Techo y comida (Techo y comida, 2015) de Juan Miguel del Castillo

Techo y comida

Aviso a los lectores: Desde el viernes no es posible enviar comentarios… Estoy tratando de solucionar este problema y espero que en breve esta función quede habilitada para así poder seguir intercambiando opiniones, reflexiones, informaciones y generando un espacio rico de debate y pensamiento cinematográfico. Mil perdones por las molestias.

Techo y comida… no se puede ser ya más claro y explícito en el título. Al igual que la depresión de los años 30 tiene unos títulos representativos en la pantalla blanca o los periodos de posguerra y recuperación cuentan incluso con corrientes tan potentes como el Neorrealismo; la larga crisis económica, social y política que arrastra el mundo desde 2007 tiene sus propios reflejos cinematográficos. Aquí en nuestro país uno de ellos será Techo y comida, el debut en el largometraje del realizador andaluz Juan Miguel del Castillo.

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Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000) de Agnès Varda

loespigadores

Los espigadores y la espigadora es un interesante ensayo cinematográfico en primera persona. La directora Agnès Varda toma su cámara digital y con ella “escribe” una reflexión personal. La cineasta francesa, que rodó sus primeras películas en plena Nueva Ola, parte de la definición de espigar y espigador… y a partir de ahí comienza su viaje. Nos dice que en los diccionarios y libros que consulta sobre dicha labor suele aparecer uno de los cuadros de Millet, Las espigadoras. Durante todo el documental este cuadro estará presente, pero también otro de una espigadora altiva, bella y orgullosa de Jules Breton (junto al cual la propia directora posa como tal, creando una interesante metáfora) y cerrará su ensayo fílmico con un precioso cuadro: Las espigadoras huyendo de la tormenta de Edmond Hedouin. Así entremedias de estas creaciones artísticas, elabora un meditado ensayo que habla sobre aquellos que recogen lo que se derrocha en las sociedades que nadan en la abundancia, dando un nuevo sentido a la figura del espigador (una labor que se veía o se sentía en desuso). Ver ahora este documental también supone encontrarnos con una Varda visionaria, pues su cámara recoge ya a muchas personas que espigan antes de que estallara la crisis, y muchas imágenes que filma serían y son más habituales desde el 2007. Lo que convierte a Los espigadores y la espigadora en una premonición.

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Cine español en tres sesiones. Loreak de José María Goenaga y Jon Garaño/Murieron por encima de sus posibilidades de Isaki Lacuesta/ A cambio de nada de Daniel Guzmán

Tres sesiones en las que he disfrutado de tres propuestas diferentes de cine español. Las tres me han enganchado por distintos motivos y las tres dejan ver formas de rodar historias que llegan.

Loreak de José María Goenaga y Jon Garaño

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Una imagen potente y una canción fueron los primeros pasos para crear Loreak. Los ramos de flores que nos encontramos a veces en tramos de carretera donde así se señala que ahí hubo un accidente de tráfico. Y la canción de Cecilia Un ramito de violetas que cuenta un complejo romance. Son los ramos de flores los que cuentan la historia de tres mujeres unidas por hilos dolorosos. Las tres comparten una ausencia fuerte en sus vidas. Las tres tienen maneras muy distintas de curar las heridas. De cuidar esos ramos con flores que unen sus destinos. Loreak es una hermosa película que fue una de las gratas sorpresas del 2014.

El espectador viaja al País Vasco y al mismo corazón de tres mujeres (Nagore Aramburu, Itziar Aizpuru e Itziar Ituño) con heridas y una ausencia. Con una sensibilidad y suavidad extrema los directores construyen una dura historia sobre lo que cuesta sobreponerse al dolor de la pérdida, al miedo de envejecer o de sucumbir en lo lineal de la vida cotidiana. El miedo a no poder expresar o gritar nuestros miedos y dolores. Y cómo el ser humano busca distintos motivos a los que aferrarse, distintas formas de conformarse para vivir o sobrevivir. El olvido, el silencio, el imaginarse historias que nos llenan, el no nombrar ni expresar, el no perdonar, el comerse todo lo que uno siente, no estallar. No solo son los ramos de flores o los rostros de tres actrices que reflejan universos personales… sino también un melancólico relato cinematográfico sobre el paso del tiempo y la curación de las heridas del alma. Donde se mezclan los suaves colores de las flores, con el verde, los colores tierra, la niebla y la lluvia constante del norte.

Murieron por encima de sus posibilidades de Isaki Lacuesta

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Murieron por encima de sus posibilidades se sustenta en un reparto estelar donde cada actor tiene su momento, en un humor negro, gore y despiadado, en un uso inteligente de los discursos y el lenguaje que se ha empleado para ‘explicar’ la crisis y en una manera catártica e incómoda de enfrentarnos a lo que está suponiendo esa misma crisis en el paisaje social y moral. E Isaki Lacuesta crea, en régimen de cooperativa, una película muy incómoda e irreverente donde nadie sale bien parado: ni los políticos, ni los banqueros, ni los empresarios, ni los periodistas pero tampoco los ciudadanos, ni los de derecha ni los de izquierda, ni los de arriba ni los de abajo, ni los del 15 M ni los que siempre pensaron en una revolución social. Ahí está una frase demoledora que suelta José Sacristán: “La culpa es nuestra… por ser españoles”.

La película tiene momentos potentes, muy potentes. Y otros descabellados. Es una película que se le va la pinza… Así como unos monólogos para escuchar una y otra vez. Seguimos las aventuras de cinco hombres desequilibrados (Raúl Arévalo, Albert Pla, Julián Villagrán, Jordi Vilches, Iván Telefunke), sus vidas cambiaron violentamente por la crisis, que escapan de un psiquiátrico vestidos de osos panda con el propósito de que todo vuelva a ser como antes de la crisis. Y estos hombres se mueven en un paraje incómodo: de psiquiátricos casi abandonados, de garitos extraños, de edificios abandonados, de barcos interminables, de personajes incómodos…, de un país que se derrumba. Mientras sueltan sus reflexiones (con un fondo de disparate, otro de verdad, y con malabarismos con las palabras para crear discursos incómodos y chocantes) o cuentan historias pasadas. Hay momentos que te dejan sin respiración, como el monólogo destroyer de Albert Pla sobre sus deseos que termina con lo que dirán los demás: “Está loco pero es encantador. Le queremos”. O esa manera de analizar el 15M por parte de Raúl Arévalo o como Jordi Vilches, con su personaje de macarrilla perdedor ante el mafioso de turno (Sergi López), trata de solucionar sus deudas empleando el discurso de los bancos y los rescates… Así como esos destellos delirantes como el de un periodista con rostro de Eduard Fernández dando el tono poético (con las gaviotas de fondo) a la noticia trágica.

