Soledad (Lonesome, 1928) de Paul Fejos

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El periodo de cine mudo ofrece muchas películas ocultas que cuando caen en nuestras manos, caen como el descubrimiento de un tesoro. Y una de ellas es Soledad, desde que leí las primeras informaciones sobre ella me entraron unas irremediables ganas de verla. Por fin lo conseguí y la espera ha merecido la pena.

Su realizador Paul Fejos se sintió irremediablemente atraído por el cine pero sobre todo por sus posibilidades técnicas y de experimentación formal. Su figura creativa muestra a uno de los pioneros en sentirse fuera de la industria y en el sistema de estudios de Hollywood, desubicado… porque éstos no estaban preparados para asumir las experimentaciones del realizador (pero sí como veremos a continuación, experimentaciones de otro tipo). Así que finalmente abandonó Hollywood pero también, un tanto desilusionado, el cine, y decidió continuar sus pasos en el mundo de la ciencia.

Soledad es una sencilla historia de amor que transcurre en un solo día en la gran ciudad, Nueva York. Una historia sencilla contada con alardes formales pero encerrando toda la emoción en cada escena. Además la película tiene otro valor: y es plasmar ese cambio que estaba viviendo el cine en ese momento. El paso del cine silente al sonoro, época de experimentación técnica. Si bien es cierto que la copia que ha llegado hasta nosotros cuenta con modificaciones obligadas por el estudio (que buscaba calidad… pero también rentabilidad), y que quizá Paul Fejos hubiese evitado (aunque también le apasionaba la experimentación formal), Soledad es un testimonio de un periodo de cambio e incluso esos cambios provocan una cierta extrañeza y belleza al observarla ahora (éstos tienen que ver sobre todo con la banda sonora).

Así junto a alardes técnicos del propio Fejos que ya experimentaba en algunas escenas con el color, se añaden los de los nuevos tiempos: así Soledad queda como una película muda pero con elementos sonoros que además ayudan a avanzar la trama. Por ejemplo hay una canción fundamental en la resolución de la historia que se escucha dos veces y será fundamental para construir un final. La canción es Always… Y después existen tres diálogos sonoros donde los personajes de pronto ‘rompen’ a hablar. No deja de ser extraño pero como dos de esos diálogos ilustran el enamoramiento de ambos personajes, no dejan de dar una sensación mayor de aislamiento de ambos personajes. Los dos están viviendo en una especie de limbo por su enamoramiento instantáneo y se ‘lanzan’ a hablar. El tercer diálogo sería el más desubicado pues transcurre en una comisaria, aunque ilustra un momento importante para el protagonista masculino que lucha para regresar junto a su amada.

Soledad es una película moderna pues trata de captar el espíritu de una gran urbe y el aislamiento del ser humano que forma parte de una gran masa y le convierte en anónimo. Y es que ése era el gran tema del momento, con ejemplos ilustres y algo más conocidos que esta obra de Paul Fejos: mi amada … Y el mundo marcha o Amanecer. También el ser humano integrante de una masa que deshumaniza puede verse en Metrópolis.. Además Paul Fejos capta cómo despierta una ciudad y refleja su ritmo, su movimiento… nos cuenta cómo toda una ciudad se pone en marcha y vive durante un día (ahí sentimos al Paul Fejos más experimental a la hora de aplicar el lenguaje cinematográfico)… Y ese captar el espíritu de una gran ciudad también forma parte del cine más experimental del momento que de 1927 a 1929 vomitaría sus obras más difundidas hasta el momento: Berlín, sinfonía de una ciudad o El hombre de la cámara.

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Pero Soledad toca maravillosamente otros dos temas: cómo el trabajo convierte al ser humano en integrante de una cadena impersonal (en una pieza del engranaje) y la importancia del ocio masivo (fuente de atención de otros cineastas como Jean Vigo en A propósito de Niza, cortometraje de 1930): cómo las playas se convierten en lugares de concentración de ocio y descanso o cómo se construyen enormes centros de diversión, parques de atracciones, como el de Coney Island.

