El sol sale mañana (Our vines have tender grapes, 1945) de Roy Rowland

Con su secuencia de apertura ya percibimos el tono de El sol sale mañana. Dos niños pasean, rodeados de naturaleza. Son Selma (Margaret O’Brien) y Arnold (Jackie Butch Jenkins). Ella tiene siete años y él, cinco. Pasan muchas horas juntos porque son primos y vecinos, se enfrentan al mundo que les rodea y tratan de entenderlo, aunque no es fácil. En tan solo unos minutos, en una cálida jornada de verano, juegan, discuten, reflexionan y se enfrentan a dilemas complejos como la muerte, la guerra, la crueldad y la responsabilidad de sus actos. Pero todo fluye de manera sencilla, sin grandes aspavientos. Otra peculiaridad de los críos es que viven en una pequeña localidad rural estadounidense, Fuller Junction, donde forman parte de una comunidad inmigrante noruega.

Selma tiene una relación muy especial con su padre Martinius (Edward G. Robinson), un hombre del campo, trabajador y sabio. Para él, la cría es su “jenta mi”, “mi niña” en noruego. Los dos a su vez se sienten seguros bajo la mirada y los cuidados de Bruna (Agnes Moorehead), la esposa y la madre, una mujer que parece recta y seria, pero que comprende como nadie a las dos personas que más quiere en el mundo. Siempre está presente para acompañarlos en el recorrido de la vida. La película transcurre durante un año, y diversas anécdotas van pasando tranquila y plácidamente como las estaciones del año. De fondo, la sombra de la Segunda Guerra Mundial.

El sol sale mañana hace una bella sesión doble con otra película ya reseñada, Nunca la olvidaré (I remember mama, 1948), de George Stevens, donde una adolescente rememora los avatares de su familia, inmigrantes noruegos, en San Francisco. Si la película de Rowland gira alrededor de la figura del padre, en la de Stevens era la madre la figura central. Ambos largometrajes están narrados con una sensibilidad especial, con calma, como el largo río de la vida. Eso sí, a veces, con turbulencias y oscuridades.

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El rey del juego (The Cincinnati Kid, 1965) de Norman Jewison

El rey del juego

… unos ojos azules

¿Pueden unos ojos azules conquistar toda una interpretación…, incluso una película? Sin duda, uno de los secretos de Steve McQueen fue la manera de mirar, de mover sus ojos azules. Además de pasear varios personajes perdedores por la pantalla de cine con toda la dignidad del mundo. Siempre con un punto de picardía y dejadez. A esos ojos, a veces les acompañaba una sonrisa… que se hacía mucho de rogar. Así su personaje en El rey del juego se convierte en un perdedor a su pesar, pero con sus propias reglas y con su independencia y libertad como bandera. Y no está solo: una galería de personajes y actores maravillosos le acompañan.

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Centenario de Orson Welles (7). El extraño (The stranger, 1946) de Orson Welles

elextrano

El extraño puede ser la historia de un reto. Orson Welles quiso demostrar que podía llevar a cabo una película de encargo, con el presupuesto y el tiempo estipulado. Ya cargaba sobre sus hombros la fama de niño terrible que había hecho una ópera prima brillante (Ciudadano Kane), había tenido problemas y conflictos para llevar a cabo El cuarto mandamiento (y no pudo realizar la película soñada por él…, otra de las tragedias de su filmografía) y además ya tenía un proyecto cinematográfico inacabado (la eterna desgracia de su obra fílmica), Its All True. Así que ahora le tocaba una película que siguiera los estándares del sistema de estudios. Que demostrase que podía ser un director dentro de la industria hollywoodiense. Y ese fue el encargo de un productor, que por otra parte siempre arriesgaba, Sam Spiegel. La película fue El extraño. No solo tenía un productor, sino un presupuesto, unos tiempos estipulados, unas estrellas impuestas (y una de esas estrellas sería él mismo en el papel protagonista)…

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