A cambio de nada de Daniel Guzmán

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Hay películas que muestran naturalidad, sinceridad y realidad por cada uno de los poros de sus fotogramas. A cambio de nada no es una película ni redonda ni perfecta pero uno se deja llevar por los rostros auténticos de dos adolescentes que son amigos a cambio de nada. O por esa abuela que recoge viejos muebles por las calles de Madrid, en la sombra, en el olvido. O por ese delincuente anciano y cansado que sigue sin embargo pensando en su vida como un triunfador que es libre, aunque cada vez le cuesta más mantener su discurso.

Daniel Guzmán empapa su película de ese Madrid que conoce y recoge retazos de su pasado, de su adolescencia de niño de barrio, para construir el retrato de Dario (Miguel Herrán) y su amigo Luismi (Antonio Bachiller). Dario se encuentra en ese momento en que parece que todo tu mundo se derrumba y que solo existe una caída al vacío o un viaje interminable en un túnel oscuro del metro… En una encrucijada. Dario no puede soportar tener que testificar en contra de alguno de sus padres en un juicio por su separación y esto le descoloca su vida cotidiana hasta tal punto de que pierde el rumbo y termina abandonando el hogar familiar. En esa ‘aventura’ le acompaña su vecino de toda la vida, Luismi (pareja ideal y con química); una abuela que vive la soledad y el olvido (la propia abuela del director, que rezuma realidad y ternura en cada aparición), y un delincuente cada vez más mayor. Dos personajes maravillosos… que desaparecen tal y como aparecieron de la vida de Dario, de repente. Y la película se empapa con ese comportamiento de un Dario todavía inocente pero ya enfrentándose a una vida adulta que la siente dura. Y como la vida misma Daniel Guzmán (que ha luchado una década para sacar su obra adelante) cuenta la historia de su álter ego con dosis de humor, ternura y tragedia…

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DocumentaMadrid 15 (tercera parte). Virunga (Virunga, 2014) de Orlando von Einsiedel/Desde que el mundo es mundo (Desde que el mundo es mundo, 2015) de Günter Schwaiger

Virunga (Virunga, 2014) de Orlando von Einsiedel

virunga

La pesadilla de Darwin (2004) de Hubert Sauper mostraba el daño social y ambiental que provocaba la introducción de la perca del Nilo en el lago Victoria en Tanzania. El realizador creaba un mosaico inteligente donde se denunciaba una situación extremadamente compleja y creaba un buen documental de denuncia que mostraba una realidad concreta con un montaje inteligente, generando a la vez reflexiones e imágenes que construían un discurso y proporcionando una investigación sobre un tema de manera apasionante. Diez años después Virunga se centra en un parque natural del Congo, un paraíso de biodiversidad y hogar de los últimos gorilas de montaña, que corre el peligro de ser destruido ante la presencia de petróleo que despierta oscuros intereses. Otro lago está en peligro, como la comunidad que vive alrededor de él y que se dedica a la pesca, el lago Edward. El realizador, Orlando von Einsiedel, denuncia de una manera muy distinta a Hubert Sauper. Él construye el documental empleando el lenguaje cinematográfico de una película de ficción: ritmo, tensión, intriga, música que “guía” los sentimientos del espectador… Ambos documentales consiguen llamar la atención sobre un hecho concreto, remover, aunque de maneras muy diferentes.

Después de realizar un prólogo donde cuenta brevemente la triste historia de El Congo, un área africana donde siempre ha primado la violencia y la explotación de recursos sin importar el bienestar de sus gentes (para crear un contexto en el que situar la historia que el documentalista quiere retratar)…, empieza una película de intriga, acción y tensión que se centra en cuatro protagonistas: un guardabosques, un cuidador de gorilas, el director de origen belga del parque y una periodista francesa. Así se desarrolla una investigación intensa que habla de un grupo de personas que tratan de salvaguardar un parque natural a pesar de la inestabilidad política y social, de la caza furtiva, de los conflictos bélicos, de la violencia extrema y de la actuación sin escrúpulos de una empresa británica, SOCO International (que ha negado en todo momento las acusaciones que se mostraban en el documental), que trata no solo de comprobar si hay petróleo sino cómo obtener beneficios si se procede a la extracción, sin importarles la zona donde operan (y menos aún las personas) y haciendo lo que sea por no tener obstáculos en su trabajo (incluso fomentar la inestabilidad de la zona).

Descubrimos que el guardabosques tiene un fuerte sentido del trabajo bien hecho, que tiene clara la importancia del parque y su labor, y que el parque supuso una salida a su dura vida como niño soldado. Que el director del parque es un ecologista convencido que respeta la naturaleza y ama El Congo y sus gentes y por eso no se somete a presiones a pesar de que su vida corra peligro. Que el cuidador de gorilas es un hombre entrañable que da sentido a su vida con la entrega total a los gorilas huérfanos que cuida en su día a día y que la joven periodista francesa tiene claro llegar hasta el final de su investigación para que si escribe lo que quiere denunciar, su trabajo sirva para la conservación del Parque y sus gentes. En definitiva, todos son capaces de arriesgarse por preservar la belleza y la biodiversidad de un paraíso natural.

Orlando von Einsiedel emplea los recursos del cine de ficción y del periodismo de investigación para construir su denuncia. Aquí está quizá su mayor pero, conduce al espectador por dónde tiene que ir, qué tiene que reflexionar e incluso cuando tiene que emocionarse o enfadarse (pero, por otra parte, lo hace bien porque lo consigue). Lo que pasa es que en Virunga, en contraste con la investigación y el conflicto que estalla, se muestra la belleza del parque, estalla su riqueza natural y se muestra una verdad cautivadora y auténtica en la mirada, los abrazos, la risa, el miedo, el juego, la protesta, la agonía y el cariño de cuatro gorilas huérfanos.