Paul Fejos crea para contar lo más sencillo del mundo, encuentro y enamoramiento de dos personas solitarias, un poema urbano y visual. Así disfrutamos de las vidas paralelas (el montaje paralelo como lenguaje cinematográfico) de una telefonista y un operario de fábrica. Cómo se despiertan, cómo transcurre su jornada laboral, las relaciones con sus compañeros, la soledad de ambos, sus viviendas… hasta que coinciden en Coney Island. Mary (Barbara Kent) y Jim (Glenn Tryon), que así se llaman los protagonistas, se unirán y ‘hablarán’ en la playa. A partir de ese momento descubren que ya no están solos y se divertirán en las distintas atracciones. Como una pareja más, entran en un fotomatón y se hacen un retrato que se intercambian, se ríen de ellos mismos. Ese día es distinto en sus vidas. Todo va al ritmo vertiginoso de una montaña rusa, momento clímax de su relación y motivo también de su separación accidental… Vuelven a ser dos seres anónimos en la masa, dos seres anónimos y solitarios, y el regreso a sus hogares se convierte en desgraciado… por la pérdida y la ‘realista’ imposibilidad de un nuevo encuentro. A pesar del amor, apenas saben el uno del otro. Pero como en toda historia de amor que se precie, existe el destino y la casualidad…

Soledad es un buen descubrimiento, un poema urbano, y una historia de amor sencilla pero de intensa emoción…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El ángel de la calle (Street Angel, 1928) de Frank Borzage

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Janet Gaynor era la estrella del momento. La primera en recibir una estatuilla dorada, un oscar. Y se la premiaba por tres interpretaciones: Amanecer de F.W. Murnau, El séptimo cielo y El ángel de la calle, ambas de Frank Borzage. Además El séptimo cielo la emparejó por primera vez con Charles Farrell y se convirtieron en la pareja romántica que todo el mundo quería admirar en pantalla. De hecho El ángel de la calle, fue un proyecto impulsado por el tremendo éxito de El séptimo cielo. Ironías del destino, diez años después su luz se apagó. Janet Gaynor se convirtió en una de las primeras actrices que se enfrentaría a la ‘tiranía’ del sistema de estudios y abandonó su exitosa carrera cinematográfica en 1938. Un año antes volvió a ser nominada por su papel en Ha nacido una estrella de William A. Wellman.

Murnau, director alemán admirado, llegó a Hollywood con un halo de leyenda. El director europeo llegaba para elevar el cine a la categoría de arte y así lo demostró con Amanecer donde Gaynor interpretaba a una sensible campesina que se enfrenta a las tiranías de la vida urbana. Su esposo cae en las tentaciones de la gran ciudad y llega un momento en que piensa que su dulce esposa no es más que un impedimento para su futura felicidad. Los enormes ojos y la mirada de Janet Gaynor se quedaron como una marca de su registro como actriz.

Pero ahí estaba también el director norteamericano Frank Borzage con una sensibilidad especial y elevando el cine a la misma categoría de Murnau con las dos obras cinematográficas antes citadas y con los ojos de Janet en ellas. En el imprescindible libro sobre el director de Hervé Dumont (Frank Borzage. Sarastro en Hollywood) se dice que “sabemos que Borzage ha estudiado el rodaje de Sunrise y que, en reciprocidad, Murnau ha expresado su admiración por Seventh Heaven y ha asistido algunas veces al rodaje de The River”. También señala que a Murnau le impresionó tanto la fotografía de El ángel de la calle que contrató al equipo de Palmer e Ivano para su siguiente trabajo en Hollywood. Tanto Amanecer como El séptimo cielo se rodaron ambas en 1927.

Pero el cine también es industria, y cuando se dan cuenta del potencial de Janet Gaynor y Charles Farrell en El séptimo cielo…, la maquinaria de Hollywood quiere otra película donde ambos se enamoren. Se la encargan a Borzage y él vuelve a crear pura emoción cinematográfica. Así tanto El ángel de la calle como El séptimo cielo ‘recrean’ una Europa especial: los bajos fondos de principios del siglo xx… La primera transcurre en París y la segunda en Nápoles para contar ambas una historia de amor fou que llega al éxtasis y a la trascendencia entre dos seres al margen de la sociedad. Las dos gustaron muchísimo al público de la época.

Frank Borzage vuelve a crear formalmente una película prodigiosa, impecable, y no es ninguna tontería decir que logra algo cercano a la poesía visual. Sabe ‘reformular’ el éxito de El séptimo cielo y las dos forman un dúo de películas sobre el amor y la trascendencia.

