10 razones para amar Noche en la ciudad (Night and the City, 1950) de Jules Dassin

Harry Fabian corre en una carrera sin retorno en Noche en la ciudad.

Razón número 1: Cine negro en estado puro

Noche en la ciudad es cine negro en estado puro. No solo el increíble uso del blanco y negro, la importancia de la atmósfera conseguida, el espíritu pesimista que rodea la historia, el destino del personaje principal tatuado en su frente, la peculiaridad de la ciudad y sus bajos fondos, la presencia del antihéroe como protagonista, las cuestiones sociales siempre en primer plano, el realismo mostrado con veracidad, el romanticismo trágico o la redención final como ingredientes indispensables revelan su adscripción al género, sino también porque los implicados sabían bien cómo realizar este tipo de películas, además de que el momento en el que se realizó y las circunstancias que la rodearon eran tan oscuras, tensas y pesimistas como el alma de la película.

Jules Dassin estaba encadenando a finales de la década de los cuarenta (década que fue la etapa de oro del cine negro estadounidense) una serie de largometrajes del género que culminaron fuera de EEUU con Noche en la ciudad en Londres y Rififi (Du rififi chez les hommes, 1955) en París. Dassin es una de las figuras claves del film noir con historias tan características como las reflejadas en Fuerza Bruta (Brute Force, 1947), La ciudad desnuda (The Naked City, 1948) y Mercado de ladrones (Thieves’ Highway, 1949).

La novela que servía como material de partida, con el mismo título que la película, de Gerald Kersh, contaba con ambientes que bien conocía su autor por moverse entre pubs nocturnos y haber tenido empleo en el ámbito de la lucha libre en Londres. Por otra parte, Dassin contó con la profesionalidad del director de fotografía Mutz Greenbaum, que ya había realizado dos películas de cine negro victoriano notables como So Evil My Love y Gritos en la noche y con la labor del guionista Jo Eisinger, que abordó uno de sus mejores trabajos, aunque fue una de las plumas también presentes en el guion de otra obra mítica del cine negro estadounidense, Gilda.

Razón número 2: Al borde del exilio

Las circunstancias extracinematográficas de Noche en la ciudad son muy especiales, pero hacen entender mucho mejor el alma que subyace en cada uno de los fotogramas. Ese pesimismo y poca fe en el mundo, pero también una mirada de compresión hacia el personaje del perdedor. Se respira el pesimismo, el desencanto hacia el ser humano, la traición, el dolor de la delación. Se siente la tensión. La incertidumbre y el desequilibrio.

Jules Dassin se encontraba en un momento extremadamente delicado, pues la caza de brujas estaba en su apogeo y el director se hallaba en el punto de mira. El productor de la Fox, Darryl F. Zanuck, decidió alejarle de EEUU, y el rodaje de Noche en la ciudad se trasladó a Londres. Aunque después del rodaje regresó a EEUU, sufrió inmediatamente la presión del macartismo, su nombre fue dicho en varias declaraciones de distintos compañeros, formó parte de las tristes listas negras y no tuvo más remedio que exiliarse a Europa. De hecho, hasta cinco años después no consiguió los apoyos necesarios para realizar Rififi, cuyo éxito le permitió llevar a cabo una segunda carrera cinematográfica en Europa.

Así que Jules Dassin sabía que estaba en el punto de mira y se sentía tan presionado como Harry Fabian, el protagonista de su película. Así a ese timador de poca monta le envuelve una pátina de compasión y comprensión ante la encerrona que va sufriendo.

Razón número 3: Harry Fabian

Harry Fabian se carga todos sus sueños y una posible vida feliz junto a Mary.

El actor Richard Widmark se estaba convirtiendo en un actor imprescindible del género; de hecho debutó en la magnífica El beso de la muerte. Su presencia podía denotar la maldad más absoluta como en su debut o estar al lado de la ley y ser absolutamente creíble como en Pánico en las calles o Un rayo de luz. Solo que en Noche en la ciudad logra mostrar un personaje ambiguo, que si bien empieza transmitiendo rechazo, termina provocando la compasión del espectador.

En Noche en la ciudad, su carisma le permite dar matices fundamentales al personaje de Harry Fabian. Este perdedor y timador de poca monta que se mueve en los bajos fondos y tiene grandes sueños de grandeza y ambiciones, deseando dar el pelotazo que le permita vivir tranquilo, no tiene escrúpulos a la hora de engañar y enredar a los que le rodean. Es capaz de engañar a su novia o engatusar a un hombre mayor para que baile a su son. Solo desea una vida mejor, pero no le importa si tiene que pisar para lograr sus objetivos. Posee una energía sin igual y aunque fracase una y otra vez y deba dinero a todo el mundo y cada vez tenga menos credibilidad, enseguida vuelve a levantarse y a intentar dar otro palo.

Sin embargo, Harry Fabian muestra también su vulnerabilidad, sus sueños, su alma de perdedor, su desesperación por esa vida que no logra y, finalmente, el dolor que siente y el desencanto cuando descubre que toda su vida ha sido un error, que no ha hecho nada bien y que tal y como ha hecho él, todo el mundo a su alrededor le delata y le traiciona. Ni siquiera le permiten que le salga bien su redención final, cuando trata de compensar a la mujer que quiere, pero que nunca ha cuidado.