Desde que el mundo es mundo (Desde que el mundo es mundo, 2015) de Günter Schwaiger

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“La vida es vida desde que el mundo es mundo”, afirma Gonzalo, el protagonista del nuevo documental de Günter Schwaiger. Y el director toma estas palabras al pie de la letra y muestra el ciclo de la vida a través de Gonzalo y su familia. Su cámara los sigue durante un año y documenta, nunca mejor dicho, su manera de vivir, su filosofía, en un pequeño pueblo de la Ribera del Duero, Vadocondes. Y surge un documental realmente hermoso. Desde que el mundo es mundo muestra el ritmo pausado y apasionante del día a día. El que narra, el guía, es el agricultor Gonzalo. El resultado es apasionante porque mientras él relata su vida, como buen castellano, de manera directa, pragmática y realista…, hablando de la vida dura y sin romanticismo de las zonas rurales (azotadas también por la crisis… pero como dice, sabio, como siempre han estado mal están acostumbrados a los reveses), la mirada de Günter Schwaiger sí que nos devuelve una suave poética, no carente de romanticismo y nostalgia, de la vida rural.

Así el espectador penetra en el universo y en los rituales cíclicos de Vadocondes. La vida fluye, la vida pasa y en un año ocurren muchas cosas y otras permanecen…, y las de más allá están condenadas a desaparecer. Así lo vemos en los caminos que seguirán sus tres hijos. El mayor parece que seguirá –aunque no descarta un cambio– los pasos del padre. El pequeño quiere preparse para guarda forestal y el mediano quiere salir del pueblo y ejercer de veterinario. Mientras, todos ayudan al padre en la siembra de los campos (maíz, patata, remolacha…), en la matanza del cerdo, en los viñedos… La economía familiar se mantiene entre la agricultura (con años buenos y años muy malos) y el sueldo fijo de la madre que trabaja como enfermera (además de en el campo y en todas las tareas que sean necesarias). De Navidad a Navidad, Gonzalo y los suyos ritualizan su vida con los giros que depara el destino, con la espontaneidad de la naturaleza. Las comidas alrededor de la mesa, la visita a la panadería del pueblo, la vendimia, el despedazamiento del cerdo y la elaboración de los embutidos, la recogida de las setas, las reuniones en la bodega y en la cocina, el cine de verano, las procesiones, el verano bullicioso en un pueblo donde durante diez meses son tan solo 300 habitantes, las fiestas, el concierto al aire libre, el saludo a la Julia, la mujer más longeva del pueblo con sus 104 años (la mitad de sus habitantes están jubilados)…

Pero Desde que el mundo es mundo toca asuntos reales (y actuales) que afectan a la vida en las zonas rurales. Como vivir de la agricultura es sobrevivir. La dura guerra de los precios que hace casi imposible vivir de la agricultura sostenible, el mercado no deja respiro, no perdona… y hace que la agricultura esté destinada a desaparecer. La generación de Gonzalo parece la última que trata de sobrevivir con la agricultura tradicional, que cuida la tierra como puede (aunque las reglas del mercado le hace emplear sustancias –que preferiría no emplear– para que sus cosechas sean buenas, abundantes y no se pierdan). El despoblamiento de los pueblos que además de las dificultades diarias, suman la crisis que los está minando más, los pocos que pueden trabajar no tienen empleo, los que tienen empleo ganan mucho menos que antes, algunos tratan de sobrevivir, por ejemplo, sembrando marihuana en los campos de otros con las dificultades que eso acarrea, la mayoría de los jóvenes ven la continuidad de sus vidas fuera del pueblo…

O toca otro tema como la importancia de la memoria histórica, Gonzalo ha luchado, como siempre lo ha hecho durante toda su vida por todo, por sacar a su tío de una fosa común donde fue a parar en la Guerra Civil. Y desde ese momento ha seguido colaborando en las excavaciones y en recuperar los cuerpos de otras personas que encontraron la muerte y el olvido, y que a la vez, como dice Gonzalo, fueron tíos de otras personas. Todos son sus tíos. Una historia que ha llamado más la atención, pero como siempre y gracias hay excepciones, a la prensa internacional, así vienen hasta de Japón para realizar un reportaje sobre las excavaciones. Donde hay una excavación cerca de la zona, ahí está Gonzalo y familia con otras gentes de los pueblos y con los arqueólogos, sacando cuerpos, evitando el olvido, recuperando seres queridos y hablando de ellos.

Y Gonzalo cuenta, se convierte en narrador de una forma de vida, una filosofía, y cuenta sentado en una bodega o alrededor de un fuego mientras preparan carne o se fuman un cigarro. Mientras, la vida sigue su curso…, llueve, nieva, el perro tiene cachorros y la gata también, las gallinas corretean junto al pavo, hoy toca matar al cerdo y mañana al pollo, ahora es temporada de setas y cada día, amanece, siempre amanece. Y la gente sigue soñando, hasta el abuelo de la boina. Y la gente sigue aguantando, tiene mucha paciencia, aunque Gonzalo cree que la buena gente también tiene un límite, y si las cosas siguen así puede haber una explosión social. Pero la vida sigue, sigue, sigue…

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DocumentaMadrid 15 (primera parte, sección oficial largometrajes). Chante ton bac d’abord (Chante ton bac d’abord, 2014) de David André/La once (La once, 2014) de Maite Alberdi

Chante ton bac d’abord (Chante ton bac d’abord, 2014) de David André

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La realidad se pone a cantar. Si ya dentro de la ficción se habían dado pasos para llevar la clave de sol a espacios inauditos en el género musical, quedaba que la pura realidad se pasara al musical, y así lo ha hecho el documentalista David André.

Así como en la ficción, George Abbott junto a Stanley Donen llevaron el musical a una fábrica de pijamas donde se preparaba una huelga entre los trabajadores para exigir una subida salarial (The pajama games, 1957) o la rivalidad entre bandas juveniles neoyorquinas hacía que sus protagonistas bailaran en un garaje o en un callejón mientras transcurría un argumento universal con unos nuevos Romeo y Julieta en West side Story (1961) o volando hacia Francia Jacques Demy creaba un melodrama donde sus jóvenes protagonistas en sus vidas cotidianas, con conflictos sociales y bélicos, cantaban sin parar en Los paraguas de Cherburgo (1964) o aterrizando en Gran Bretaña Alan Parker reflejaba la vida dura en un barrio proletario con notas musicales en The Commitments (1991). En el cine documental, se han reflejado momentos de realidad que tenían que ver con la música: unos jóvenes de un instituto en una zona deprimida participaban en la elaboración de una gran coreografía con la música de La consagración de la primavera de Strawinsky en ¡Esto es ritmo! (2004) o unos abuelos formaban un coro donde cantaban rock and roll y se rebelaban contra la enfermedad y la muerte en Corazones rebeldes (2007).

