Los valientes andan solos (Lonely are the brave, 1962) de David Miller

En Los valientes andan solos, un vaquero contra un mundo moderno y deshumanizado.

Los valientes andan solos atrapa desde su primera imagen. Su principio y su demoledor final construyen un triste círculo que enmarca un western crepuscular. La primera secuencia presenta a un cowboy al aire libre que disfruta de la vida y mira al más allá. De pronto, un ruido demoledor. El cielo es rasgado por tres aviones… Nuestro héroe, John W. Jack Burns (Kirk Douglas), no reniega de la vida del salvaje Oeste; por eso en pleno siglo XX es un forajido, un fuera de la ley, pues prefiere continuar siendo un jinete libre con su yegua indomable y cabezota, que someterse a un mundo que progresa, pero cada vez más deshumanizado. Y la última secuencia cierra su historia de manera brutal, un hombre aterrorizado, Jack, tirado en la cuneta, después de haber sido arrollado por un enorme camión, consciente de que su mundo ha terminado, tras oír cómo acallan el sufrimiento de su yegua de un disparo.

Este héroe desubicado nace de las páginas de la novela de Edward Abbey, El vaquero indomable. Su escritor ya es un tipo de película, hijo de la Gran Depresión, pronto amó la naturaleza y luchó siempre contra la influencia dañina de los seres humanos en los paisajes que quería. Abbey era un apasionado de los amaneceres del Oeste y así lo vertió en sus escritos. Entre sus páginas destilaba la filosofía, otra de sus pasiones. Creía en un anarquismo libre contra la violencia institucional y la frialdad de los Estados. No es de extrañar que creara a ese vaquero indomable, un forajido fuera del sistema y de la burocracia. Este material encandiló a Kirk Douglas, y metió en su aventura al guionista Dalton Trumbo y al director David Miller para crear un buen western.

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Melodramas desatados (3). A Electra le sienta bien el luto (Mourning Becomes Electra, 1947) de Dudley Nichols

Los Mannon encerrados en su mansión con todas sus miserias en A Electra le siente bien el luto.

Lavinia Mannon (Rosalind Russell), sola, vestida de negro, al pie de las escaleras de la mansión familiar, pide a Seth, un sirviente que ha estado toda la vida con la familia y conoce todos sus secretos, que cierre todas las ventanas y contraventanas. Ella se queda mirando el cielo, y a su espalda se oye la clausura de los batientes. Lentamente entra en la casa, como una condenada a muerte. Sabe que por muchos años esa será su tumba en vida. Cierra la puerta tras de sí. La cámara se va alejando y se vislumbra una panorámica de la fachada, mientras continua el ruido como si fueran los clavos de un ataúd. Este es el final poderoso de un melodrama desatado con ecos de tragedia griega.

El dramaturgo Eugene O’Neill escribió A Electra le sienta bien el luto en el año 1931, y trasladaba a EEUU, tras la guerra de Secesión, la trilogía griega de Esquilo, La Orestiada. El destino trágico no depende de los dioses, sino de las complejidades psicológicas de los seres humanos, así la maldición de la familia Mannon se entiende bajo el influjo de Freud y Jung. Agamenón, Clitemnestra, Egisto, Electra y Orin son sustituidos por Ezra Mannon, Christine Mannon, Adam Brant, Lavinia y Orin Mannon.

En su momento fue un fracaso y un desastre financiero de la RKO. Por eso la productora decidió mutilar más de una hora del mastodóntico proyecto cinematográfico del guionista Dudley Nichols, que también se puso tras la cámara, y de la actriz Rosalind Russell, dispuesta a mostrar su valía dramática (los dos habían trabajado juntos anteriormente en Amor sublime, un biopic de la enfermera Elisabeth Kenny). La película nunca volvió a revalorizarse… No ha vuelto a ser rescatada del olvido, pese a que puede verse el montaje completo de más de tres horas de duración.

