Ciclo de cine italiano (y III). Más allá de los directores estrella

Vida de perros (Vita da cani, 1950) de Steno y Mario Monicelli

Vida de perro

Steno y Mario Monicelli trabajaron en unas ocho películas juntos y una de ellas fue Vida de perros, una deliciosa tragicomedia, género en la que los italianos son estrella. La risa y el llanto, como la vida misma, se reúnen en esta crónica sobre las aventuras y desventuras de una compañía de variedades que viajan sin parar y llevan sus espectáculos a pueblos y ciudades. Trenes, hospedajes de mala muerte, escenarios de todo tipo, bares y restaurantes…, pero el espectáculo, pase lo que pase, siempre debe continuar. La compañía gira alrededor de su director: que cuida y acoge a todos. Pícaro y hombre bueno, trata siempre de suplir, como puede, los inconvenientes económicos. Él es un estupendo Aldo Frabrizi, que construye un personaje precioso. Vital, siempre adelante y capaz del sacrificio amoroso para no convertirse en obstáculo de una joven promesa.

Por una parte está la fuerza arrasadora del personaje del director de la compañía y, por otro, el destino de tres de las integrantes que aportan las gotas tragicómicas de la película. Por una parte, la bella y fría Franca (Tamara Lees) que deja todo, novio incluido (un Marcello Mastroianni al principio de su carrera), para huir de la miseria. Para ella la compañía es solo un paso para conseguir un marido rico. Ella es la protagonista de la historia más melodramática. Parece la más fuerte y, sin embargo, se mostrará la más herida, frágil y vulnerable. Vera (Delia Scala) es la chica trabajadora, enamorada de su novio de toda la vida, pero no bien vista por el padre de este. Ella da el tono costumbrista y social a la película. Y, por último, una joven polizonte que huye de su hogar, Margherita (una vital, divertida y encantadora Gina Lollobrigida), que recibe la ayuda del director y se queda en la compañía. Ella es la pieza fundamental de la tragicomedia. Vida de perros es de esas películas que gozan de encanto y que provocan felicidad durante su visionado a pesar de que no evita las tristezas y contradicciones de la vida.

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Joyas del suspense decimonónico: noir, terror y psicología

Luz de gas

Pistoletazo de salida al suspense decimonónico.

Una película británica de 1940 iba a dar el pistoletazo de salida para varias películas ambientadas durante el siglo XIX, más concretamente durante el periodo victoriano, o principios del siglo XX donde se manejaban historias de suspense, con gotas de puro cine noir y también códigos del cine de terror. Esa serie de películas han recibido nombres como suspense deminónico o noir victoriano y no hay duda de que el recorrido está repleto de joyas y sorpresas. La película en cuestión sería Luz de gas (Gaslight, 1940) de Thorold Dickinson con un marido enloqueciendo poco a poco a su mujer, y ridiculizándola en cada momento, sobrepasando la crueldad enfermiza. No falta nada: miedo, locura, asesinato, venganza… Los protagonistas serían Anton Walbrook que construiría a un personaje francamente desagradable y una delicada Diana Wynyard. Pero sería su remake americano, cuatro años después, quien pondría de moda este tipo de películas, Luz que agoniza (Gaslight, 1944) de George Cukor. Con un atormentado y malvado Charles Boyer que hace la vida imposible a una enamorada y sufrida Ingrid Bergman. Ambas obras cinematográficas adaptaban la obra teatral de Patrick Hamilton.

No obstante ya había antecedentes interesantes entre estos cuatro años. Y esta vez de la mano de Charles Vidor con El misterio de Fiske Manor (Ladies in Retirement, 1941), una película fascinante, y como escribí en su momento “con la presencia de un poderoso reparto femenino y de un seductor pero oscuro Louis Hayward (esposo en aquellos años de Ida Lupino), se construye una historia enfermiza con unos personajes con unas psicologías muy especiales y unas relaciones complejas. Pero además les rodea la niebla, el paraje solitario, los rayos y truenos de las noches de tormenta, la débil luz y las sombras de los quinqués, los sótanos, las velas, las escaleras y las imágenes religiosas… con momentos poderosísimos como el efecto que puede causar la melodía de un piano o el terror que puede provocar una persona bajando por unas escaleras… o lo que significan unas perlas rodando por el suelo… Y ya se va preparando al espectador para la atmósfera siniestra de la historia desde unos títulos de crédito con niebla y lápidas…”. Y es que algo que cuidan esta serie de películas son la ambientación (la presencia de los quinqués, las tormentas, la niebla y las escaleras o sótanos se comparte en varias de ellas), pero también la compleja psicología y las relaciones entre los personajes, que los acercan al cine negro y a esa fatalidad que sobrevuela sobre ellos.