Pero lo que hace David André en Chante ton bac d’abord es contar la historia de un grupo de adolescentes en una localidad deprimida por la crisis económica y que estos expresen sus sentimientos y su manera de sentirse cantando en los sitios más cotidianos, haciendo realidad ese argumento que esgrimen aquellos que no soportan el cine musical: “Nadie está de pronto en la calle y se pone a cantar y la música empieza a sonar a su alrededor”. Y el contraste es interesante porque acorta distancias entre los jóvenes y los espectadores y da más energía y fuerza a lo que quiere contar. Una realidad dramática que reflejaría Ken Loach en uno de sus dramas sociales o que los hermanos Dardenne diseccionarían con su cámara distante, David André da un toque de magia mostrando que los jóvenes protagonistas pueden soñar y alcanzar sus sueños en la realidad gris que les rodea y en un acto de locura y rebeldía cantar sus aspiraciones…, saltarse las reglas de la realidad.

Chante ton bac d’abord recorre un año crucial en la vida de seis amigos adolescentes que viven en Boulogne-Sur-Me. Y es crucial porque es el año en que van a examinarse de selectividad y van a decidir cuál es su futuro profesional. Aun azotados por la crisis económica, y muchos de ellos conviviendo cada día con el drama y los miedos de sus padres, ellos apuestan por soñar y luchar por alcanzar lo que realmente quieren. A base de canciones Gaëlle, Alex, Rachel, Nicolas, Caroline y Alice nos cuentan no solo como son sino cómo se sienten así como describen sus miedos y sus sueños. Mientras ellos cantan, sus padres son reales como la vida misma y les ponen espejos en los que mirarse: unos se rebelan contra esos espejos aunque se preocupan y adoran a sus padres y otros reciben siempre un empujón en el vuelo, incluso uno de los padres pone siempre música en su vida, canta sin parar.

Uno de los grandes aciertos de este documental no es solo que la realidad se ponga a cantar sino el contraste y la química que se establece entre los adolescentes protagonistas y sus padres logrando momentos de emoción. Así el rostro desencantado del padre de Gaëlle contrasta con la energía y ganas de soñar de su hija. Y la fuerza del padre de Alex arrasa cada vez que asoma su rostro en la pantalla y nos traspasa con esa complicidad sincera que establece con su hijo. O nos hace reír el pragmatismo de la madre de Nicolas que piensa que su hijo lee demasiado y eso no lleva a ninguna parte, un genio tiene que comer.

Chante ton bac d’abord experimenta con la realidad y la refleja con corcheas y semicorcheas.

La once (La once, 2014) de Maite Alberdi

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Lo más cercano y cotidiano puede captarse con delicadeza y crear un espacio único repleto de historias. Así Maite Alberdi decide explorar un universo muy cercano y concreto: la hora del té de su abuela María Teresa con sus amigas. Una vez al mes se reúnen alrededor de una mesa y es un ritual sagrado, íntimo, así ha sido durante sesenta años. Pero el tiempo pasa, las ausencias van siendo evidentes y, sin embargo, no reniegan de ese espacio, que es suyo, en el cuál toman té, pastas, bocadillos, deliciosas tartas y se ríen, se pelean, cantan canciones, se cuela algún recuerdo y otro se escapa pero hablan y hablan de lo divino y de lo humano, de los hombres, del sexo, de su educación, de la muerte, de la religión… Todo está perfectamente preparado y organizado y ellas están impecables frente a sus amigas, bien peinadas, bien vestidas y maquilladas. Nada puede faltar en el ritual. Y Maite Alberdi lo capta minuciosamente, con detalle, dejando una mirada cercana y entrañable con unas gotas de humor de estas mujeres que pertenecen a una clase alta chilena.

Las reuniones de las amigas siguen un patrón mes a mes, año a año, un ritual que convierte cada hora del té en un momento mágico donde el tiempo no pasa. Maite Alberdi las capta durante cinco años y en un inteligente montaje (eran horas y horas de material filmado) logra acercarnos ese universo ajeno. Las transiciones ocupadas por fotografías en un álbum y por la preparación minuciosa de la mesa de té: la infusión y los deliciosos postres. Cada año empieza, como cada reunión, con una oración donde se dan gracias por seguir reunidas y juntas. Y después Maite se centra en los rostros de su abuela y sus amigas tanto en las que hablan como en las reacciones de las que escuchan (y condensa todas las reuniones de té del año como si fuera una única cita). Y ahí nos encontramos con otro documental subterráneo… lo que nos dicen y expresan esos rostros que no hablan, que miran. Así nos causa incredulidad y una risa nerviosa cuando vemos los rostros y las reacciones de estas señoras ante una nueva melodía en la flauta de Francisca, una de las hijas de María Teresa. Cuando esto ocurre por primera vez, vemos solo sus rostros en silencio, incómodos, y escuchamos las notas discordantes de la flauta… hasta que la cámara nos sitúa un primer plano de la protagonista, Francisca tiene síndrome de down. O esa otra historia que nos cuentan las breves apariciones de las chicas de servicio que ayudan a preparar la hora del té y sirven la mesa cada vez, en cada encuentro. O también dice mucho cómo apenas salen sus discusiones políticas porque como explicó la directora en una intervención tras la proyección, su extremismo político hacia la derecha y las acaloradas discusiones con su abuela (única de las presentes con una ideología más a la izquierda) iba a alejar al público de esas mujeres y no iba a realizar ese acercamiento para entenderlas en su propio universo, además de perderse todo espectador que no fuera chileno por no conocer la realidad política del país.

Finalmente aunque se suceden las risas y los guiños tiernos, queda en realidad un retrato melancólico de estas mujeres a las que ya les queda poco tiempo de reunión y risas… y que aprovechan su hora del té al máximo. Todo queda como si fuera un álbum de fotografías amarillas, vivir a través de los recuerdos, conocer lo que era un ritual que se está extinguiendo por la ausencia… Así Maite Alberdi atrapa a las protagonistas de esas fotos amarillas y las da vida y voz.