Sin embargo, la odisea de los Mannon en tres actos va atrapando poco a poco al espectador y no le suelta, descubriendo una película poderosa capaz de arrastrar a la catarsis final con la soledad de una mujer vestida de negro. A Electra le sienta bien el luto es como los buenos vinos, según van pasando los minutos (en vez de los años), se convierte en mejor película. Incluso sus actores van sintiéndose más cómodos con sus personajes según va avanzando el metraje.

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Kirk Douglas, un extraño en mi vida

Kirk Douglas, así lo quiero recordar.

No podría decir cuál es mi primer recuerdo de Kirk Douglas. Siempre estuvo ahí. Un extraño en mi vida, pero presente en muchos momentos. De hecho para mí ya era inmortal. Como un semidiós. Sin embargo, sabía que continuaba en este mundo. No hace tanto, contó en un libro, con entusiasmo y energía, el rodaje de Espartaco y su lucha contra las listas negras (Yo soy Espartaco).

No podría decir cuál es mi primer recuerdo de Kirk Douglas. Pero sí que me gustaba su pelo alborotado, rojizo. Su hoyuelo. Y esa sonrisa pícara. Quiero despedirme con una imagen tierna, recuperar a ese marinero aventurero y revoltoso, que toca el banjo con una foca en 20.000 leguas de viaje submarino.

Escribió sus memorias. Le gustaba contar historias. Era el hijo del trapero. Un hombre con mucha fuerza. Luchador y cabezota. Y apegado a sus raíces. Cuando se hizo productor, le puso a su compañía el nombre de su madre, Byrna.

Cuando le recuerdo, me viene a la cabeza otro actor con el que hizo bastantes películas, y además eran buenos amigos, Burt Lancaster. ¡Menudo dúo! Los dos de sonrisa amplia, y siempre a punto con una pirueta en el aire. Es más uno de mis recuerdos de la infancia me sitúa en un cine, ilusionada y pasándomelo de lo lindo con los dos en su última película juntos: Otra ciudad, otra ley (Tough Guys, 1986).

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Trumbo (Trumbo, 2015) de Jay Roach

Dalton Trumbo

Trumbo es un biopic del guionista Dalton Trumbo. Una película de corte clásico en lo narrativo, formalmente correcta, con una galería de actores principales y secundarios que son una gozada… y ¡que Hildy Johnson la disfrutó toda entera!, con pasión, por varios motivos: cine dentro del cine, el periodo de la caza de brujas, un personaje principal con mucho carisma, pero rodeado de buenos personajes secundarios, reflexiones de fondo interesantes… Volamos al Hollywood de los años cuarenta… y cómo se van complicando las cosas para los que formaron los diez de Hollywood (la película recorre varios años)… pero no solo a ellos, sino a sus familiares más cercanos, a sus amigos, a los conocidos. La figura central es el guionista Dalton Trumbo. No faltan escenas (otras de mis colecciones favoritas) en la sala de cine: con espectadores viendo el noticiario, disfrutando de Vacaciones en Roma o de The brave, en la sala de pruebas de Espartaco, en la premiere de la misma película…

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La furia (The fury, 1978) de Brian de Palma

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Si leemos uno de los artículos de Guillermo Cabrera Infante, “El brillante Brian (De Palma)”, en su faceta de crítico cinematográfico, recopilado en el libro Cine o sardina, nos encontramos con que escribe esto, refiriéndose a La furia: “La factura de este film hermoso visualmente (el mejor que ha hecho De Palma hasta ahora) no solo es impecable sino obra de un virtuoso artístico, de un técnico maestro, de una brillantez rara aun en un cine técnicamente tan perfecto como el cine americano actual”. Y es que, particulamente, De Palma es un director que domina la forma y con el contenido vuela a veces hacia la racionalidad y otras al delirio. La furia es puro delirio dentro de una factura visual brillante. Aunque por ahora, sin ninguna duda, de su filmografía me quedaría con Atrapado por su pasado (Carlito’s Way).