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El ángel vestido de rojo (The Angel Wore Red, 1960) de Nunnally Johnson

El ángel vestido de rojo o el amor imposible entre un cura y una prostituta en la Guerra Civil española.

El ángel vestido de rojo supuso un rodaje tan sumamente conflictivo que supuso la última película como director del también guionista y productor Nunnally Johnson. Es uno de esos largometrajes que he perseguido por múltiples motivos durante años, y, por fin, ha caído en mis manos. Tengo tres motivos principales por los que quería localizar esta cinta, pero el análisis de esta película irregular es gozoso por muchas otras vertientes que iré desglosando en el texto. Es una de las más desconocidas de la filmografía de Ava Gardner, poco se escribe de ella y normalmente de pasada o proporcionando información que conduce al equívoco. Forma parte de esa colección de producciones del Hollywood clásico que trató el tema de la Guerra Civil Española desde diferentes miradas. Y tiene uno de esos rodajes infernales con un anecdotario amplio alrededor de él.

Como explicaba Javier Coma, en su libro La brigada de Hollywood. Guerra española y cine americano (Flor del Viento, 2002), no era la primera vez que en una película de Ava Gardner salía la Guerra Civil: no hay más que visitar Las nieves del Kilimanjaro (The Snows of Kilimanjaro, 1952) de Henry King o La condesa descalza (The Barefoot Contessa, 1954) de Joseph L. Mankiewicz. Para Coma la película que nos ocupa «quedó muy lejos de la valía creativa de las dos anteriores y es recordada preferentemente porque toda la acción se desarrolló en España desde los mismos comienzos de las hostilidades».

Los despropósitos vividos durante el rodaje; la poca confianza de la MGM en el proyecto y sus continuas intervenciones; la compleja coproducción con Italia; la desilusión que fue arrastrando Nunnally Johnson, al verse totalmente ninguneado y no contar nada con él durante el proceso de montaje y posproducción, que terminó contagiando también a los actores principales: Ava Gardner y Dick Bogarde… perjudicó no solo el resultado final, sino que ni siquiera se hizo el más mínimo esfuerzo en la distribución.

El ángel vestido de rojo es un largometraje que también hay que contextualizarlo en la guerra fría en Hollywood, donde coleaban todavía las listas negras y la caza de brujas, y donde muchas películas explicitaban su anticomunismo. No obstante, en un principio para Nunnally Johnson fue un proyecto ilusionante, al igual que para sus intérpretes, pues pensaba acercarse a la historia bajo los postulados neorrealistas.

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Sesiones dobles para tardes de verano (2). La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), de Don Siegel / La invasión de los ultracuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1978), de Philip Kaufman

Que en estos tiempos salga una nueva revista de cine y en papel es una temeridad maravillosa. Así ha ocurrido con Solaris. Textos de cine. Una revista que lleva ya cinco números (tres al año). Cada publicación se centra en una película determinada o en un tema muy concreto, que es abordado por profesionales especializados en distintas áreas. El último ejemplar que ha salido a la venta analiza desde diversas miradas La invasión de los ultracuerpos, de Philip Kaufman.

Una vez devorados los distintos artículos, me apeteció visitar dos de las versiones cinematográficas: obviamente, la de Kaufman y la de Don Siegel, en los cincuenta. De hecho, esta última es de esas películas que ves de niña y te marcan. Nunca he podido olvidar la película de las vainas… Son películas que no pierden su vigencia. De hecho, uno de los aspectos que llama la atención en el análisis de Solaris es como estas películas han recobrado toda su actualidad en el contexto COVID.

Así que pensé que no podía haber mejor sesión doble para tarde de verano que esta. Y si de paso apetece ahondar más, no viene mal conocer la revista Solaris, pues el periodo estival no es mala época para descubrir nuevas lecturas. La revista se ha centrado en sus anteriores números en temas y películas tan interesantes como De Arrebato a Zulueta, Trilogía del apartamento de Roman Polanski, Eyes wide shut y Cine que hoy no se podría rodar.

Por otra parte, hay otra sesión doble con este mismo tema que puede complementar a esta que propongo aquí. La novela de corta de Jack Finney, que publicó en el año 1955, tiene otras dos versiones cinematográficas a tener en cuenta, como bien se deja ver a lo largo de varios de los análisis de la revista: Secuestradores de cuerpos (1993), de Abel Ferrara e Invasión (2007), de Oliver Hirschbiegel.

La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), de Don Siegel

La invasión de los ladrones de cuerpos. Pánico y paranoia en los cincuenta.

En las distintas versiones cinematográficas, una de las cosas evidentes de la “invasión” que se produce es que la historia tiene una doble lectura según la situación social y política de EEUU. De tal manera, que la película de Don Siegel es pura ciencia ficción de los años cincuenta, pero también hay ecos del momento histórico que se está desarrollando en ese momento. El doctor Miles J. Bennell (Kevin McCarthy) y su prometida Becky Driscoll (Dana Wynter) se van dando cuenta en su pequeño pueblo, Santa Mira, de que todos sus habitantes están siendo suplantados por unos dobles, que nacen de unas vainas gigantes, y que crean una sociedad de individuos sin sentimientos ni emociones, que actúan en masa.

