Infierno en la ciudad (Nella città l’inferno, 1959) de Renato Castellani

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Según iban pasando imágenes de Infierno en la ciudad me venía a la cabeza otro drama carcelario femenino (también en nuestro viejo baúl de películas) dirigido en 1950, Sin remisión. Infierno en la ciudad es una de mis primeras incursiones en el cine del director italiano Renato Castellani y Sin remisión era otra indagación más en la carrera del director norteamericano John Cromwell. Así cada una de las películas se empapa del país donde vienen. Una es un drama carcelario italiano con influencias de un cine neorrealista con otro popular… donde cada una de las secuencias es una tragicomedia en sí. Y la otra es un drama carcelario americano que se deja llevar por el cine negro con gotas de melodrama y tragedia social. Ambas además arrastran un reparto de actrices femeninas maravilloso. Pero mientras la americana está al servicio de una impecable Eleanor Parker (recientemente fallecida), la italiana logra una película coral donde Anna Magnani (siempre Mamma Roma) y Giuletta Massina (también existió sin Fellini) son parte de un engranaje que avanza…

Así Infierno en la ciudad se convierte en el retrato cotidiano de una cárcel femenina a finales de los cincuenta. Delincuentes comunes que comparten celda y van sobreviviendo encerradas entre rejas. Para algunas es mejor lo que les ofrece la prisión, una habitación y comida, que lo que las espera fuera. Pero nunca pierden su capacidad de soñar o de imaginarse fuera. Así va pasando el tiempo… y conocemos a una anciana que se hace llamar La Condesa, a una mujer que se deja arrastrar por la locura que mató a su bebé, a una joven que no quiere volver a pisar la prisión de nuevo y que con un espejo logra captar lo que hay fuera e incluso enamorarse de un joven trabajador, Moby Dick… una reclusa enorme o a Egle (Anna Magnani), una mujer de fuerte personalidad y carácter, una líder: lo mismo la adoras en una escena por su solidaridad con las otras presas como en la siguiente la estamparías contra la pared porque su desesperación a gritos le hace cometer locuras diarias (dormir de día, despertarse de noche, cantar, discutir, pelearse y gritar sin parar…) o Lina (Giuletta Massina), una joven tímida, inocente y enamorada que entra en prisión y descubre otro mundo (¿mejor o peor?) u otra manera de ver la vida… una vida perra.

Renato Castellani refleja el día a día de las presas con las carceleras (las monjas), entre ellas, sus riñas y sus alegrías, su monotonía diaria y su lucha por la supervivencia o por no volverse locas, sus lágrimas y sus esperanzas, sus canciones o sus sueños. Así resulta una película dura pero vital. Un buen retrato coral con escenas que se quedan en la retina, difíciles de olvidar.

Y una de ellas, fundamental. Se podría incluso hablar de una ‘firma’ del género carcelario: cuando los presos asisten a una proyección cinematográfica. Y en Infierno en la ciudad las presas tienen su proyección. Y es un momento de alegría, que muestra la capacidad del cine para que el ser humano se deje llevar por el inconsciente y sentir algo parecido a la felicidad, sobre la importancia de la risa, de la evasión, de saltar los muros a través de las imágenes… Así como también era un momento catártico cuando los presos iban al cine en Los viajes de Sullivan, donde el protagonista descubría la importancia del cine cómico, en Infierno en la ciudad es un momento de alegría, de griterio, de salida de la rutina… una enorme pantalla blanca con su proyector en el patio de la cárcel… Y todas las mujeres asistiendo a una animada proyección…

Pero también es la oportunidad de deleitarse con un grupo de actrices, algunas desconocidas, que crean personajes de carne y hueso… y como no vibrar con la fuerza de una Magnani que se sale y una Massina con su aparente fragilidad… ambas nos dejan la huella de lo que significa ser tragicómicas de verdad. Creo que empezar con Infierno en la ciudad es una buena manera de iniciarse en la filmografía de Renato Castellani, otras sorpresas me esperan.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Tres secretos (Three secrets, 1950) de Robert Wise

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Si al lado de una película veo el nombre de Robert Wise me entran unas ganas irrefrenables de echarla un ojo. Porque Wise es de esos directores que se formaron en el sistema de estudios y que dominaban el oficio de hacer películas. Así llegaban a conseguir un dominio del lenguaje cinematográfico que les permitía una carrera llena de títulos sorprendentes. Y así dejaba buenas obras de cine negro, ciencia ficción, terror, comedia romántica, musical o melodrama. Y lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a sorprenderme. Esta vez con un drama sobre vidas cruzadas y destinos: Tres secretos. Que además cuenta con el aliciente de tres actrices protagonistas de altura: Eleanor Parker, Patricia Neal y una olvidada Ruth Roman.

