Don Siegel (Cátedra, 2023) de Joaquín Vallet

El seductor, la obra cumbre de Don Siegel.

«Cuando Don Siegel ponía a rodar las cámaras y gritaba “¡Acción!” siempre cruzaba los dedos. Una costumbre que mantendría a lo largo de su vida profesional y que, en mayor o menor grado, representaba una excepcional inclinación hacia lo fortuito en una persona tan sumamente racional como el cineasta». Me gusta mucho este párrafo, porque define perfectamente la personalidad de Don Siegel. Sí, un tío racional que trabajó toda su vida en un mundo caótico y fortuito como es la realización de películas en los estudios de Hollywood. Nunca se sabía, durante todo el rico proceso creativo de un largometraje, lo que iba a resultar al final ni los obstáculos que encontraría entre medias hasta que el espectáculo pudiese continuar.

La colección de libros de Cátedra, Signo e Imagen/Cineastas (a la que tengo gran cariño), no deja de sacar nuevos volúmenes con interesantes análisis de las filmografías de diversos directores de cine. Distintos autores cinematográficos se ponen frente a un cineasta y sus distintas películas para explicar aquellas características que caracterizan el universo cinematográfico del cineasta. La colección de Cátedra por tanto tiene sentido dentro de la famosa teoría de autor, aquella que pusieron en boga en los cincuenta los críticos de Cahiers du Cinéma, convencidos de que había directores que tenían no solo una manera de rodar, sino que también su obra cinematográfica tenía una coherencia temática, un sentido.

Normalmente, los que he podido leer no solo me han provocado placer, sino que también me han descubierto cosas del realizador en cuestión. No hace mucho salió a la venta el dedicado a Don Siegel y no he podido disfrutarlo más. Su autor, Joaquín Vallet, pasea por la filmografía de Siegel y va buscando con cada largometraje esa coherencia temática. En cada película describe el proceso creativo: por qué Siegel acababa rodándola, el proceso hasta conseguir la versión de guion adecuada, anécdotas del rodaje (muy valiosas para conocer al cineasta), qué aporta esa película al conjunto de la obra del cineasta y características del fondo y la forma que ayudan a entender el valor de dicho largometraje en su filmografía.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (VI). El chacal de Nahueltoro (1969) de Miguel Littín

El chacal de Nahueltoro no deja indiferente a un espectador que le acompaña en su historia.

El chacal de Nahueltoro. Los tobillos de un hombre con unos grilletes. De calzado, unas sandalias. Todos los periodistas que le rodean llevan zapatos. Mientras se filman sus pies encadenados, se oye cómo pide el posible indulto. Y el espectador siente que ese hombre ya está condenado.

Ya desde los créditos de la película de Miguel Littín se informa de que los hechos contados se basan en informaciones de prensa de la época, en entrevistas realizadas por los periodistas, expedientes, actas y documentos del proceso de Jorge del Carmen Valenzuela Torres. La película se divide en distintas partes que van contando el errar del personaje principal desde la infancia hasta que es condenado a pena de muerte. Así ante nuestros ojos, como si de un documental se tratara, pasa la infancia, el andar, la regeneración y muerte de Jorge, el chacal de Nahueltoro.

Miguel Littín arranca su historia una vez ha sido detenido y cómo es condenado por la multitud que le rodea. Ese hombre está siendo conducido al lugar de los hechos para reconstruir la muerte de las víctimas. A partir de ese momento la voz del propio asesino va contando su historia desde la infancia, con insertos también de una voz objetiva que lee documentos oficiales. El chacal describe los hechos tal y como declaró para el juicio o en las diferentes entrevistas a la prensa.

