reinterpreta el presente con ecos de historias pasadas, pero lúcidas, imperecederas.

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Noticias de cine. Semana de cine chileno/ Jesuchrist Superstar en los escenarios/Michael Caine y la gran vida

Semana de cine chileno

Semana chilena

Una oportunidad para ver buen cine.

Una de las cinematografías más emergentes de los últimos años está siendo la chilena. Chile está ofreciendo un cine innovador, inquietante, interesante y con una mirada distinta, renovadora. Así que Cinemachile, el organismo que está promocionando alrededor del mundo el cine patrio, lanza una iniciativa para celebrar su décimo aniversario: la proyección de las diez mejores películas chilenas de esta década según la selección de diez programadores de distintas partes del mundo. Este evento se celebrará en Madrid, París, Berlín y Los Ángeles. Y las salas Golem serán las que acojan esta iniciativa en Madrid. Diez películas que se concentran entre los días 30 de mayo hasta el 2 de junio y que proporcionan la oportunidad de volver a ver algunas obras potentes de directores como Pablo Larraín (No y El club) o Sebastian Lelio (Una mujer fantástica y Gloria) o películas que sorprendieron en la cartelera como La nana o Violeta se fue a los cielos. También recupera algunas películas que se pudieron escapar entre los estrenos como Jesús, Lucía o Matar a un hombre. Y, por último, incluso se proyecta una película no estrenada todavía en España, Tarde para morir joven, de Dominga Sotomayor. También como aliciente, algunas proyecciones contarán al final con coloquios donde estarán presentes los protagonistas, actores chilenos que ya son rostros referentes, como Paulina García, Daniela Vega, Antonia Zegers y Alfredo Castro.

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Hermosas mentiras. Tópicos y clichés en el cine de Alfredo Moreno (Limbo errante, 2018)

Hermosas mentiras

Alfredo Moreno abre su ensayo con una cita reveladora de Luis Buñuel, pues define perfectamente cuál es la mirada del autor hacia el séptimo arte. En dicha cita el director aragonés dice: “El misterio, elemento esencial de toda obra de arte, falta en general en las películas. Autores, realizadores y productores tienen mucho cuidado de no perturbar nuestra tranquilidad, cerrando la ventana de la pantalla al mundo de la poesía. Prefieren proponer argumentos que son una continuación de nuestra vida cotidiana, repetir mil veces el mismo drama, hacernos olvidar las penosas horas del diario trabajo. Todo esto sazonado por la moral habitual, por la censura gubernamental, la religión, el buen gusto, el humor blanco y otros prosaicos imperativos de la realidad. Al cine le falta misterio”. De esta manera Alfredo Moreno convierte Hermosas mentiras en un libro honesto, idealista y transparente. Honesto, porque deja al descubierto su forma de ver el cine y lo argumenta en cada línea. Idealista, porque para él el cine sobre todo es un arte, y tendría que abrir puertas, por eso sufre cuando cae una y otra vez en la otra vertiente, en la industria, que manipula y redirige. Transparente, porque aquellos que llevamos años siguiendo a Alfredo Moreno a través de su blog 39 escalones ya conocemos esa mirada, esa forma de expresarla, y su rigurosidad a la hora de argumentar. Y también cómo pese a su mirada pesimista sobre los derroteros y caminos que están tomando las películas, no puede esconder su pasión, y deslumbrarse ante los autores o creadores que sí se expresan a través del séptimo arte y no dejan de crear obras para gozarlas, mirarlas y que sirvan de aprendizaje sobre el mundo que nos rodea.

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Reflexiones alrededor de The Time of my life de Hadley Freeman (Blackie Books, 2016)