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Evolución de los géneros. Un sol interior (Un beau soleil intérieur, 2017) de Claire Denis/El Cairo confidencial (The Nile Hilton Incident, 2017) de Tarik Saleh

Un giro a la comedia romántica. Un sol interior (Un beau soleil intérieur, 2017) de Claire Denis

Un sol interior

Juliette Binoche deja ver en todo momento su sol interior…

¿Os imagináis una comedia romántica donde la heroína (Juliette Binoche) termina más sola que la una, con una empanada mental impresionante, y llorando sus penas a un gurú descreído (Gérard Depardieu), entre adivino y psicólogo? Y que aunque el gurú le ha soltado frases totalmente claves para su felicidad, el espectador sabe que ella seguirá con su empanada y erre que erre buscando el amor, y que todo lo escuchado le entra por un oído y le sale por otro. Esas palabras mágicas son algo así como que no busque más príncipes azules; que disfrute de su pasión, que es la pintura y además su trabajo; que goce, ya que puede, del día a día y de las aventuras que vaya teniendo… Y que si viene el amor, pues bienvenido sea y que si no, pues que no se amargue. Y lo más importante, le suelta: “Tú tienes tu propia luz interior, no hace falta que nadie te la encienda”… Mientras van apareciendo los títulos de créditos y ellos siguen hablando y hablando…

Ahí está el atrevimiento y la gracia de Claire Denis en esta comedia ¿antirromántica?, su heroína, una mujer que ronda los 50, vive angustiada por sus ansias de enamoramiento y sus fracasos continuos; esto la impide ser feliz y se pasa las noches llorando en la cama o en las esquinas. Y no sabe que tiene la solución al alcance de la mano, no la ve. Tiene la suerte de poder vivir el presente o la vida tal y como la viene, que además no está nada mal.

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Matar a Jesús (Matar a Jesús, 2017) de Laura Mora Ortega

Matar a Jesús

Matar a Jesús, una reflexión sobre la violencia.

El cine como catarsis. La directora colombiana Laura Mora Ortega (1981) vivió un hecho traumático a los 22 años. Su vida se rompió en mil pedazos: fue testigo de la muerte violenta de su padre por unos sicarios. Entonces, durante su periodo de duelo, rabia e impotencia por la injusticia (a día de hoy el caso de su padre no se ha resuelto), tuvo un sueño: Laura se vio fumando en un mirador con vistas a Medellín, de repente un chico de su edad se ponía a su lado a hablar con ella, y en un momento de la conversación él le decía: “Yo me llamo Jesús y yo maté a tu papá”. Y a partir de ahí empezó a dar forma a este personaje… y a escribir y escribir. Conversaba con el asesino de su padre y trataba de dar respuesta a todas las preguntas que escondía en lo más hondo de su alma. Vomitó lo que tenía dentro en un guion y se puso detrás de una cámara para rodar Matar a Jesús. El cine como vómito, pero también como reflexión inteligente sobre la violencia y la venganza.

La protagonista de su película, Paula, es una universitaria con inquietudes artísticas y arropada por su familia, sobre todo por su admirado padre, un profesor de Ciencias Políticas en la universidad pública de Medellín. Un día va a buscarlo a su clase y de regreso a casa en coche, ella es testigo de cómo pasa una moto con dos jóvenes y uno de ellos dispara contra su padre y lo mata. A partir de ahí la vida de Paula se disuelve y también la unidad familiar, además de que cada vez va creciendo más su impotencia y su rabia cuando ve que las fuerzas del Estado no responden ante el asesinato de su padre. Y un día que sale con sus amigos universitarios por la noche, se cruza con el joven sicario. Y decide acercarse a él y conocerlo… con el objeto de vengarse, sin importarle las consecuencias. El joven sicario se llama Jesús.

Antes de que muera asesinado, Paula ve a su padre dar una de sus populares clases donde apela a la inquietud y a mantenerla siempre viva… Preguntarse por las cosas, por los motivos, entender el mundo que le rodea… Y eso es lo que hace Laura Mora Ortega con su película. Pero también hace una película política, se posiciona. Y su cita referencial también la dice ese padre de la ficción en su clase, citando a Michel Foucault: “A los individuos nos corresponde indignarnos, a los gobiernos reflexionar y actuar”. Así Mora se indignó con lo que le ocurrió, pero encontró la manera de reflexionar, algo que los sucesivos gobiernos de su país (y de tantos otros países) no hacen. Canalizó su rabia y su dolor, sus ganas de violencia y venganza.