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, EEUU vive en una continua tensión política por la Guerra Fría, donde el enemigo a batir son la URSS y los países que orbitan alrededor de esta potencia. Además también se establece un modo de vida, un estado de bienestar, conservador e inmutable, que se vende como el “sueño americano”. Este sueño teme hasta la paranoia todos aquellos que puedan quebrantarlo, entre ellos, como no, los comunistas. Aunque se da una paradoja o una doble interpretación de esta película según los ojos con que se mire: el terror a la posible invasión comunista (uno de los grandes miedos de la Guerra Fría) o el pánico a sucumbir al sueño americano, sin poder disentir y con el miedo a ser denunciado como sospechoso de comunismo (es el periodo álgido de la Caza de Brujas y del senador Joseph McCarthy).

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Al oeste del Edén. En un lugar de Estados Unidos, de Jean Stein (Anagrama, 2020)

Jennifer Jones, una de las protagonistas del libro Al oeste del Edén.

Al oeste del Edén… No hay duda, hay libros que te llaman. Leí una breve reseña… y sentí que necesitaba leerlo. Me acerqué a la librería más cercana y me lo llevé a casa. Empecé a leerlo y ya no lo solté. Lo leí en pocos días, y sé que volveré a él varias veces. Antes de comprarlo, indagué en la web de la editorial, y hubo algo que me impactó en la biografía de la autora: después de dos décadas de trabajo, un año después de su publicación, Stein con 83 años de edad se lanzó al vacío desde su apartamento en New York. Al ver la naturaleza del libro, estremece más este trágico final, pues entre las páginas se esconde una polifonía de voces, que narran las historias de cinco familias que habitaron en siete mansiones (Beverly Hills o Malibú) de Los Ángeles. Muchas de esas voces ya no existen; de hecho una de ellas es la de la misma Jean Stein, pero todas reviven la vida de esas familias en esas mansiones donde ya no están.

Son historias del pasado, historias de fantasmas. Y vuelven a la vida a través de la narración oral de testigos que aún viven o de otros que ya nos dejaron. En Al oeste del Edén cada historia familiar es contada por un collage de voces de distinta índole (familiares, amigos, vecinos, personas del servicio, gente de otras profesiones…). Y se dibuja además una peculiar historia de Hollywood, desde un punto de vista especial. Desde la intimidad de esas mansiones. Unas mansiones que se convierten en escenarios con vida propia. Cada historia familiar daría para un argumento de una buena película sobre Hollywood, puro cine dentro del cine. Como siempre, la realidad supera la ficción. Son historias reales, pero material de oro para dramas, melodramas e incluso puro cine negro proyectadas en pantalla grande. Hay ecos de Francis Scott Fitgerald, Nathanael West, William Faulkner o de Raymond Chandler…, ellos también recogieron historias de Los Ángeles, sabían lo que escribían. Y entre las voces que narran esas intimidades familiares o los mundos que les rodeaban se encuentran también las de otros escritores como Joan Didion o Arthur Miller, que ofrecen su mirada propia.

Es apasionante cómo se encadenan unas historias con otras. Es decir, las voces presentes como meros testigos en algunas de las narraciones familiares se convierten en protagonistas en otras. Y también poco a poco van surgiendo una retahíla de nombres relacionados con Hollywood protagonizando sus películas reales, sus historias personales.

Pero además Jean Stein refleja en ese coro griego de voces, porque predomina la tragedia y el destino oscuro, una mirada clara. En el prólogo Mike Davis (escritor, historiador y activista político) cuenta cómo ejerció de chófer durante los años setenta en esos autobuses que mostraban a los turistas los secretos de Hollywood y Beverly Hills, un recorrido por las mansiones de los poderosos y de las estrellas. Y recuerda que en aquellos años Hollywood Boulevard representaba el epicentro de la marginación y la miseria. Cuando paraba en el Teatro Chino, donde las famosas huellas de las estrellas, los turistas no reparaban en el panorama que les rodeaba de prostitución, drogodependencia, violencia, pobreza… “porque les daba igual todo. No les estremecía la enorme distancia moral que separa el mito de Hollywood y lo que tenían delante. Qué va, la mayoría no veía otra cosa que su imagen preconcebida del paraíso. Era de locos”.

Stein va al corazón de esa imagen preconcebida en Al oeste del Edén y muestra que en las colinas de Bervely Hills o en las mansiones de Malibú, en ese mundo preconcebido de glamur y riqueza, se escondían todas las miserias y contradicciones humanas habidas y por haber. Un mundo oscuro y doloroso, lejos de la mitología hollywoodiense. Muchos habitantes llegaron desde la más absoluta pobreza para construir imperios de riqueza, fama y éxito… con pies de barro. Locura, drogas, alcoholismo, relaciones tóxicas, humillaciones, herencias psicológicas dañinas de padres a hijos, suicidios, asesinatos, traiciones, corrupción…, pero vestidos de lentejuelas, habitando majestuosas mansiones y organizando macrofiestas donde todos lucían máscaras de una vida feliz.

Al oeste del Edén. En un lugar de Estados Unidos es un libro triste, pero a la vez apasionante, donde ciertos nombres se ven desde otra luz. Entre sus páginas vuelven a estar llenas esas mansiones y las historias trágicas de sus inquilinos. Todo adquiere un tono fantasmagórico, onírico, extraño…, como si se estuviese proyectando en una pantalla de cine.

Las cinco familias

Las familias retratadas son los Doheny, los Warner, la de Jane Garland, la de Jennifer Jones, y la de la propia Stein.

