Oleanna (Oleanna, 1994) de David Mamet

Oleanna o el enfrentamiento destructor entre un profesor universitario y su alumna.

Es el mismo David Mamet quien dirige y escribe para el cine su adaptación a la obra teatral Oleanna, que escribió en 1990 y no estrenó hasta dos años después. Y como la obra de teatro, que suscitó en su momento entre los espectadores grandes controversias, debates y discusiones, la película no es cómoda para el espectador, sino que toca teclas y remueve. Con una dirección y puesta en escena menos sencilla de lo que aparenta, respeta los tres actos de la obra. Oleanna refleja tres diálogos en un despacho de un profesor universitario. Todo empieza cuando una alumna, Carol (Debra Eisenstadt), se dirige al despacho de su profesor John (William H. Macy) porque quiere entender por qué le ha suspendido.

El espacio, cómo se sitúan los personajes en él, cómo se mueven y se posicionan en las dos estancias del despacho, su forma de vestir, la expresión corporal… todo cuenta para dar significado a lo que vemos. Porque en Oleanna la complejidad viene de la ambigüedad. No hay nada que sea ni claro ni obvio. Y eso es lo que incomoda. No es fácil posicionarse, porque no es una historia de buenos y malos. Lo que expone es una relación de poder y también cómo el lenguaje nos construye o destruye. Entre Carol y John, la incomunicación y el detentar el poder en cada uno de los diálogos los conduce a una vorágine y a un drama que los rompe.

Para construir su historia, David Mamet escribe con precisión tres diálogos con los que apunta el conflicto, el desarrollo y el fulminante desenlace. El material es delicado: asistimos a los tres diálogos y somos testigos en todo momento de lo que acontece. Y, sin embargo, no es fácil que nos posicionemos. El dramaturgo incomoda y hace que el espectador se pregunte continuamente qué es lo que está viendo realmente. Qué entiende.

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El desorden interno. Relatos cortos (Ambular ediciones, 2022) de Mónica Selem

A Mónica, siempre estás

Al abrir este libro de cuentos y pasar sus solapas rojas, una cita salta a la vista: «Así es la vida. Siempre alguien espera que regrese algún otro que nunca vuelve. Siempre alguien que quiere a algún otro que no lo quiere». Palabra de Ray Bradbury. Y entonces surge la idea de cómo enfrentarse al análisis de un libro tan especial como El desorden interno. Porque los veinte relatos de Mónica Selem danzan «entre los márgenes de la realidad y la ficción», como dice el texto de contra. Veinte historias de amor y desamor alrededor del mundo. Sus personajes se pierden por distintos destinos: las calles de Madrid, Barcelona, Praga, Los Ángeles o por las sendas de El Camino de Santiago o, también, recorriendo la geografía de México.

A veces a través del humor; otras, de un erotismo sin complejos; y más allá, de una sensibilidad, que duele; El desorden interno deja escapar entre sus páginas a mujeres y hombres, vulnerables y frágiles, que se encuentran o se desencuentran, pero que nunca desisten de la posibilidad de ser amados.

Volviendo a la cita, Ray Bradbury fue uno de tantos escritores que prestaron su talento como guionistas en Hollywood, además algunas de sus obras fueron adaptadas al cine. Independientemente de la experiencia vivida, el autor deja en evidencia un estímulo para analizar muchas obras del siglo XX y XXI, y son las huellas que el cine ha dejado en ellas. Por eso, esta es una forma más de «leer» un libro contemporáneo: buscar esas huellas que deja el cine en la literatura. Así puede uno elegir hundirse entre las páginas de El desorden interno.

Un lector queda seducido por el baile de las palabras en los relatos de Mónica Selem. Cada uno de ellos, cuenta una historia buscando la forma necesaria. No es solo lo que cuenta, sino cómo lo cuenta. Como en las películas, no es solo las historias que vemos reflejadas, sino cómo son filmadas. Y en el fondo de cada relato, una verdad. Una revelación. Un momento atrapado… El libro es tan rico que ofrece mil y una maneras de leerlo. Cada relato, un universo… Pero a la vez todos son el desorden interno que gobierna a los seres humanos que tratan de amar sobre todas las cosas. Pues a pesar de las historias cómicas, otras dolorosas, algunas sensibles, otras mágicas y las de más allá con un realismo sobrecogedor, lo importante es amar, tal y como mostraban los personajes desgarrados de la película de Andrzej Zulawski.

