Las sesiones (The sessions, 2012) de Ben Lewin

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Las sesiones ha supuesto una sorpresa. Una película-medicina, pequeña y redonda, con una buena historia y unos buenos intérpretes. Parte y se inspira en un personaje real, el periodista y poeta Mark O’Brien. Un hombre que sufrió en la infancia una poliomelitis que le redujo para siempre a una camilla y a la necesidad de pasar muchas horas del día en un pulmón de acero. Bajo esta premisa el espectador puede pensar que se trata de otra historia protagonizada por un discapacitado sobre superación. Y lo que nos presenta Las sesiones es una película luminosa y optimista donde trata con delicadeza y mucha naturalidad un tema: el sexo y la discapacidad. Precisamente Ben Lewin (director y guionista) se inspiró en un artículo que escribió O’Brien sobre esta cuestión.

Ben Lewin articula su historia a través de dos tipos de sesiones: las que tiene el protagonista con una terapeuta sexual (una Helen Hunt natural como la vida misma) y con su consejero espiritual, un cura (encantador William H. Macy). Su voz siempre está presente, no desaparece en ningún momento (incluso cuando parece que no tiene por qué estar). La premisa de la que parte esta historia es la necesidad que siente el protagonista en un momento de su vida de poder mantener relaciones sexuales. Tiene 38 años y acaba de enamorarse profundamente de una cuidadora… Cuando confiesa sus sentimientos, la cuidadora desaparece de su vida. Eso y el encargo de escribir un reportaje de entrevistas con otros discapacitados sobre sus relaciones sexuales, le lleva a querer sentir y experimentar su sexualidad. Y va más allá, quiere amar y ser amado.

Para llevar a cabo este fin, su círculo de relaciones se pone en marcha. Y las dos personas antes nombradas, un cura y una terapeuta sexual le acompañarán en esta aventura vital.

Mark O’Brien era católico así que se topa en su camino con un cura que lo que hace es ponerse en su lugar como hombre, cercano, y acompañarle en su viaje hacia el conocimiento de su cuerpo y sexualidad. Se cruza en su camino un cura con sentido común y no retrógado que se pone en la piel del otro. No pone trabas y más obstáculos de los que tiene el protagonista sino sencillez y naturalidad. Le escucha. Cómo toda la red de relaciones que tiene a su alrededor (principalmente sus distintos cuidadores).

Así se van matizando las distintas relaciones que establece Mark (un inmenso John Hawkes). Y la central, la que establece con su terapeuta sexual y sus sesiones. Y aquí es donde estaba la parte compleja de esta historia resuelta de una manera excepcional gracias a sus protagonistas y a la opción de la sencillez. Mark O’Brien no es una víctima sino un hombre que trata de poner solución a un problema. Y para ello busca a una profesional que le guía y le enseña a ponerle solución. Punto. Así las escenas de las sesiones son desprovistas de cualquier tipo de morbosidad o sensacionalismo y se integran totalmente en la historia que nos quiere contar. Explícitamente se muestran las lecciones pero con la naturalidad y la sensibilidad por bandera. Acompañamos a O’Brien en su aprendizaje, en sus dudas, en sus miedos y en la consecución de su objetivo.

Todas las relaciones tienen puntos de inflexión y sutilidad. Las que mantiene con cada una de sus cuidadoras, con el cuidador, con su consejero espiritual y con la terapeuta… La personalidad de O’Brien (que emplea el humor como instrumento para superar obstáculos) hace que lo complejo de su situación parezca fácil (cuando no lo es en absoluto).

Es hermosísima la relación que establece con su terapeuta porque finalmente ella que siempre ha tenido claro el distanciamiento con sus clientes (deja claro que tiene su propia vida privada, que apenas sale matizada —y es para la que esto escribe la debilidad de la película porque es un tema muy interesante pero poco desarrollado—, y explica claramente la diferencia entre sus sesiones como terapeuta y las de las profesionales del sexo, las prostitutas) pero con O’Brien siente la necesidad de someterse más que nunca a las reglas de su profesión (no más de seis sesiones) porque su implicación termina siendo absolutamente emocional (cruza el límite entre sentirse profesional y terapeuta a sentirse a gusto con el hombre al que enseña y deseada…) y eso la hace sufrir y finalmente distanciarse. Porque ambos tienen claras las reglas del ‘juego’.

Así Las sesiones se convierte en una película sorpresa que regala una serie de buenos momentos sobre un hombre que  trata de solucionar un tema universal: la soledad y la necesidad de amar y sentirse amado. Y un momento que se nos regala es un gato atigrado encima de un pulmón de acero…

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