Maxine. Un cuento de cine

La jefa de planta me dice que está en su habitación. Lo encuentro sentado en la cama y, como siempre que voy a verlo a la residencia, me recibe con estas palabras:

—No sé quién eres, pero pareces un buen hombre.

Sonrío.

—Papá, ¿por qué no vamos al cine?

La enfermedad le robó la memoria. Él no opone resistencia al plan. Y se deja llevar. La película que vamos a ver es especial. Una vez sentados en la sala 1 de la Filmoteca, la oscuridad me envuelve…

Mi viaje por la memoria me transporta a un invierno de 1964. Una noche fría, mi padre y yo en el camión de la basura por las calles de Madrid. Él tenía unos 40 años y yo 18 recién cumplidos. Mi padre se pasó trabajando toda la vida como una bestia de carga. Era grande y fuerte. No tuvo educación, pero no quiso que a sus hijos nos pasara lo mismo. Nunca se regaló nada, ni siquiera una entrada para acudir al cine o a una revista. No era hombre de muchas palabras.

Sus manos eran enormes, protectoras. Recoger basuras era uno de sus muchos trabajos y consiguió que cuando su compañero no podía acompañarle en el recorrido, yo fuera su sustituto. Un dinero extra nunca venía mal en casa. Yo era cinéfilo por naturaleza y el cine, mi refugio. Y aprovechaba esos trayectos nocturnos para contarle todas las películas que veía.

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Ava Gardner. Con su propia voz (Hojas nuevas. Grijalbo, 1991)

Ha caído en mis manos un libro de hace bastantes años: la autobiografía de Ava Gardner. En una posdata se explica que la actriz, antes de morir en 1990, estuvo durante dos años trabajando en esta publicación, contactando con viejos amigos y seleccionando fotografías. A partir de noventa cintas magnetofónicas se dio forma al libro.

Así durante las 370 páginas tienes la sensación de que es Ava la que está contándote su historia durante una charla, tomando un té en su casa de Londres. Una mujer con mucho ya vivido a cuestas y que te cuenta su vida cómo quiere y solo lo que quiere, sin filtros. Sus últimas palabras son: “Una cosa que siempre he sabido es que el proceso de madurar, de envejecer, y de acercarse a la muerte nunca me ha parecido temible. Y ¿sabes?, si tuviese que volver a vivir mi vida, la viviría exactamente igual. Tal vez un par de cambios aquí y allá, pero nada en especial. Porque, la verdad, encanto, es que he disfrutado de mi vida. Me lo he pasado en grande”.

Pero, sin embargo, en su relato hay momentos intensos, donde efectivamente lo está pasando en grande, y otros muy duros. Así es la vida. Sueños, alegrías, desencantos, frustraciones, amores, complejos, desamores… También entre medias se intercalan testimonios de gente que estuvo a su lado, mostrando diferentes facetas de la actriz: amigos del mundo del cine (Arlene Dahl o Gregory Peck), familia (Myra Gardner) o personas cercanas como su asistente, Mearene Jordan.

Ava Gardner no da importancia a su carrera; es más, es crítica con la mayoría de sus trabajos cinematográficos. Da la sensación de que nunca se sintió realmente una buena actriz. Algunas películas ni las nombra y, de otras, se palpa su desilusión. También hubo largometrajes que recuerda con cariño como Mogambo. No obstante, deja anécdotas a tener en cuenta de cada una de las películas que nombra, como cuando la doblaron para Magnolia, un musical con el que estaba bastante contenta. O sus experiencias con John Huston, por ejemplo, en La noche de la iguana, una de mis películas favoritas de la actriz.

Y es que un análisis de la carrera cinematográfica de Ava muestra algo que también ocurre en las filmografías de Rita Hayworth o Marilyn Monroe. Ellas son en ocasiones lo único que importa en algunas de sus películas, es su presencia lo que cuenta. Con sus obras cinematográficas y algunas de sus secuencias se puede contar mucho de sus vidas. Sus personajes avivan su leyenda. Para entendernos, con ocasión de la lectura de este libro, decidí volver a ver Fiesta (1957) de Henry King.