El largometraje tiene una fuerza narrativa que atrapa, pues Miguel Littín retrata con toda su crudeza los asesinatos que cometió el chacal el 20 de agosto de 1960 bajo los efectos del alcohol: mató con violencia a una mujer, Rosa, y a sus cinco hijos, uno de ellos un bebé. Pero antes conocemos el deambular de Jorge desde que huyera de su casa a los siete años. Una vida de miseria y soledad, sin referentes ni educación y con la humillación continua en cada paso o nuevo destino. Rosa, viuda y expulsada de su hogar por el patrón, no le va a la zaga en vida dura. El apodo de chacal se le puso por el salvajismo de sus actos, pues llegó a pisotear al bebé hasta morir. Tanto el chacal como Rosa y sus hijos están condenados de antemano por sus circunstancias sociales.

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De película de estreno a película de estreno y tiro porque me toca

Llevo unas semanas recuperando el ritmo de película por semana en sala de cine, pero en el periplo, no he conseguido que ninguna me deslumbre del todo, tan solo destellos. Todas me han aportado algo, pero no he perdido el sentido con ellas. Y es más, todas están bien contadas, incluso con el ritmo adecuado, en ninguna me he aburrido o he tenido ganas de salirme de la sala, pero me han parecido más cerebrales que emocionales. Ni siquiera había un equilibrio entre ambas posiciones, que varias de ellas lo pedían.

Ninguna “sentipensante”, como dice mi hermana. Solo una me hizo desbordarme bastante, pero sufrí un hándicap grave en la sala de cine. Fui a la sesión nocturna, llevaba una semana toledana y hubo momentos en que la vi entre sueños. Lo bonito es que me quedé con unas ganas locas de volver a verla. Lo que vi entre sueños también me hipnotizó. Curiosamente era la que más se dejaba llevar por la fantasía y la que más se arriesgaba cinematográficamente hablando.

Tres de ellas son el reflejo de una época. Y aportan. Es más, diría que son necesarias, pero no son redondas ni perfectas, no llegan del todo al espectador (sea cinéfilo o no), por distintos motivos que iremos desgranando. Cuentan con una mirada sobre un acontecimiento histórico concreto. Emplean distintos géneros para mostrarlos: cine carcelario, cine judicial y cine social. También, por último, escribiré sobre un documental sobre un crítico de cine, que se queda en un reportaje periodístico correcto.

La “sentipensante”. Tres mil años esperándote (Three Thousand Years of Longing, 2022) de George Miller

También os digo que es una película para ver entre sueños, porque de eso trata. De pronto Miller, con sus 77 años y creador de la saga de Mad Max, decide crear una película de fantasía donde se da importancia a la narración, a los cuentos, en una época racional, científica y de nuevas tecnologías.

Él decide contar la relación especial que se establece entre una especialista en literatura y en las narraciones con cara de Tilda Swinton y un genio que sale de una botella igualito a Idris Elba. Y los dos encerrados en una habitación de hotel en Estambul y luego en una casa solitaria en Londres cuentan una historia dentro de una historia y otra historia…

Algo parecido a esos mundos mágicos de las mil y una noches, el barón Munchausen o el manuscrito encontrado en Zaragoza. Y queda demostrado que incluso en este siglo XXI sigue siendo necesario creer en los cuentos y dejarse llevar. ¿Cómo no te vas a arrastrar hasta una sala de cine con semejante título… Tres mil años esperándote? Por cierto, adapta un relato de una autora a la que no me importaría acercarme, A.S. Byatt.

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Críticas en unas pocas palabras de películas de estreno

El triunfo (Un triomphe, 2020) de Emmanuel Courcol

El triunfo, cine y teatro en armonía.

Cuando estaba viendo esta película francesa, me vino a la cabeza una británica de Peter Cattaneo, Lucky Break y una italiana de los hermanos Tavianni, César debe morir. En los tres largometrajes, unos presos en una cárcel se interesan por el teatro y sienten la posibilidad de alcanzar la libertad. Y las tres películas muestran una manera muy diferente de contar esta historia.

La francesa se inspira en una historia verídica, y presenta a un profesor de teatro que ama lo que hace, que trata a los presos como actores profesionales y que les propone montar algo muy serio: Esperando a Godot de Samuel Beckett. En El triunfo se respira en cada fotograma un amor inusitado hacia el teatro; el poder que siente uno encima de un escenario; cómo la vida alimenta a la ficción, y viceversa; y, por último, deja sentir una obra de teatro que puede hacer comprender una situación, unas vidas y esa sensación de espera…

La hija oscura (The Lost Daughter, 2021) de Maggie Gyllenhaal

La hija oscura, una reflexión incómoda sobre la maternidad.

