Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine, de Antonio Santos (Cátedra —Signo e imagen—, 2019)

En Tiempos de ninguna edad subimos a Naves silenciosas.

La imagen poderosa de Freeman Lowell (Bruce Dern), una especie de eremita jardinero y astronauta, en unas naves que salvaguardan la vida vegetal y algunas especies animales en mitad de la inmensidad espacial, con la esperanza de que algún día la tierra pueda volver a convertirse en un paraíso, asalta mi mente. Este jardinero espacial, desterrado del planeta, tiene una obsesión: cuidar y proteger los gigantescos invernaderos espaciales para asegurar un futuro próximo. Y por salvar la naturaleza será capaz de todo, incluso de la soledad más absoluta, aliviada por la compañía de tres rústicos robots. Freeman Lowell es uno de los protagonistas del último capítulo de Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine, de Antonio Santos. Si en el primer ensayo ya analizado (Tierras de ningún lugar) proporcionaba un recorrido especial por la utopía y el cine, esta vez el camino a seguir lleva al lector a las distintas distopías que se han reflejado en la pantalla blanca. La distopía como advertencia o espejo del mundo hacia el que nos dirigimos con la mirada en el presente.

De hecho, Freeman Lowell, que abre el capítulo «La humanidad desterrada», se encuentra lejos de una tierra que ha destruido sus recursos naturales. Lowell, protagonista de la película Naves misteriosas (Silent Running, 1972) de Douglas Trumbull, es un soñador obsesivo: «¿Y no creéis que es hora de que alguien vuelva a soñar? ¿No es el momento de que alguien sueñe con un mundo mejor?». Y el ensayo de Antonio Santos está poblado de soñadores que tratan de rebelarse contra el sistema político y social generado en la distopía que habitan.

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Nebraska (Nebraska, 2013) de Alexander Payne

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Hacia tiempo que no tenía tantas ganas de llorar en una sala de cine. La persona que estaba a mi lado me dijo: ¿Estás llorando? Y yo le contesté que sí, llorando y riendo. Eso es lo que me pasó mientras miraba en una enorme pantalla blanca… una larga e interminable carretera en blanco y negro. Toda la película a punto hasta que las lágrimas cayeron. Sin remedio. Pero no eran lágrimas de tristeza, ni melodramáticas, ni de drama… eran de pura emoción contenida… por toda la historia que había vivido a través de los fotogramas.

Y es que tenía que ser en blanco y negro para reflejar esa vida en tonos grises de una familia de Montana. Para viajar por paisajes desolados por la crisis, por ciudades que se derrumban, por tabernas, karaokes, pequeñas empresas, granjas, hogares, tiendas, viejos despachos de periódicos locales… que se van deteriorando. Para reflejar unos rostros de supervivientes, con huellas, con arrugas o sin ellas.

Pero la película no va de perdedores sino de personas que se niegan a perder. De un padre y un hijo que emprenden un viaje de unos cuantos kilómetros. Una road movie… Una historia sencilla, muy sencilla. De un padre que quiere ir a recoger una cantidad de dinero que en una carta dice que le corresponde. Y de un hijo que alimenta la fantasía de un padre que va perdiendo la cabeza y la vida… Sabe que es un timo… pero se lanza a la carretera con un padre que siente de pronto, después de años, una especie de emoción, ganas de moverse, de seguir vivo aunque su mente le traicione. Tiene un objetivo y su desorientación continua encuentra un motivo que perseguir… Cobrar ese dinero.

El hijo le pregunta desde el principio que para qué quiere ese dinero y sólo consigue sacarle al padre que quiere una nueva camioneta y un compresor de pintura (porque el suyo lo prestó a un amigo hace años y todavía no se lo ha devuelto). Pero luego, casi al final, habrá una confesión… llana y simple. Humana. Que te parte el corazón en dos.

De Montana a Nebraska pasando por la localidad donde su padre tiene las raíces…, los recuerdos. Un pasado que se diluye, que se deteriora, como la casa vacía de su infancia. Entre buena gente y otros que siempre fueron mezquinos, padre e hijo van tras un botín imposible. Y en algunos puntos del camino se unen viejos vecinos, desagradables amigos,  algunos familiares con ganas de rascar viejas heridas, una antigua novia… También están presentes, a ratos, la esposa cascarrabias y el hermano desencantado. Pero a su manera los cuatro, cuando les vemos juntos en un coche (protagonizando una de las escenas más divertidas), sabemos que se quieren a pesar de los dolores, los sufrimientos y las frustraciones.

El padre y el hijo tienen el rostro de Bruce Dern y Will Forte y es una de las parejas más emotivas que últimamente han pisado la pantalla… Pero sin rastro de almíbar y sí con mucha humanidad. Con silencios y pocas palabras, las justas. Con miradas.

En Nebraska vemos nacer a un personaje de una manera maravillosa. El padre, Woody, un hombre enorme y muy anciano con la mente casi perdida… Lo primero que sabemos es que es una carga para su esposa, un agobio para el hermano mayor… y que su hijo pequeño trata de comprenderle… aunque nunca hayan hablado mucho. Parece que no les ha hecho muy felices sobre todo por sus problemas con el alcohol… pero a través del viaje conocemos, construimos, con las palabras de otros, y con los recuerdos sesgados de Woody, y con la mirada comprensiva e incondicional del hijo y con el cariño escondido de su esposa y su otro hijo… el retrato de un buen hombre. Y nos vamos sorprendiendo ante el descubrimiento como lo hace el hijo, que ya lo intuía.

Y ha sido maravilloso volver a reencontrarse con ese hombre enorme que es Bruce Dern, un hombre que se niega a perder, un hombre que no pierde su dignidad… aunque esta hace lo posible por huir. Un hombre que vemos grande, que fue fuerte, de pocas palabras… y que encontró en el alcohol una manera de alejar sus malos recuerdos de guerra, la monotonía de un paisaje en blanco y negro, de una vida con muchas puertas cerradas, que intentó ser buen padre, buen amigo, buen novio, buen esposo…

Mi primer recuerdo de Dern fue interpretando a otro hombre tremendamente fuerte en Danzad, danzad malditos. Ahí era un hombre joven enorme que trataba de ganar desesperadamente junto a su esposa embarazada una maratón inhumana de baile. Un hombre que no separaba ante nada con tal de ser un superviviente. Y fue una película que me marcó y en parte por su personaje.

Ahora veo que sigue siendo inmenso… y que me arrastra, con sencillez, a que llore en silencio.

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