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Terror cotidiano. La tercera víctima (Cat and mouse, 1974) de Daniel Petrie

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Hace poco comentando El héroe anda suelto de Peter Bogdanovich, exponía cómo el cine de terror (más expresamente según el modelo Hollywood) había ido evolucionando de aquellos monstruos entrañables de los años treinta –que poblaban nuestros sueños pero eran claramente pesadillas lejanas, podíamos incluso tomarles cariño porque eran las representaciones de nuestros miedos más profundos–, hasta llegar a un terror cotidiano más esquivo, irracional, amenazante, inevitable e incomprensible que empezó a vislumbrarse a principios de los sesenta con continuación en los setenta. Era una especie de reflejo del desencanto de una época con convulsiones políticas, sociales y bélicas, del fin de la inocencia de esa artificial american way of life y la inmersion en la cara oscura, de cambios en la vida cotidiana y en la forma de mirar y entender el cine así como el fin de la censura. Así La tercera víctima, interesante thriller con gotas de terror de los años setenta (en algunas fuentes he visto que se realizó para televisión pero también que se estrenó en algún que otro cine y es una coproducción con Gran Bretaña), sigue dibujando ese terror cotidiano que tiene como protagonista a una persona cercana. Esta vez un introvertido profesor de Biología, con el rostro de Kirk Douglas.

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Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (y el colofón). El último atardecer (The last sunset, 1961) de Robert Aldrich

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La entrega de un ramo de flores silvestres contiene toda la emoción y la poesía que esconde cada fotograma de El último atardecer. Un western con ecos de tragedia griega e ingredientes de melodrama exaltado. Otra joya en la filmografía de Aldrich. Así continuo no sólo descubriendo otra obra de este director, que nunca me ha dejado indiferente, sino que añado un western más –que pertenece al periodo entre los 60 y los 70– a los que estoy descubriendo durante estos días.

Robert Aldrich se encontraba en un momento delicado de su carrera cinematográfica. Había abandonado un Hollywood que imponía pero que también daba los últimos coletazos del sistema de estudios e iba recorriendo Europa sobreviviendo producción tras producción. Pero estos años de exilio laboral, en los que parecía perdido a la hora de encontrar un camino o una continuidad a su interesante filmografía, le sirvieron para seguir aprendiendo el oficio. Este western llegó de encargo y como una oportunidad de regresar a EE UU con éxito y gloria. Lo que en un principio era una oportunidad, se convirtió en otro desencanto que no contentó a nadie. Sin embargo yo me he topado con un western excesivamente hermoso, lírico…

El director vuelve a narrar con su mirada especial una historia que tiene además un leit motiv de su obra cinematográfica (además ya había realizado westerns tan notables como Apache y Veracruz): un historia que se va construyendo a través de un enfrentamiento.

El enfrentamiento entre un pistolero cansado y el sheriff que quiere detenerle (y que como iremos descubriendo esconde además un odio exacerbado hacia el pistolero y busca una venganza personal). El encuentro se produce en un rancho en México… pero los ‘enemigos’ se verán envueltos en un viaje… para la venganza ya habrá tiempo. Ahora es tiempo de convivir, de seguir siendo ‘enemigos’ pero respetuosos (con algún que otro cabreo que deja patente la tensión siempre existente) hasta que llegue el momento oportuno. Los dos se unen para llevar un ganado de México a Texas. ¿Quién los contrata? John Breckenridge, un ganadero alcoholizado y atormentado por recuerdos bélicos de su pasado en el ejército confederado. ¿Por qué el pistolero acaba en ese rancho… y por lo tanto el sheriff también? Porque John Breckenridge está casado con una hermosa mujer que fue el gran amor del pistolero y ahora que está cansado quiere un hombro donde reposar. Así que se reencontrará no sólo con ella sino también con la hija adolescente de sus gran amor, que enseguida se siente atraída por el halo romántico de este fuera de ley.

Con un reparto totalmente acertado, una fotografía con un color que exalta los colores amarillos –donde sientes el color de la tierra, el viento y el polvo–, y un guion de Dalton Trumbo (el cual tampoco estuvo muy contento con algunas de las imposiciones que tuvo… aunque ya por fin sin estar en la lista negra), El último atardecer se convierte en otro magnífico western atípico donde más que la aventura o el viaje cuentan las emociones de los personajes y sus relaciones.