La de los Doheny, parte del magnate del petróleo Edward L. Doheny, un hombre que de la miseria pasó a amasar una fortuna, pero se va detallando la truculenta historia familiar que culmina con dos muertes en extrañas circunstancias, nunca aclaradas, en Greystone, la mansión que Edward construyó a su hijo Ned, y un largo juicio por corrupción. Edward L. Doheny sirvió de inspiración tanto a Raymond Chandler como a Upton Sinclair, y su figura pulula en el fondo de Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson. Aunque según uno de sus bisnietos: “lo que cuenta Pozos de ambición es totalmente apócrifo. No hay ni una pizca de verdad en esa película; menos el principio, cuando está solo en el pozo y empieza a cavar. Mi bisabuelo siempre contaba que se cayó en un pozo y se rompió las piernas. Pero todo lo demás, pura y simple bosta de caballo”. Esa es una de las riquezas de Al oeste del Edén, que es poliédrico, y cada historia familiar tiene un montón de miradas y puntos de vista, algunas incluso se contradicen, lo que hace más apasionantes y complejas cada una de las narraciones. Es la época del gran magnate del petróleo, pero también del nacimiento de la industria del cine. Así en pleno juicio Edward acudió a “Cecil B. DeMille, que en aquel entonces era el director de cine más famoso de Estados Unidos, y le pidió que filmara un biopic. Quería, básicamente, que DeMille rodara una película hagiográfica que le reflejara como una persona apasionante, glamurosa y muy patriota” (Richard Rayner, historiador y novelista).

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Trumbo (Trumbo, 2015) de Jay Roach

Dalton Trumbo

Trumbo es un biopic del guionista Dalton Trumbo. Una película de corte clásico en lo narrativo, formalmente correcta, con una galería de actores principales y secundarios que son una gozada… y ¡que Hildy Johnson la disfrutó toda entera!, con pasión, por varios motivos: cine dentro del cine, el periodo de la caza de brujas, un personaje principal con mucho carisma, pero rodeado de buenos personajes secundarios, reflexiones de fondo interesantes… Volamos al Hollywood de los años cuarenta… y cómo se van complicando las cosas para los que formaron los diez de Hollywood (la película recorre varios años)… pero no solo a ellos, sino a sus familiares más cercanos, a sus amigos, a los conocidos. La figura central es el guionista Dalton Trumbo. No faltan escenas (otras de mis colecciones favoritas) en la sala de cine: con espectadores viendo el noticiario, disfrutando de Vacaciones en Roma o de The brave, en la sala de pruebas de Espartaco, en la premiere de la misma película…

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Ave, César (Hail, Caesar, 2016) de Joel y Ethan Coen

Ave, César

Los hermanos Coen en Ave, César, con mucho desencanto e ironía respecto a la vida, terminan reflexionando sobre la naturaleza del cine como John L. Sullivan (Joel McCrea) después de un largo viaje de descenso a los infiernos y es que el cine, la fe en el cine, tiene su razón de ser porque en momentos determinados de una vida llena de complicaciones, un valle de lágrimas y sufrimiento, puede hacer volar, soñar, reír… Así los Coen, como Woody Allen en La Rosa púrpura del Cairo o en Hannah y su hermanas, encuentran cierto sentido en la vida gracias al cine, a la proyección…, tal y como ya había dejado constancia en pantalla Preston Sturges en Los viajes de Sullivan.

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Vivamos de nuevo (We live again, 1934) de Rouben Mamoulian

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Ochenta y cinco minutos de película logran traer a la memoria la esencia de una novela de seiscientas cincuenta y siete páginas (la leí hace unos cinco años y los fotogramas han logrado devolverme algunas ideas olvidadas). Vivamos de nuevo es la adaptación cinematográfica de la última novela de Tolstói (y también una de las más desconocidas del autor), Resurrección. Igual de olvidada se encuentra esta interesante y sorprendente película de Rouben Mamoulian. Director de una elegancia visual especial y también relegado a los últimos puestos en el olimpo de grandes realizadores, bien al fondo…

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La clave del enigma (Blind date, 1959) de Joseph Losey

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Otra película muy interesante e inquietante del realizador norteamericano Joseph Losey por aquello que subyace en sus imágenes y en las relaciones entre los personajes más que por la propia historia. Losey ofrece una película de intriga para mostrar las complejas relaciones humanas y la lucha de clases. Joseph Losey es un cineasta que voy descubriendo poco a poco y del cual me queda mucha filmografía en la que indagar. De momento voy muy poco a poco con El merodeador, El sirviente, El mensajero y la que ahora nos ocupa.

La clave del enigma forma parte de su etapa británica. Losey fue uno de los afectados por la caza de brujas y que optó por el exilio para seguir rodando tras la cámara. Así crea una intriga con todos los ingredientes necesarios (asesinato, falso culpable, investigación policial, mujer fatal…) para en realidad contarnos otra cosa que le interesa más: la lucha de clases.

Hay varios puntos a destacar de esta película: su internacional reparto con tres intérpretes protagonistas olvidados (pero con carreras a sus espaldas para inmiscuirse en ellas al igual que en sus vidas de cine) con una construcción de personajes interesante. El británico Stanley Baker, el alemán Hardy Kruger y la francesa Micheline Presle. El primero es el inspector de policía de origen obrero Morgan, el segundo es el pintor holandés sospechoso de asesinato y la tercera es la víctima en cuestión… De los tres el personaje más complejo y con más matices es el realizado por Stanley Baker y su inspector Morgan. Pero las relaciones que se establecen entre los tres personajes son apasionantes. El centro siempre será el atractivo pintor holandés (también de origen obrero). Él es el nexo de unión. Es continuamente interrogado por el inspector y por otra parte describe y cuenta a través de flash back la relación que mantenía con la víctima.

