Diccionario cinematográfico (235). Flores II

Flores en Stefan Zweig. Adiós a Europa, de Maria Schrader.

Cada vez me gustan más los ramos de flores. Me apetece entrar en casa y que me reciba uno de colores. Las flores están relacionadas con la vida, con el amor, con la muerte… Son regalo y detalle. Recuerdo y celebración. Tienen un lenguaje propio… Y para el cine son tremendamente visuales.

No puedo olvidar una flor. La de la hija pequeña de George Bailey, que la trae del colegio. Por no estropearla, no se abriga bien y coge un resfriado. Esa flor que se le caen los pétalos, y que su padre agotado trata de recomponer. Esos pétalos que luego están en su bolsillo… y que tanto significado tienen al final de Qué bello es vivir, de Frank Capra.

Me conmueven las flores de cáctus encima de la tumba solitaria de Tom Doniphon en la maravillosa La muerte de Liberty Valance, de John Ford. Detrás de ese tiesto humilde hay toda una historia de amor.

Loreak, de José María Goenaga y Jon Garaño, cuenta una historia triste que gira alrededor de varios ramos de flores, como los que se dejan en la carreteras cuando se ha producido un accidente para que los fallecidos no caigan en olvido. La inspiración: El ramito de violetas, esa canción maravillosa de Cecilia.

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Tierras de ningún lugar. Utopía y cine, de Antonio Santos (Cátedra —Signo e imagen—, 2017)

Shangri-La, un espacio utópico de Frank Capra, de su película Horizontes perdidos. El ensayo de Antonio Santos propone un viaje a través de utopía y cine

¿Qué tienen en común películas tan dispares como El show de Truman, Horizontes perdidos, Brigadoon, La Misión, La taberna del irlandés, Almas de metal o Un lugar en el mundo? Todas tienen su lugar en este interesante ensayo de Antonio Santos, porque con cada una de ellas puede analizarse y tocarse un matiz de un término infinito en sus posibilidades: la utopía.

Hay una cita que siempre me ha perseguido y que recoge también esta obra. Su autor es el uruguayo Eduardo Galeano y dejó las siguientes palabras: “¿Para qué sirve la utopía? Sirve para esto: para caminar”. Y ahí está el quid de la cuestión, la humanidad siempre ha tratado de idear un “mundo feliz”. Y en ese espacio solucionar todos los males que nos aquejan. Esos mundos felices se han escrito e imaginado, y algunos incluso se han intentado formalizar, convertirlos en reales. En estos “experimentos utópicos” se ha visto la fina línea entre el “mundo feliz” y el paso a la distopía (fruto también de un ensayo del mismo autor, al que dedicaré, una vez finalizada su lectura, también unas líneas). El secreto de la validez de la utopía es la capacidad del ser humano para soñar y para querer mejorar, avanzar hacia un mejor mundo posible. La utopía permite al hombre pensar y buscar soluciones para una sociedad armónica, capaz de solucionar y lidiar problemas y conflictos, así como de crear espacios adecuados para la felicidad de todos los seres vivos. Un lugar donde exista la armonía entre el ser humano y la Naturaleza… entre las personas y el mundo que les rodea.

Los espacios utópicos, sean fruto de la imaginación o sean reales (esos intentos de formalizarlos), son lugares aislados y únicos. Y finalmente reflejan la sombra o parte oscura de ese mundo perfecto y feliz, el sacrificio para mantener la armonía es no poder dar una nota discordante. La uniformidad puede ser la nueva cárcel.

Antonio Santos (doctor en Historia del Arte, y también especialista en cine) realiza un itinerario apasionante por esas tierras de ningún lugar, dibujando un mapa imposible con paradas soñadas a lugares imaginarios, experiencias prometedoras y fallidas y al entendimiento de diferentes conceptos utópicos, que también han trazado una original manera de analizar la Historia. Utopía y cine, dos conceptos que se dan la mano.

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Tres libros de cine. Mi vida en rojo Kubrick/De cine/John Ford

El cine como espejo. Mi vida en rojo Kubrick de Simon Roy (Alpha Decay. Colección Héroes Modernos, 2017)

Mi vida en rojo Kubrick

Una película como tabla de salvación o que sirve para leerse uno mismo…

“Ver, analizar, ver de nuevo y sobreanalizar El resplandor, el exhaustivo examen de esta obra magistral equivale a dejar detrás de mí un hilo de Ariadna que me permite encontrar sano y salvo el camino para salir del asfixiante laberinto del hotel Overlook, huir de la bestia encolerizada que nos persigue a mi madre y a mí desde 1942”. Y en esta frase está la clave para entender el apasionante laberinto que se despliega entre las páginas de Mi vida en rojo Kubrick. Simon Roy es un profesor de literatura que cuenta cómo se le grabó en la mente cuando tenía 10 u 11 años la primera vez que vio El resplandor en televisión y sobre todo cuando escuchó unas palabras: “¿Te apetece un helado, Doc?” así como todas las sensaciones que le provocó esa secuencia en concreto. A partir de ese día, muchas veces se ha enfrentado al visionado de la película (y también a la lectura de la novela de King), e incluso ha formado parte como herramienta pedagógica en sus clases, y su poder de fascinación ha sido además una llave para explorar la sombra más oscura de su alma, un trauma familiar que marca su vida y la de los seres más queridos, en concreto su madre.