Esta vez la historia es la de Ángela y Gino. Ella es una muchacha pobre que ante la necesidad de comprar una cara medicina a su madre moribunda, se ve abocada a la calle. Primero intenta mendigar, después prostituirse… sin éxito. Cuando ve a un hombre en la barra de un bar soltar el dinero que necesita, se precipita hacia los billetes… con tan mala suerte de que en ese momento pasa una pareja de policías que la detiene. En un juicio rápido e injusto la condenan a un año de cárcel por robo y prostitución. Ella es un ángel de la calle. Pero Ángela huye y vuelve al cuarto de su madre donde ésta ha fallecido. La policía la ha seguido y la joven sale por la ventana hasta que consigue esconderse en el interior de un tambor de una compañía circense. Posteriormente se ha convertido en una de sus estrellas, es una joven que no cree en el amor, desencantada, vivaracha, con carácter, que huye de su pasado. Y se cruza en su camino un joven pintor bohemio e idealista, Gino, que se une a la compañía. El joven desea pintarla… y realiza un hermoso retrato donde capta toda la pureza de Ángela. Quita su máscara de chica dura. Pero el pasado siempre regresa. Y las adversidades ponen a prueba el amor puro de los dos jóvenes (tan puro que cuando regresan a Nápoles, los dos viven en habitaciones separadas).

Otra vez vuelve a funcionar la sensibilidad y sensualidad entre Gaynor y Farrell. Y otra vez los dos son capaces de crear un universo propio donde alimentar su amor. Esta vez su manera de llamarse es a través de un silbido repetitivo, la famosa canción napolitana O sole mio.

También se producirá un milagro trascendental. Los dos han caído en una espiral de desolación y desgarro. Parece que el amor entre ambos está destruido. Durante sus penurias como joven pareja enamorada, él decidió vender el hermoso retrato de Ángela a un ‘estafador’ que falsifica la imagen convirtiéndola en una madonna antigua y vendiéndola como si fuera una obra de un gran maestro de la antigüedad… En su último encuentro, los dos están rotos. Él desencajado por el odio y el desencanto, ya no cree en ese amor puro e ideal que había creado con la amada, ya no puede pintar y está alcoholizado y él mismo ha perdido su encanto e inocencia… Ella recién salida de la cárcel, desvalida y hambrienta, y triste porque su amor no ha logrado los triunfos y sueños que ella pensaba. Se da cuenta que no sirvió de nada ocultarle su pasado. Se encuentran en el puerto y ella no puede creerse el odio que siente en los ojos de Gino. Huye despavorida, Gino la sigue y terminan los dos en una capilla. Cuando la pareja está en un momento especialmente dramático, Gino alza la vista y se encuentra con el retrato de la madonna, con la mirada de Ángela. Y ella suplicándole que la mire de nuevo a los ojos, que sigue siendo la misma de siempre. El milagro se hace realidad. Gino y Ángela vuelven a recuperar su amor perdido… y salen juntos de la iglesia.

La película es bellísima en cada una de sus partes, Frank Borzage no sólo muestra un total dominio del lenguaje cinematográfico sino también las influencias del cine europeo, sobre todo el cine alemán.

Desde la presentación, al principio, del barrio de Nápoles donde reside Ángela… con un paseo que realiza la cámara mientras nos narra la historia. Hasta las gigantescas sombras de los reclusos en las paredes. Y también muestra el cuidado en los decorados, así se vuelve a construir un precioso universo aparte para los dos amantes, pero igual de humilde que en El séptimo cielo con escenas llenas de sensibilidad. También son impresionantes las escenas circenses, sobre todo una en la que Ángela está subida en unos altos zancos mirando al amado que está junto al mar… O toda la escena final en el puerto… el paseo de ambos perdidos, la persecución, la escena de la iglesia y la reconciliación final…

… Ha sido una suerte poder disfrutar de El ángel de la calle y caer de nuevo en un amor fou. Es de esos visionados que recomendaría sin pensármelo dos veces.

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La quimera de oro (The Gold Rush, 1925) de Charles Chaplin… en el Teatro de la Zarzuela. Feliz 2014

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Sin duda Papá Noel tenía conocimientos de mis gustos cinéfilos y me regaló mi última proyección de cine de este año que acaba. Así ayer en una platea preciosa me dispuse a disfrutar de un espectáculo inolvidable. Y lo fue. Una enorme pantalla blanca: primero (porque Charlot cumple ya 100 años como personaje) el corto Kid auto races at venice, primera aparición del hombrecillo con bigotillo, bombín, bastón y grandes botas… Ahí ya es claro, es un superviviente, un luchador nato… y no nos va a dejar fácilmente. Después el mismo personaje, Charlot, nos hace recibir el nuevo año en una historia maravillosa que encierra no sólo carcajadas sino mucha sensibilidad, romanticismo y dosis de poesía, La quimera de oro.