La actriz Maggie Gyllenhaal se pone detrás de la cámara para rodar una historia psicológica e incómoda sobre la maternidad, adaptando una novela de Elena Ferrante. Se pone en la piel de una profesora de literatura, Leda (maravillosa Olivia Colman), que está de vacaciones en un idílico lugar al lado del mar. De pronto, su contacto con una joven madre (enigmática y sensual Dakota Johnson) y su hija pequeña desata una tormenta interior en Leda. Desde ese momento, rememora su propio papel como madre joven (Jessie Buckley) de dos niñas.

Desde el principio todo lo vemos desde la mirada de Leda que cada vez está más incómoda y todo lo que la rodea va adquiriendo una tonalidad siniestra, desagradable y amenazante. A la vez que también va tomando decisiones y llevando a cabo acciones cada vez más incomprensibles: como esa muñeca que acaba en su poder y que desata una tormenta interior. En realidad, Leda trata de reconciliarse con una decisión que tomó en el pasado y con las sensaciones encontradas que tiene con lo que sintió: la felicidad sin las ataduras de la maternidad.

Muerte en el Nilo (Death on the Nile, 2022) de Kenneth Branagh

Muerte en el Nilo, cuando el cine es puro entretenimiento.

Kenneth Branagh apuesta por el cine puro y duro de entretenimiento, llevándonos a lugares exóticos, dejándonos arrastrar por el glamour, por las pasiones desatadas, por varios asesinatos y un peculiar detective belga para resolverlos. Si al principio de su carrera, Branagh abrazó a William Shakespeare, ahora se siente cómodo en el universo de Agatha Christie.

Una cosa está clara en sus dos películas sobre el universo de la dama del misterio: se siente cómodo como Hércules Poirot, y no solo eso…, sino que se lo pasa bien en su piel. Es más, en esta glamurosa Muerte en el Nilo, le regala un pasado en que se nos revela la razón de su famoso bigote, y le regala la posibilidad de enamorarse.

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Ciclo de cine italiano (y III). Más allá de los directores estrella

Vida de perros (Vita da cani, 1950) de Steno y Mario Monicelli

Vida de perro

Steno y Mario Monicelli trabajaron en unas ocho películas juntos y una de ellas fue Vida de perros, una deliciosa tragicomedia, género en la que los italianos son estrella. La risa y el llanto, como la vida misma, se reúnen en esta crónica sobre las aventuras y desventuras de una compañía de variedades que viajan sin parar y llevan sus espectáculos a pueblos y ciudades. Trenes, hospedajes de mala muerte, escenarios de todo tipo, bares y restaurantes…, pero el espectáculo, pase lo que pase, siempre debe continuar. La compañía gira alrededor de su director: que cuida y acoge a todos. Pícaro y hombre bueno, trata siempre de suplir, como puede, los inconvenientes económicos. Él es un estupendo Aldo Frabrizi, que construye un personaje precioso. Vital, siempre adelante y capaz del sacrificio amoroso para no convertirse en obstáculo de una joven promesa.

Por una parte está la fuerza arrasadora del personaje del director de la compañía y, por otro, el destino de tres de las integrantes que aportan las gotas tragicómicas de la película. Por una parte, la bella y fría Franca (Tamara Lees) que deja todo, novio incluido (un Marcello Mastroianni al principio de su carrera), para huir de la miseria. Para ella la compañía es solo un paso para conseguir un marido rico. Ella es la protagonista de la historia más melodramática. Parece la más fuerte y, sin embargo, se mostrará la más herida, frágil y vulnerable. Vera (Delia Scala) es la chica trabajadora, enamorada de su novio de toda la vida, pero no bien vista por el padre de este. Ella da el tono costumbrista y social a la película. Y, por último, una joven polizonte que huye de su hogar, Margherita (una vital, divertida y encantadora Gina Lollobrigida), que recibe la ayuda del director y se queda en la compañía. Ella es la pieza fundamental de la tragicomedia. Vida de perros es de esas películas que gozan de encanto y que provocan felicidad durante su visionado a pesar de que no evita las tristezas y contradicciones de la vida.

