The quiet girl (The quiet girl, 2022) de Colm Bairéad

La carrera de una niña, la importancia de los gestos en The quiet girl.

La cámara de Colm Bairéad no se separa de la niña protagonista, Cáit (Catherine Clinch), de nueve años. The quiet girl es una película de miradas y silencios. Bairéad ofrece una ópera prima que es un poema directo y conciso sobre una infancia dura. Son más importantes los gestos que las palabras para ir construyendo la historia. Y donde una carrera cronometrada de su protagonista para recoger el correo adquiere todo su significado y emoción al final de la historia. Colm Bairéad, desde la calma y la belleza de la Irlanda rural de los años ochenta, regala unos últimos minutos de emoción intensa. La niña tranquila realiza una carrera para expresar su amor. Y transmite una sensibilidad similar a la carrera de Joey Starrett (Brandon de Wilde) en Raíces profundas de George Stevens.

Cáit lo observa y sobre todo lo siente todo. Es una niña callada, tímida, que no expresa sus sentimientos, que prefiere pasar desapercibida en un entorno que es hostil. Vive en el seno de una humilde familia numerosa, donde su agotada madre está a punto de dar a luz y su padre no pone las cosas fáciles, nunca. La muchacha tampoco recibe el apoyo de sus hermanos y en el colegio no encuentra su sitio, sus problemas de aprendizaje y su actitud silenciosa no hace que sea muy popular. Cáit se siente invisible.

Ante la inminente llegada del bebé, los padres toman la decisión de mandar a Cáit a pasar el verano (o mucho más, no le queda muy claro) a casa de unos familiares de la madre. Su padre la deja allí sin un ápice de cariño, incluso olvida darle el equipaje, y ella se enfrenta sola a la incertidumbre. Nadie se ha despedido de ella. Entra en el hogar de los Kinsella (Carrie Crowley y Andrew Bennett), sin apenas conocerlos. Y Cáit realiza una serie de descubrimientos que darán un vuelco a su vida.

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El repostero de Berlín (The Cakemaker, 2017) de Ofir Raul Graizer

El repostero de Berlín

… preparar una nueva masa…

Apelar a los sentidos y a la sensibilidad. Lo que despierta un sabor de un dulce determinado, como una galleta, y lo que dice una mirada o lo que expresa un silencio. Estos ingredientes conforman una tarta exquisita en El repostero de Berlín, una película aparentemente sencilla, pero que en sus matices y detalles esconde complejidad y reflexión. Una historia sobre distintos tipos de amor, sobre la delicadeza y las texturas. Su personaje central, Thomas, es un laborioso y silencioso pastelero alemán.

A su local siempre entra Oren, un ingeniero israelí que viaja continuamente a Berlín, come alguno de sus dulces y lleva una caja de galletas para su mujer y su hijo. Ambos se convierten en amantes. Pero un día Oren ya no regresa, y Thomas se entera de que ha fallecido en un accidente. Y toma una decisión. Deja todo y se va Jerusalén. Y allí entra en contacto con la familia de su amante, sin desvelar su identidad.

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Chavela (Chavela, 2017) de Catherine Gund, Daresha Kyi

Chavela

Chavela, el desgarro como arte…

Hay personas como Chavela, con voz desgarrada, capaz de cantar al dolor que te rompe las entrañas. Entonar con su voz rota a la soledad, al desamor, al abandono, a la pena, a la desesperación… y a la luz de la luna. Hay personas como Chavela que con su personalidad llena de luces y sombras sobrevuela siempre entre la leyenda y la realidad. Las directoras Catherine Gund y Daresha Kyi dejan un retrato de la cantante y escarban entre las verdades y mentiras que rodean el propio relato oral de Chavela Vargas, que se construyó una identidad a través de los golpes que propina la vida. Chavela escondía a Isabel Vargas Lizano, aquella niña herida que nació en Costa Rica, pero se empapó de México… De un México de cantinas y cabarets, de tequilas y pistolas…, se convirtió en la mujer más dura… y también en la más frágil. Así el documental Chavela recoge el espíritu de una voz ronca que estallaba en dolor y convertía una canción en un ritual íntimo y bello.