Para añadir más magia al asunto: además de ver un teatro maravilloso lleno, los espectadores pudimos disfrutar de la música en directo gracias a la joven orquesta de la Comunidad de Madrid dirigidos por todo un especialista en devolver la música original a las películas silentes, Timothy Brock.

Y es que Charlot volvió a lograrlo. Repetiré muchas veces dicho verbo en este párrafo. Logró que en muchas escenas el público llorara, casi se atragantara de la risa. Logró que se emocionara en muchas otras y sintiera empatía y un cariño enorme hacia ese personaje que atrapa. Y por último logró que toda la platea aplaudiera y se pusiera en pie cuando por fin Georgia, la mujer de sus sueños, se iba con él.

Así que os felicito el 2014 con el baile de los panecillos de Charlot, con una deliciosa cena de bota con cordones, rodeados de nieve… y con canciones y danza en el saloon de turno. Y con su gesto y actitud ante la vida, de a pesar de los pesares, de las dificultades y obstáculos, seguir adelante siempre sin dejar de soñar, de caminar o con la capacidad de en un momento dado preparar una cena especial con ilusión, detalle y cariño… aunque nos quedemos sin invitados o recibamos el año solos mirando a los demás divertirse a través de una ventana. Mañana será un nuevo día…, lleno de sorpresas y posibilidades.

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10 razones para amar El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) de Billy Wilder

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Razón número 1: Duelo de dúos (I Parte): Billy Wilder y Charles Brackett

¿Qué tienen en común La octava mujer de Barba Azul, Medianoche, Ninotchka, Si no amaneciera, Bola de fuego, Arise, my love, El mayor y la menor, Cinco tumbas al Cairo, Días sin huellas, El vals de emperador, Berlín Occidente y El crepúsculo de los dioses? Pues seguro que se puede jugar bastante y sacar varios elementos en común pero hay uno que con solo mirar los títulos de crédito surge con fuerza: los guiones de estas películas están firmadas por Billy Wilder y Charles Brackett. Y su última colaboración juntos fue precisamente en El crepúsculo de los dioses, una buena rúbrica final para una colaboración que dejó muy buenos frutos.

El crepúsculo los dioses es un guion amargo sobre Hollywood y sobre el oficio de guionista pero también un canto de amor hacia dicha figura dentro del equipo humano necesario para crear una película. Esta historia tal y como está contada y cómo está contada, en primera persona, solo puede llevarla a cabo y manteniendo siempre el interés un buen guionista desencantado, como el protagonista del film, Joe Gillis. Y sólo podía llegar a estar tan bien narrada y tan bien reflejado el oficio de guionista con dos profesionales como eran Billy Wilder (también director) y Charles Brackett (también novelista y productor).

Razón número 2: Duelo de dúos (II Parte): Gloria Swanson y Erich von Stroheim

Pero otro dúo brillante que forma parte de una historia mágica (y decadente) y que da autenticidad a cada fotograma es el formado por Gloria Swanson y Erich von Stroheim o lo que es lo mismo por Norma Desmond y Max von Mayerling.

Y la historia verdadera y la historia de ficción se funden creando autenticidad y verdad. Su huella deja el lado más duro de un Hollywood silente que encumbraba y relegaba al más absoluto de los olvidos cuando salías del todopoderoso sistema de estudios. Pero los dos siguieron con la cabeza alta… No protagonizaron en realidad la tétrica pero a la vez deslumbradora y decadente historia de Norma y Max pero sí la suya propia, la de Gloria y Eirch.

Ambos eran grandes en el cine silente. Pero él se salía tanto de los canones de la industria que le terminaron relegando y no le dejaron terminar muchas de sus obras. Pero siguió en el mundo del cine y no cayó en el absoluto olvido por sus labores como actor. Ella era una de las divas y reinas del cine mudo pero en cuanto llegó otra forma de hacer cine (más su rebeldía) se retiró de la pantalla blanca (y se dedicó a otros terrenos, no la fue nada mal). Los dos coincidieron en un momento que supuso lo sublime y la caída más estrepitosa. Ambos fueron artífices de una obra cinematográfica inacabada llena de historias y con imágenes que preludian lo que podría haber sido: La reina Kelly (1929). No acabaron de la mejor de las maneras. No se vieron más. Pero volvieron a encontrarse, y el encuentro fue dulce, en El crepúsculo de los dioses. Ya en los años cincuenta. Ella como una actriz decadente encerrada en una mansión-cárcel-refugio. Él como un mayordomo eficiente que esconde un pasado como director de cine y primer esposo de la diva caída… Y siguen un ritual, al que ahora se une el joven guionista Gillis, se proyectan en el salón las viejas películas de ella. Las imágenes que se ven en El crepúsculo de los dioses se corresponden a aquella película inacabada… Y es emocionante ver el rostro de ambos mientras miran las escenas silentes.