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Reflexiones alrededor de Gordon Gekko. Wall Street (Wall Street, 1987) de Oliver Stone/ Wall Street. El dinero nunca muere (Wall Street 2. Money never sleeps, 2010) de Oliver Stone

¿Por qué Gordon Gekko (Michael Douglas) es el personaje recordado de aquella película de los ochenta y por qué el mismo director le recupera en 2010? Porque los Gekko del mundo se reinventan, se multiplican, hunden, se hunden y vuelven a resurgir con fuerza, como si no hubiese pasado nada. Y vuelta a empezar.

Y sin embargo para mí el gran personaje, el verdadero héroe, de Wall Street (primera parte) es Carl Fox (Martin Sheen)… ¿alguien se acuerda del padre del protagonista, Bud Fox?¿Alguien recuerda a ese hombre fiel a sus principios, trabajador, honrado, buen compañero, sin pelos en la lengua, carismático, luchador…? Él no se merece una secuela…

He tenido la oportunidad de ver estas dos películas seguidas, una detrás de otra (una un lunes, otra un martes), y es un díptico perfecto con un gran pero. El gran pero es el final de Wall Street 2. Termina como una absurda fábula con final feliz, ¡si tenía el final perfecto con Gordon Gekko en Londres… resurgiendo de las cenizas habiendo pasado totalmente de su hija y futuro yerno…! A no ser que ese absurdo final lo tomemos como una ironía, un juego de Oliver Stone… como diciéndonos: en un mundo en crisis ganan los de siempre, perseveran los mismos. Y las niñas pijas con web de izquierdas siguen felices entre tiburones en su cárcel de cristal…, las pobres no saben nada y son muy atormentadas (los tiburones: su marido vengador pero moderno porque quiere sacar beneficios –pero con paciencia– de las energías renovables y su papá que efectivamente no ha cambiado nada pero bien poco que le importa… aunque queda bien tener una familia y encontrar un sucesor). Quizá, entonces, el final no sea tan malo, incluso puede que sea una buena bofetada.

Wall Street (Wall Street, 1987) de Oliver Stone

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El conflicto de esta película está perfectamente servido: el joven cachorro entre dos figuras paternas. Uno le lleva por la codicia y el dinero fácil, el otro por la vida honrada, con principios, con la regla del trabajo bien hecho y el valor del esfuerzo. Ahí se construye un drama. El joven cachorro renuncia al padre biológico y se va corrompiendo a buen ritmo por el protector sin escrúpulos… hasta que se da cuenta de que es un mero instrumento, que le han utilizado y que además va a perjudicar a la persona que más quiere, su padre. Entonces el camino de la redención es duro: es detenido y no puede evitar llorar y sin duda terminará pisando la prisión aunque se lleve por delante, en el camino, a Gekko. El joven Bud Fox en su bajada a los infiernos está acompañado por compañeros pesados, compañeros ancianos y sabios, compañeros fracasados y otros tiburones de la misma escuela que Gekko. Y también diversas mujeres floreros sin relevancia alguna en sus vidas… De fondo la bolsa, Wall Street, los tiburones que compran, venden, devoran, ejecutan, refunden empresas sin importarles en absoluto el capital humano, los años de trabajo, el producto que se elabora, los ciudadanos… Manejan el mercado sin escrúpulos, mienten, rumorean, tumban, perjudican… sin responsabilidad alguna. A veces les pegan un sustito, les pillan (después de haber hundido a los países y sus economías)… como mucho unos añitos de cárcel y vuelta a empezar en una segunda parte.

Oliver Stone deja sin embargo enfrentamientos y escenas memorables para dibujar perfectamente a sus personajes. La discusión en el ascensor y en la calle entre padre e hijo, la reconciliación en el hospital, el discurso sobre la codicia de Gekko ante una de las empresas que se va a comer sin piedad alguna o el mismo personaje, que se cree invencible (y casi lo es) y que mueve los hilos, admirando un amanecer mientras habla con un pedazo móvil dinosaurio.

Wall Street. El dinero nunca muere (Wall Street 2. Money never sleeps, 2010) de Oliver Stone

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Y Oliver Stone no deja ni un cabo suelto en esta segunda parte… hasta el pedazo móvil dinosauro sale… Esta vez lo que nos cuenta es que Gekko sale de la cárcel y vuelve a encontrarse super a gusto en el mundo que maneja porque nada ha cambiado. El hombre empieza a ganarse la vida escribiendo libros, dando conferencias y aconsejando a los demás. Y hay otros tiburones que se comen entre sí y manejan como quieren el mercado, y sin caérseles los anillos, provocan crisis económicas desastrosas… y luego son los únicos que saben beneficiarse y enriquecerse de ellas. La recuperación de los ciudadanos y países les trae totalmente al pairo. Ellos se hunden y vuelven a resurgir cual ave fénix y crean alianzas según les conviene.

El director vuelve a crear una ópera trágica de padres e hijos, de protectores y protegidos, de rumores y venganzas… Pero esta vez se permite un irónico (u horrible, según se mire) final feliz. Incluso puede que Gekko se enamore de nuevo de otra mujer florero, la mamá de su yerno. Todo queda conectado con la primera parte hasta Bud Fox que hace patética y triste aparición en la secuela. Queda claro que no siguió las enseñanzas de su padre…, se quedó en el mundo de Gekko, y este le niega hasta el protagonismo en su detención y encarcelamiento, le convierte en pura anécdota.

Esta vez Oliver Stone crea a un personaje plano (no tiene evolución alguna) que se llama Jake Moore (Shia LaBeouf) que se enfrenta a tres padres adoptivos: Louis Zabel (un banquero de la vieja escuela que no se maneja bien en los nuevos tiempos. No le pasa lo mismo a otro viejo banquero con la anciana cara de Eli Wallach), Bretton James (un banquero depredador y motero con rostro de Josh Brolin), y su futuro yerno Gekko. Los tres personajes más potentes de esta secuela. A Jake Moore parece que le mueve la venganza (pero también el ansia de vivir muy bien y feliz, el ser pragmático, vamos), cuando hunden a su mentor, Louis Zabel (un magnífico Frank Langella), se pone en marcha. Antes vemos la caída de Zabel que Stone cuenta con maestría y con una narrativa cinematográfica que atrapa. Después vemos la caída del rey depredador de ese momento, Bretton James (que seguro resurgirá de las ceniza) y el nuevo nacimiento de Gekko, que se siente de nuevo a sus anchas mientras el mundo se derrumba a su alrededor…