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Así el pistolero cuenta con el rostro de Kirk Douglas (muy implicado en el film como coproductor y tampoco quedó contento), un hombre con ganas de un poco de tranquilidad (y que la busca en el recuerdo que tiene de su gran amor) pero que no puede dejar de lado su pasado. Un pasado de violencia, de errores, de nunca parar, de haber hecho mucho daño… Al final busca algo de estabilidad y algo parecido a la felicidad. Cuando todos sus intentos son fallidos y además puede hacer daño –de nuevo– a alguien a quien ama, sabe que sólo hay una salida en el último atardecer. Kirk Douglas, como siempre, sabe presentar un personaje lleno de encanto (a pesar de su cara oscura, exaltada y violenta). A su indumentaria, un pistolero todo de negro, de elegante figura y con un pañuelo al cuello, se une su condición de contador de historias (con buenas metáforas para describir el mar o para entender el amor como un manantial) y de hombre extremadamente nostálgico y en esa nostalgia, hombre romántico. Y en ese intento de encontrar la calma, fracasa continuamente incluso cuando cree que ha encontrado el amor incondicional en la joven hija de su antiguo amor. Una confesión le hará ver lo imposible de ese amor, convirtiéndolo en otro tipo de amor que además requiere un sacrificio…

Los obstáculos (además de su propio tormento) se los va poniendo el sheriff que se convierte en enemigo respetable y compañero de supervivencias pero también se transforma en rival en el amor. El sheriff es un, como siempre, apuesto y rudo Rock Hudson (rey del melodrama) que se siente enseguida atraído por la esposa de John Breckenridge, que es el antiguo amor del pistolero. Según avanza el viaje, él también encuentra un sentido en el viaje, un amor que le redime de sufrimientos pasados, y cada vez va enterrando más hondo sus ganas de venganza pero no su sentido del deber. Y su propio amor (con rostro de Dorothy Malone, otra reina del melodrama) que trata de hacerle ver que no está enamorada de ella sino de una imagen del pasado, y quiere que se dé cuenta de que ahora ella es otra mujer distinta a la adolescente que conoció. Y que porta un secreto que finalmente le hará tomar una decisión inevitable.

En ese camino se encuentra con la trágica figura de John Breckenridge (maravilloso Joseph Cotten) que entierra en alcohol su miedo al enfrentamiento y que protagoniza uno de los momentos más tristes, humillantes y tensos de la película. Y también con la joven que le hará por un momento recuperar la esperanza (una prometedora Carol Lynley, pero que se quedó en promesa)… pero que será un amor imposible (y es tan delicada la manera en que se aborda el dilema, que es uno de los puntos fuertes de esta gran tragedia griega).

Por supuesto no falta ganado, indios, forajidos malvados (donde no falta Jack Elam), disparos, persecuciones… y un duelo final en este western atípico. Entre medias momentos de felicidad, intimidad y romanticismo. Así un pistolero americano canta con sus compañeros mexicanos de viaje una vieja canción (Currucucú paloma) en un momento de descanso…

En El último atardecer son muchas cosas las que se quedan en la retina: puede ser un vestido amarillo o un ramo de flores silvestres…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (II). El día de los tramposos (There was a crooked man, 1970) de Joseph L. Mankiewicz

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Los ecos del Nuevo Cine Americano ya estaban en plena eclosión en 1970. Y esos ecos era una mirada diferente sobre diversos temas. A esa mirada influyeron los tiempos que corrían de desencanto y cambio, la caída del código Hays y del sistema de estudios y una nueva generación de trabajadores del cine (directores, guionistas, actores…). Pero muchos de los ‘maestros’ siguieron creciendo y creando últimas obras fascinantes… Uno de los que siempre arriesgó, tanto en sus guiones como en las películas que dirigió, fue Joseph L. Mankiewicz. Así en su penúltima película toma un género que no había trabajado nunca, el western, y realiza uno atípico pero fascinante, como ya ocurrió cuando llevó a cabo su único musical Ellos y ellas. Su desencanto con el género humano casa con el desencanto de los tiempos y crea una película cínica y demoledora con humor negro pero con dosis de amargura (o por lo menos a mí me ha provocado amargura). Además esta vez no escribió el guion sino que se apoyó en el de dos jóvenes creadores que ya habían ofrecido la historia de Bonnie and Clyde (que se suele nombrar como la película inaugural del Nuevo Cine Americano).

