El cuento de la princesa Kaguya (Kaguya-hime no Monogatari, 2013) de Isao Takahata

El cuento de la princesa Kaguya

Uno de los motivos por los que el cine ejerce su magia es sin duda por su capacidad para contar historias. Y el anciano realizador Isao Takahata regala una recreación animada del cuento más antiguo de la literatura japonesa, El cuento del cortador de bambú. Así El cuento de la princesa Kaguya, de los míticos estudios Ghibli, se transforma en una joya de animación que relata una historia fantástica sobre una misteriosa princesa, que surge del interior de un bambú, que pone de relieve la importancia de la libertad y la infancia… y narra su transformación en una triste princesa atrapada que sacrifica sus sentimientos más profundos. Lo más triste es que con el paso del tiempo no existe posibilidad de felicidad para la heroína… más cuando ella misma advierte que pertenece a la luna.

De la generación que nacimos en los setenta hay un hueco para Isao Takahata, ya que fue uno de los responsables de una de las series de animación más míticas que se emitieron por televisión: Heidi. Pero también para aquellos que se han dejado llevar por el cine de animación de los estudios Ghibli (en pleno proceso de cambio, tras las últimas obras de sus socios fundadores: El viento se levanta de Hayao Miyazaki y la obra que nos ocupa de Isao Takahata; y el último largometraje proyectado, tras el anuncio del cese de este tipo de producciones por ahora en el estudio, El recuerdo de Marnie de Hiromasa Yonebayashi) y lloraron con su largometraje La tumba de las luciérnagas (1988), una película trágica de animación sobre los estragos de la guerra en la infancia.

El cuento de la princesa Kaguya es puro cine de animación artesanal. Su sencillez en el trazo es capaz, sin embargo, de llegar a momentos de abstracción increíbles y a una explosión de emociones de los personajes (sobre todo de la princesa). Con un trazo donde nace un movimiento que permite verdaderos momentos de poesía visual… y complejidad en los sentimientos que muestra. Takahata logra además trasladar al espectador a un Japón milenario así como recrear las formas de vida tanto en una corte de una princesa, como de la gente humilde del campo. Como si se sucedieran pergaminos delicados de pinturas japonesas antiguas. Por otra parte el realizador-artista Takahata no descuida nada en esta obra donde, por una parte, hay una narración realista mezclada sin problemas con otra absolutamente fantástica e incluso una tercera vía onírica, y donde con delicadeza mezcla momentos de humor, aventura y una tristeza y melancolía que acompañan a la heroína durante su ajetreada transformación.

Durante más de dos horas acompañamos a la princesa Kaguya en su destino y en un festival de trazos que regala secuencias inolvidables. La huida onírica y prácticamente abstracta, pero absolutamente hermosa, de la princesa cuando se siente encerrada en su palacio… Huye por un largo camino con una enorme luna llena al fondo, desprendiéndose de todas sus ropas… O ese intento de regreso al bosque, a la naturaleza, al paraíso que fue su infancia… bajo un cerezo en flor. También otro instante bellísimo es su reencuentro final y de carácter onírico con el amor de su infancia… También es inolvidable la propia infancia de la princesa, como cuando aprende a andar. E incluso no se descuida una puesta en escena elaborada como cuando la princesa se oculta de sus pretendientes, pero a la vez es capaz de ver todo lo que ocurre fuera… Y todo envuelto en la delicada banda sonora creada por Joe Hisaishi.

El cuento de la princesa Kaguya devuelve la magia del cine como cuentacuentos de universos y mundos fantásticos. Es toda una gozada poder hundirse en esta película…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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