Volar con la danza. Dancer (Dancer, 2016) de Steven Cantor

Dancer

Frente al espejo… y después volar

El infierno personal del bailarín de danza clásica llega a su clímax en Dancer durante la representación del ballet Spartacus. Como un semidiós griego de cuerpo perfecto y sudoroso, Sergei Polunin solo en su camerino, agotado y con cara de sufrimiento y un primer plano de unos pies y unos tobillos destrozados tras la función… Poco después viene el momento de la redención: de disfrutar con su cuerpo y con su baile para liberarse de sus fantasmas en ese vídeo rodado por el fotógrafo David LaChapelle que se convirtió en viral, donde el bailarín ucraniano totalmente iluminado, en un escenario privilegiado, y con solo unas mallas color carne, con todos sus tatuajes a la vista, danza y vuela con la canción Take me to church, de Hozier. Hasta llegar a la imagen desnuda de un hombre rapado enfrentado a su imagen en un espejo. Así Steven Cantor va edificando una dramática historia familiar que marca la personalidad de un joven con arte para bailar y un carisma que traspasa la pantalla.

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Las zapatillas rojas (The red shoes, 1948) de Michael Powell y Emeric Pressburger

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Nada más empezar sabemos que nos encontramos ante una obra especial, muy especial. Verla una primera vez se te queda en la retina. Disfrutarla una segunda vez es ya una experiencia inolvidable por lo menos para la que esto teclea. Powell y Pressburger unen sus talentos para una obra cinematográfica redonda desde el primer fotograma hasta el último. Ambos imprimían una sensibilidad especial a las historias que narraban. Como ya hicieran en Narciso negro emplean de manera virtuosa el technicolor, en manos del director de fotografía Jack Cardiff. De esta manera  una paleta especial de colores queda al servicio de unas historias extrañas pero envolventes. Las zapatillas rojas está muy libremente inspirado en el cuento de Hans Christian Andersen (pero se queda con la esencia y el simbolismo de las zapatillas rojas). Los directores nos zambullen de lleno en una compañía de ballet clásico, entre bambalinas.

Desde la primera secuencia ya sabemos que nos encontramos ante una historia que es narrada cinematográficamente. Y esa primera secuencia ya atrapa. Presenta al trío protagonista. Una puerta cerrada. Y unas escaleras. Dos hombres que no pueden contener la avalancha que se avecina. Y una voz que ordena que se abran. Jóvenes que corren por las escaleras y un cartel que explica que nos encontramos en las entrañas de un teatro donde se va representar un ballet. Son jóvenes estudiantes (futuros músicos, futuros bailarines) que van al gallinero del teatro para disfrutar de la representación. Y también hablan y discuten. Desde arriba lo observan todo. Los palcos, las butacas del patio, la orquesta y el escenario… Ahí se sienta el futuro y brillante compositor Julian Craster (Marius Goring) que sufrirá su primer desengaño en el mundo de la música. En un principio los alumnos felices miran con admiración el palco donde se encuentra su maestro de música y el distante y ambicioso Boris Lermontov (Anton Walbrook), director de la compañía de ballet. Y en otro palco se encuentra una rica mecenas con su sobrina que sueña con ser una bailarina de prestigio, Vicky Page (la pelirrojísima Norma Shearer),  que se encuentra ensimismada y emocionada con lo que está viendo en el escenario. Mientras, la mecenas trata de atraer a su terreno al palco de tan ilustres señores, quiere hacer una presentación oficial de su sobrina.

Las zapatillas rojas es el ballet que monta la compañía de Lermontov con dos incorporaciones nuevas (por distintos caminos y avatares): Vicky Page que tiene la oportunidad de convertirse en primera bailarina y Julian Craster que se va convirtiendo en un prestigioso compositor de obra propia. A ambos jóvenes les ha dado su mano y confianza Boris Lermontov. Y ese ballet además es representado durante un cuarto de hora de la película y es un prodigio no sólo de danza clásica sino de cine 100 por 100. Powell y Pressburger plasman este ballet en lenguaje cinematográfico, traspasan el escenario teatral y trasladan al espectador a un mundo onírico y alegre que termina siendo una pesadilla (como es el propio cuento de Andersen).