Sin Ava, la película quizá hubiese caído más todavía en olvido, pero es que además lady Brett Ashley, su personaje, hace pensar en cómo vivía ella, con intensidad, en nuestro país. El personaje también refleja su relación con los hombres (cómo vivía sus amores y cómo la miraban ellos). No es una película redonda, y como Ava explica tampoco fue del agrado de Hemingway ni de ella misma, pero una se fija en lady Brett y piensa en los paralelismos con su vida. Bueno, un pequeño apunte: para mí esta película es Ava Gardner, pero también Errol Flynn.

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Marilyn, la estrella trágica

Marilyn nunca sepultó a Norma Jean. Y nunca fue tan evidente como en Encuentro en la noche.

Cuando el filósofo y sociólogo Edgar Morin escribió en 1957 su ensayo Las estrellas del cine, Marilyn Monroe era una estrella rutilante y entraba perfectamente en su análisis. De hecho, la nombra varias veces. Sin duda, ella hubiese sido uno de los capítulos centrales si lo hubiese armado después de su muerte. Al igual que James Dean, que había fallecido en 1955, tenía capítulo propio; ella hubiese tenido el suyo. No obstante, ya dejaba reflexiones de interés para entender el fenómeno Monroe. Su presencia continúa hoy, actual, tanto que es posible que pronto se estrene una película de la que ya se ha hablado bastante sin todavía haberse visto una sola secuencia, tan solo los fotogramas del making off (hubo ya noticias del proyecto en el año 2010): Blonde, de Andrew Dominik. Una adaptación de la novela de Joyce Carol Oates alrededor de Marilyn Monroe.

Morin explicaba que “la estrella es una mercancía total: no hay un centímetro de su cuerpo ni una fibra de su alma ni un recuerdo de su vida que no pueda arrojarse al mercado”. Y añadía: “la estrella es también como esos productos manufacturados a los cuales el capitalismo, ya industrial, asegura su multiplicación en gran escala. Después de las materias primas y las mercancías de consumo material, las técnicas industriales debían apoderarse de los sueños y el corazón humano: la gran prensa, la radio, el cine nos revelan desde entonces la prodigiosa rentabilidad del sueño, materia prima libre y plástica como el viento, a la que basta formar y estandarizar para que responda a los arquetipos fundamentales de lo imaginario. El standard tenía que encontrarse un día con el arquetipo. Los dioses tenían que ser fabricados un día. Los mitos tenían que convertirse en mercancía. El espíritu humano tenía que entrar en el circuito de la producción industrial, no ya solo como ingeniero, sino como consumidor y como consumido”.

La tragedia de Marilyn es que hubo un momento que quiso salir de la rueda del star system que la había lanzado, porque deseaba dejar de ser estrella y convertirse en una actriz. Sin embargo, no pudo huir de la maquinaria industrial ni después de su muerte. De hecho, Marilyn Monroe continua siendo estrella rentable.

Y uno de los fenómenos más curiosos es que tampoco se ha dejado de escribir sobre ella o de analizar cada segundo de su vida. Siempre surgen nuevos seguidores. Sí, se ha convertido en icono cultural, y se vierten a su alrededor un montón de reflexiones, análisis, opiniones y críticas que o sirven para entender mejor diferentes aspectos de la historia del cine o que inventan más chismes o hacen más daño alrededor del mito. Al final unos tratan de responder o encontrar la esencia de Monroe o de hallar a esa Norma Jean vulnerable que se rompió u otros aprovechan el filón de la gallina de los huevos de oro. Es como si Marilyn pusiese su rostro y su cuerpo, sin nada dentro, y todos los bolígrafos y teclados produjeran diferentes almas.

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Diccionario cinematográfico (230). Casas con personalidad propia

Con la muerte en los talones

¿Te vienes a casa?

Hay casas o mansiones en la pantalla de cine, que no olvidas. En unas te quedarías a vivir siempre. En otras preferirías no haber entrado. Son casas con personalidad propia, con vida. Por supuesto, están las clásicas e inolvidables. Hay habitaciones que no se te olvidan nunca.

Hitchcock nos regala varias: la casa de Norman Bates, Manderley, la casa de Atormentada o la maravillosa casa donde vive el villano de Con la muerte en los talones, diseñada por Frank Lloyd Wright.

Si seguimos con el cine clásico, Frank Capra nos ofrece en sus películas casas apetecibles, como esa que se cae a pedazos, pero siempre tiene aires de hogar en Qué bello es vivir o esa donde vive una familia caótica y que se resiste a abandonarla en Vive como quieras.

