A la caza de escenas de amor

Y sigue mi labor de cazadora de escenas de amor que aumentan mi colección de momentos románticos. Y así Bogart como un guionista cínico y autodestructivo reconoce su pasión que le mata un poco más hacia la mujer que ama, una Gloria Grahame que vive en sus carnes el poder destructivo del amor: “Nací cuando ella me besó, morí cuando me abandonó y viví el tiempo que me amó”. Y así se narra una historia de amor triste, triste, triste en En un lugar solitario.

Una de las películas imperecederas, igualmente odiada y amada (por mí amada por la cantidad de matices que encierra), es Lo que el viento se llevó. Rhett se va a la batalla pero antes se despide de su Scarlett y le suelta una declaración de amor en toda regla: “Yo no te pido que me perdones, yo mismo no me comprendo ni me perdonarás nunca…, y si una bala me alcanza, Dios no lo quiera, me reiré de mi propia estupidez. Sólo sé y comprendo una cosa, y es que te quiero Scarlett, pese a ti y a mí y a este mundo que se desmorona a nuestro alrededor, te quiero. Porque somos iguales, dos malas personas, egoístas y astutos, pero sabemos enfrentarnos con las cosas y llamarlas por sus nombres”. No contento añade: “Scarlett mírame. Te quiero como no he querido nunca a ninguna otra mujer y te he esperado como jamás hubiera sido capaz de esperar a otra”. Y sin cambiar de idea, alistarse, se despide: “He aquí un soldado del Sur que te quiere, que quiere sentir tus abrazos, que desea llevarse el recuerdo de tus besos al campo de batalla. Nada importa que tú no me quieras. Eres una mujer que envía un soldado a la muerte con un bello recuerdo. Scarlett, bésame, bésame una vez”. Imaginen esta escena con la cara irónica pero hombre enamorado al fin y al cabo de un Clark Gable que siempre supo ser un duro.

Cuando llegan las Navidades siempre hay algún canal que programa ¡Qué bello es vivir! y esto ha desvirtuado una buena película que sobre todo cuenta una preciosa historia de amor de un hombre que, de repente, se cansa de la vida y sus dificultades. Él es George, ella es Mary. Y George joven y enamorado le dice a un Mary ilusionada: “¿Qué quieres, Mary? ¿Quieres la luna? Dime sólo una palabra y la engancharé con una cuerda y te la bajaré. Entonces podrás tragártela y se disolverá y sus rayos brotarán de tus dedos, de tus pies y de las puntas de tus cabellos”.

Viajemos a una de las populares comedias románticas que poblaron los últimos años de la década de los ochenta y principios de los noventa. Nos encontramos con Hechizo de luna con una pareja imposible que sin embargo funciona perfectamente, una viuda con mala suerte en el amor y cara de Cher y un joven que se quedó sin mano y en su desgracia renunció al amor con rostro de Nicolas Cage. Ambos se han enamorado apasionadamente poco antes de la boda de la pragmática Loretta con el hermano mayor de su reciente amor inesperado, Ronny. Loretta no se siente bien siendo infiel y en una noche fría duda en subir a casa de Ronny. Y él trata de convencerla: “No me importa arder en el infierno, ni que tú ardas en el infierno, el pasado y el futuro son… estupideces para mí, veo que no son nada, veo que no están aquí, lo único que está aquí eres tú y yo… El amor no es como nos lo contaron, yo tampoco lo sabia, pero el amor no hace que todo sea hermoso, lo echa todo a perder, te parte el corazón, lía todas las cosas. No, no estamos aquí para hacer que todo sea perfecto. Los copos de nieve son perfectos, las estrellas son perfectas… nosotros no, ¡nosotros no! Estamos aquí para echarnos a perder y para partirnos el corazón y para amar a la gente que se equivoca. ¡Sí, los libros de historia son mentira! Y ahora ¿quiere subir conmigo y meterte en mi cama?”.

Después hay escenas que sólo basta fijarse en las miradas o acciones de los protagonistas para saber que esconden dosis enormes de enamoramientos inmortales. Robert Redford como el romántico cazador en África lavándole el pelo a la condesa con cara de Meryl Streep en Memorias de África. De nuevo Robert, un estudiante brillante y pijo atando el zapato de la estudiante rebelde con cara de Barbra Streisand en Tal como éramos. Los paseos en silla de ruedas de un veterano de guerra de Vietnam con una voluntaria casada en El regreso. Las miradas de dolor entre Robert de Niro y de nuevo la Streep en El cazador, ambos enamorados por las circunstancias para consolarse del daño. De nuevo la Streep junto a un Eastwood fotógrafo que con una serie de miradas, matices y palabras nos hacen creer en el enamoramiento en Los puentes de Madison. La relación entre Frances Farmer con cara de Jessica Lange y su amigo de la infancia que siempre aparece en momentos difíciles y sabe cómo mirarla, Sam Shepard en Frances, historia de una actriz a la que le persiguió la mala fortuna…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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