La película empieza mostrando un tono que nada tiene que ver con lo que luego se irá desarrollando ante nuestros ojos. Los créditos transcurren con una música alegre siguiendo a Hardy Kruger que se baja de un autobús y pasea feliz y alegre por las calles. Va sin duda al encuentro de alguien que le hace feliz, compra un pequeño ramo de flores, parece sin duda un hombre enamorado. Hasta que llega a una casa donde la puerta está abiera. Entra y llama a una mujer “Jacqueline”. No está. Le seguimos en su recorrido por toda la casa. Deja el abrigo en un sillón y va por todos los aposentos. Toca ilusionado los objetos de la mujer amada. De pronto ve un sobre a su nombre con una importante cantidad de dinero dentro, que en un principio deja donde lo ha encontrado. Pone música hasta que de pronto irrumpe una pareja de policías… Y entonces empieza la intriga y la pesadilla del protagonista, que se verá a partir de ese momento encerrado primero en la casa de la víctima y después en la comisaría como principal sospechoso de un asesinato.

En un principio el que toma el mando de la investigación es un rudo inspector de policía (Morgan) que primero se muestra bastante contundente con el sospechoso (le considera culpable) hasta que poco a poco va dejando paso a la certeza de la duda. Por una parte siente la presión de sus superiores y compañeros (de buenas familias y con otros modales) que tratan de proteger a un tercer implicado en el caso (un ‘poderoso’) y que tienen prisa en que se declare culpable el pintor y que no trascienda demasiado lo ocurrido, y por otro, quiere realizar correctamente bien su oficio con un acusado sentido de la justicia aunque sepa que puede suponer una traba para su carrera profesional. En definitiva quiere llegar al final del caso e indagar en todas las dudas que se le presentan. Así se va estableciendo una interesante relación entre el pintor y el inspector porque ambos además actúan bajo presión… y terminan colaborando juntos para la resolución del caso.

Entre medias está la dama en cuestión. La víctima. Para el pintor holandés es una dama importante, casada y con clase, que inicia una tormentosa relación con él. Pero para el inspector (al indagar en su casa y al oír a algunos testigos) no es más que una mujer vulgar de mala vida. Por ahí viene su primera duda y certeza: no casa lo que va descubriendo de la víctima con la descripción que realiza el pintor de su amante. Y esa ambigüedad enriquece cada vez más la trama. A la víctima la vamos conociendo además por los flash back del pintor holandés que nos cuenta su pasional, erótica y compleja relación (no sólo les afecta el factor diferencia de edad —el pintor es bastante más joven— sino también los distintos orígenes y maneras de comportarse en ciertos aspectos cotidianos). La autenticidad bruta del hombre, su naturalidad y su fisicidad ante la sofisticación, apariencia y distancia de la mujer.

Un elemento interesante en el cine de Losey es el empleo de los espacios cerrados como ‘cárceles’ o ‘jaulas’ para los protagonistas y el uso de los espejos en las distintas escenas donde se refleja el estado de ánimo del personaje o las relaciones complejas entre los personajes. Estos dos elementos —espacios cerrados y espejos— son también claves a la hora de analizar El sirviente.

Lo que parece una historia clara y simple. Lo que parece un caso de resolución rápida… va dando paso a otra historia más compleja. Una historia donde choca el amor y la lucha de clases. Y ahí está precisamente la clave del enigma…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

10 razones para amar Anatomía de un asesinato (Anatomy of a murder, 1959) de Otto Preminger

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Razón número 1: 160 minutos

Es decir, 2 horas y cuarenta minutos que pasan como un suspiro y no es un tópico. Anatomía de un asesinato o, mejor dicho, de un juicio, se deleita en diseccionar de manera apasionante este evento. De una manera cotidiana y aparentemente sencilla analiza los recovecos de la justicia y pone sobre el papel un tema tan apasionante como la confrontación entre la ley y su ejercicio y la moralidad. Otto Preminger, bien lejos de presentar un tostón de película sobre un juicio, desgrana una historia inteligente llena de detalles y matices que atrapa desde los títulos de crédito al espectador. Si se ve por primera vez se sigue con apasionamiento… pero sus futuros visionados no son menos ricos y se van además destapando y descubriendo nuevos matices. Nada es tan cotidiano ni sencillo como parece. Sus personajes son riquísimos en personalidades, motivaciones y formas de actuar…

Razón número 2: James Stewart

James Stewart, 51 años, y con una carrera cinematográfica repleta de títulos brillantes, como actor de oficio vuelve a dejar un personaje complejo y difícil pero que es inevitable que caiga bien al espectador.

Peter Biegler parece un hombre tranquilo, amable y buena gente que vive tranquilo en una pequeña localidad de Michigan. A veces necesita retirarse del mundanal ruido e irse a pescar. Le encanta el jazz y toca el piano. Es un hombre tremendamente solitario, soltero.