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Ramillete de minicríticas: un cuento, una de dibujos, una de intriga, un thriller, una comedia musical y una película sobre la crisis económica

Cenicienta (Cinderella, 2015) de Kenneth Branagh

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A veces llama la atención la trayectoria de ciertos directores. Así ocurre con Kenneth Branagh, su carrera empezó a finales de los ochenta y se caracterizó por personales adaptaciones cinematográficas de las obras de Shakespeare y largos con firma de autor que reflejaron, por ejemplo, la radiografía de una generación, como Los amigos de Peter. De pronto cuando se traslada a trabajar a Hollywood y deja la cinematografía británica…, se convierte en un director de encargo que no obstante sabe lo que es dirigir. Así entrega una descafeinada Cenicienta sin ninguna imaginación, innovación o novedad en el cuento (todo lo contrario a sus adaptaciones de Shakespeare). La Cenicienta de Branagh, cercano a la imaginería que dejó la adaptación que realizó Disney en su versión de cine animado, sí deja ver su dominio como director en la puesta en escena y en su conocimiento de los recursos teatrales poniendo al servicio de la historia todo el artificio y sorpresa del teatro barroco así como el cuidado en la fastuosidad de los decorados y los vestuarios de los actores. Y consigue de nuevo enganchar al espectador, a través del asombro sobre el escenario de la historia, a un relato que conoce sobradamente.

El capital humano (Il capitale umano, 2014) de Paolo Virzi

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Paolo Virzi sigue analizando la evolución de las familias italianas (y las complejas relaciones entre los distintos miembros), y si en La prima cosa bella se centraba en la situación de una familia en los años setenta hasta la actualidad, en El capital humano se sirve del argumento de la novela de Stephen Amidon para realizar una radiografía actual de las familias italianas y cómo ha influido en ellas la crisis económica. Así con el atropello de un ciclista, analiza el comportamiento de una familia de clase alta y otra de clase media en un relato cinematográfico que cuenta con diferentes puntos de vista para llegar al mismo momento (el accidente) y narrar las implicaciones que supone este suceso en cada uno de los personajes. Cada punto de vista revela acontecimientos que no habíamos tenido en cuenta en miradas anteriores construyendo un relato demoledor sobre la Italia en crisis (sobre los que siempre ganan y los que siempre siguen perdiendo). Si bien uno de los puntos de vista es el más débil del relato y el más efectista (los amores adolescentes), la película deja el retrato demoledor de tres personajes interpretados por: Fabrizio Bentivoglio, Valeria Bruni Tedeschi y Fabrizio Gifuni. Como curiosidad comentar que quedaría un ciclo curioso sobre la crisis y el poder del dinero el proyectar El capital humano, Felices 140 y Relatos salvajes.

La familia Bélier (La famille Bélier, 2014) de Eric Lartigau

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La familia Bélier sabe dosificar la emotividad, el humor, la ternura, los momentos musicales en su punto justo. El conflicto surge cuando en una familia rural donde todos son sordos (los dos padres y el hermano menor), la hija, la única que oye, tiene un don para la música y decide participar en un concurso que la llevará a París. Tal y como han hecho “el reparto de responsabilidades y trabajo” en esta familia parece insustituible la labor de la joven, más todavía cuando su padre pretende presentarse a la elecciones locales. Así Eric Lartigau (nunca me había llamado la atención como director) construye una película-medicina que no solo deja canciones de Michel Sardou que emocionan (me sorprendí yo misma llorando sin parar mientras escuchaba “Je vais t’aime” y “Je vole”) sino unos personajes con los que es inevitable encariñarse. La familia Bélier es una comedia sensible y sencilla (a la que quitaría tan solo algún que otro chiste de índole sexual que me sobran totalmente en la trama y algún secundario excesivamente caricaturesco) que además cuenta con las buenas interpretaciones de François Damiens, que mantiene una química especial con la debutante y cantante Louane Emera (que cuenta su mejor baza con su naturalidad), Karin Viard y un carismático Eric Elmosnino como profesor de música. El director inserta recursos cinematográficos para “representar” el mundo silencioso o el propio de la protagonista viviendo con todos sus familiares sordos que funcionan, como la presentación de la protagonista dando especial importancia a todos los sonidos que solo ella puede escuchar o el momento en que ofrece “cómo oyen” los padres y su hermano la actuación de la protagonista en un festival escolar.

Odessa (The Odessa file, 1974) de Ronald Neame

Casi es un subgénero aquellas películas que cuentan el paradero de nazis después de la Segunda Guerra Mundial. Así es imposible olvidar títulos como Los niños del Brasil, Maraton Mann, La caja de música o la misma Odessa. Y las más recientes La conspiración del silencio o El médico alemán. Odessa narra la odisea (valga la redundancia) de un joven periodista alemán freelance, con el rostro de Jon Voight, que comienza a investigar el caso de un suicidio, un anciano judío. La casualidad y el destino le llevará a perseguir a un antiguo dirigente nazi, Eduard Roschmann (Maximilian Schell), que ahora vive como un respetable y rico empresario con otro nombre. Así el periodista descubre un movimiento que se dedica, precisamente, a dar otra identidad a nazis y a conseguir que de nuevo se hagan con el poder en Alemania ocupando importantes puestos. La cinta empieza cuando el periodista escucha en la radio de su coche la muerte del presidente de los EEUU, John F. Kennedy, y cómo presencia casi a la vez la salida de un cadáver de un portal, un cadáver al que probablemente ningún medio le dedicará unas líneas. Sin embargo esa muerte le pondrá tras una historia más unida a su pasado de lo que cree (ese pasado que la sociedad alemana quiere enterrar en el olvido y el silencio, algo que aprovechan las personas que ponen en marcha Odessa y que dificulta la lucha de otros por devolver la dignidad a las víctimas de un genocidio y por juzgar a los criminales). Ronald Neame crea un thriller con apasionantes persecuciones, escenas de tensión (como un “falso accidente” en el metro) y desvelos hasta un final inesperado.