El día de los tramposos refleja toda una galería de hombres ‘deshonestos’ que terminan en una prisión federal de Arizona perdida en medio del desierto. Y en esa prisión el grupo gira alrededor de dos hombres: el encantador bandido con gafas, Paris Pitman, y con rostro de Kirk Douglas y el nuevo alcaide (antiguo sheriff disparado en la pierna por uno de los ahí encerrados e incapacitado para seguir ejerciendo) con ganas de reformar los métodos arcaicos de la prisión con otros más humanos y sociales (dotar a la cárcel de comedor, enfermería u otro tipo de ocupaciones para los presos…) y una aparente moral inquebrantable con rostro de Henry Fonda. Y sobre todos ellos medio millón de dólares, que tan solo sabe su paradero el bandido Paris Pitman (pues él mismo los robó y escondió). Por eso el objetivo de este hombre será huir de la prisión a toda costa… y busca aliados.

… en esta película del oeste más que la acción, funciona la picaresca y la inteligencia para salir vivo de la prisión y conseguir el botín que permitirá una vida sin ley y con dinero al otro lado de la frontera, en México. Así Paris Pitman engatusa a todos sus compañeros de celda pero también al nuevo alcaide (con el antiguo había pactado un ‘reparto’) y a los propios espectadores que caen rendidos (como servidora) a sus encantos. Es un hombre con carisma. Sin embargo, desde el principio se nos advierte de que es un bandido sin escrúpulos y que utiliza a las personas para conseguir sus fines, sobre todo, quedarse con el botín. Como también somos conscientes de que pie cojean cada uno de los asesinos, estafadores, antiguas glorias (y de sus debilidades)… que conviven en la celda. Aunque no se para ahí El día de los tramposos, igual de deshonestos que la pandilla que se encuentra encerrada en la celda, son los hombres de bien: el padre de familia, el juez, los guardianes, el antiguo alcaide e incluso el hombre que nos parece más honesto de la función nos ofrecerá su cara oscura, su rostro oculto (sin embargo, y parece ser que hubo cortes en su papel, el de Henry Fonda es el que me parece menos logrado aunque es fundamental para la trama y la sola presencia de Fonda le otorga un poderoso final). El día de los tramposos es un sálvese quien pueda. Y el que sea más hábil jugando, se llevará el botín. El más inocente (que lo hay) perderá la vida sin entender que es lo que ha ocurrido, ni saber que ha sido vilmente manipulado. Otros se darán cuenta del engaño. Y el de más allá perderá la cordura. El de más acá se creerá vencedor pero no se dará cuenta de que hay un destino, un factor suerte…

A pesar de parecer un western vodevil envuelto en película carcelaria con reformas sociales, El día de los tramposos es una demoledora película sobre lo sombrío de la condición humana muy acorde con los tiempos que corrían (y con los que corren ahora)… Tiene un ritmo alegre, divertido y pícaro pero por detrás va dando mazazos, golpes y dejando a la luz un mundo oscuro, triste y perplejo. Cuenta con una galería de actores excepcional pues a Kirk Douglas y Henry Fonda, se unen unos secundarios de lujo, con unos personajes maravillosamente perfilados, como los geniales Hume Cronyn (estafador, homosexual y pintor de ángeles con sexo), Burgess Meredith (una leyenda que se hace llamar Kid y lucha por no volverse loco) o Warren Oates (toda su vida traicionando buscando tener un amigo de verdad…).

Un western atípico que logra congelarte la sonrisa. Pero, como siempre rodado con ingenio, con un arranque estupendo que además es la mejor presentación de cada uno de los protagonistas… y un final tan inesperado como demoledor…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.