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La jungla de asfalto (The asphalt jungle, 1950) de John Huston

La jungla de asfalto

… planeando el atraco perfecto en las cloacas de la jungla de asfalto

John Huston cierra La jungla de asfalto con un final lírico y tremendamente trágico y culmina así la historia de uno de sus perdedores, personajes que pasean por la mayoría de sus películas. Dix Handley (Sterling Hayden), un pistolero del montón, que persigue su sueño de infancia de regresar a la granja paterna de caballos lucha hasta el final por alcanzarlo. Pero el pistolero no es el único que pierde, sino que poco a poco van cayendo cada uno de los implicados en un atraco, en un principio, perfecto. Y es que la película es cine negro puro: el destino trágico sobrevuela todos los fotogramas, la ambigüedad campa a sus anchas y el fatalismo se pinta de blanco y negro. Todos los personajes se mueven en una jungla de asfalto, en una ciudad que los hace devorarse unos a otros, y algunos de ellos buscan la felicidad fuera de las calles amenazantes y los garitos de mala muerte. Los sueños pueden ser una granja en el campo, una playa lejana, algún país europeo o México como meta. Pero el destino todo lo tuerce.

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Feliz 100 cumpleaños, Robert Mitchum (III). Solo Dios lo sabe (Heaven Knows, Mr. Allison, 1957) de John Huston

Solo Dios lo sabe

Mr Allison y la hermana Ángela solos en una isla del Pacífico

El marine todo fuerza bruta, que viene de los bajos fondos y que ha pasado por muchos reformatorios y, según él mismo, con poco cerebro (Robert Mitchum) y la monja delicada, educada, inteligente y, como se intuye, de buena familia (Deborah Kerr) quedan atrapados en una isla del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial con el acecho continúo de los japoneses. Así John Huston, seis años después de La Reina de África, vuelve a ponerse frente a una historia de amor imposible entre dos seres opuestos en circunstancias extremas. En Solo Dios lo sabe, Robert Mitchum se pone en la piel de un personaje…, Mr. Allison (como siempre le llama la hermana Ángela), que tiene todas las características del tipo duro en tiempos de guerra pero que a la vez posee una sensibilidad y ternura que desarma.

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Cine y exposiciones. Hitchcock, más allá del suspense/Capa en color/Renoir: intimidad

Tres magníficas exposiciones donde se encuentran las huellas del séptimo arte. Tres exposiciones para perderse por ellas y descubrir conexiones especiales con el cine. El alma de un cineasta y su relación con el mundo; el fotógrafo aventurero y vividor que también miró en color… y que se adentró en el mundo de los rodajes de cine; y la intimidad del padre de un cineasta, el pintor Pierre-Auguste Renoir…

Hitchcock, más allá del suspense

Hitchcock, más allá del suspense

Un cineasta es el comisario de la exposición, Pablo Llorca, y esto se nota. Como él mismo reconoce en una entrevista la figura de Hitchcock y su cine es tan inabarcable que había mil y una maneras de enfocar la exposición. Al final es de esas muestras que se nota realizada con exquisito cuidado y muy elaborada, pensada. La exposición analiza al cineasta: sus imágenes icónicas, sus influencias, sus trucos visuales, su relación con el mundo que le rodeaba, su empleo de la publicidad, sus colaboradores… Y emociona tanto al visitante que ya es un apasionado de su filmografía como a aquel que le está descubriendo.

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10 razones para amar El último refugio (High Sierra, 1941) de Raoul Walsh