 Ficción y realidad. Realidad y ficción. Todo se mezcla.

Razón número 3: cameos y apariciones con mucho arte

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… La diva del cine silente se deja acompañar por otras viejas glorias. Igual que Gloria Swanson (como su personaje Norma Desmond) conocía perfectamente esa época porque fue una de las protagonistas… otros rostros silentes salen en esta historia. Así Norma Desmond recibe la visita semanal de tres actores del cine mudo con los que juega interminables partidas de cartas. Ellos son Buster Keaton, Anna Q. Nilsson y H.B.Warner (los dos últimos bastante más relegados al olvido. Tratemos de recordarlos: para los amantes del western ella fue la primera Cherry Malotte, dueña de un Saloon en la Alaska que vive la fiebre del Oro, de las cuatro versiones que tendría The Spoilers. Y H.B. Warner fue el protagonista del Rey de Reyes mudo de Cecil B. DeMille pero luego tuvo papeles secundarios en películas míticas como el alcohólico y triste dueño de la droguería donde trabaja George Bailey en Qué bello es vivir).

También están los que supieron subirse al carro… como un director que hace de sí mismo pero que fue uno de los que dirigió los grandes éxitos mudos de Norma Desmond. Lo vemos en su salsa, siendo él mismo, en un estudio y rodando en la Paramount… ni más ni menos que el ‘rey del espectáculo’, Cecil B. DeMille. Si en tiempos del mudo tuvo éxitos como Juana de Arco,  Los diez mandamientos o Rey de Reyes… en aquellos años seguía dando espectáculo con Sansón y Dalila, El mayor espectáculo del mundo u otra nueva versión de Los diez mandamientos… Precisamente en el cameo le vemos en un estudio de la Paramount, en esos momentos estaba rodando realmente Sansón y Dalila.

Una de las reinas del chisme también hace de sí misma… aquellas columnistas capaces de elevar o hundir carreras… presente y haciendo de ella misma en la última impresionante escena que protagoniza una Norma Desmond trastornada. Hablamos de Hedda Hopper y Billy y Charles nos la presentan en su salsa.

Razón número 4: cine dentro del cine. Hollywood dentro de Hollywood

El crepúsculo de los dioses habla de cine, es sobre cine y emplea de manera brillante todos los recursos del lenguaje cinematográfico. Así es un retrato duro pero a la vez apasionado de la industria cinematográfica en Hollywood. Es una historia del cine desde la época del cine mudo hasta el apogeo del sistema de estudios en los años 50 (a punto de caramelo para la caída). Asistimos a la cara oscura pero también a entender por qué se ama ese mundo, ese mundo de hacer películas.

Nos encontramos con los entresijos de un estudio (La Paramount). Sus estrellas, sus productores, guionistas, directores, técnicos, ayundantes de producción, representantes… que foman parte de una gran plataforma, de un plató gigante, que cuenta historias para que se proyecten en la pantalla blanca. Pero este sistema de estudios es una maquinaria que engulle y tritura. Crea y destroza. Encumbra y olvida. Fama y fracaso. Estrellas y sombras. Pero también creatividad, invención, imaginación, levantar sueños, el gusanillo de escribir, de dirigir, de actuar… La cara y la cruz de Hollywood. Un sitio lleno de claro oscuros. Amanece y lo amas, pasa el día y te vas desesperando, anochece y entre litros de alcohol y rechazos terminas odiándolo… y a dormir… que espera un nuevo día.

Norma Desmond y Joe Gillis son dos personajes complejos pero redimidos, sin embargo, por su entrega absoluta a la pantalla blanca. Es lo que les hace vivir y morir. Aman y odían con intensidad el mundo que les hace personas pero también les destruye.

Razón número 5: la mansión y las escaleras

Cuando el guionista Joe Gillis pisa por primera vez la mansión que se convertirá en su cárcel la describe perfectamente. Le recuerda a la mansión que se cae a pedazos en su decadencia que describe Dickens en su novela, Grandes esperanzas. Y piensa que dentro puede habitar una especie de señorita Havisham… y no se equivoca. Solo que Desmond no se rinde y sigue buscando el amor (o el sentirse deseada) aunque tenga que pagar y retener al bello guionista como sea.