Si en el cuento de hadas las zapatillas rojas representaban un castigo divino ante la vanidad y la coquetería de Karen, su protagonista, en una sociedad religiosa y oscura (también podemos pensar que Karen trata de dar un poco de color y libertad a una vida oscura… y fracasa en la empresa); en la película de estos peculiares directores británicos las zapatillas rojas suponen la perfección y entrega total a la creación artística (a la música y a la danza) llevándose por delante todas las facetas de la vida (como, por ejemplo, el amor). Ésa es la filosofía del director de la compañía: la entrega completa a la obra artística sin obstáculo alguno. Y por eso se siente traicionado cuando ambos jóvenes se enamoran e inician un romance. Para él la entrega a la obra de arte ya no será la misma. Él quería las zapatillas rojas para su Vicky Page… cuando ésta se enamora, las zapatillas pierden a su única dueña. Aunque en realidad lo que simbolizan esas zapatillas es mucho más duro: la dama que quedará exhausta, dará su último suspiro. Pero las zapatillas encontrarán otra persona que las lleve. Habrá otra bailarina que se sacrificará tal y como quiere Lermontov, una entrega total.

Boris Lermontov dirige una gran familia artística donde se encuentra el compositor, el coreógrafo, el director artístico, los bailarines, los empresarios del teatro… Tiene mano dura y todo lo controla pero a la vez es el único que sabe mantener la calma entre bambalinas antes del estreno de una obra. Es el que confía plenamente en cada una de las personas que con su trabajo sacarán adelante la siguiente temporada. Es el que soluciona conflictos y problemas. Está presente en la selección de bailarines, en los ensayos, en cada una de las partes del proceso creativo… Sin embargo para él sólo hay una premisa: el espectáculo debe continuar a toda costa y para él el acto creativo es una religión, algo sagrado. Y por eso a sus primeras bailarinas (y a todos los que forman parte de ‘su’ familia) les pide que vivan únicamente para la danza y la música para que den todo en el escenario… No concibe combinar el arte con otra alternativa de vida.

Y como no lo concibe no deja que Vicky y Julian puedan alternar su amor con el arte. Los pone en un dilema. Y ésa será la gran tragedia de Vicky: quedarse con las zapatillas rojas y triunfar en los escenarios de todo el mundo o seguir a su enamorado Julian y vivir quizá en el anonimato sin alcanzar la excelencia en el arte que tanto disfruta…

Powell y Pressburger reflejan todo esto en secuencias de gran belleza con la ayuda de una dirección de fotografía que crea unos ambientes inolvidables. Así deslumbra esa pelirroja vestida de fiesta con una capa que sube corriendo unas escaleras de piedra con un hermoso fondo marino (y una banda sonora casi onírica con una voz lírica que parece que sale del cielo) para ir terminar en un aposento donde la anuncian que no va a una cita amorosa sino a convertirse en la primera bailarina de una obra todavía no escrita… O esos dos jóvenes enamorados que van al anochecer en una carroza con un cochero dormido… y van al lado del mar. Mientras, el joven le dice a su amada que desea ser mayor para contar a un joven entrevistador que el momento más feliz de su vida sabe que fue en algún lugar del Mediterráneo al lado de Vicky Page. También filman uno de los suicidios más hermosos y tristes del cine. No hay escena que no sea digna de ser mirada.

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Y durante toda la película quedan presentes esas zapatillas rojas… que pueden tener un montón de significados. La entrega total al arte, el sacrificio del amor, la persecución de la gloria y la fama, la consecución de la libertad creadora… pero también unas zapatillas que si se portan o se llevan supone un camino de dolor, sacrificio y muerte. Unas zapatillas rojas que pueden finalmente llenar ellas solas un escenario…

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