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Dos clásicos a reivindicar. La colina (The hill, 1964) de Sidney Lumet / Lone star (Lone star, 1996) de John Sayles

La colina (The hill, 1964) de Sidney Lumet

La colina

… o el castigo inútil, el mito de Sísifo

Si nos vamos a la mitología clásica, nos encontramos con la figura de Sísifo obligado a empujar una y otra vez una piedra de peso por una colina y cuando está a punto de llegar a la cima la roca vuelve a rodar hacia abajo. Entonces Sísifo tiene que repetir por la eternidad un trabajo agotador. En el siglo XX, Albert Camus recuperaría el mito para reflejar al hombre contemporáneo condenado a una tarea inútil. Y se puede decir que Sidney Lumet vuelve al mito en su versión más cruda en esta desconocida película de su filmografía, La colina. Y una colina artificial es lo primero que se ve, según van apareciendo los títulos de crédito…, y esa colina será la representación del castigo cruel e inútil bajo el sol abrasador que los oficiales de un penal militar británico, en el norte de África durante la Segunda Guerra Mundial, infringen a aquellos hombres del ejército británico que hayan incumplido la normativa (deserciones, robos, golpear o desobedecer a superiores…). La película arranca cuando llegan cinco nuevos presos, cada uno con su historia a las espaldas, y cómo sobre todo uno de los oficiales, el sargento Williams, se ensaña con ellos, con el visto bueno del director del penal.

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Infierno en la ciudad (Nella città l’inferno, 1959) de Renato Castellani

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Según iban pasando imágenes de Infierno en la ciudad me venía a la cabeza otro drama carcelario femenino (también en nuestro viejo baúl de películas) dirigido en 1950, Sin remisión. Infierno en la ciudad es una de mis primeras incursiones en el cine del director italiano Renato Castellani y Sin remisión era otra indagación más en la carrera del director norteamericano John Cromwell. Así cada una de las películas se empapa del país donde vienen. Una es un drama carcelario italiano con influencias de un cine neorrealista con otro popular… donde cada una de las secuencias es una tragicomedia en sí. Y la otra es un drama carcelario americano que se deja llevar por el cine negro con gotas de melodrama y tragedia social. Ambas además arrastran un reparto de actrices femeninas maravilloso. Pero mientras la americana está al servicio de una impecable Eleanor Parker (recientemente fallecida), la italiana logra una película coral donde Anna Magnani (siempre Mamma Roma) y Giuletta Massina (también existió sin Fellini) son parte de un engranaje que avanza…

Así Infierno en la ciudad se convierte en el retrato cotidiano de una cárcel femenina a finales de los cincuenta. Delincuentes comunes que comparten celda y van sobreviviendo encerradas entre rejas. Para algunas es mejor lo que les ofrece la prisión, una habitación y comida, que lo que las espera fuera. Pero nunca pierden su capacidad de soñar o de imaginarse fuera. Así va pasando el tiempo… y conocemos a una anciana que se hace llamar La Condesa, a una mujer que se deja arrastrar por la locura que mató a su bebé, a una joven que no quiere volver a pisar la prisión de nuevo y que con un espejo logra captar lo que hay fuera e incluso enamorarse de un joven trabajador, Moby Dick… una reclusa enorme o a Egle (Anna Magnani), una mujer de fuerte personalidad y carácter, una líder: lo mismo la adoras en una escena por su solidaridad con las otras presas como en la siguiente la estamparías contra la pared porque su desesperación a gritos le hace cometer locuras diarias (dormir de día, despertarse de noche, cantar, discutir, pelearse y gritar sin parar…) o Lina (Giuletta Massina), una joven tímida, inocente y enamorada que entra en prisión y descubre otro mundo (¿mejor o peor?) u otra manera de ver la vida… una vida perra.