Y esa mansión enorme cobija habitaciones sin cerraduras, decorada de manera barroca, como si se tratara de un artificial decorado de película de lujo, un hogar digno de diva decadente. Un decorado que se va desplomando pero que guarda cierta hermosura. Una piscina sin agua que se llenará con la llegada del aire fresco, Joe Gillis. Y que se convertirá en su tumba. Habitaciones con fotografías antiguas, que se aferran al pasado. Habitaciones con goteras. Un dormitorio con un mono muerto. Un entierro en el jardín salvaje.Y unas escaleras que son el mejor escenario para que una Norma Desmond ofrezca la actuación de su vida mientras las cámaras ruedan.

Recopilando curiosidades me entero de que la misma mansión, antes de que se desapareciera definitivamente, se emplearía también en una película donde se rodarían escenas míticas. Es la mansión abandonada donde se refugian en un momento dado los jóvenes de Rebelde sin causa.

Razón número 6: ¿Cuál es el género?

¿Cine negro? Así parece en las primeras escenas. ¿Terror? Es lo que sentimos nada más pisar la tétrica mansión. ¿Comedia? ¿Drama? ¿Melodrama? ¿Comedia romántica? Todos estos géneros se encuentran encerrados en El crepúsculo de los dioses y ninguno chirría. Es tan brutal y tan claustrofóbico a veces el encierro de Joe Gillis (sobre todo cómo lo vive… recordemos que es él el ‘peculiar’ narrador) que sus escapadas y su historia con la joven guionista (Nancy Olson) se hace necesaria. Porque es una manera de pintar un posible futuro para Gillis. A veces los excesos de Norma nos pueden provocar risa… pero una risa incómoda, como el comportamiento de su fiel mayordomo. Una risa que se transforma en lágrima porque hay tragedia detrás de lo estrafalario. Todo está envuelto en un ambiente de cine negro porque sabemos desde el principio que lo que estamos viendo es la crónica de un crimen y sabemos que no hay salida posible, ni salvación ni redención para su protagonista.

Razón número 7: William Holden, pistoletazo de salida

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En muchas ocasiones he cantado mi amor platónico hacia William Holden. El crepúsculo de los dioses supuso el pistoletazo de salida para una carrera que despegó lentamente (llevaba desde finales de los años 30 apareciendo en pantalla). Joe Gillis funciona porque lo construye un buen actor (además de partir de un buen guion). El guionista gigoló que va mostrando su vulnerabilidad, sus puntos débiles, lo que le hace más humano. Joe Gillis, un personaje tremendamente complejo y muy bien reflejado por un Holden no sólo atractivo sino que muestra toda la ambigüedad del personaje y consigue que finalmente todos los espectadores estén convencidos de que no se merece contarnos esa historia desde el fondo de una piscina, sin posibilidad de futuro.

Y a partir de El crepúsculo de los dioses, vendría el reconocimiento. Y una galería de películas que me hacen ser para siempre espectadora fiel (ya se vislumbraba en Sueño dorado, el violinista boxeador): Nacida ayer, Traidor en el infierno, Picnic, La Colina del Adiós, El puente sobre el río Kwai, El mundo de Suzie Wong, Grupo Salvaje, Network…

Razón número 8: el narrador, un guionista muerto

Y seguimos con Joe Gillis y William Holden. No sólo es guionista de profesión sino que se convierte en narrador omnisciente del relato cinematográfico. Ya sabe todo lo que va a ocurrir puesto que está muerto. Domina la historia. Y nos la cuenta como lo que es, un guionista. Todo lo vemos bajo su mirada. Y los ambientes por los que se desenvuelve. Y las descripciones de los personajes. Quizá esa es la explicación de ese universo de géneros. Según el estado de ánimo del narrador se va hacia el cine negro, hacia el humor negro, hacia el terror, la intriga o el romanticismo exacerbado…

Razón número 9: érase una vez un gigoló y una dama decadente

Érase una vez un gigoló y una dama decadente en una mansión encerrados en una fiesta de fin de año con una orquesta a su servicio… El crepúsculo de los dioses no es un cuento de hadas. Lo triste (y lo humano y esperanzador) de Joe Gillis es que todavía le queda la suficiente humanidad como para entender la decadencia, los miedos y la tristeza que encierra el rostro de Norma Desmond, otro personaje perdido y frágil. Y los dos son capaces de crearse un universo donde tratan curarse de las heridas. Pero un universo artificial que termina resquebrajándose y matándoles a ambos. Norma no puede vestirse siempre de las bañistas de Mack Sennett o hacer reír con una imitación magistral de Charlot… no puede evadirse siempre. Y Gillis no puede estar toda la vida huyendo sin enfrentarse a sus problemas. Cuando ambos tratan de encarrilar sus vidas… ya es demasiado tarde. Gillis muere, y Desmond pierde la cabeza definitivamente, se quiebra.