Ojalá que te vaya bonito,

ojalá que se acaben tus penas,

que te digan que yo ya no existo ,

que conozcas personas más buenas…

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Carrera hacia los Oscar. Manchester frente al mar/Jackie/Lion

Manchester frente al mar (Manchester by the sea, 2016) de Kenneth Lonergan (6 nominaciones)

Manchester frente al mar

Manchester frente al mar es el retrato de un corazón roto y te va hundiendo en ese pozo oscuro de donde Lee Chandler (Cassey Afleck) no puede salir a flote, aunque lo intente. Lee es un silencioso encargado de mantenimiento de unos edificios de Boston, un hombre solitario, que tan solo en determinados momentos explota violentamente. Recibe una llamada y esa llamada supone un regreso a su localidad natal, un pequeño pueblo pesquero: su hermano ha fallecido. No solo tiene que encargarse de todo lo que supone la muerte de un ser querido sino también ocuparse de su sobrino adolescente. Su regreso le reabre heridas del pasado (que nunca cerraron) y como ráfagas va pasando, de nuevo, su vida frente a sus ojos y el momento en que todo se quebró, de la forma más brutal.

El regreso supone para Lee Chandler un camino emocional doloroso. Por no sucumbir al dolor, voluntariamente decidió vivir aislado y al margen de la propia vida. El regreso le supone volver a sentir: el encontrarse con caras de su pasado, con silencios y miradas, la relación codo con codo con su sobrino, el recuerdo de su hermano ausente, el reencuentro con su exmujer…, pero también le supone revivir el dolor y las pesadillas. Y descubrir sencillamente que no puede con ello, que si quiere sobrevivir necesita seguir al margen. Aunque inconscientemente se ha abierto una compuerta…, quizá pueda volver a sentir.

Kenneth Lonergan en su tercer largometraje construye un minucioso y elegante melodrama sobre gente corriente (de alguna manera lejana hay ecos en la forma de narrar y contar de Gente corriente de Robert Redford), donde como no podía ser de otra manera en este género, el empleo de la banda sonora (entre música clásica y la partitura original de Lesley Barber) acompaña el viaje emocional. Frente al mar, y ese barco lleno de significados y recuerdos para los dos hermanos y el sobrino; en esa villa pesquera, donde hay un predomino del azul (que ese el color de la melancolía, que nunca abandona el metraje), de la claridad y la calma, donde el frío cala en los huesos… estallan los recuerdos dolorosos de Lee y el peso de la culpa que no puede quitarse de los hombros. Entre recuerdos, ensueños, y restablecimiento de relaciones con gente del pasado, con la recuperación de la figura de ese hermano ausente que siempre estuvo a su lado, y su relación especial con el sobrino (rotos los dos por la ausencia de un tercero) la sensibilidad devuelve vida a Lee, pero vida con dolor y desgarro. Sin posibilidad de olvido.

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Cine español en tres sesiones. Loreak de José María Goenaga y Jon Garaño/Murieron por encima de sus posibilidades de Isaki Lacuesta/ A cambio de nada de Daniel Guzmán

Tres sesiones en las que he disfrutado de tres propuestas diferentes de cine español. Las tres me han enganchado por distintos motivos y las tres dejan ver formas de rodar historias que llegan.

Loreak de José María Goenaga y Jon Garaño

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Una imagen potente y una canción fueron los primeros pasos para crear Loreak. Los ramos de flores que nos encontramos a veces en tramos de carretera donde así se señala que ahí hubo un accidente de tráfico. Y la canción de Cecilia Un ramito de violetas que cuenta un complejo romance. Son los ramos de flores los que cuentan la historia de tres mujeres unidas por hilos dolorosos. Las tres comparten una ausencia fuerte en sus vidas. Las tres tienen maneras muy distintas de curar las heridas. De cuidar esos ramos con flores que unen sus destinos. Loreak es una hermosa película que fue una de las gratas sorpresas del 2014.