¿Qué es Mi vida en rojo Kubrick? ¿Un original ensayo cinematográfico sobre la película de Kubrick?¿Un relato de terror con toques de realidad?¿Un ensayo sobre la psicología humana y el trauma? ¿Un libro sobre los poderes ocultos del cine y el arte, sobre cómo una obra puede ser una tabla de salvamento o una llave para leer los enigmas oscuros de nuestro interior? Mi vida en rojo Kubrick es un laberinto revelador sobre el poder de una película para “leer” la vida de un hombre y poder entender el mundo en el que vive y el trauma familiar que condiciona su existencia.

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María Estuardo (Mary of Scotland, 1936) de John Ford

María Estuardo

María Estuardo junto a su mejor amigo.

María Estuardo es una película denostada, poco analizada e incluso no fue muy amada por el propio director. Todavía no se había especializado en su género estrella (pero no el único que cultivó con éxito), el western. Durante la década de los 30, Ford se paseaba por distintos géneros e historias de toda índole… forjando su personalidad como cineasta. Y es una década, además del periodo silente, llena de descubrimientos, además de ser de más difícil acceso y, por ello, más desconocida. Donde tiene obras tan interesantes como El delator o El joven Lincoln u obras tan olvidadas como Carne… y es una gozada indagar en ella. María Estuardo es una película histórica y se centra en una reina trágica, bajo la óptica fordiana. Puede parecer una película alejada de la coherencia que fue adquiriendo su filmografía, pero no es así. María Estuardo alcanza momentos donde se muestra el buen hacer del cineasta y tiene distintos elementos que no la aíslan de su obra artística.

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Reflexiones alrededor de El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939) de John Ford

El joven Lincoln

1. Maravillosa elipsis

Solo por una maravillosa elipsis merece la pena no perderse El joven Lincoln de John Ford. Ahí se ve cómo Ford sabía escribir con la cámara. Y es un paseo por el campo, al lado del río, de ese joven Lincoln con Ann Rutledge. Es primavera. Ella habla de su inteligencia y ambición, de que puede aspirar a más. Ann explica que él es un autodidacta y su amor por las letras, por los libros (ella se lo ha encontrado leyendo, tumbado). Es un paseo delicado, tranquilo. De manera natural Anna va desapareciendo del plano, siguiendo su camino tras la valla, y deja solo a Lincoln. Y vemos cómo este la sigue con la mirada. Entonces coge una piedra del suelo y la lanza al agua y esta forma unas ondas que se transforman en placas de hielo. El tiempo ha pasado, es invierno. Y Lincoln abrigado pasea por el río y vuelve a la valla, solo que al otro lado hay una tumba, la tumba de Anna.

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La patrulla perdida (The lost patrol, 1934) de John Ford

la patrulla perdida

La patrulla perdida fue uno de los primeros éxitos sonoros de John Ford, un director pionero que ya había adquirido los secretos del lenguaje cinematográfico durante su etapa muda. Ahora había que dominar más frentes tras los avances tecnológicos. Y poco a poco el director iba construyendo su identidad cinematográfica. Es curioso ver cómo John Ford durante los años 30 tocó muchos palos y temas (algunos controvertidos y permitidos por el periodo pre-code, aunque Ford nunca eludió tocar temas complejos)… películas de boxeo, de aventuras marinas, bélicas, cine histórico, cine social, drama judicial… hasta que en 1939 rodó La Diligencia y encontró un género (del que no era en absoluto ajeno, recordemos su obra muda: El caballo de hierro o Tres hombres malos), el western, en el que no solo se especializó (pero, por supuesto, siguió tocando otros géneros como el bélico, el de aventuras y el cine social, que muestran que fue un director versátil y que puede ser tremendamente rico el análisis de su extensa filmografía), sino que además dio rienda suelta a su firma de autor. Una firma que había ido construyendo y creando desde su etapa muda y sus inicios en el sonoro. La patrulla perdida es uno de esos pasos hacia la formación de una potente personalidad cinematográfica, pero con cualidades que la convierten en una película fantasmagórica y extraña a la vez.