Razón número 10: Un principio y un final. Historia redonda

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Las películas como las novelas o los cuentos tienen mucho terreno ganado si tienen un principio que atrapa, un desarrollo que mantiene el interés y un final que deja clavado al espectador en el asiento. Y así es El crepúsculo de los dioses. El principio te atrapa y no te suelta: ¡una historia que te está narrando un cuerpo muerto flotando en una piscina de una mansión de Sunset Boulevard! El desarrollo no decae en ningún momento pues se trata de entender cómo se llega a esa situación. Y el final nadie puede olvidar la locura de Norma Desmond bajando por las escaleras cual diva, ante las cámaras, que la están rodando, sin ser consciente de lo que ha hecho… y camino a la detención y reclusión definitiva.

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George Méliès. La magia del cine

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Cuando hay conocimiento pero también pasión y cariño de por medio ocurre que de pronto un ciudadano puede entrar en un mundo mágico donde la ilusión y la fantasia son los ingredientes principales. Y eso ocurre con la magnífica exposición Georges Méliès. La magia del cine y es que es un lujo cuando una muestra está tan bien hecha y cuidada. Hildy Johnson entró a las 10.00 de la mañana y no salió hasta la 13.30…

Y es que el viaje merece la pena… porque se aterriza en el universo de Méliès (1861-1938). Y no se quiere salir de él. Así la imagen icónica de esa luna cuyo ojo es atravesado por una nave espacial simboliza cómo el realizador-creador (y mil cosas más) se dio cuenta de que el cine era algo más que imágenes en movimiento. El cine podía plasmar lo imposible. Todos los sueños se reflejarían en la pantalla blanca. Y así en ese estudio acristalado (desgraciadamente desaparecido), Méliès dio rienda suelta a la imaginación. Y se podía ir a la luna o al fondo de los mares. Y surgían demonios, bailarinas que salían de linternas mágicas, magos que hacían desaparecer a damas, una luna que era seducida por el sol, cabezas que se volvían gigantes y estallaban, fantasmas, muertos vivientes, magos, monstruos, bellas mujeres sentadas en estrellas…

Además no sólo disfruta el cinéfilo sino también el curioso porque Méliès era una especie de Leonardo Da Vinci que protagonizó una vida de película. Así era capaz de realizar todo tipo de dibujos para atrapar todo lo que producía su mente. Se convirtió en un buen mago y arrendó el mítico teatro de Robert Houdin. Allí aprendió a ser director de teatro, actor, decorador, técnico… Después descubrió las primeras proyecciones de los hermanos Lumière y se enamoró de esa nueva forma de expresión… y entonces fascinado se convirtió en realizador, productor, actor, director artístico y de efectos especiales y distribuidor… A principios de siglo tenía casi un imperio de sueños. Pero en la década siguiente todo se fue desinflando hasta que terminó arruinado y en olvido como vendedor de juguetes en el vestíbulo de la estación de tren de Montparnasse en París.

Y es que ahora mismo Méliès no es un gran desconocido sino que todavía es reciente el fenómeno editorial de La invención de Hugo Cabret, un cuento ilustrado de Brian Selznick, que fue llevado al cine en 2011 por Martin Scorsese que realizó un sentido homenaje al cine. Y el centro del libro y la película es George Méliès. Así el realizador es un rostro reconocible. Cercano. Un rostro que despierta curiosidad…

Cada sala, exquisitamente cuidada, muestra un aspecto del universo de este creador que vio en el cine la posibilidad de lo fantástico. Así indagamos en todas sus influencias y damos un paseo interesantísimo por el pre-cine. Los espectáculos de magia se mezclan con las sombras chinas o las linternas mágicas y otros aparatos, antes del proyector, que atrapaban el movimiento. En un espacio nos encontramos con el fascinante mundo de las fantasmagorías y en otro descubrimos esas primeras imágenes que proyectaron los Lumiére. Más allá nos enfrentamos con el escenario del teatro Houdin y sus carteles o con todos aquellos artilugios que hacían posible fenómenos donde la lógica no tenía sitio.

Después cuando Méliès ya tiene todo su arsenal de imaginación y fantasia y dispone de una cámara de cine se despliega su mundo en la pantalla blanca y entonces el visitante se convierte en ‘espectador’ de sus obras cinematográficas y monta en la nave que le hará llegar a la luna. Así en un viaje increíble irá pasando pantalla por pantalla a mundos inimaginables. Porque si algo destaca en el universo de este realizador es que no hay sitio para la lógica o la coherencia y sí para la sinrazón y los fenómenos extraños.