El espectador viaja al País Vasco y al mismo corazón de tres mujeres (Nagore Aramburu, Itziar Aizpuru e Itziar Ituño) con heridas y una ausencia. Con una sensibilidad y suavidad extrema los directores construyen una dura historia sobre lo que cuesta sobreponerse al dolor de la pérdida, al miedo de envejecer o de sucumbir en lo lineal de la vida cotidiana. El miedo a no poder expresar o gritar nuestros miedos y dolores. Y cómo el ser humano busca distintos motivos a los que aferrarse, distintas formas de conformarse para vivir o sobrevivir. El olvido, el silencio, el imaginarse historias que nos llenan, el no nombrar ni expresar, el no perdonar, el comerse todo lo que uno siente, no estallar. No solo son los ramos de flores o los rostros de tres actrices que reflejan universos personales… sino también un melancólico relato cinematográfico sobre el paso del tiempo y la curación de las heridas del alma. Donde se mezclan los suaves colores de las flores, con el verde, los colores tierra, la niebla y la lluvia constante del norte.

Murieron por encima de sus posibilidades de Isaki Lacuesta

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Murieron por encima de sus posibilidades se sustenta en un reparto estelar donde cada actor tiene su momento, en un humor negro, gore y despiadado, en un uso inteligente de los discursos y el lenguaje que se ha empleado para ‘explicar’ la crisis y en una manera catártica e incómoda de enfrentarnos a lo que está suponiendo esa misma crisis en el paisaje social y moral. E Isaki Lacuesta crea, en régimen de cooperativa, una película muy incómoda e irreverente donde nadie sale bien parado: ni los políticos, ni los banqueros, ni los empresarios, ni los periodistas pero tampoco los ciudadanos, ni los de derecha ni los de izquierda, ni los de arriba ni los de abajo, ni los del 15 M ni los que siempre pensaron en una revolución social. Ahí está una frase demoledora que suelta José Sacristán: “La culpa es nuestra… por ser españoles”.

La película tiene momentos potentes, muy potentes. Y otros descabellados. Es una película que se le va la pinza… Así como unos monólogos para escuchar una y otra vez. Seguimos las aventuras de cinco hombres desequilibrados (Raúl Arévalo, Albert Pla, Julián Villagrán, Jordi Vilches, Iván Telefunke), sus vidas cambiaron violentamente por la crisis, que escapan de un psiquiátrico vestidos de osos panda con el propósito de que todo vuelva a ser como antes de la crisis. Y estos hombres se mueven en un paraje incómodo: de psiquiátricos casi abandonados, de garitos extraños, de edificios abandonados, de barcos interminables, de personajes incómodos…, de un país que se derrumba. Mientras sueltan sus reflexiones (con un fondo de disparate, otro de verdad, y con malabarismos con las palabras para crear discursos incómodos y chocantes) o cuentan historias pasadas. Hay momentos que te dejan sin respiración, como el monólogo destroyer de Albert Pla sobre sus deseos que termina con lo que dirán los demás: “Está loco pero es encantador. Le queremos”. O esa manera de analizar el 15M por parte de Raúl Arévalo o como Jordi Vilches, con su personaje de macarrilla perdedor ante el mafioso de turno (Sergi López), trata de solucionar sus deudas empleando el discurso de los bancos y los rescates… Así como esos destellos delirantes como el de un periodista con rostro de Eduard Fernández dando el tono poético (con las gaviotas de fondo) a la noticia trágica.

A cambio de nada de Daniel Guzmán

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Hay películas que muestran naturalidad, sinceridad y realidad por cada uno de los poros de sus fotogramas. A cambio de nada no es una película ni redonda ni perfecta pero uno se deja llevar por los rostros auténticos de dos adolescentes que son amigos a cambio de nada. O por esa abuela que recoge viejos muebles por las calles de Madrid, en la sombra, en el olvido. O por ese delincuente anciano y cansado que sigue sin embargo pensando en su vida como un triunfador que es libre, aunque cada vez le cuesta más mantener su discurso.