Chacal (The Day of the Jackal, 1973) de Fred Zinnemann

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Hay películas que cuentan con un personaje que es capaz de sostener toda una trama. Y esto ocurre con esta eficaz intriga que elabora el veterano Fred Zinneman. Chacal es un asesino contratado para matar al general Charles de Gaulle. Después de contextualizar la narración (explicar brevemente la situación histórica de Francia y que es la OAS), aparece el misterioso Chacal (Edward Fox), del que nadie sabe a ciencia cierta su verdadera identidad, y su laborioso plan para llevar a cabo su encargo: el perfecto asesinato de Charles de Gaulle. Y así se convierte en el rey de la función. Todo gira alrededor de él y su calculada y fría personalidad. Así la película intercala las acciones de Chacal con el proceso de investigación que llevan a cabo las autoridades francesas. El principal responsable de la investigación es un comisario con rostro de Michael Lonsdale, un tipo inteligente con pinta de funcionario gris que seguirá sin descanso a Chacal…

Paprika, detective de los sueños (Papurika, 2006) de Satoshi Kon

La animación japonesa, anime, es un terreno absolutamente rico (y muy desconocido para Hildy… aunque va indagando de vez en cuando en pequeñas dosis a base de recomendaciones de amigos entusiastas) y con una historia intensa. Dentro del anime japonés hay iconos. Algunas de estas películas saltan fronteras. Así las películas de Hayao Miyazaki o de Isao Takahata (ambos fundadores del mítico estudio Ghibli) tienen fieles apasionados más allá de Japón. Otro nombre con largometrajes de anime de culto es el de Satoshi Kon, que crea también su personal universo. Así sorprende la riqueza de Paprika, detective de los sueños que envuelve al espectador en un mundo onírico y sin sentido con un montón de referencias cinematográficas (que mejor representación del mundo de los sueños que una sala de cine). La animación ayuda a verter la imaginación desbordada y extraña por parte de Kon en la pantalla blanca y sus personajes se meten en sueños ajenos o en los propios o llegan momentos en que no sabemos si habitan el mundo real o onírico para desarrollar una complicada historia de detectives, científicos y tecnología punta. Todo entra en Paprika: la inconsciencia de los sueños, los miedos más profundos, el erotismo, la amistad, la fantasía y el amor desbordado y complejo. Este anime ha influido en cineastas como Christopher Nolan que sin duda antes de meterse en Origen, conocía el especial universo onírico de Kon en Paprika.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Felices 140 (Felices 140, 2015) de Gracia Querejeta

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Las reuniones de familiares y de amigos donde se destripan sus entrañas, con buenos y malos momentos, con risas y lágrimas, con amor y reproche… han dado múltiples películas, casi se han convertido en un género. Así estas historias corales con un montón de personajes que tienen algo que decir o tienen una función relevante en la reunión no tienen nacionalidad. Si nos movemos en el terreno de la amistad, del cine británico todo el mundo recuerda Los amigos de Peter, del cine canadiense Las invasiones barbaras, del cine francés Pequeñas mentiras sin importancia, del cine americano Reencuentro o del cine español En la ciudad. Si nos inmiscuimos en las reuniones familiares, recordamos la reciente Agosto, nos estremecemos con Celebración, medio sonreímos con A casa por vacaciones y recordamos Mamá cumple 100 años. Y esta última la nombro porque la propia Querejeta dice que se le vino a la cabeza la película de Saura cuando estaba rondándole por su cabeza el argumento de Felices 140.

Y la película de Gracia Querejeta es hija de una generación que ha vivido y está viviendo una eterna crisis económica pero también social y moral. Así la película se nos presenta idílica en un paisaje paradisiaco en una retirada casa rural al lado del mar. Allí es donde lleva Elia, la protagonista, a todos sus seres queridos para pasar un fin de semana. El motivo es su cuarenta cumpleaños… pero esconde una sorpresa. Así la película empieza como tantas reuniones de amigos y familiares. Primero presentación de personajes y después reunión que va desvelando las distintas capas de sus personalidades e historias en común.

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En esa casa rural donde Elia pretende organizar el fin de semana perfecto, todo se está desarrollando como las películas antes mencionadas. Parece que va a consistir en una de esas reuniones catárticas donde todos ponen las cartas sobre la mesa, donde expulsan sus rencores, amores y sueños incumplidos. Parece que Querejeta va a realizar una bonita película rutinaria… cuando de pronto hay un giro en la historia que supone una ruptura radical de la narración y donde los personajes y sus acciones les sitúan en otro nivel. Lo que estaba siendo una película rutinaria se convierte en una película que plantea un conflicto cuya resolución incomoda y deja a cualquier espectador pensativo.

Así Gracia Querejeta se desmelena en esta película con un muy buen reparto y abandona los silencios, los secretos y el ritmo pausado de sus dramas familiares (y para la que esto escribe su frialdad) para entregar una reunión de amigos y familiares que sorprende y que muestra una radiografía pesimista del ser humano pero con un punto de humor negro. El único personaje que deja un atisbo de luz es el más joven.

Pero además Querejeta cuenta con un grupo de actores que se empapan de sus personajes para dejar una compleja radiografía de personalidades. Desde la joven novia argentina hasta ese exnovio pianista pasando por ese millonario que quiere más, el abogado sin escrúpulos, la rivalidad silenciosa de dos hermanas, el matrimonio en crisis o el joven testigo. Todos van desnudándose emocionalmente y dejándose al descubierto… Los rostros de Maribel Verdú, Antonio de la Torre, Eduard Fernández, Nora Navas, Marian Álvarez, Alex O’Dogherty, Ginés García Millán, Paula Cancio y Marcos Ruiz se pasean por las habitaciones y alrededores de un sitio idílico que ocultan lo más oscuro del ser humano. Lo que siempre se procura que no salga a flote.

Y entre todos protagonizan momentos clave que hacen avanzar la trama por caminos sorprendentes. Si en Los amigos de Peter, ese grupo de amigos se reunía alrededor de un piano para entonar una canción nostálgica que ensalzaba la amistad entre ellos, en Felices 140 sus protagonistas se reúnen alrededor de un piano para realizar su personal versión de Money, money, la canción del musical Cabaret… para dejar más claro todavía el tema principal de esta película.

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El amor es extraño (Love is strange, 2014) de Ira Sachs

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A veces basta una mirada, un gesto o simplemente una manera de contestarse, de comportarse para intuir la complicidad construida entre dos personas. Así ocurre con Ben y George (John Lithgow y Alfred Molina), basta con contemplar la primera escena de El amor es extraño para construir sus casi cuarenta años de relación. Y esa mañana que se despiertan juntos…, es la mañana en que, después de la nueva ley que entró en vigor en 2011, formalizan su matrimonio delante de los seres queridos (familiares y amigos). Ben y George, que se han amado y se aman porque han sabido construirse un mundo de complicidad e intimidad, dan un paso que supone, para su sorpresa, un seísmo inesperado… que trastoca todo su universo cómplice.