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Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (I). 7 mujeres (7 women, 1966) de John Ford

7 mujeres

A finales de los años sesenta y durante los setenta el género western está en continuo cambio y transformación. ¿Canto de cisne o innovación-cambio de un género que se negaba a dar sus últimos coletazos? Así durante estos años, no sólo nace una variación interesante como el spaghetti western, sino que surgen una serie de westerns atípicos con miradas diferentes que ofrecen nuevas miradas del género (no sólo la crepuscular… también una visión que va unida al desencanto y a los aires de protesta de estas dos décadas).

Si tan solo hace unos días hablábamos de un western atípico como Pat Garrett y Billy El Niño, ahora quisiera reflejar este interesante periodo de metamorfosis del género en tres post. Primero con la última obra de John Ford, el director de películas del Oeste se despide con una triste película que no es estrictamente un western pero sin embargo emplea las claves del género para contar una historia con aires de tragedia clásica. Después seguiremos con la obra de un director (su penúltima película) que tan sólo haría en toda su carrera un único western, El día de los tramposos (recuperada de la memoria gracias a un texto de Francisco Machuca). Esta obra de Joseph L. Mankiewicz ofrece una mirada ácida con ecos de comedia negra y desencanto hacia un viejo Oeste complejo. Y por último cerraremos este breve ciclo con Las aventuras de Jeremiah Johnson de un joven realizador que empezaba a despuntar en los setenta, Sydney Pollack, que encontró en el western una manera de expresar su desacuerdo con el sistema imperante…

La última de Ford

Un Ford anciano aborda un relato cinematográfico desgarrado y desencantado: 7 mujeres. Y se despide del cine con una película que a primera vista parece que no es un western. La historia que nos cuenta Ford no transcurre en los paisajes habituales ni en campo abierto. El salvaje Oeste desaparece y se cambia por un lugar lejano, frontera de China con Mongolia, un lugar en guerra. El fuerte del Oeste se transforma en una misión claustrofóbica dirigida por una mujer de carácter e intransigente (Margaret Leighton). Una película que fue incomprendida en su momento, que no es fácil de encontrar una copia en condiciones, que no sólo no fue valorada por los espectadores del momento, sino tampoco por los críticos. 7 mujeres ha sido valorada algo mejor con el paso de los años y en los distintos análisis sobre la obra completa de John Ford. Por ejemplo analiza y cuenta muy bien cómo fue el rodaje (así como sus dificultades) y proporciona un análisis crítico completo y lleno de matices, uno de los expertos en la filmografía de Ford, John McBride en su libro Tras la pista de John Ford (publicado por T&B Editores, 2004).

John Ford abandona el salvaje Oeste pero no las claves del género. Es decir 7 mujeres está contada en clave de western clásico. Además se pueden encontrar similitudes con uno de sus westerns más míticos e importantes a la hora de comprender el lenguaje del género: La Diligencia. Y esas similitudes se encuentran sobre todo en dos aspectos fundamentales: un personaje principal que muestra, por contraste, la hipocresía y doble moral de la burguesía (y en este caso de las organizaciones religiosas). La representación del otro sin rostro, de manera simplista… ellos son el mal y la fuente de problemas para los protagonistas (además de sus propios choques, de sus complejas relaciones interpersonales, y obstáculos). En La Diligencia eran los indios, impersonales, los que provocaban las situaciones límites entre el grupo que viajaba en un medio de transporte que era continuamente atacado (y después también en la posada). En 7 mujeres los bandidos mongoles son presentados sin matices, son unos ‘bárbaros salvajes’ y violentos, no hay más lectura. Pero se pueden encontrar otros puntos de unión como, por ejemplo, la mujer embarazada que pone más al límite la situación del grupo que trata de sobrevivir frente al enemigo. Así el personaje de Anne Bancroft puede ser una fusión entre la prostituta y el doctor de La Diligencia (como aquel maravilloso Thomas Mitchell, la doctora Cartwright también bebe). Además de tener ecos de otro personaje femenino fordiano, Kelly, la morena de turbio pasado con rostro de Ava Gadner que eclipsaba a cualquier personaje que apareciese en Mogambo.

La película, como en las del Oeste, ocurre en un territorio de frontera sin ley. Y como siempre Ford presenta un abanico de personajes (esta vez prácticamente todos femeninos) complejos, nada planos, que se relacionan entre sí. Lo que cuenta sobre todo 7 mujeres es el enfrentamiento de poderes entre dos mujeres con miradas diferentes ante la vida. Una se termina sacrificando por todas, sin pedir nada a cambio… sería el fuera de ley de las películas del Oeste (que parece que va a lo suyo) pero sin embargo actúa y decide salvar a los demás. Y la otra, en un principio mostrada como fuerte e intransigente, va perdiendo la cordura y el respeto del grupo (además con sus actos podría haber conducido a todos a un final desastroso) además de mostrar sus miedos, represiones y frustraciones. Las demás mujeres se van relacionando de distinta manera (algunas evolucionan de la primera escena a la última) con las dos líderes… Sobre todo dos de los personajes: la joven misionera (Sue Lyon) y la segunda de bordo de la inflexible directora de la misión, con la cara de Mildred Dunnock.