Daniel Guzmán empapa su película de ese Madrid que conoce y recoge retazos de su pasado, de su adolescencia de niño de barrio, para construir el retrato de Dario (Miguel Herrán) y su amigo Luismi (Antonio Bachiller). Dario se encuentra en ese momento en que parece que todo tu mundo se derrumba y que solo existe una caída al vacío o un viaje interminable en un túnel oscuro del metro… En una encrucijada. Dario no puede soportar tener que testificar en contra de alguno de sus padres en un juicio por su separación y esto le descoloca su vida cotidiana hasta tal punto de que pierde el rumbo y termina abandonando el hogar familiar. En esa ‘aventura’ le acompaña su vecino de toda la vida, Luismi (pareja ideal y con química); una abuela que vive la soledad y el olvido (la propia abuela del director, que rezuma realidad y ternura en cada aparición), y un delincuente cada vez más mayor. Dos personajes maravillosos… que desaparecen tal y como aparecieron de la vida de Dario, de repente. Y la película se empapa con ese comportamiento de un Dario todavía inocente pero ya enfrentándose a una vida adulta que la siente dura. Y como la vida misma Daniel Guzmán (que ha luchado una década para sacar su obra adelante) cuenta la historia de su álter ego con dosis de humor, ternura y tragedia…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La desaparición de Eleanor Rigby (The Disappearance of Eleanor Rigby. Them, 2014) de Ned Benson

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“Perdón, por desaparecer”, le dice Eleanor (Jessica Chastain) a Conor (James McAvoy) en un momento clave de la película. Y es que ese es el deseo de Eleanor durante gran parte de la película, desaparecer… pero no es tan fácil. Y es que La desaparición de Eleanor Rigby plantea el desmoronamiento de una pareja que se ama por un acontecimiento traumático en sus vidas, por una ausencia dolorosa. Y es precisamente el proceso de duelo, que viven de manera tan diferente cada uno, lo que les separa. Así vivimos el desmoronamiento y también cómo afecta a las personas que los quieren a ambos. Ned Benson no cuenta esta historia de manera lineal e incluso tardamos en saber el motivo del distanciamiento, la ausencia dolorosa. Antes de los títulos de crédito, nos presentan un momento de felicidad de la pareja en el que Conor advierte a su amada que solo tiene un corazón y que por favor lo tenga en cuenta. En otro momento clave de esa felicidad perdida, ella le dice a él que están en un buen sitio… Y es lo que terminan perdiendo, ese buen sitio donde poder amarse, donde no existe ni el dolor ni la ausencia.

Últimamente hay una temática narrativa que está dando largometrajes interesantes en EEUU donde lo que se narra es el nacimiento del amor de una pareja y su desmoronamiento o los baches de una relación, el amor y el desamor, el encuentro y el desencuentro. Y se están hallando caminos muy interesantes para contarlo y películas realmente especiales. Así me viene a la cabeza Blue Valentine de Derek Cianfrance, One Day de Lone Scherfig o 500 días juntos de Marc Webb. Y por otro lado el cine también ha narrado de diferentes formas el proceso de duelo que puede romper o destrozar el equilibrio de una familia y de una pareja. Así podemos irnos a Gente corriente de Robert Redford o también a La habitación del hijo de Nanni Moretti. La desaparición de Eleanor Rigby mezcla las dos temáticas y logra momentos emocionantes, se convierte en un drama romántico con destellos que merecen la pena.

Esta película es el primer proyecto de Ned Benson… y ha sido un proyecto ambicioso que aún no hemos podido disfrutar del todo. Me explico. Ned Benson, con el apoyo incondicional de Jessica Chastain, ideó esta obra como dos películas distintas. En una se veía el punto de vista de Conor y en la otra el punto de vista de Eleanor. Él y Ella. La historia de un desmoronamiento desde los ojos de él y desde los ojos de ella. Pero a nosotros nos ha llegado una tercera versión: Ellos. Y parece ser que este montaje del director se realizó cuando el productor Harvey Weinstein se hizo cargo de la película y no apostó por estrenar el díptico sino este tercer montaje. Esta tercera película, Ellos, también la ha montado Ned Benson y así nace una película imperfecta e irregular (a veces se nota como que en vez una obra completa, son apuntes de una obra, retazos) pero llena de logros, detalles, escenas y momentos que la convierten en una experiencia interesante pero que también despierta ganas enormes de conocer el díptico, la idea original.