Razón número 1: Humphrey Bogart

El último refugio

Durante los años treinta Bogart iba de un papel secundario a otro y se le identificaba como el rostro del gánster, el bandido o el malo de la película. Así iba pasando de El bosque petrificado con su gánster Duke Mantee que secuestraba a un grupo variopinto de personas en una casa de madera a esa joya de Wyler, Callejón sin salida, donde era el gánster que regresaba a su barrio natal; en Ángeles con caras sucias se convertía en un abogado corrupto y traidor o en el melodrama Amarga victoria era un oscuro mozo de cuadras… Pero faltaba el matiz o el halo que le convertiría en estrella y a sus personajes en iconos para la memoria cinéfila. Y ese matiz o halo lo adquirió ya completamente (tuvo muchos años de entrenamiento y formación) con su personaje de Roy Earle en El último refugio. Ese papel fue un punto de inflexión en su carrera. Su personaje pasó del puro cine de gánsteres (como también demostró en otra joya de Walsh, Los violentos años veinte) al cine negro, y su personaje iba adquiriendo un fondo: un tipo duro, fiel a sus ideales, solitario, melancólico, desencantado y desengañado pero tremendamente romántico. Un perdedor con encanto y por convicción. Así Bogart fue campando por el cine negro, con su desgarro y desencanto, en ese mundo de sombras y destinos sombríos. Pero supo diversificarse y ofrecer también en otros géneros al galán duro pero irreversiblemente romántico…

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The Master de Paul Thomas Anderson

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En el mismo año que John Huston mostraba en un documental, Let there be light (1946), los traumas que provocaba la guerra en un grupo de soldados, Edward Dmytryk estrenaba una película, Hasta el fin del tiempo (Till the end of time), donde en clave de ficción se narraba la dificultad con la que se encontraban tres soldados para incorporarse a la sociedad civil después de la contienda. En la película de Dmytryk se incorporaba una escena final escalofriante en la que un grupo de hombres en un bar trataban de captar a los tres protagonistas, totalmente desubicados, para formar parte de una asociación que presumía de querer ‘arreglar’ América pero exigía unos requisitos para pertenecer a ella: “ni negros, ni judíos, ni católicos”. Este hecho sirve para despertar a los tres excombatientes que pelean contra estos hombres y su naciente fascismo (paradojas de la vida, contra lo que se había combatido) y como revulsivo para volver a la sociedad como ciudadanos libres.

Diez años después Nicholas Ray dirigía Más poderoso que la vida (Bigger than life) donde un padre de familia de clase media cae bajo los efectos de una droga y se transforma en un personaje tiránico y ultrareligioso. Ray de esta manera advertía sobre los sentimientos ocultos pero latentes en la sociedad de clase media norteamericana de los años cincuenta (american way of life). Una sociedad que partía de unos comportamientos enfermizos capaz de generar intolerancia, crueldad, fanatismo religioso y crear un vacío a todo aquel que supone una amenaza de ese ‘orden’ porque vive, piensa o siente de otra manera. Curiosamente Let there be light no la distribuyó el Ejército de los Estados Unidos (pues fue encargado por este organismo a Huston) hasta 1980, Till the end of time cayó pronto en olvido y trajo problemas a su realizador durante la Caza de Brujas, y por último, Bigger than life es de las películas más olvidadas de Ray. Sin embargo las tres documentan y analizan un periodo histórico de Norteamérica, un periodo que trata de ser ocultado pero que está ahí, que existe, y que constituye parte del alma de un país. Paul Thomas Anderson sigue esta estela incómoda, esta forma de contar la historia, ese relato que comienza después de la Segunda Guerra Mundial donde un país traumatizado levanta sus cimientos para continuar. Y así entendemos el surgimiento de grupos religiosos y políticos, el american way of life, el anticomunismo que desemboca en la Caza de Brujas, los primeros cimientos para la Guerra Fría…

Paul Thomas Anderson sigue así su trayectoria de cronista histórico de América  pero desde una perspectiva especial. Disecciona los mecanismos de poder y sus efectos perniciosos, las complejas relaciones humanas en una comunidad determinada, la psicología oscura del ser humano, y la vulnerabilidad y fragilidad de las personas… aspectos que se convierten en motores de la Historia. Los años setenta tuvieron su radiografía en Boogie nights, los noventa quedaron reflejados en Magnolia, la América anterior a la crisis del 29 que construye las bases del capitalismo en Pozos de ambición y la América de los 50 en The Master.