Tan solo hay un personaje masculino en el grupo americano (y británico) de la misión que además desaparece a mitad de esta historia con rostro de Eddie Albert (otra vez en nuestro blog, hace nada nos visitó con Attack). Un personaje complejo que evoluciona hasta que es eliminado para que se queden las siete mujeres solas en una situación límite. Cuando pregunta la doctora en su primera cena con sus nuevos compañeros de viaje: “cómo se siente como único gallo de este gallinero”… y él contesta con una risa ridícula, define a la perfección su personaje. Así la interpretación de Albert evoluciona de un hombre anodino y asustadizo que ha guiado su vida para ser predicador… hasta un hombre que toma conciencia de que se ha equivocado de rumbo y despierta… pero ya es demasiado tarde para él (sin embargo, logra que pueda ser recordado con respeto cuando por primera vez toma las riendas de su vida con una mirada realista).

El personaje bombón es el de la la doctora Cartwright, sin embargo, así como Ford dejaba un final optimista tanto para la prostituta de La Diligencia o para la Kelly de Mogambo, a la doctora la deja sola en su sacrificio, en su acto de heroísmo. A su acto de entrega, sin pensárselo dos veces, le sigue su suicidio ante un futuro de dominación, sumisión, en un mundo salvaje y sin reglas. Así Ford nos deja una de sus imágenes hermosas e icónicas… la silueta de una mujer con un kimono ante una puerta que significa la muerte… 7 mujeres se convierte en una despedida triste del director que hacía películas del Oeste. Una despedida en un territorio alejado del western pero que comparte sus claves fundamentales para contar una historia.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Horizontes lejanos (Bend of the river, 1952) de Anthony Mann

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Horizontes lejanos además de ser una película tremendamente entretenida y emocionante esconde toda una simbología —con gotas de ‘épica’ bíblica y mitología— y no se aleja del western psicológico que estaba alimentando Anthony Mann con ese héroe, más humano y por ello más complejo, con rostro de James Stewart. Tan solo dos años antes Ford había llevado a cabo un western donde representaba el viaje simbólico de una caravana de mormones que buscaban unas tierras donde asentarse y se hacía acompañar por dos rudos vaqueros para poder cumplir su objetivo. Ese viaje es transformador para todos (y no falta la emoción, la amenaza y visitantes que se unen a la caravana como un grupo de comediantes…). Me refiero a la olvidada Caravana de paz. Pues bien Mann retoma otro viaje de una caravana de emprendedores colonos (y creyentes colonos, no se obvia que son comunidades tremendamente religiosas) para darle también un significado simbólico y psicológico. Esta vez la caravana viaja en compañía de un hombre que les está ayudando a cumplir su objetivo (asentarse en unas tierras). Ese hombre se llama Glyn McLyntock y tiene el rostro de James Stewart.

Glyn McLyntock tiene un pasado que le atormenta (huye de él) así que convierte en objetivo de su vida el llegar a una ‘tierra prometida’ y asentarse junto a los colonos como granjero y agricultor. Emprender una nueva vida. Ese pasado es ser un fuera de ley (figura fundamental del universo western) y dejar de lado la violencia… Sin embargo (de nuevo la complejidad) sin ese conocimiento que tiene Glyn de la ‘violencia’ difícilmente la caravana lograría llegar a ese mundo prometido. Es decir sin un Glyn siempre al acecho, con un instinto de la supervivencia tremendamente desarrollado, sin miedo alguno de empuñar un alma y matar… la caravana no alcanza el final de su viaje.

Pero para complicar más la trama si cabe… Anthony Mann proporciona otro compañero de viaje a McLyntock. Se trata de Emerson Colt (Arthur Kennedy), otro fuera de ley. Entre McLyntock y Colt se establece una fuerte relación de amistad y de cuentas pendientes (en distintos momentos cada uno salva la vida del otro) además de entender un mismo lenguaje. Pero la relación irá evolucionando hasta convertirse en un enfrentamiento a muerte. El motivo: uno decide seguir siendo un fuera de ley y el otro quiere dejar esa vida atrás… Y en medio y ‘objeto de disputa’, una caravana de alimentos y subsistencia fundamental para que cien colonos, ya asentados, puedan pasar su primer invierno en las montañas.

Así surge la metáfora en la que se sustenta toda la película y la relación y evolución de estos dos personajes (que podrían ser uno). El patriarca de la caravana de colonos, un hombre creyente, sabio y tremendamente conservador (Jay C. Flippen) le cuenta a McLyntock una metáfora. Está convencido de que los fuera de ley no cambian y son manzanas podridas a las que hay que sacar del barril pues pueden extender la podredumbre y afectar a las manzanas más sabrosas. A través del largo viaje el significado de esta metáfora se va alterando para cada uno de los personajes principales de la trama. Nada es blanco o negro, existen los matices.