Jessica Chastain y James McAvoy no solo tienen química sino que componen perfectamente sus personajes. Te los crees como pareja que se rompe en pedazos. Y además están rodeados de personajes secundarios que son familiares y amigos con los que tienen conversaciones muy jugosas. Los padres de ella, el padre de él. La hermana de ella. El mejor amigo de él… La profesora de ella. Y unos rostros que encajan perfectamente con sus personajes: Isabella Huppert, William Hurt, Viola Davis, Nina Arianda… y mención especial para Ciarán Hinds que como padre de Conor tiene escenas y diálogos especiales, claves. Así ambos protagonizan un momento clave en que el hijo con más de 30 y el padre en los 60 se sienten igual de cansados, tristes y desanimados… pero ambos deciden seguir adelante, la vida es improvisación (como ya nos decían en Boyhood) y a veces no salen las cosas como nosotros pensábamos pero es clave saber seguir caminando y disfrutando, cuando se puede, de los buenos momentos…

Como curiosidad aclarar que en ningún momento sale en la película la canción de los Beatles pero sí su espíritu. En cierta manera se muestra que en muchos momentos inevitablemente estamos solos… a kilómetros de las personas que tenemos al lado. Mucha gente solitaria que pasa de largo arrastrando sus historias. El personaje de Jessica Chastain explica por qué se llama Eleanor Rigby. Sus padres, un profesor universitario americano (William Hurt) y su madre, una artista francesa (Isabelle Huppert), se conocieron esperando que se celebrara un concierto en una azotea de Nueva York de los Beatles. Un concierto que nunca ocurrió… Se había corrido el rumor de que iban a unirse de nuevo e iban a repetir un concierto similar al que dieron en la azotea de Londres…

“Perdón, por desaparecer”. Y realmente entiendes a Eleanor y sus ganas de desaparecer del mapa. Pero también a Conor y su afán por seguir adelante… como si nada hubiese ocurrido. Y su última escena juntos en el que fue su hogar, cuando logran volver a comunicarse y hablar ambos del dolor… es de esos momentos en los que merece la pena hundirse y estremecerse ante una película como La desaparición de Eleanor Rigby.

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Into the abyss (Into the abyss. A tale of death, a tale of life, 2011) de Werner Herzog

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Hay documentales que revuelven, remueven e inquietan. Hay rostros que revuelven, remueven e inquietan. El rostro del fotograma tiene un nombre y una historia: Michael Perry. Werner Herzog disecciona, como un Truman Capote en su novela realidad A sangre fría, un triple asesinato y todo lo que se mueve alrededor. Michael Perry junto a Jason Burkett fueron detenidos en el año 2001 y acusados por el asesinato de tres personas en la localidad de Conroe, Texas: Sandra Stotler, Adam Stotler y Jeremy Richardson. Michael y Jason tenían 19 años. Y lo que salió a la luz es que estas muertes se debieron al robo de un coche, un Red Camaro. Michael Perry fue condenado a muerte y Jason Burkett a cadena perpetua. Cuando Werner Herzog entrevista a Michael Perry, que lo primero que llama la atención en cuanto aparece es su rostro de niño (en esos momentos tenía 28 años), quedan ocho días para que sea ejecutado. Han pasado diez años de aquel día de 2001…

Into the abyss, en el abismo, es mucho más que un alegato contra la pena de muerte. Lo que vemos y oímos realmente nos hunde en un abismo complejo, en un laberinto emocional, que plantea reflexiones y cuestiones que incomodan.

Werner Herzog construye Into the abyss y no busca una mirada fácil. Realiza varias entrevistas, además de a los implicados, Michael y Jason. Habla con los familiares de las víctimas, con un sheriff que reconstruye con objetividad los hechos del asesinato y de la detención con imágenes de la policía de Texas de los distintos escenarios de los crímenes, con distintos testigos, con un funcionario que tras explicar el procedimiento que se lleva a cabo para las ejecuciones y contar que llevaba ya 120 ‘procedimientos’ al asistir a la ejecución de una mujer…, decidió abandonar su labor; además introduce imágenes del corredor de la muerte y de la sala de ejecución… Desde su prólogo, Herzog remueve.