Ira Sachs (primera película que contemplo de este realizador) construye un relato cinematográfico luminoso y doloroso, tierno y muy hermoso que narra la historia de un seísmo inesperado con un empleo elegante de la elipsis y el fuera de campo. Tan importante es lo que se muestra como lo que se intuye, lo que no se mira…

Y es que la emoción contenida, las palabras no dichas, los sentimientos no derramados pero sí intuidos, envuelven una película, de personalidad propia, pero empapada de unos ecos que construyen la historia personal de Ben y George. Así nos encontramos frente a frente con el espíritu y la fuerza de todo un clásico de Leo McCarey que contaba con una delicadeza extrema y dolorosa la separación a la que se veía abocada un anciano matrimonio por las circunstancias económicas. Aquella película, Dejad paso al mañana, se convertía en una de las más emocionantes despedidas. Así Ira Sachs toma el espíritu de aquel clásico, y como el personaje de Ben (que es pintor), con un fino pincel va realizando un lienzo para entender esa situación (de por si universal y sin que le afecte el tiempo) en unas circunstancias contemporáneas.

Pero también se oye otro eco que describe ese magnífico reflejo de la complicidad y la intimidad valiosa que dan los años de convivencia. Y es esa película todavía oculta y agazapada de Stanley Donen donde otra pareja de homosexuales ya en el ocaso de sus vidas se enfrentaban a dificultades para el futuro. En La escalera se construía ese universo íntimo de Charlie y Harry (Rex Harrison y Richard Burton)… pero la mirada de Donen era importante pues era pionera en presentar una relación homosexual cotidiana, cercana. Años después Ben y George dan un paso más pues lo interesante no es que sean homosexuales (algo que sí ocurría en La escalera) sino lo que les sucede, su drama, independientemente de si son dos hombres o no.

Y gran parte de la batuta, credibilidad y sentimientos que despierta esta pequeña y hermosa película es contar con dos rostros, John Lithgow y Alfred Molina, que se entregan en cuerpo y alma a sus personajes dejando también una emocionante despedida en forma de sincera declaración de amor…, cotidiana, íntima, cercana, una declaración sincera, posible después de casi cuarenta años de convivencia.

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Dos días, una noche (Deux jours, une nuit, 2014) de Jean Pierre Dardenne, Luc Dardenne

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Los hermanos Dardenne, tras la oscura y pesimista El silencio de Lorna, han decidido seguir su senda de cine que toca temas sociales contemporáneos y dilemas morales pero dejar algo más de luminosidad a sus propuestas cinematográficas. Finales que dan pie a pensar en un futuro o más bien en una salida. Así ocurrió con El niño de la bicicleta y ahora de nuevo con Dos días, una noche. A su vez son dos películas que suponen un paso más en su cinematografía, seguir trabajando con sus actores fetiches (en este caso con Fabricio Rongione o Olivier Gourmet, esta vez no contamos con el rostro de Jeremie Renier) pero poner rostro femenino al personaje principal con actriz de renombre. En El niño de la bicicleta fue Cécile de France y en esta ocasión Marion Cotillard.

Los Dardenne siguen apostando por una manera de contar directa y sin artificios pero dejando obras, dentro de su aparente sencillez, perfectamente construidas. Esta vez se centra en Sandra, una trabajadora de una pequeña empresa, que dispone solo de un fin de semana para convencer a sus compañeros de trabajo de que se repita una votación de la que depende su futuro laboral. El empresario ha puesto a sus trabajadores en un dilema: tras la baja de Sandra por depresión –y a punto de incorporarse– y debido a la fuerte competencia de otras empresas, ha decidido con el jefe de producción que el trabajo de diecisiete lo pueden hacer dieciséis, pero dan a elegir a sus trabajadores entre el puesto de su compañera o renunciar a una prima de mil euros. Sandra debe conseguir, por lo menos, nueve votos de sus compañeros para conservar su empleo.

La cámara de los realizadores belgas sigue a la protagonista en su periplo. Capta sus momentos de debilidad, sus derrumbamientos, sus sonrisas y esperanzas, sus angustias y miedos, sus pasos hacia delante, sus pasos hacia atrás… y va exponiendo los motivos de cada uno de sus compañeros para optar a un voto o a otro. En un principio, Sandra se conforma con la repetición de la votación (que se realizó sin ser voto secreto y bajo la presión del jefe de producción metiendo miedo a los trabajadores) y quiere tan solo ver a sus compañeros el lunes. Pero su marido, la convence de que tiene que luchar por su puesto de trabajo, verles a todos de manera individual para poder exponer su situación y que decidan por ellos mismos, sin la presión del grupo. Lo primero que queda claro y que Sandra no se cansa de repetir a sus compañeros, y ellos lo saben, es que no tendrían que estar tomando esa decisión que ya es injusta desde el principio pero son situaciones injustas las que se están viviendo en una sociedad en crisis política, económica y social.

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Entre los trabajadores no hay ni buenos ni malos, hay personas con situaciones complicadas, y en estos momentos en que llegar a fin de mes es pura odisea, es difícil apelar a la solidaridad obrera… pero no imposible. Y es lo que queda claro en Dos días, una noche. Independientemente del resultado final de la votación de Sandra. Y para la protagonista, sumida en la depresión durante meses, este angustioso fin de semana, con una cámara que no la deja sola ni un instante, le supone finalmente ponerse de nuevo en pie, luchar y caminar.

Normalmente los Dardenne emplean de manera muy especial la banda sonora en sus películas. Suele haber una total ausencia de ella y solo la emplean en momentos muy concretos (y normalmente de manera diegética) creando atmósferas o instantes especiales. En Dos días, una noche solo hay música en dos momentos cruciales y ocurren en el coche de la protagonista, en la radio. Una canción francesa junto a su marido, que habla de tristeza que refleja la situación anímica que ha vivido y vive la protagonista, y un rock and roll (no olvidemos que en un momento de la historia fue sinónimo de lucha, protesta y rebeldía) junto a su marido y una compañera de trabajo en un momento esperanzador.

Dos días, una noche es una película coral donde los Dardenne no nos separan de la protagonista y lo que en un primer momento parece una persecución asfixiante y angustiosa, termina con un halo de luz y una sonrisa…

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