Hay un suceso que une a las tres damas que se sigue de principio a fin y tres flashback que nos explican por qué estas mujeres coinciden en un mismo lugar. La película empieza con el rostro de un niño en un avión preguntando cuánto falta para llegar y a continuación se intuye que se ha producido un horrible accidente. Entonces se pone en marcha la rueda de los medios de comunicación para cubrir un hecho trágico: era un avión privado donde viajaban los padres y el niño. El equipo de rescate localiza el avión desde el aire y realiza unas fotografías y se dan cuenta de que el niño puede estar vivo. Pero el accidente ha ocurrido en una montaña donde sólo se puede acceder escalando y no por ningún otro medio. Así que se crea un equipo de montañeros voluntarios para rescatar al niño. Desde el centro de operaciones, al pie de la montaña, se reunen curiosos, equipo militar, policía local, Cruz Roja y prensa para cubrir tal evento. Por un periodista nos enteramos de que el niño —que iba a cumplir cinco años ese mismo día— era adoptivo, sabemos de qué centro lo recogieron y que vuelve a quedarse solo… Y entonces empiezan a aparecer las tres protagonistas.

Susan (Eleanor Parker) es una mujer acomodada casada con un abogado pero que arrastra el peso de una culpa (y un secreto) que no la deja ser plenamente feliz. Justamente hace cinco años —junto a su inflexible madre— tomó la decisión de dejar en adopción a su hijo… cuando su novio en aquel momento no sólo tiene que entrar en combate en la II Guerra Mundial sino que le confiesa que siempre ha habido otra mujer…

Phillips (Patricia Neal) es una ambiciosa periodista y buena profesional que tiene claro que la puede más el superarse en su trabajo cada día que cuidar más su relación de pareja con su esposo Duffy. Trata de salvar su pareja pero es una mujer independiente e intrépida y no puede darle el tipo de relación que espera su esposo. Así que se divorcian… pero justamente se entera de su embarazo. También acude al mismo centro que Susan para entregar a su hijo en adopción. No quiere que se entere su ex que además ha vuelto a  casarse y quiere seguir trabajando…

Y por último la más castigada de las tres, Anna, una bailarina que sale con un hombre de negocios y de la noche a la mañana, y sin explicación alguna éste la abandona. Pero la abandona de una manera tan cruel que Anna pierde la cabeza y le mata (y se convierte en un ‘personaje’ marcado por la prensa). Está embaraza. En prisión le dicen que quizá la mejor solución para el niño que viene es la adopción.

Las tres coinciden en el centro cuando van a entregar a sus hijos (la más atenta a todo lo que le rodea es la periodista) y las tres vuelven a coincidir en el pie de la montaña porque piensan que el niño que va a ser rescatado puede ser suyo.

Así Robert Wise encadena no sólo las tres historias de estas mujeres (muy bien interpretadas y muy bien creados los personajes) sino que además crea la tensión del rescate y una reflexión sobre el oficio del periodismo (donde da una de cal y una de arena… los periodistas más protagonistas son cínicos, sin sentimientos y capaces de todo por una noticia pero también son los que finalmente toman ciertas decisiones nobles, cambian sus comportamientos y consiguen la información necesaria)… y esa raya tan tenúe entre el derecho a informar o la noticia como espectáculo.

Se nota el oficio de Wise en la forma de contar la historia y además se sirve muy bien de sus intérpretes que ninguna le falla. Las tres además se encontraban en un momento álgido en sus carreras y esta película corrobora que son buenas dando los matices necesarios a sus personajes. Las tres, sin embargo, sobre todo Roman, han caído bastante en olvido. Así que Tres secretos es una buena oportunidad para recuperarlas y conocer su trabajo como actrices. Y una buena razón para darse cuenta de que Robert Wise es un director a tener en cuenta.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.