En un campo verde lleno de cruces con números, se nos informa, a través del primer entrevistado, el capellán que se encuentra hasta el final con los prisioneros (si estos se lo permiten), que es el camposanto adonde van a parar los cuerpos de aquellos que nadie reclama tras su ejecución. El capellán describe su trabajo… pero en un momento en que está hablando de algo tan banal como que le gusta mirar a las ardillas, expresa que le conmueve mirar la vida y que le encantaría, pero no puede, frenar las ejecuciones… Después Herzog nos lleva al corredor de la muerte, vemos el rostro de Michael Perry, y se nos narra de manera fría, objetiva y brutal el día de los asesinatos.

Y es una de las partes (Herzog divide su documental en capítulos) donde da la clave de este magnífico documental: la parte oscura de Conroe. Y sobre todo se desarrolla la reflexión central en las partes de una entrevista que se va desarrollando a lo largo del documental: al padre de Jason, condenado también a cadena perpetua. Porque lo que Herzog va destapando a través de distintas entrevistas a testigos, amigos y familiares es una sociedad enferma, envuelta en la violencia. Unos jóvenes encerrados en una espiral de marginación social y exclusión. Familias a las que les engullen las desgracias y los historiales delictivos…, de padres a hijos. Y de pronto, en las palabras del padre de Jason se expresa la inutilidad de la pena de muerte… porque esta no palía, no cambia, no transforma, no va al centro del problema… Lo que se necesita es remediar y curar un entorno enfermo. La pena de muerte o la reclusión para siempre es un proceso que destroza más a unos y a otros y no soluciona nada, que ahonda en el dolor de unos y de otros. Y que no impide que haya más violencia, más horror… más caídas en el abismo, más muertes injustas, más familias desgraciadas.

De hecho sorprende y remueve más todavía, el comprobar como en un principio queda clarísimo cómo fue el asesinato de las víctimas, cómo realizaron el asesinato y el robo y como alardearon en los alrededores, antes de la rápida detención, de su nueva adquisición, el coche. El sheriff que cuenta todo habla incluso que tras la detención, Perry confesó dónde estaban los cuerpos de dos de las víctimas. Y otros muchos testimonios de testigos y familiares, no dejan duda de que fueron los responsables de la muerte de tres personas… Después de expresar todo esto con claridad, chocan los testimonios tanto de Michael Perry como de Jason Burkett: ambos después de diez años se declaran inocentes de los asesinatos, eluden su responsabilidad de los hechos. Uno se refiere a que se encontró en el lugar y momento equivocado y el otro expresa que solo estaba ahí… Tras oírles surgen un montón de cuestionamientos, preguntas, motivos… y miradas diferentes. ¿Estaba tan claro lo que ocurrió el día del asesinato? O ahondando en la inutilidad de la pena de muerte o la cadena perpetua, ¿Michael y Jason se muestran ajenos a lo que ocurrió aquel día, eluden su responsabilidad, para sobrevivir y no se cuestionan en ningún momento qué les pudo conducir a esa espiral de violencia e irracionalidad?

Herzog no deja de remover e inquietar al espectador con las imágenes y los distintos testimonios. Hace que uno piense, reflexione y se plantee… No deja al espectador en lugar cómodo. Deja destellos de luz en el abismo, pero destellos de luz que no logran que cada uno salga a flote. Habla de arcoíris, de amor en la cadena perpetua, de la preocupación de un padre por un hijo (se siente más responsable el padre por lo ocurrido, por lo que hicieron su hijo y su amigo), de una mujer que no quiere que suene más el teléfono, de un embarazo, de llegar o regresar a casa… pero deja al descubierto demasiadas zonas oscuras. Logra meter en el abismo al espectador…