Mann señala a través de su película que uno de los motivos que pueden cambiar a un hombre y cambiarle a peor es la ‘fiebre del oro’ (tema maravillosamente ilustrado por John Huston en El tesoro de Sierra Madre). Así la caravana llega en un principio a una localidad donde todo es armonía y que les recibe con los brazos abiertos antes de irse a las montañas a asentarse en la tierra prometida. En esta tranquila localidad, llena de buena gente colaboradora, hacen un trato para que en un mes les suban los alimentos necesarios y además dejan a la ‘chica’ de la caravana que necesita recuperarse pues ha sido herida por los indios. Cuando ya una vez en las montañas, ven que no llegan los suministros, el patriarca y el pistolero (James Stewart) regresan a la localidad que se ha convertido en un lugar hostil, sin ley, dominado por el juego y otros vicios, donde los amables habitantes se han convertido en ambiciosos… Y allí el pistolero volverá a encontrarse con su compañero de aventuras y con una chica que ha cambiado…

Pero además Horizontes lejanos es puro entretenimiento a todo color (aunque en el dvd que poseo este color está tremendamente perjudicado) y domina las claves del western. Así aparecen los indios, se habla de la guerra civil norteamericana, los grandes parajes, las montañas, los ríos, los enfrentamientos, los linchamientos, los jugadores, las traiciones, las fuertes amistades, la venganza pero también el amor y la cotidianeidad de la vida dura en el salvaje oeste. Por último señalar que así como en Winchester, Rock Hudson tenía un pequeño papel como jefe indio, su carrera sigue evolucionando con Mann y ahora en Horizontes lejanos es uno de los personajes secundarios de la trama como un joven jugador cuyo corazón queda atrapado por una dama de la caravana y que se convierte en amigo inseparable de McLyntock y Colt. Su dilema es: ¿a quién seguirá cuando el enfrentamiento sea ya insostenible?

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10 razones para amar El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance, 1962) de John Ford

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Razón número 1: El senador y la mentira

Ransom Stoddard es un mítico senador del Congreso de los Estados Unidos y un día llega en tren a una pequeña localidad del Oeste, Shinbone. Para sorpresa del periódico local el senador está ahí para asistir al entierro de un hombre que nadie recuerda, Tom Doniphon.

En una destartalada funeraria sólo acompañan el ataúd: el senador, su esposa Hallie, el amigo fiel Pompey y un hombre anciano que fue en tiempos lejanos comisario, Link Appleyard. Uno de los periodistas quiere saber por qué el senador está ahí y le dice que tiene derecho a saberlo porque él es noticia. El senador mira a su esposa. Ésta asiente. Y se lleva a los periodistas a otra sala. Y empieza a contar su historia.

Éstos son los cimientos sencillos de un relato cinematográfico complejo. El hombre que mató a Liberty Valance es un western desencantado, íntimo,  tremendamente romántico y poblado de idealismos y sueños rotos. Como acostumbraba John Ford, sus historias aparentemente parecen simples y sin complicaciones pero es en lo que no se dice donde se hayan las complejidades y las otras lecturas.

El personaje del senador es tremendamente rico en matices. Nos lo presentan ya mayor y con éxito… distinguido y tranquilo. Sin embargo, vamos viendo a un hombre desencantado, distante y cínico, que arrastra una historia que quiere contar. Y que no le hace más feliz y sí carga más peso en sus espaldas. Le hace reflexionar sobre su vida y méritos políticos. Al final toma una decisión que implica la felicidad de su esposa, Hallie. Descubrimos tristeza, y también ese desencanto, en el matrimonio.

Y todas las claves se van desvelando según vamos escuchando los hechos que relata el senador… Todas las piezas van encajando. Así descubrimos los inicios de un joven abogado que en un pequeño pueblo del Oeste pierde su idealismo y gana su prestigio político y su estabilidad emocional. A su favor decir que todo le vino dado, incluso el convertirse en leyenda. Y que realmente creía y cree en los ideales políticos… piensa que puede mejorar la vida de los habitantes del salvaje Oeste.

Para este papel nadie mejor que un James Stewart capaz de dar todos los matices, todas las luces y sombras, a su personaje. Un personaje que arrastra a su pesar una mentira sobre la que se ha cimentado su carrera y prestigio político.

Y ahí está John Ford para convertirse en un trovador de buenas y emocionantes historias y contar en imágenes una maravillosa y extremadamente compleja. Una de sus últimas historias. Nada es plano. Nada sobra. Nada falta. El hombre que mató a Liberty Valance surge del relato corto de una mujer, Dorothy M. Johnson y de la visión y añadidos de John Ford que guiaron la escritura del guion de James Warner Bellah y Willis Goldbeck.