De alguna manera el visitante se convierte en un viajero de sueños de celuloide que no quiere abandonar la nave y que espera llegar a esa luna imaginada… que sobrevive en su subsconsciente.

Nota: la exposición ha sido organizada por la Obra Social ”la Caixa” en colaboración con La Cinémathèque française y se puede visitar en Caixaforum Madrid (Paseo del Prado, 36) hasta el 8 de diciembre… Es una buena disculpa para una escapada. Está abierta todos los días de 10.00 a 20.00 horas y la entrada al recinto es de 4 euros.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Bajo los techos de París (Sous les toits de Paris, 1930) de René Clair

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… los tejados de un barrio de París… y una escena en un callejón. Un cantante callejero, acompañado por un acordeonista ciego, entona una canción popular, del momento, y vende a la vez la letra de la canción con la partitura. Los vecinos se reúnen alrededor de él e improvisa un coro en medio de la calle. De pronto René Clair consigue atrapar algo de manera sencilla y preciosa: un momento, un instante efímero pero lleno de vida. Los vecinos entonan la canción, hay distintas acciones y miradas… y presentaciones de los personajes. Puro cine.

Ahí nos encontramos a casi todos los protagonistas de esta sencilla, nostálgica y poética narración cinematográfica sobre los bajos fondos parisinos. Un universo poblado por callejuelas estrechas, bailes populares, bares o cafés, peleas nocturnas junto a las farolas y a las vías del tren, pequeñas habitaciones, reuniones de vecinos, escaleras donde habitan bohemios, carteristas, artistas, artesanos, ladrones de poca monta, inmigrantes…

En esta primera escena aparece la joven inmigrante Pola, el cantante callejero Albert, su amigo el carterista y Fred, el jefe de una banda de ladrones. Más tarde en la barra de un bar aparece también el mejor amigo de Albert, Louis. Una amistad en la que siempre se están divirtiendo, compitiendo, jugando y peleándose… Así la película mezcla situaciones de comedia sentimental, con gotas de melodrama y cine de gánsteres. Pero el cóctel es tan sencillo y poético que funciona.

Lo poético se encuentra en los detalles y matices: un espejo roto que se convierte en un símbolo del amor imposible que siente Albert por Pola o los tejados de París o el reflejo de la vida de los vecinos a través de sus ventanas…

Y con esa plasmación de los instantes y la vida, René Clair nos habla de las complejidades del amor. Así la dulce Pola se convertirá en la mujer deseada por tres hombres y el destino construirá una historia donde también intervendrá el azar y la amistad. Así Pola se encontrará en los brazos del mafioso Fred, del romántico Albert y del más pragmático Louis.

Después de una historia de vidas cruzadas donde alguno saldrá con el corazón partido y otro conseguirá el corazón de la chica… y alguno que otro terminará en prisión así como otros afianzarán sus lazos de amistad, no queda otro modo de terminar la historia que de nuevo mostrando un coro callejero… porque la vida continúa y los techos de París.

René Clair se enfrenta así a su primer largometraje con éxito internacional (aunque el mayor éxito fue en su país de origen Francia) y además emplea por primera vez el sonido en el periodo en que las películas habladas empiezan a dejar atrás el cine silente. Pero el uso del sonido es para ayudarle a contar la historia, se sirve del sonido pero todavía realizando un uso preciso del lenguaje puramente visual del cine mudo. Así no hay largos diálogos o conversaciones, la mayoría de las veces no escuchamos esos diálogos tapados por la vitrina de un cristal o por el sonido de un tocadiscos…o por el jaleo de una trifulca. Muchas de las situaciones Clair las sigue solucionando de una manera visual y el sonido sólo es un pretexto para contar algo más o para que en los barrios de París se oiga cantar a sus vecinos o se les vea bailar al son de la música. A pesar de la ausencia de diálogos la historia puede seguirse perfectamente pues sigue siendo puro cine silente con acompañamiento de sonido.

Bajo los techos de París es una recreación nostálgica y poética de un París de los bajos fondos donde los artistas conviven con los carteristas y con los que menos tienen junto los inmigrantes y bohemios en una armonía ideal. Y como siempre es el amor el motor de las vidas de muchos de sus personajes. El amor por una chica o la camaradería entre amigos o la solidaridad entre vecinos…

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