Gremlins 2

Gremlins 2, puro cine años 80

El pasado sábado fui a la Filmoteca Española con mis sobrinas a ver Gremlins 2. La nueva generación (Gremlins 2: The New Batch, 1990) de Joe Dante. Y aunque la película está ya en el inicio de la siguiente década marca, sin embargo, todo lo que supone el cine de los 80 en EEUU. Un cine para la nostalgia; un cine que predica sin tapujos un amor desmesurado por el propio cine (referencial); un cine con un abanico de rostros, cuerpos, vestuarios, peinados sin tapujos ni complejos; un cine que tiene muy en cuenta que está contando una historia para entretener y pasarlo bien: empieza el espectáculo; un cine que no es políticamente correcto, sin prejuicios; un cine que muestra la radiografía de la sociedad de aquellos años (política, ideológica y sociológicamente); un cine que no tiene miedo a ser desmesurado en la risa, en la lágrima, en lo sensible, pero también en lo violento, en lo explícito; un cine ecléctico, sin miedo a sesiones dobles impensables hoy en día… Y un cine que no está envejeciendo en muchos casos mal, sino que muestra que se corrían muchos más riesgos y había mucha más imaginación en aquel momento. Aun así los 80 ha sido también una década denostada y negada por muchos cinéfilos, pues supuso el final total y definitivo no solo de los estudios tradicionales, sino el nacimiento de otras fórmulas empresariales menos preocupadas por el cine y más por otros asuntos, y también porque con La puerta del cielo supuso el fin de la etapa dorada del nuevo cine americano, de películas y realizadores que mostraban el dominio del cine como arte, que cuidaban fondo y forma, la elección de las historias, su tratamiento y sus puntos de vista. También porque es el cine de la era Reagan, un presidente que tuvo muy en cuenta la política audiovisual y el poder, entre otras cosas, del cine. Así hay muchas películas se pueden analizar desde un punto de vista ideológico, donde surgen cuestiones sobre la economía, el trabajo, las relaciones sociales, la guerra… afines al pensamiento conservador del Gobierno durante aquellos años. Lo que queda claro es que es una década llena de contrastes y con un análisis apasionante.

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Cómo acabar con la contracultura. Una historia subterránea de España de Jordi Costa (Taurus, 2018)

Un ensayo de referencia sobre la contracultura en España

Jordi Costa, crítico de cine y periodista cultural, emplea una metáfora muy potente para exponer la tesis de su nuevo libro Cómo acabar con la contracultura. Se sirve de una película y de una secuencia determinada. Nos hace recordar los últimos momentos de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) de Pedro Almodóvar. La ruptura de Luci con Pepi y Bom y la vuelta de esta al lado del esposo, el policía facha y maltratador. Y el autor da otro sentido, otra explicación posible, a esa secuencia: la contracultura (Pepi y Bom) se cruza con la España reprimida (Luci) y “libera el potencial utópico y libidinal de su deseo”, pero toda esa energía vomitada regresa de nuevo a las instancias de poder (el marido policía), que siempre han estado ahí, y reincorporan esa energía liberada, apropiándose del discurso de una forma pervertida. Y todo este pulso se produjo sobre todo durante los últimos años de la dictadura hasta que se sentaron las bases de la democracia durante los primeros años de la Transición. Para Costa, la historia de la contracultura en España “es el fracaso de una revolución utópica que acabó siendo absorbida por el mismo enemigo que nació para combatir, solo que ese enemigo había cambiado de forma y pasó de la sotana y el atavío militar a la pana (social)demócrata”. No obstante, en esta historia que propone el autor no borra los matices (los acentúa) y bucea en las contradicciones y en las zonas de sombra e indaga entre los hilos de unión entre la cultura oficial y las subculturas que iban emergiendo alrededor, busca sincronías increíbles y huellas impensables… creando un rico arcoíris cultural que dibuja una historia subterránea de España.

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Dos libros de cine. Los ojos de Greta Garbo de Manuel Puig (Ediciones Alfabia, 2017) /Méliès, vv. aa. (Libros del innombrable, 2017)

Los ojos de Greta Garbo de Manuel Puig

Hay casualidades que unen el destino de dos personas. Un niño de la Pampa, enamorado de las imágenes soñadas que se proyectaban en la pantalla del cine de su aldea, adoraba a Greta Garbo, a la diva de las divas cinematográficas. Y ese niño murió ya siendo un hombre joven en el año 1990, el mismo año en el que su diva también falleció. También durante ese año, ese niño que se había convertido en escritor entregó, a la revista italiana de moda y actualidades Chorus, varios relatos breves y muy cinéfilos para la sección sobre vídeos. Manuel Puig dominaba el italiano porque a finales de los cincuenta viajó a Roma, pues había conseguido una beca para estudiar en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Y esos relatos (siete en total) y dos breves ensayos cinematográficos es lo que un lector se encuentra en Los ojos de Greta Garbo, junto a una galería de fotografías de la colección privada de Puig sobre dicha actriz.

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