Forma una pequeña y extraña familia con su mejor amigo, Parnell E. McCarthy, un abogado retirado con problemas de alcoholismo y con su propia secretaria, Maida Rutledge. Su lugar de trabajo es su propia casa. Hace poco le han retirado de ser fiscal del condado y trata de llevarlo lo mejor posible, así que trabaja como abogado en despacho propio pero como le recuerda su eficiente secretaria no tiene los suficientes casos como para pagarse las facturas y su sueldo. Así que de pronto le llega la oportunidad de convertirse en el abogado defensor del joven teniente Frederick Manion que es acusado de asesinar a tiros al dueño del bar de la localidad, Barney Quill. El motivo: éste había violado a su mujer, Laura Manion.

Peter Biegler toma el caso no por una cuestión de justicia… sino por algo mucho más mundano: porque necesita el dinero. Y actúa como abogado defensor aunque sabe que sus defendidos, el matrimonio Manion, tienen todo en su contra. Así con la ayuda de su inseparable compañero y de su eficiente secretaria se enfrentará en el juicio al nuevo fiscal del condado que cuenta con el apoyo del ayudante del fiscal general que llega de la ciudad… De pronto el cordero Peter Biegler emplea todas sus armas y se vuelve león feroz y sarcástico para sacar un veredicto de inocencia para su cliente.

Razón número 3: Cameos, apariciones extrañas y deserciones

Hay cameos y cameos. Y en Anatomía de un asesinato hay un cameo genial. James Stewart aparece en un local tocando el piano en compañía de ni más ni menos que Duke Ellington… y hay un motivo claro como veremos en la razón número cuatro. En aquellos tiempos esta escena fue motivo suficiente para que la película tuviese problemas para ser proyectada en Sudáfrica.

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Y el juez no es un actor secundario. No es un actor de carácter de esa galería de genios que con solo unos minutos se apropiaban de la película… pero lo parece. El juez tiene el rostro de Joseph Welch. ¿Quién era? Un abogado del ejército que se hizo famoso porque en 1954 en una sesión televisada se enfrentó a McCarthy en esa caza de brujas donde el senador paranoico veía comunistas por todas partes y los veía además como una amenaza así que creaba listas negras en todos los estamentos posibles. En un momento dado este abogado, tranquilo, le espetó ante su acusación de otro joven colega: “¿Tiene usted sentido de la decencia?”. Y le formuló la pregunta de varias maneras. En Anatomía de un asesinato se transforma en un actor solvente realizando a un juez absolutamente creíble y auténtico… peculiar. El tomarle para un papel tan relevante dice mucho también sobre lo que pensaba Preminger sobre la caza de brujas…

En un principio Laura Manion iba a tener el rostro de una seductora nata: miss Lana Turner… pero problemas con las pruebas de vestuario y los modelitos a exhibir en la película hicieron que la diva rechazase tan buen papel. Sin duda le hubiera dado, creo, otro carácter diferente y creo que haciendo más hincapié en una mujer tentadora, fría y fatal. Una mujer con más vida a sus espaldas. Al final el papel fue para la joven prometedora Lee Remick que supo darle un aire de inocencia seductora y juvenil que quema… convirtiéndola de manera sutil en un personaje triste y víctima.

Razón número 4: Jazz

Duke Ellington fue el creador de la banda sonora. El jazz impregna la historia y acompaña al personaje de James Stewart, un amante de esta música. Pero a la vez Ellington, sobre todo en la primera parte de la película, describe a cada uno de los personajes y cuenta determinadas escenas con la música. El empleo de la música es de las dos maneras que puede aparecer en una película: diegético y extradiegético. Es decir tan pronto Stewart toca el piano o pone un disco o realmente hay una banda sonora que impregna sobre todo la primera parte (la de presentación de los personajes y el conflicto, antes del juicio). Y es una auténtica gozada el efecto que provoca la música en la propia historia. Así como las sensaciones que produce en todo espectador que se acerca a su visionado. Cuando es el juicio en sí la música desaparece para volver a surgir en situaciones y escenas fuera de la sala del juicio…

Razón número 5: Palabras y censura

Otra manera de analizar la obra cinematográfica de Otto Preminger sería su lucha continua contra la censura y su empeño en saltarse el código Hays. Él fue uno de los directores que se atrevió a enfrentarse a lo absurdo del código y que ayudó a precipitar su caída. Siempre en sus películas luchaba porque se mantuviesen palabras que eran impensables para las películas americanas de la época así como abordar ciertos temas tabú con absoluta transparencia. Anatomía de un asesinato no fue una excepción. Y tuvo que lidiar para que apareciese continuamente la palabra “bragas” (una prueba irrefutable del juicio), la denominación de esta prenda femenina causa uno de los diálogos más divertidos. O también dejar que se hable con todo detalle de una prueba médica forense: la espermatogénesis. Que lo que dé sentido a la defensa durante el juicio es demostrar claramente  que Laura Manion ha sufrido una “violación” y demostrarlo. Que a Laura Manion la llamen muchísimas lindezas pero entre ellas “zorra” y que se la juzgue continuamente por su manera de comportarse y sobre todo de vestir. Así como que también se deje ver un caso de malos tratos en el matrimonio Manion (pero siempre con esa ambigüedad de fondo con la que se juega en todo el metraje), donde Laura sería la víctima de los celos continuos y arrebatos de violencia de su marido.

Pero además Preminger deja una defensa del sistema judicial americano poniendo en escena sus fallas y cómo es posible quizá declarar inocente a un culpable. Y es ese giro y juego continuo con la ambigüedad (de cada uno de los personajes y sus motivaciones) lo que hace a la película más intensa y emocionante. Pero dejando algo claro: todo ciudadano tiene que ser defendido con las mejores artes, la presunción de inocencia tiene que quedar siempre a salvo.