Razón número 2: El héroe protector

Tom Doniphon es el héroe protector y sólo podía tener el rostro y la presencia de John Wayne. No habla mucho, no tiene el don de la amabilidad aunque sí un sentido especial del humor y la lealtad. Ante todo es fiel a sus amigos y al amor. El hombre duro es despiadadamente romántico.  Y cuando no consigue a la mujer de sus sueños y cuando ya no es necesaria su protección, cae al abismo en silencio. Cae en el olvido. Y no se queja ni acude a nadie. Sólo permite que se quede a su lado otro amigo y compañero de trabajo fiel, Pompey. Él se sacrifica por lo que cree y por el amor de su vida. En silencio. No quiere glorias, prefiere la soledad. Prefiere morir en vida.

Cuando llega ese joven abogado, valiente con la palabra pero un desastre con las armas, se convierte en su sombra protectora. Y en sombra se queda. Porque siempre ha actuado así. Sólo sabe actuar así. Todos los del pueblo lo saben. Los dueños del restaurante. La mujer de su vida, Hallie. Cada uno de los habitantes: el periodista, el doctor, el comisario…Todos saben que pueden contar con él. Y todos saben que está ahí, protegiéndoles en silencio ante los desmanes de Liberty Valance y su pandilla. Valance sólo siente cierto respeto por Tom Doniphon.

Y él vive trabajando, protegiendo, y labrándose un futuro tranquilo. Por eso en su casa lejana está construyendo una hermosa habitación… para cuando la ocupe con Hallie. Nunca da el paso de pedir su mano pero va dejando pistas: no sólo la protege sino que la regala un hermoso cactus con flores, siempre tiene una palabra amable y le encanta cuando Hallie se enfada…

Pero dicen que cuando a los hombres duros se les rompe el corazón ya no tienen consuelo. Se retiran a beber y morir lentamente, en olvido. Y nadie mejor que John Wayne para mostrarnos a ese héroe protector que se derrumba.

Razón número 3: Las armas y la ley

Y El hombre que mató a Liberty Valance tiene diversas capas. Y una de ellas es glosar o trovar el fin de una etapa en el lejano Oeste. Y en esa línea de cambio, dos hombres.

Tom Doniphon representa al vaquero del Oeste, al héroe a su pesar que sobrevive en un territorio sin ley. Diestro con las armas se hace respetar y cuida a los suyos. Primero los enemigos fueron los indios (¿o los enemigos fueron ellos?), también los ladrones y saqueadores de los caminos, después los rancheros que no quieren compartir la tierra y que sólo conocen la ley del más fuerte y el lenguaje de las armas. Si no admites lo que te propongo, te mato. Mientras sobrevivo.

Y el senador Ransom Stoddard representa el futuro. La fuerza de la palabra. La construcción de nuevos ciudadanos. El joven Ransom cree en la educación, en el poder de la escritura y la lectura. Cree que se puede enseñar lo que es la democracia por eso sabe la importancia que tiene la información (el periodismo). No cree que tenga que imperar la ley del más fuerte sino lo que opine la mayoría. Él llega al pueblo y es recibido con máxima violencia por Liberty Valance que le deja moribundo… y él quiere combatir con Valance con la ley en la mano y meterle en prisión. Ransom Stoddar muestra el siguiente paso del salvaje Oeste, él cree en el progreso, en la comunicación, en la política, en el paso de la diligencia al tren, en la construcción de un estado…

Sin embargo la gran ambigüedad del asunto (y es un tema ya tratado por John Ford varias veces) es que para poner los cimientos al progreso y para construir la democracia (para entender la historia de ese lejano Oeste)… hace falta que existan héroes como Tom Doniphon que no tienen problema en empuñar un arma…

Razón número 4: Los malos y otros secundarios

Como es habitual en el universo fordiano, la galería de secundarios es un lujo de buenos personajes. Así entre los malos nos encontramos a un pistolero y mercenario (que se une al mejor postor) que hace la vida imposible a todos los habitantes del tranquilo pueblo del Oeste. Él es Liberty Valance, un hombre excesivo que deja su firma con un látigo… especialista en desestabilizar, crear violencia y no tener un atisbo de piedad. Pero sí se da cuenta y por eso los toma inquina que esos hombres que emplean la palabra y el saber pueden acabar con su reino de miedo y terror. Por eso se convierten en objetivos el periodista y el abogado… Y el rostro de Valance con su risa incluida no podía ser más que el del mítico Lee Marvin. Le acompañan dos secuaces, uno de risa desagradable y el otro siempre callado y frío. Y en ese secuaz silencioso descubrimos al futuro rey del spaghetti western, Lee Van Cleef.