Renato Castellani refleja el día a día de las presas con las carceleras (las monjas), entre ellas, sus riñas y sus alegrías, su monotonía diaria y su lucha por la supervivencia o por no volverse locas, sus lágrimas y sus esperanzas, sus canciones o sus sueños. Así resulta una película dura pero vital. Un buen retrato coral con escenas que se quedan en la retina, difíciles de olvidar.

Y una de ellas, fundamental. Se podría incluso hablar de una ‘firma’ del género carcelario: cuando los presos asisten a una proyección cinematográfica. Y en Infierno en la ciudad las presas tienen su proyección. Y es un momento de alegría, que muestra la capacidad del cine para que el ser humano se deje llevar por el inconsciente y sentir algo parecido a la felicidad, sobre la importancia de la risa, de la evasión, de saltar los muros a través de las imágenes… Así como también era un momento catártico cuando los presos iban al cine en Los viajes de Sullivan, donde el protagonista descubría la importancia del cine cómico, en Infierno en la ciudad es un momento de alegría, de griterio, de salida de la rutina… una enorme pantalla blanca con su proyector en el patio de la cárcel… Y todas las mujeres asistiendo a una animada proyección…

Pero también es la oportunidad de deleitarse con un grupo de actrices, algunas desconocidas, que crean personajes de carne y hueso… y como no vibrar con la fuerza de una Magnani que se sale y una Massina con su aparente fragilidad… ambas nos dejan la huella de lo que significa ser tragicómicas de verdad. Creo que empezar con Infierno en la ciudad es una buena manera de iniciarse en la filmografía de Renato Castellani, otras sorpresas me esperan.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Boris Karloff. Más allá del terror. El código penal (The criminal code, 1931) de Howard Hawks/La momia (The mummy, 1932) de Karl Freund

Nadie puede negar que Boris Karloff tenía un rostro peculiar… y un cuerpo especial. Nadie puede negar que su fisonomía le ‘obligaba’ a un tipo determinado de personajes. Nadie puede negar que se convirtió en uno de los reyes del cine de terror y de la Universal… pero Boris Karloff fue más allá del terror, su físico (y su manera de actuar) permitía otro tipo de personajes que ampliaba su registro. Y en el género de nuestros miedos favoritos aportó la vulnerabilidad y fragilidad del monstruo. Un ser diferente y rechazado que sólo busca alguien que le quiera…

A pesar de lo siniestro de su rostro, de sus proporciones aparentemente enormes… lograba que el público lo quisiera y se identificara con él. Cuentan sus biografías que era una buenísima persona… y claro eso no podía disimularse. De alguna manera la cámara de cine no lograba borrar las huellas de un hombre afable.

Así el viejo baúl de películas recupera dos obras donde Karloff muestra sus diferentes matices. Una maravilla de los primeros años de Howard Hawks y uno de sus personajes canónicos en el cine de terror, la momia Imhotep. Además ambas tienen el encanto (e interés) de ser anteriores al código Hays y se nota en lo que cuentan y cómo lo cuentan.

Cine carcelario

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Cine carcelario del bueno. Howard Hawks vuelve a demostrar que en cualquier género fue de los mejores (comedia, western, gánsteres, cine negro, cine carcelario…). Me apetecía mucho esta película y ha colmado mis expectativas. Primero porque sus personajes no son planos, cada personaje no es ni claramente malo ni claramente bueno, son ricos en matices, reales. La historia tampoco es plana y atrapa desde el principio. El código criminal al que alude el título se convierte en una metáfora para reflexionar y debatir (que aún hoy sirve): ¿es el sistema carcelario el mejor de los sitios para ‘transformar’ a un hombre a través del castigo, represión y reclusión? ¿La justicia es igual para todos y es imparcial?

Hawks imprime como siempre un buen ritmo a la narración cinematográfica además de ser virtuoso en ella buscando soluciones de puesta en escena que aún hoy funcionan e impactan. Y por otra parte se rodea de un buen reparto coral lleno de rostros de actores de carácter. Además realiza un cine social que pone en cuestión los métodos llevados a cabo en las cárceles estadounidenses y además (no existía el código Hays) lo representa sin nada que ocultar.