The Master no es una película fácil porque presenta una estructura cinematográfica hipnótica e inconexa. Atrae de manera poderosa pero es un relato cinematográfico fracturado donde el espectador debe entrar en el juego. Es como si Paul Thomas Anderson aplicara al espectador ‘la terapia’ a la que somete el gurú Lancaster Dodd (Philipp Seymour Hoffman) a su discípulo Freddie Quell (Joaquin Phoenix). Como si Anderson aplicara la hipnosis y nos dejara al descubierto el inconsciente y su desorden para poder construir un armazón coherente. Así ante los ojos del que mira se suceden una serie de imágenes con una carga simbólica que ha de descifrar…

Los que esperan, por tanto, un retrato que se inspire en el creador de la Cienciología, Ron Hubbard no encontrarán los que buscan. Lo que plantea Paul Thomas Anderson va más allá. Los que buscan un retrato ‘identificado’ de los años cincuenta tal y como se ha reflejado en el cine, se encontrarán con unos años cincuenta metafóricos, con una radiografía de una década con achaques y enfermedades. Ya lo explica Freddie Quell en un momento determinado, cuando va en busca de un recuerdo, una chica llamada Doris… pero que, como dice de manera irónica, no es como la Doris Day del cine. Doris Day representó esos ‘años cincuenta’ que sí perduran en la memoria cinéfila entre confidencias de medianoche.

The Master es de esas películas que no es suficiente con verlas una sola vez. Que con cada nuevo visionado se descubrirá una nueva capa de la cebolla. A pesar de que Paul Thomas Anderson optó por rodarla en 65 mm (el negativo de las películas épicas a lo Lawrence de Arabia) es una película de un intimismo escalofriante que desnuda almas. Y sin embargo hay escenas de deslumbrante belleza que nos hipnotizan: todo ese paraíso perdido que transcurre en el mar donde Quell sintió algo parecido a la felicidad junto a una muñeca de arena desnuda. Esa huida de Quell en unos campos de cultivo tras un inesperado accidente. O esas carreras en moto hacia un punto determinado… Pero también esos interrogatorios o sesiones de terapia que encierran al espectador en un habitáculo junto a los protagonistas. Todo regado con una música inquietante y disonante de Jonny Greenwood o con esas canciones tristes de los años cincuenta convirtiéndose la banda sonora en un personaje más, en una pieza más que encajar en el puzle.

Una de las claves fundamentales de The Master es esa relación reflejada entre el gurú y el hombre traumatizado por la guerra (que arrastraba ya otros traumas) que interpretan de manera especial y excepcional Philipp Seymour Hoffman y un prodigioso Joaquin Phoenix (que habla con ese cuerpo encorvado). Y que refleja magistralmente la crítica final de Paul Thomas Anderson a la manipulación, mentira y fracaso de las ‘nuevas religiones’. Es esa relación la que nos ayuda a construir el puzle y a salir del estado de hipnosis, es esa relación donde Thomas Anderson nos deja claro lo que cuenta. Así asistimos al intento de Dodds de aplicar sus ‘enseñanzas’ a la bestia incontrolada. Y, con regocijo, somos testigos del ‘fracaso’ del lavado de cerebro continuo al que someten a Quells (el elemento perturbador que nunca deja de serlo). Quells devastado y errante ‘parodia’ al final con una mujer en la cama las enseñanzas del maestro, él ha optado por la libertad personal (por seguir su libre albedrío) aunque siga en el camino de la soledad y por aferrarse a su propio paraíso (ese mar con una muñeca de arena desnuda). Él ha optado por su manera de ‘mirar’ el mundo (una de sus muchas profesiones es la de fotógrafo).

El gurú es consciente de que ha sido vencido por el alumno en esa conversación final entre los dos en Inglaterra en la cual le dice que si puede vivir sin servir a ningún hombre que le avise, que le cuente la fórmula para conseguirlo… para entonar a continuación una especie de canción de amor que hace a Quells echar una lágrima furtiva. Esta conversación ejemplifica la rica y compleja relación que se ha establecido entre ambos desde su primer encuentro. El gurú envidia (y ama) esa ‘libertad’ del perdedor Quells, nadie apuesta por él pero nadie le doblega. Y a Quells la relación con el gurú le ha servido para ‘elegir’ libremente su sino. Para tener un espejo en el que reflejarse.

El tercer personaje que parece sacado de una película de terror es la fría, compleja e impasible Peggy (Amy Adams), la mujer de Dodds, y el verdadero cerebro de la ‘nueva religión’. En realidad, ella sabe emplear el carisma de su esposo y agazapar su animalidad para ‘engañar’ a los otros y formar así una sociedad recta donde nadie se salga del camino, que preserve el american way of life. Peggy quiere eliminar de su camino a Quells porque es claramente una pieza discordante que hace saltar en mil pedazos su engañosa filosofía. Actúa en la sombra y sin alterarse en exceso, poco a poco afianza el imperio. Dañina, es más peligrosa que Dodds, ya que éste se muestra imperfecto en varios momentos y vulnerable. Ella apenas pierde los nervios y su sonrisa helada.