Pero como no podemos pararnos en todos los secundarios, nombraremos a los más cruciales en la trama.  Así nos encontramos que Pompey, el amigo fiel de Tom, es otro ser marginado como él y cuenta con el rostro de un siempre eficaz y carismático Woody Strode. Un hombre negro no lo tenía fácil en el salvaje Oeste pero Pompey siempre se mantiene como un hombre íntegro, fiel y con la dignidad intacta. También nos encontramos con ese comisario puesto en su cargo por su inutilidad y cobardía para que no sea un estorbo ante los desmanes de Liberty Valance y su pandilla. Y ese comisario tiene el rostro de Andy Devine, inolvidable secundario. No obstante al comisario se le regalan no sólo momentos cómicos y de cobardía sino un enfrentamiento verbal con Valance y una fidelidad hacia todos aquellos que considera amigos. También se ilustra el nacimiento de una democracia donde ya se ve el poder de la oratoria, la artimaña y el proceder de los políticos para conseguir sus fines, la importancia del espectáculo y los mítines para conseguir votos, el peligro del populismo… Y ahí se nos regala la interpretación de John Carradine como oponente político del joven senador.

No son los únicos… hay muchos otros rostros identificables del universo fordiano. Y uno de ellos me lo guardo para un único apartado, el periodista Dutty Peabody con el rostro de Edmond O’Brien.

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Razón número 5: La memoria, de la diligencia al tren

El hombre que mató a Liberty Valance es también un tratado sobre la memoria. Así nada como la muerte de un ser querido para activar los mecanismos del recuerdo. El senador le dice al periodista que él es un hombre joven que sólo sabe lo que ocurrió a partir del descubrimiento del tren… pero que su mundo era muy diferente. Y en ese mundo iban en diligencia. Y entonces en esa funeraria (que sirve para más negocios) hay una polvorienta diligencia. El senador señala esa polvorienta diligencia para dar a entender su pasado… y de pronto quita el polvo y descubre la inscripción y cree, emocionado, que puede ser la misma diligencia que le trajo a ese lejano pueblo. Entonces se pone en marcha la memoria, el recuerdo y la nostalgia… y ya el espectador queda atrapado ante esa historia rescatada del pasado en las brumas de la memoria.

Razón número 6: El triángulo y el amor

Una de las razones por las que amo eternamente a El hombre de Liberty Valance es por su romanticismo extremo pero sin estridencias. Y así entre el senador y el héroe protector surge el tercer personaje de un triángulo: Hallie, la chica voluntariosa, inteligente, llena de vida, con carácter y analfabeta (pero con muchas ganas de aprender), que trabaja duramente en el restaurante con los dueños —un matrimonio que ejercen prácticamente de padres adoptivos—, y que marca la vida de los dos protagonistas. Y marca sus vidas porque los dos la quieren. Así su vida se construye a partir de una elección. Esa elección la sigue para siempre. Al final queda como un halo de nostalgia alrededor del personaje. Sobrevuela una duda, ¿se equivocó en la elección?

No lo sé. Creo que esa duda hubiese también sobrevolado si hubiera elegido a Tom. Hallie siempre dudaría porque los amaba a ambos (pero de manera diferente) y cada uno le ofrecía un mundo y posibilidades diferentes. Y además Hallie sabía cómo tratarles a ambos y no sólo eso, se da cuenta de que ambos están y estaban totalmente enamorados de ella…

Y es Hallie la que precipita el sacrificio de Tom pues éste decide retirarse del juego del amor cuando descubre que ella quizá quiere vivir tan sólo al lado del hombre de letras y ahora héroe mítico.

Hallie arrastra la pena de la pérdida porque sí valora el sacrificio de Tom e incluso parece que, suavemente, se lo echa en cara a su flamante marido, el senador. El senador significaba un mundo de conocimiento, apertura y aventura fuera del pequeño pueblo. Y ése fue el camino que tomó. Y Tom hubiese sido quedarse donde estaban sus raíces, en una casa construida para ella, vivir en una comunidad pequeña, rodeada de naturaleza y quizá con una pasión más profunda. Hacia el senador sintió una admiración honda…, y con Tom quizá fue una mujer enamorada que no dio el paso porque él tampoco se atrevió o se le pasó el momento.

Hallie tiene el rostro de la actriz Vera Miles, actriz que compone dos hermosos papeles tanto en Centauros del desierto como en esta película. Aquí Ford le regala un buen papel y la actriz despliega su arsenal y se apodera del personaje.

Razón número 7: Desmitificación de la leyenda

Si por algo también me entusiasma El hombre que mató a Liberty Valance es porque aparentemente parece que está contada de una forma sencilla… pero la sorpresa que la convierte en película imprescindible es que es una de las más demoledoras historias de desmitificación de una leyenda. De desmitificación del acto de un hombre.