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Mirada oscura a los años 50. Wonder Wheel (Wonder Wheel, 2017) de Woody Allen / Suburbicon (Suburbicon, 2017) de George Clooney

Wonder Wheel (Wonder Wheel, 2017) de Woody Allen

Wonder Wheel

Sueños rotos en Coney Island

En la filmografía de Woody Allen hay varios caminos y sendas. En 2013 abrió una con Blue Jasmine: el director buscó raíces e inspiración para contar historias en los grandes dramaturgos norteamericanos (aunque siempre vuela su amado Chejov e influencias literarias europeas, como August Strindberg, de la mano de su admirado Ingmar Bergman). Así en Blue Jasmine plasmaba las consecuencias de la crisis económica en una mujer y reinterpretaba Un tranvia llamado deseo de Tennessee Williams. Jasmine era Cate Blanchett, una dama del cine. En Wonder Wheel sigue esa senda, pero esta vez se va a los años cincuenta y realiza un ejercicio nostálgico sobre una América que se perdía en sus sueños, como ocurría en muchas piezas dramáticas de Eugene O’Neill, Tennessee Williams o Arthur Miller. Y también Wonder Wheel se empapa del cine de aquellos años, y su protagonista sueña con estrellas de cine y su hijo escapa de la realidad en las salas viendo películas. Ginny, una camarera en Coney Island, casada con el encargado del tiovivo…, pasea su infelicidad y se aferra a soñar, parece sacada de los melodramas de aquellos años con Lana Turner, por ejemplo. Pero también Allen deja gotas de cine de gánsteres y ese cine negro que juega con el destino de los personajes (uno de los grandes temas del cine de Woody Allen). Esta vez Allen también cuenta con el rostro de otra dama del cine: Kate Winslet.

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El tercer asesinato (Sando-me no satsujin, 2017) de Hirokazu Koreeda

El tercer asesinato

Frente a frente

Dos caras frente a frente. Un vis a vis… y un cristal que los separa. En un momento dado ese límite se rompe y las dos caras quedan de perfil. Un rostro contiene al otro. Uno es recipiente del otro. El abogado Shigemori y su defendido, Misumi. Y es que El tercer asesinato no es un thriller judicial, sino una pesimista radiografía sobre la justicia y la verdad. Hirokazu Koreeda deja la compleja luminosidad de sus dos películas anteriores Nuestra hermana pequeña y Después de la tormenta, centradas además en el universo familiar, para confeccionar un relato oscuro donde la verdad de un caso baila una y otra vez para descubrir a un seguro abogado que el sistema de justicia en el que cree se tambalea… o que nada es tan sencillo como parece. A veces la justicia marca un camino, sin posibilidad de cambio…, y la verdad es mucho más difícil de encontrar.

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Feliz 100 cumpleaños, Robert Mitchum (y IV). El póker de la muerte (Five Card Stud, 1968) de Henry Hathaway

El póker de la muerte

Un predicador con pistolas…

Robert Mitchum recupera, pero con un punto menos profundo y más sarcástico, las reminiscencias bíblicas (de Antiguo Testamento), para encarnar a otro predicador temible. Esta vez el hermano más lúdico de Harry Powell se llama Jonathan Rudd. Su vestuario es muy similar, pero cambia sus tatuajes de Love y Hate, por una biblia de la que no se despega y que entre sus páginas esconde una violenta sorpresa para los que se creen más listos que él. Jonathan Rudd es un carismático y fundamental personaje secundario para un western atípico, El póker de la muerte, justo en un momento de metamorfosis del género donde lo atípico campaba a sus anchas. Y un pionero del cine y buen artesano, Henry Hathaway, construye una muy entretenida historia donde incorpora al western la fórmula del whodunit de las novelas y películas de misterio… Es decir, una galería de personajes… y averiguar quién es el asesino. Aunque la solución es bastante fácil no mina el entretenimiento y disfrute de la película.