The Master de Paul Thomas Anderson deja múltiples puertas abiertas. En cada visionado cruzaremos un umbral diferente…

(Este texto lo publiqué en el blog Cinefilias y cinofobias el 8 de enero de 2013)

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10 razones para amar La Reina de África (The African Queen) de John Huston

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Razón número 1: Rose y Charlie

¿Qué pasaría si se encontraran una solterona estirada y muy creyente y un borrachín fracasado? ¿Qué pasaría si se encontraran en una barca y en situaciones extremas? Eso es lo que les pasa a Rose y Charlie, dos personajes que parece que ya la vida no va a depararles más sorpresas. Que parece que sus rumbos ya están trazados. De pronto por circunstancias ajenas a ellos y por motivos históricos que implican una guerra, coinciden en una pequeña barca para realizar un viaje imposible con una misión descabellada en el continente africano. Y durante ese trayecto ocurre lo inimaginable: se enamoran y forman un equipo de trabajo perfecto.

Así Humphrey Bogart y Katherine Hepburn se unen y como sus personajes exudan una química increíble que hace que todo espectador se crea su historia de amor y aventuras. Y es emocionante ver su transformación. La de ambos. De solterona estirada y borrachín fracasado a una pareja que trabaja en equipo y absolutamente enamorada. Y es una gozada acompañarles en su viaje. Ya les pasó a los espectadores de los años cincuenta… desde Hollywood no podían creer que una historia de amor entre dos personajes maduros y fracasados pudiera enganchar (y tener un éxito inmediato de público, crítica y premios diversos)… y, sin embargo, aún su magia sigue despierta, y todos los espectadores que la ven una y otra vez quieren que a Rose y Charlie les vaya bien. Que les vaya bonito, como dicen en México.

Razón número 2: La Reina de África

Una tercera protagonista es una barca desvencijada y vieja que se llama La Reina de África pero cuidada con mimo y capaz de hacer hazañas increíbles. Capaz de surcar un río imposible cargado de peligros o de enfrentarse a un gran barco como David a Goliat. En esa barca siempre averiada pero que nunca se rinde se viven peleas, peligros, momentos de risa y otros de intimidad. Romanticismo y cotidianeidad. Y es una barca que tiene de todo: en ella cabe la posibilidad de tomar un té o también se puede fabricar un torpedo. Y tal y como la miman y cuidan los protagonistas, también el espectador tiene ganas de surcar un río con ella y que siga siempre en danza.

Razón número 3: Aventura

El ritmo de La Reina de África es trepidante. Siempre ocurre algo. No hay ni un momento de calma… cuando parece que llega la tranquilidad y el tiempo de amar asoma una nueva aventura.

El río por donde navega esta barca con rumbo hay que saber leerlo, como dice Charlie, pero está plagado de sorpresas: cuando no es un rápido es una cascada, cuando no son los mosquitos o más allá los cocodrilos o a la vuelta se encuentra un fuerte alemán o un laberinto de manglares.

Razón número 4: El fracaso, según Huston

Si miramos las películas de Huston siempre cuentan historias de fracasados que fracasan de nuevo en un objetivo que se ponen. Sin embargo, Huston permite esta vez que dos fracasados triunfen tanto en el objetivo que se ponen como emocionalmente. A Charlie y Rose, Huston les regala un final feliz.

Razón número 5: Radiografía de un fracasado en unos minutos

No obstante en unos minutos, al principio de la película, nos regala un personaje triste. Muy triste. Un fracasado que además, de manera inconsciente, hace daño a quien le rodea (en este caso a su hermana Rose). Y es el retrato del misionero Samuel, hermano de Rose. Perdido en una misión recóndita de África que lleva como puede (pero con la ayuda incondicional de una mujer inteligente y práctica, su hermana Rose) pero amargado por el éxito de otros compañeros que estudiaron con él. Consciente hasta el final, hasta cuando enloquece, de su fracaso en los objetivos que se fijó en la vida. Y este triste personaje que nos recuerda la filosofía del perdedor de Huston tiene el rostro de un secundario eterno, Robert Morley.