Construye el engranaje completo de cómo el senador se convirtió en el hombre que mató a Liberty Valance. Un hombre por ello admirado, respetado y querido. Y cómo este hecho es una leyenda y cómo su protagonista lo sabe. Así cuenta los sucesos acaecidos a unos periodistas ávidos de noticias… pero cuando éstos se dan cuenta de que la leyenda se quiebra, uno de ellos dice frase demoledora: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, se escribe sobre la leyenda”. Así que el senador se queda con la leyenda que cada vez más le pesa… y Tom relegado al olvido. John Ford nos cuenta la verdad, los hechos de una historia, pero se nos dice que se prefiere la leyenda…

Y lo que parece una bella historia se convierte en una culpa oculta. En una mentira sobre la que se construye una carrera política. Y eso termina doliendo al matrimonio Stoddard. Y a todos los que rodean el ataúd.

Ford nos cuenta de manera magistral y en el momento justo de dos maneras diferentes, desde dos puntos de vista distintos, el instante en que Liberty Valance cae abatido por un tiro. Primero la gente del pueblo, y nosotros los espectadores, vemos cómo el senador gravemente herido (y valiente, eso no se lo quita nadie) con su mandil y su pequeña pistola dispara a Valance y éste cae moribundo. Pero en el momento crucial de su carrera política, en un momento que va a abandonar, Tom le cuenta lo que pasó aquel día. Y vemos la misma escena desde un callejón donde se encuentran Pompey y Tom… y como siempre el héroe protector está ahí a tiempo de actuar.

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Razón número 8: La libertad de prensa y Dutton Peabody

El periodista Dutton Peabody es el personaje secundario que hace que uno se quite el sombrero. Protagoniza además uno de los momentos más increíbles cinematográficamente que muestra a un Ford maestro del lenguaje en imágenes.

Dutton Peabody es además el alcohólico del pueblo… tanto cuando bebe como cuando no bebe le gusta hablar y contar verdades pero se encuentra tan desencantado en un mundo de locos que prefiere parecer un cínico que nada le importa y que lo único que le interesa son sus botellas. Sin embargo la llegada del joven abogado le hace volver a creer que el cuarto poder sirve para algo y este propietario, editor, director, reportero… y también, para qué engañarnos, el que barre el local del periódico local empieza a emplear sus páginas para la denuncia y termina, sin quererlo ni beberlo, en el mundo de la política. Pero también se convierte en objetivo de Liberty Valance y sus hombres y en un defensor acérrimo de la libertad de prensa…

Así protagoniza una escena increíble en su local. Está escribiendo su próxima portada pero a la vez se encuentra muy bebido (el miedo: se sabe en peligro y que Liberty Valance va a por él y a por el senador). En esa portada cuenta la derrota de Valance en una votación… queda claro que no sirve para la política ni para la democracia. Descubre una errata y que tiene que corregirla… pero antes decide ir a por más alcohol. Vemos cómo apaga la luz de su quinqué y cómo su sombra se proyecta en la pared del local. Va a la cantina a por más alcohol. Y cuando regresa, sólo vemos su sombra en la pared. Todo está oscuro. Alcanza su quinqué y lo vuelve a encender y ante la tenue luz aparecen de pronto Liberty Valance y sus dos secuaces. ¡Una pasada de escena! A partir de este momento recibe una brutal paliza… que le deja prácticamente muerto.

Dutton Peabody está magistralmente interpretado por Edmond O’Brien en uno de los mejores papeles de su carrera cinematográfica. Me quito el sombrero.

Razón número 9: Lo que no se dice

Ford es el rey en contar silencios. En sus películas hay que estar atento a lo que no se dice, a lo que se muestra con una mirada o con un gesto. Y surgen otras historias y otras lecturas. Y en El hombre que mató a Liberty Valance hay que estar atento a las miradas de Tom, a las de Hallie, a las de Pompey, a las del senador… Cómo Tom se sienta en la mesa de un restaurante, cómo el senador mira a Hallie cuando descubre que ésta no sabe leer, cómo Hallie sale a la puerta para despedirse de Tom pero no le llama y cómo Pompey mira a cada uno de los protagonistas de esta historia y sufre con dolor el sacrificio de Tom.

Si seguimos tan sólo las miradas encontramos un subtexto que enriquece cada vez más la película en cada nuevo visionado.

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Razón número 10: Flores de cactus encima de un ataúd

Y llega entonces para mí una de las escenas más hermosas: un humilde y sencillo ataúd de madera con unas flores de cactus encima. Y los que ya sabemos los hechos nos damos cuenta del significado de esta escena y entendemos la mirada del senador…

Y eso es El hombre que mató a Liberty Valance la flor de cactus en la filmografía de John Ford. En el momento de su estreno fue vapuleada por la crítica, fueron pocos los que supieron ‘leerla’. Sólo hizo falta que pasara el tiempo para descubrir el potencial y la complejidad de una historia que destruye, con delicadeza, la leyenda y la épica del Oeste…, y muestra un mundo brutal y duro.

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