La sorpresa no es Walter Huston (en papel carismático y complejo de fiscal que quiere llegar a gobernador y pasa a ser alcalde de un centro penitenciario donde muchos de sus presos están ahí por sus sentencias…) que no decepciona sino Boris Karloff y Phillips Holmes.

Aquí Boris Karloff es un recluso llamado Ned Galloway que tiene una ‘cita pendiente’ y muchos años para cumplirla con el carcelero más severo. Galloway desarrolla una relación de amistad y protección con sus dos compañeros de celda, el joven Robert Graham (Phillips Holmes) y Jim Fales (Otto Hoffman) que está elaborando un plan para huir. Ned Galloway tiene el rostro y el físico de un delincuente común muy peligroso y sin embargo desarrolla un sentido de protección hacia su joven compañero así como solidaridad con los demás reclusos que le lleva a actuar hasta el extremo cuando uno de los presos se salta el ‘código’ que funciona entre ellos (entre otras cosas el no ser un delator). Pero también muestra su honestidad cuando ve que su acción va a perjudicar al joven que él protege… Así Boris Karloff ofrece todos estos matices en un personaje que se convierte en una presencia inolvidable. El papel del delator también está tratado con profundidad más cuando la película nos muestra a un hombre desesperado y asustado capaz de todo con tal de salir de allí.

El otro descubrimiento es Phillips Holmes, un bello y delicado actor que protagonizó varias películas de interés durante los años treinta (por ejemplo, Una tragedia americana). Aquí pone rostro a un joven recluso con muy mala suerte al que la monotonía de la cárcel y el encierro durante sus años de juventud le minan como persona convirtiéndose en un muerto en vida y con peligro de perder su salud mental. Sin embargo la aparición de la hija del alcalde (Constance Cummings) le hará recuperar la esperanza… Phillips Holmes no pudo seguir su interesante carrera cinematográfica porque durante la Segunda Guerra Mundial perdió la vida durante un vuelo.

Terror y romanticismo

lamomia

… La Universal se había convertido en el estudio estrella de un universo terrorífico de criaturas temibles. Una de ellas fue la momia Imhotep que contaba además con el rostro de una de las estrellas del género, el inconfundible Boris Karloff. Lo valioso de esta película (la más famosa del realizador Karl Freund que además fue camarógrafo de Murnau, Lang y Lubitsch) es que va más allá del terror, como su personaje principal la momia (y por lo tanto Boris Karloff).

No es sólo la historia de una maldición. Ni de una momia que recobra la vida y además siembra el terror y la muerte en El Cairo. Sino que se convierte en una triste historia de amor no correspondido donde Imhotep lucha a lo largo de los siglos por recuperar a su princesa amada (que se ha ido reencarnando a lo largo de la historia y ahora es una moderna joven)… y cuando está a punto de conseguirlo (…después de haber sido embalsamado vivo por ella y haber sufrido lo insufrible por amor), descubre que su amada no va a sacrificarse por él e incluso pone los ojos en un joven aventurero y prestigioso arqueólogo…

Así Boris Karloff de nuevo imprime humanidad y vulnerabilidad al monstruo (capaz de causar terror y muerte) que sólo quiere recuperar a su amada y ser amado. Un cuerpo que resucita por amor. Nuestra empatía con el monstruo es inmediata cuando descubrimos que es un monstruo enamorado y además no correspondido…

Karl Freund realiza una puesta en escena de un realismo interesante que es invadido por lo extraño y misterioso. Un Cairo de los arqueólogos pioneros, de los descubrimientos apasionantes… donde una momia puede cobrar vida y por eso hacer perder la razón a un joven y ansioso aventurero. Y donde esa misma momia transformada en un extraño guía puede hacer ver el pasado a una joven moderna (que es la encarnación de la princesa) como si se tratara de una película de cine mudo…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.