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Pigmalión (Pygmalion, 1938) de Anthony Asquith y Leslie Howard

Pigmalión

Un profesor de fonética y una vendedora de flores…

Esta versión cinematográfica, que es también una adaptación de la obra teatral de George Bernard Shaw, ha quedado totalmente eclipsada por el musical de George Cukor, My fair lady (1964). Y, sin embargo, no hay apenas diferencias en cómo avanza y se resuelve la historia. Digamos que en la película de Asquith y Howard (en la que Shaw participó en su guion) ya está la esencia de My fair lady. Y es curioso porque en ambas se elimina en su secuencia final la nueva lectura del mito clásico que ofrece Shaw. Pigmalión es más concisa, directa y realista; no cuenta con el glamour, la estilización y la elegancia del musical de Cukor. Es una historia más de carne y hueso, más cercana. El profesor Henry Higgins (Leslie Howard) y su alumna, Eliza Doolittle (Wendy Hiller), van construyendo su historia de encuentros y desencuentros con una naturalidad especial. Su historia es en blanco y negro.

Como decían Jordi Balló y Xavier Pérez en su magnífico ensayo La semilla inmortal, el mito de Pigmalión es uno de esos argumentos universales que ha permitido nuevas miradas una y otra vez en los escenarios teatrales o en la pantalla de cine. El mito cuenta la historia de un escultor que no encuentra a la mujer ideal. Decide no casarse y se dedica a esculpir una estatua. La estatua de una joven recibe el nombre de Galatea, y el escultor se enamora perdidamente de ella. La diosa del amor, Afrodita, la convierte en una mujer de carne y hueso y se convierte en su esposa. Shaw convirtió a Pigmalión en un profesor de fonética, Henry Higgins. Solterón, exquisito y misógino, totalmente entregado a su trabajo. Y a Galatea en Eliza Doolittle, una vendedora de flores de los barrios bajos de Londres, que quiere salir de su situación. Lo que hace el profesor es convertir, a través de la dicción y el lenguaje, a la vendedora de flores en toda una dama. Higgins pone todo su empeño y esfuerzo para ganar una apuesta que ha hecho con su amigo coronel Pickering: que en seis meses convierte a Liza en una dama elegante. Eliza Doolittle pone todo su empeño en aprender porque quiere salir de los bajos fondos, quiere poner una tienda de flores y huir de la miseria y los golpes de la vida.

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Invierno en Europa (Invierno en Europa, 2017) de Polo Menárguez

Invierno en Europa

Invierno y espera

Invierno en Europa es una llamada. También una bofetada. Un montón de rostros nos miran al otro lado del muro. Y deja una última imagen-puñetazo… A un lado un grupo de hombres que a pesar de que llevan tiempo indefinido sin apenas dormir…, en espera…, siguen mirando los fuegos artificiales de esos países con los que soñaban para, quizá, volver a reconstruir sus vidas. Y con ese título real, pero también metafórico, el documental de Polo Menárguez dialoga con The Square, una película sueca de ficción actualmente en cartelera. The Square, de Ruben Östlund, realiza una inteligente reflexión sobre Europa y deja una secuencia y una metáfora… que refleja esa llamada y ese invierno perpetuo en el que Europa se hunde. Por una parte, una chica de una ONG en un país como Suecia grita: “¿Quieres salvar una vida?” y un montón de ciudadanos que salen del metro para dirigirse a sus trabajos pasan a su lado, pasivos, ensimismados, sin salir del letargo, sin un mínimo de curiosidad, sin reacción alguna… Por otro, The Square es una instalación artística de un cuadrado con la siguiente leyenda: “El Cuadrado es un santuario de confianza y cuidado. En su interior todos compartimos los mismos derechos y obligaciones”… Y ese cuadrado puede ser una Europa que pone continuamente en duda esa premisa ideal. Un cuadrado helado, que cierra sus fronteras, pero a la vez en su interior contradice los términos de confianza, cuidado, derechos y obligaciones…

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