Razón número 6: Aventuras detrás de la cámara

El anecdotario del rodaje de La Reina de África en la propia África es casi tan famoso como la propia película. Así todo el mundo a través de libros, artículos, entrevistas a los que allí vivieron ha creado una película paralela. Y es tan rica en aventuras como la propia historia que se proyectaba en la pantalla blanca. Peleas, enfermedades, reuniones de amigos, caza, complicaciones de rodaje… Una historia bastante apasionante con muchos protagonistas: John Huston, Lauren Bacall, Humphrey Bogart, Katharine Hepburn o el productor Sam Spiegel.

Razón número 7: Escritores y guionistas

Así no sólo Huston, Bacall, Hepburn u otros miembros del equipo técnico contaban en sus entrevistas interminables anécdotas del rodaje sino que algunos como Hepburn lo plasmaron en un libro. Pero sin embargo fue un rodaje ‘tan de película’ que el guionista Peter Viertel que estuvo presente porque realizó, sin acreditar, unos retoques de guion… creo posteriormente una novela sobre dicho rodaje titulada Cazador blanco, corazón negro (que a su vez fue llevada al cine por Clint Eastwood. Ni he leído la novela ni he visto la película de Eastwood… otra de mis tareas pendientes).

Además para seguir la estela de los guionistas, La Reina de África es la adaptación cinematográfica de una novela de C.S. Forester que le salió de las entrañas a James Agee, periodista, crítico de cine y escritor (quiero conseguir el libro con sus escritos sobre cine). James Agee es otro hombre de vida intensa que realizó dos guiones que quedaron en la memoria cinéfila: el que nos ocupa y La noche del cazador.

Razón número 8: África

Todavía queda un cuarto personaje (aunque parte de la película, sobre todo las escenas más complejas de los rápidos y las del poblado africano, están rodadas en Gran Bretaña) y es la propia África. Era rarísimo en esos tiempos un rodaje de exteriores en el mismo sitio donde transcurre la trama. En La Reina de África ocurre. Y eso de alguna manera se siente… Se transmite. Y nos quedamos anonadados ante los flamencos, los manglares, los hipopótamos, los cocodrilos… sentimos el calor y nos sentimos igual de alucinados ante los desconocidos problemas que se les van presentando a los protagonistas.

Es una África bajo la óptica de occidentales. La mirada de unos misioneros perdidos en un poblado, de un fracasado excluido y desencantado que encuentra su lugar en el mundo, y de unos hombres que fracturan más el continente y se aprovechan de él para repartírselo como botín y también para emplearlo estratégicamente para una guerra que África no pidió. Pero también un continente lleno de aventuras, de posibilidades, de exotismo y de oportunidades para volver a empezar. Lleno de autenticidad y riquezas naturales.

Razón número 9: Alcoholismo y té

A Charlie en un principio le define el alcohol que bebe. Y a Rose, a la estirada Rose, el té y su ritual. Las dos bebidas describen a los personajes y su relación con ellas les transforma. Al final Charlie considera que le gusta que le lleven el té a la cama, el desayuno. Y Rose quizá se vuelva algo menos intransigente con el alcohol pues termina pidiendo perdón a Charlie por tirarle su bebida al agua… Aunque él parece ya no echar tanto de menos un trago.

Razón número 10: Banda sonora

… a mí me viene continuamente a la cabeza la melodía romántica entre Rose y Charlie. Quizá no sea una de las bandas sonoras más famosas pero a mí me dice cosas, me enternece y pinta la historia de un halo especial. Acompaña tanto los momentos ‘épicos’ de la película como las escenas de enamoramiento o más íntimas. John Huston se rodeó de buenos técnicos y profesionales británicos que estaban presentes en los créditos de dos directores peculiares e innovadores británicos, Powell y Pressburger. Uno de ellos es el compositor de la banda sonora Allan Gray y el otro es el director de fotografía, Jack Cardiff. En una entrevista en un documental sobre el rodaje de la película, Cardiff dice que realizó un trabajo tremendamente sencillo para la película, que a él la fotografía no le parece buena sino bastante normal pero que a todo el mundo le entusiasma y valora este film… ¿Qué es lo que hace que un película sea siempre especial?

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