Una mirada en la oscuridad

Into the abyss inauguró el ciclo de La Casa Encendida, Una mirada en la oscuridad, donde se proyectarán siete largometrajes. Las películas “servirán para reflexionar sobre las relaciones que se establecen entre el crimen, la posibilidad del castigo o su impunidad, la presunción de inocencia y el castigo comunitario, así como la naturaleza individual del mal y su aplicación sistemática a gran escala”. Después de las películas, se llevarán a cabo coloquios con distintos profesionales que aportarán su mirada. En Into the abyss estuvo presente Miguel Ángel Calderón, director de Comunicación de Amnistía Internacional. Las otras proyecciones que nos esperan son: El asesino de Pedralbes de Gonzalo Herralde, Caníbal de Manuel Martínez Cuenca, The act of killing de Joshua Oppenheimer y Christine Cynn, La caza de Thomas Vintenberg, Proyección de Sobibór, 14 octobre 1943, 16 heures de Claude Lanzmann y Punishment Park de Peter Watkins. Para mirar fechas, horarios y coloquios consultar aquí.

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Diccionario cinematográfico (210)

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Funerales: … así el primero que me viene a la cabeza es el de Cuatro bodas y un funeral. Y es en ese funeral donde se recita un maravilloso poema W. H. Auden. Ya solo por esta escena merece la pena ver más de una vez este ya clásico de la comedia romántica.

Otro funeral en el cual no puedes evitar una emoción catártica es en Imitación a la vida. Melodrama puro y duro donde asistimos al funeral de una mujer humilde (el personaje de Juanita Moore) que alcanza sólo pleno protagonismo el día de su muerte. El momento gospel de Mahalia Jackson en la iglesia alcanza un alto grado emocional.

Imposible no sobrecogerse con el funeral de Denys Finch Hatton en Memorias de África… y esa Karen Blixen que trata de tirar arena…, su mano tiembla y no puede.

Por otro lado están esas películas de reencuentro o reuniones de amigos en el que uno fallece. Y el entierro sirve de punto de encuentro entre recuerdos y tristezas o de momento de catarsis final. Así nos encontramos en los funerales de Reencuentro de Lawrence Kasdan o en el de Pequeñas mentiras sin importancia de Gillaume Canet.

En algunos funerales, en los momentos previos cuando se vela al muerto, ocurren milagros o fenómenos extraños como demostraron Theodor Dreyer con La palabra, Carlos Reygadas con La luz silenciosa y Manoel de Oliveira en El extraño caso de Angélica.

Familias rotas por la muerte… y funerales que son puro grito. Como el de una madre que no entiende la pérdida de su hija. Que le parece lo más injusto. Así tenemos monólogo escalofriante después del funeral, delante de la tumba, de Sally Field en Magnolias de acero. O en otros casos el consuelo es recordar al ser amado a través de sus momentos felices en fotografías y con anécdotas felices como hace el personaje de Liam Neeson en el funeral de su esposa en Love Actually.

Como digo la muerte de un ser querido puede hacer pedazos una familia y que cada uno viva de manera muy distinta la ausencia. Que cada uno sufra su dolor como puede… Así Nanni Moretti nos muestra un entierro durísimo (y sus consecuencias) en La habitación del hijo.

También en los funerales pueden empezar extrañas historias de amor y amistad. Sus protagonistas tienen afición por acudir a funerales de desconocidos… Se encuentran y unen sus destinos así como sus gustos por asistir a estos actos. Acordémonos de Harold y Maude de Hal Ashby o de Restless de Gus van Sant.

… Hay personas que trabajan en una funeraria y la muerte es algo cotidiano en sus vidas. Estos trabajadores también han sido protagonistas de películas (incluso series). A principios de los años noventa conocimos a un director de funeraria con cara de Dan Aykroyd que tenía una hija casi en la adolescencia obsesionada con la muerte (no podía ser de otra manera)… en Mi chica. En esa misma película una experta maquilladora  (Jamie Lee Curtis) sin trabajo busca empleo… y en la funeraria lo encuentra. Encuentra empleo y el amor de Dan. También un director japonés, Yojiro Takita, contó la historia de un violoncelista en paro que encuentra trabajo en una funeraria limpiando los cuerpos y preparando a los fallecidos. Su vida dará un vuelco… Hablo de Despedidas.