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Dos clásicos a reivindicar. La colina (The hill, 1964) de Sidney Lumet / Lone star (Lone star, 1996) de John Sayles

La colina (The hill, 1964) de Sidney Lumet

La colina

… o el castigo inútil, el mito de Sísifo

Si nos vamos a la mitología clásica, nos encontramos con la figura de Sísifo obligado a empujar una y otra vez una piedra de peso por una colina y cuando está a punto de llegar a la cima la roca vuelve a rodar hacia abajo. Entonces Sísifo tiene que repetir por la eternidad un trabajo agotador. En el siglo XX, Albert Camus recuperaría el mito para reflejar al hombre contemporáneo condenado a una tarea inútil. Y se puede decir que Sidney Lumet vuelve al mito en su versión más cruda en esta desconocida película de su filmografía, La colina. Y una colina artificial es lo primero que se ve, según van apareciendo los títulos de crédito…, y esa colina será la representación del castigo cruel e inútil bajo el sol abrasador que los oficiales de un penal militar británico, en el norte de África durante la Segunda Guerra Mundial, infringen a aquellos hombres del ejército británico que hayan incumplido la normativa (deserciones, robos, golpear o desobedecer a superiores…). La película arranca cuando llegan cinco nuevos presos, cada uno con su historia a las espaldas, y cómo sobre todo uno de los oficiales, el sargento Williams, se ensaña con ellos, con el visto bueno del director del penal.

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Lady Macbeth (Lady Macbeth, 2016) de William Oldroyd

Lady Macbeth

Katherine, sentada en el sofá… tras la calma, ojos de tormenta

La lady Macbeth que habita en la Inglaterra de 1865 se llama Katherine (Florence Pugh), y no la mueve la ambición ni las ansias de poder, sino el querer ser una mujer libre, no encadenada. El ansia de romper las cadenas desborda una fuerza interior aterradora a su alrededor que lleva a la perdición a todos los que la rodean, incluso a sí misma. El deseo es lo que provoca el pistoletazo de salida. El origen literario de Lady Macbeth tiene ecos rusos de novela corta, Lady Macbeth de Mtsenk de Nikolái Leskov (editado por Nórdica en su preciosa colección de libros ilustrados). Con algunos cambios de matices y de trama, William Oldroyd y la guionista Alice Birch empapan además la historia de Katherine con gritos de Cumbres borrascosas y con unas gotas suaves de la sensualidad y descubrimiento de la pasión de El amante de lady Chatterley. Todo envuelto por el sentimiento trágico de una lady Macbeth que vuelve a mancharse las manos de sangre, sin freno…

La evolución de Katherine como personaje trágico se enmarca entre la dama sentada en el sofá con su vestido azul del principio de la película con esa misma dama, vestida de negro, que se sienta en ese mismo sillón al final. Y la tragedia de Katherine es que encerrada entre cuatro paredes de una mansión sin un ápice de amor, apaleada verbal y físicamente de manera continua (también humillada), con mucho aburrimiento, y sin ninguna gana de convertirse en mujer sumisa, convierte a todos los que la rodean en títeres a los que manejar. Y ella misma va cortando hilos… hasta que se le escapan de las manos y corta también los suyos. Su poder y su ansia de libertad e independencia se convierten en una fuerza destructora que arrampla con todo lo que se cruza por su camino: al principio parecen meros juegos y rebeldías, al final convierte en muñecos rotos a todos los que la rodean, con una naturaleza de femme fatale que no puede frenar sus instintos para convertirse en mujer libre. Para finalmente darse cuenta de que su encierro nunca acaba. Que ella misma se ha forjado su propia cárcel.

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Un policiaco y un thriller. Bullitt (Bullitt, 1969) de Peter Yates/ Impacto (Blow out, 1980) de Brian de Palma

Tanto Peter Yates como Brian de Palma tienen algo en común en Bullit e Impacto: y es que sus formas de contar la historia que tienen entre manos convierten ambas películas en algo especial. Además Peter Yates cuenta con un actor, Steve McQueen, que se ha convertido en leyenda y logra que en Bullit se mezcle su personalidad con su personaje cinematográfico. Por su parte De Palma aleja a John Travolta del personaje de chulo bailarín y lo envuelve con fuegos artificiales en un artefacto barroco pero tremendamente atractivo. Y es que Yates tira por lo seco, sobrio y realista; todo lo contrario a un De Palma que juega al cine dentro del cine para dar el do de pecho en rococó visual.

Bullitt (Bullitt, 1969) de Peter Yates

Bullitt

Apenas se habla en Bullitt, los diálogos no son lo importante. Precisamente el personaje más charlatán, el senador (Robert Vaughn), es el más antipático. Frank Bullitt, el teniente de policía de San Francisco, es un hombre más de acciones que de palabra. O un hombre-mirada. De hecho su antiépica aventura termina en un cuarto de baño y él mirándose en un espejo redondo.

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