Razón número 6: Radiografía de un juicio

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Siguiendo con el punto anterior, la película es un valioso testimonio de un juicio donde se sigue paso por paso un proceso por asesinato. Ahí vemos la presentación de pruebas, las declaraciones de los testigos, la presencia de un jurado popular, de un público… Los momentos de tensión y lo más rico: los enfrentamientos dialécticos entre el abogado defensor provinciano (que se jacta de ello) y unos fiscales (sobre todo uno, especialmente urbanita agresivo…) que van a por todas… al igual que el “tranquilo” abogado. Así vemos el uso de trucos legales, la búsqueda de precedentes, cómo enfocar el caso a favor del defendido (el famoso ‘impulso irresistible’)… todo para lograr una sentencia determinada y para lograr que el veredicto del jurado popular vaya por un camino o por otro. Y en eso Anatomía de un asesinato es un relato cinematográfico absolutamente revelador, interesante e intenso. Todo tiene sentido… hasta la colocación de los personajes, las prendas que llevan, los gestos… Todo está perfectamente atado y tiene una razón.

Razón número 7: Sentido del humor

La película nunca deja de lado, pese a la seriedad del asunto, el sentido del humor. Un humor desencantado que impregna la historia y que surge tanto de las situaciones como de la forma de encarar la vida de los protagonistas (sobre todo esa ‘extraña’ familia formada por el abogado, su mejor amigo y la eficiente secretaria). Pete Biegler, el abogado, emplea el sarcasmo como su mejor arma para dejar sin palabras a sus contrincantes. Y se crean situaciones cómicas durante la presentación de pruebas (el perro de Laura Manion) o la reunión del juez con el abogado y los fiscales para ver si conocen otro término para referirse a la palabra “bragas”.

Razón número 8: Saul Bass

Ya desde los créditos sabemos que nos enfrentamos a una historia potente. Como era habitual en Preminger le encarga este trabajo al gran Saul Bass que crea uno de sus iconos más reconocibles: un cuerpo humano que se divide en pedazos… como un puzzle. Una sombra que se esparce…

Razón número 9: Galería de actores

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Otto Preminger no sólo se rodea de actores de la vieja escuela sino que deja paso a una nueva generación de actores que encuentran en esta película sus primeros roles y papeles de importancia.

Así James Stewart forma su ‘extraña’ familia con dos actores con carreras a sus espaldas: Arthur O’Connell, secundario de oro y Eve Arden, con una larga carrera de secundaria tras sus hombros.

Pero a su vez se enfrenta al matrimonio que tiene que defender, dos jóvenes que pisaban con fuerza el firmamento cinematográfico: Lee Remick (que tuvo unos inicios prometedores porque era muy buena actriz pero no encontró su hueco con el fin del sistema de estudios) y un jovencísimo Ben Gazzara, antes de convertirse en un actor de cine independiente…

Y también Stewart se las tiene que ver con uno de los fiscales: donde nos encontramos con un maravilloso George C. Scott en un primer papel importante de una larga carrera cinematográfica.

Razón número 10: Otra forma de contar…

Lo maravilloso de Anatomía de un asesinato es la sensación de cotidianeidad y autenticidad de todo lo que estamos viendo. Preminger estaba llevando a la pantalla, en impecable blanco y negro, un bestseller de un juez retirado Robert Traver que a partir de sus experiencias en el ejercicio de la ley se dedicó a la literatura (y a los libros de pesca, otra de sus aficiones que también se ve reflejado en la película). Así que Preminger no dudó en ambientar la historia realmente donde transcurría la trama, en Michigan, y rodó en Ishpening y Marquette, lugares que conocía perfectamente Traver. Además se valió de los lugareños para que fueran parte del jurado popular y del público que asiste a la sala. El juicio no transcurre de manera épica o con momentos excesivamente emocionantes que apelan al espectador sino con calma mucha calma. Donde nada es negro o blanco. Ni heroico. Sino todo tremendamente humano con luces y sombras pero sin mucho ruido. Y es esa ambigüedad que mantiene durante todo el metraje lo que da tensión a una historia donde como dice James Stewart a una testigo las personas no son ni totalmente buenas ni totalmente malas… son.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Lilith (Lilith, 1964) de Robert Rossen

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Lilith no sólo es una leyenda prohibida, lejana, o una historia misteriosa con aires bíblicos e interpretación judaica. No es sólo la primera mujer antes de Eva. Aquella que decidió irse del Paraíso, ser libre y amar libre. Es un personaje oculto… como están ocultos muchos significados y simbolismos en Lilith, la última película de Robert Rossen. Y una joya para teclear miles de palabras y no parar nunca. Los misterios de Lilith se encierran en un personaje femenino esquizofrénico con el rostro de Jean Seberg y en el rostro atormentado del héroe que la desea, Vincent (Warren Beatty, héroe del pre-nuevo cine americano y del nuevo cine americano).

Sumergirse en Lilith es zambullirse en los misterios más ocultos de la mente. Rossen deja un poético, desesperanzado y triste retrato de la esquizofrenia que empapa la propia narración cinematográfica. Las redes que se entrelazan entre Vincent y Lilith provocan una historia de amor fou con dramáticas consecuencias. Un amor fou que provoca el despertar de una locura latente.