Y aunque parezca imposible un funeral también genera buena comedia… Así una comedia británica gira en torno a un entierro delirante. Y la risa está servida en Un funeral de muerte de Frank Oz. O Shirley McLaine protagoniza al principio de Ella y sus maridos un funeral absurdo… donde los hombres que bajan un ataúd rosa por unas escaleras pierden el equilibrio y…

Otros permiten la fantasía… como la despedida deseada y el funeral alternativo de un cuentacuentos con el rostro Albert Finney en Big Fish.

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Tres colores. Azul (Trois couleurs. Bleu, 1993) de Krzysztof Kieslowski

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¿Cómo reflejar el dolor de la ausencia? ¿Cómo romper con todo lo que te hace recordar? ¿Cómo enfrentarte a los secretos de la persona ausente, que además duelen? ¿Cómo empezar a vivir de nuevo? ¿Cómo reconocer a aquellos que están a nuestro lado? Kieslowski, en la primera película de su trilogía Tres colores (los de la bandera francesa), es de los que se sirve del rostro de Juliette Binoche. Y esculpe en él el dolor de la ausencia. Desde que vi a la actriz francesa en Camille Claudel 1915 me ha apetecido repasar algunas obras de su filmografía. Primero empecé con Los amantes del Pont Neuf y ahora le tocó el turno a Azul.

Azul es una película de sensaciones y emociones. Apenas necesita diálogo para narrarnos una historia. Y sí, notas de música, la aparición poco a poco de una partitura sepultada en el olvido… hasta su explosión final. Alrededor de la música gira la película… y como una partitura se va construyendo la nueva situación de la protagonista.

Julie es la única superviviente de un accidente de tráfico donde pierde a su marido, un famoso compositor, y a su hija Anna. La pérdida la hace intentar romper con todo. Pero no es fácil. La obra musical inacabada de su esposo resuena en sus oidos. El ayudante de su marido, Olivier, está enamorado de ella desde hace años. Los recuerdos la persiguen. Unas fotografías descubren secretos dolorosos…

Dicen que el azul se relaciona también con la tristeza. Y la vida de Julie adquiere tonos azules (como el adorno que se encontraba en la habitación de su hija, único recuerdo que se permite) o como el fondo de la piscina donde se baña. A veces, aunque le provoca dolor ir a ver a la madre con Alzheimer (Emmanuelle Riva) desearía su estado de olvido. Y con ella puede desahogarse porque la madre no recuerda (y piensa que no la daña…). Pero se puede borrar la memoria pero no las sensaciones ni lo que una persona puede percibir y sentir…

Y Julie, como le cuenta un personaje clave que decía su esposo difunto, Julie es una mujer buena que trata de reconstruirse. Y de lo que huye es finalmente lo que la recompone. La música, esa partitura inacabada (ella también era la creadora en las sombras) que canta a la unificación de Europa y ese hombre también en la sombra que siempre la amó en silencio.

Kieslowski crea una partitura de imágenes, que parecen rotas y desencadenadas, que reflejan el dolor y las emociones de una Julie que quiere optar por la soledad pero no puede (sus nuevos vecinos también se lo demuestran)… pero que forman un coro de imágenes final que componen una delicada historia, sin estridencias, sobre el dolor y las ausencias. Y en el centro el rostro de una actriz que en cada fotograma se transforma.

La partitura de imágenes nace de una partitura musical que nos va meciendo hasta su explosión final. Y esa partitura musical es obra de Zbigniew Preisner que compone una pieza musical que ofrece sensaciones, que cuenta. El espectador al final se deja arrastrar por la emoción de las imágenes ligadas a la música.

Y Krzysztof Kieslowski regala una película con una libertad creativa que se escapa en cada imagen pero a la vez realiza una bella reflexión sobre lo difícil que es llevar a cabo la libertad personal. Pero es esa libertad que busca la protagonista la que hace que pueda transformarse y asumir la pérdida. Y la que la hace descubrir e indagar en su vida pasada… para finalmente seguir adelante.

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