Lilith es un relato cinematográfico siempre fragmentado, dividido, escindido, roto… una radiografía de la esquizofrenia, de la escisión de la  mente, de la razón. De la percepción de una realidad distinta. Escisiones que se muestran en los espejos, en el agua, a través de una pecera… La esquizofrenia de Lilith abre la caja de Pandora oculta en el interior de Vincent. Y ambos se sumergen en un loco amor que los aboca a la más absoluta sinrazón y ruptura de la realidad. Así el último de vestigio de conciencia en Vincent le permite acudir a los doctores del centro psiquiátrico (hasta hace nada sus formadores y compañeros de trabajo) totalmente roto y pedirle ayuda mientras su rostro se congela en una impactante y catártica imagen fija.

Robert Rossen fue un guionista y director (también realizó tareas de producción) con una trayectoria profesional muy interesante y una de las tristes figuras a las que marcó para siempre la caza de brujas. Rossen fue un guionista y realizador prometedor que estaba construyendo una filmografía repleta de buenas historias pero que fue señalado, por su militancia en el Partido Comunista (que abandonó en el año 1945) y por el contenido de algunas de sus películas, por el comité de actividades antiamericanas. En un principio no dio ningún nombre y se negó a hablar pero posteriormente con su entrada en la lista negra y sus dificultades para encontrar trabajo accedió de nuevo a testificar y esta vez sí dar nombres de antiguos compañeros del partido. Rossen no superó este trago desagradable y optó por seguir rodando películas en el exilio… abandonar Hollywood. Regresó en los sesenta para dejar uno de los testamentos fílmicos más bellos, una sesión doble sobre el desencanto con dos héroes amargos y dos heroínas que nunca serán salvadas pero que en su caída provocada por el héroe arrastrarán al ser amado al abismo… El buscavidas y Lilith.

Lilith tiene un reparto que señala una nueva generación de actores masculinos que preludia el tipo de héroe que surgirá en el nuevo cine americano y que serían protagonistas del movimiento: Warren Beatty, Peter Fonda y un primer papel para Gene Hackman. Y una protagonista femenina trágica que tenía el rostro de una actriz-musa de nuevos aires cinematográficos tanto en América como en Europa que además reflejaba en su bello rostro su propia tragedia personal. También aparece Kim Hunter, otra interesante actriz caída en olvido (su papel más recordado es el de Stella en Un tranvía llamado deseo de Elia Kazan) por ser también señalada en la caza de brujas.

Lilith es una película rica en interpretaciones o miradas incluso a la hora de plantearse plasmar su argumento. Así pueden surgir dos historias diferentes y ambas válidas y ricas en sus lecturas. Un joven que ha regresado de una guerra (se entiende por el año que de la guerra de Corea) busca trabajo en su localidad natal y decide acudir a un psiquiátrico para enfermos de familias adineradas. Allí recibe formación para convertirse en terapeuta ocupacional y entabla una relación especial con una de las enfermas, Lilith. El joven terapeuta se siente atraído y asustado por la especial percepción de la realidad de la joven. Pero finalmente decide dar el paso, saltarse las convenciones sociales y las reglas del centro, sumergiéndose en una historia de amor fou con la paciente. Una historia que le va autodestruyendo además de despertar sus instintos más oscuros escapándosele totalmente la historia de las manos dañando a todo el que le rodea, a Lilith y a él mismo… teniendo que finalmente pedir ayuda a sus compañeros de trabajo.

Pero surge otra lectura más inquietante y oscura que cambia el argumento. Una mirada esquizofrénica. Y es que toda la historia la vemos desde el punto de vista de Vincent, un joven traumatizado por la guerra, absolutamente desencantado de la vida, y marcado por una madre que tuvo serios problemas de salud mental. Vincent trata de rehacer su vida y busca trabajo en el centro de salud mental de su localidad. Pronto se siente presionado por el recuerdo de su madre muerta, el encuentro con su ex novia (casada ahora con otro joven) y su atracción hacia una paciente, Lilith, que le recuerda a su madre muerta. Así asistimos a la caída al abismo de la locura a Vincent que primero se enamora, como si fuera un caballero andante y salvador, de Lilith y después distorsiona la relación hasta convertirla en oscura y violenta. En una relación donde Vincent trata de doblegar y poseer por la fuerza a Lilith, de encerrarla en su oscura red para no dejarla escapar nunca hasta que hunde y daña a los dos de forma irreversible. En un momento de lucidez logra pedir ayuda a sus compañeros de trabajo.

Robert Rossen deja a lo largo de toda la película escenas simbólicas y frases clave para interpretar una película bella pero sumamente compleja. La metáfora del propio nombre de la protagonista, el agua siempre presenta, Lilith besando su propio reflejo, Lilith surgiendo de la niebla, la fotografía de la madre de Vincent y de Lilith en su dormitorio, una muñeca rubia flotando en una pecera, una ventana y sus rejas… Las manos frías como la muerte, las manos que crean cosas bellas, un lenguaje propio, el torneo con aires medievales donde Vincent se transforma en un caballero salvador, las escenas sensuales de Lilith con los niños, la caja de madera que regala el joven paciente a Lilith, la explicación del director del centro sobre la esquizofrenia y las formas de una tela de araña… El rostro de Vincent mirando a Lilith a través de los peces y el agua de un acuario…

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