Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (y el colofón). El último atardecer (The last sunset, 1961) de Robert Aldrich

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La entrega de un ramo de flores silvestres contiene toda la emoción y la poesía que esconde cada fotograma de El último atardecer. Un western con ecos de tragedia griega e ingredientes de melodrama exaltado. Otra joya en la filmografía de Aldrich. Así continuo no sólo descubriendo otra obra de este director, que nunca me ha dejado indiferente, sino que añado un western más –que pertenece al periodo entre los 60 y los 70– a los que estoy descubriendo durante estos días.

Robert Aldrich se encontraba en un momento delicado de su carrera cinematográfica. Había abandonado un Hollywood que imponía pero que también daba los últimos coletazos del sistema de estudios e iba recorriendo Europa sobreviviendo producción tras producción. Pero estos años de exilio laboral, en los que parecía perdido a la hora de encontrar un camino o una continuidad a su interesante filmografía, le sirvieron para seguir aprendiendo el oficio. Este western llegó de encargo y como una oportunidad de regresar a EE UU con éxito y gloria. Lo que en un principio era una oportunidad, se convirtió en otro desencanto que no contentó a nadie. Sin embargo yo me he topado con un western excesivamente hermoso, lírico…

El director vuelve a narrar con su mirada especial una historia que tiene además un leit motiv de su obra cinematográfica (además ya había realizado westerns tan notables como Apache y Veracruz): un historia que se va construyendo a través de un enfrentamiento.

El enfrentamiento entre un pistolero cansado y el sheriff que quiere detenerle (y que como iremos descubriendo esconde además un odio exacerbado hacia el pistolero y busca una venganza personal). El encuentro se produce en un rancho en México… pero los ‘enemigos’ se verán envueltos en un viaje… para la venganza ya habrá tiempo. Ahora es tiempo de convivir, de seguir siendo ‘enemigos’ pero respetuosos (con algún que otro cabreo que deja patente la tensión siempre existente) hasta que llegue el momento oportuno. Los dos se unen para llevar un ganado de México a Texas. ¿Quién los contrata? John Breckenridge, un ganadero alcoholizado y atormentado por recuerdos bélicos de su pasado en el ejército confederado. ¿Por qué el pistolero acaba en ese rancho… y por lo tanto el sheriff también? Porque John Breckenridge está casado con una hermosa mujer que fue el gran amor del pistolero y ahora que está cansado quiere un hombro donde reposar. Así que se reencontrará no sólo con ella sino también con la hija adolescente de sus gran amor, que enseguida se siente atraída por el halo romántico de este fuera de ley.

Con un reparto totalmente acertado, una fotografía con un color que exalta los colores amarillos –donde sientes el color de la tierra, el viento y el polvo–, y un guion de Dalton Trumbo (el cual tampoco estuvo muy contento con algunas de las imposiciones que tuvo… aunque ya por fin sin estar en la lista negra), El último atardecer se convierte en otro magnífico western atípico donde más que la aventura o el viaje cuentan las emociones de los personajes y sus relaciones.

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Así el pistolero cuenta con el rostro de Kirk Douglas (muy implicado en el film como coproductor y tampoco quedó contento), un hombre con ganas de un poco de tranquilidad (y que la busca en el recuerdo que tiene de su gran amor) pero que no puede dejar de lado su pasado. Un pasado de violencia, de errores, de nunca parar, de haber hecho mucho daño… Al final busca algo de estabilidad y algo parecido a la felicidad. Cuando todos sus intentos son fallidos y además puede hacer daño –de nuevo– a alguien a quien ama, sabe que sólo hay una salida en el último atardecer. Kirk Douglas, como siempre, sabe presentar un personaje lleno de encanto (a pesar de su cara oscura, exaltada y violenta). A su indumentaria, un pistolero todo de negro, de elegante figura y con un pañuelo al cuello, se une su condición de contador de historias (con buenas metáforas para describir el mar o para entender el amor como un manantial) y de hombre extremadamente nostálgico y en esa nostalgia, hombre romántico. Y en ese intento de encontrar la calma, fracasa continuamente incluso cuando cree que ha encontrado el amor incondicional en la joven hija de su antiguo amor. Una confesión le hará ver lo imposible de ese amor, convirtiéndolo en otro tipo de amor que además requiere un sacrificio…

Los obstáculos (además de su propio tormento) se los va poniendo el sheriff que se convierte en enemigo respetable y compañero de supervivencias pero también se transforma en rival en el amor. El sheriff es un, como siempre, apuesto y rudo Rock Hudson (rey del melodrama) que se siente enseguida atraído por la esposa de John Breckenridge, que es el antiguo amor del pistolero. Según avanza el viaje, él también encuentra un sentido en el viaje, un amor que le redime de sufrimientos pasados, y cada vez va enterrando más hondo sus ganas de venganza pero no su sentido del deber. Y su propio amor (con rostro de Dorothy Malone, otra reina del melodrama) que trata de hacerle ver que no está enamorada de ella sino de una imagen del pasado, y quiere que se dé cuenta de que ahora ella es otra mujer distinta a la adolescente que conoció. Y que porta un secreto que finalmente le hará tomar una decisión inevitable.

En ese camino se encuentra con la trágica figura de John Breckenridge (maravilloso Joseph Cotten) que entierra en alcohol su miedo al enfrentamiento y que protagoniza uno de los momentos más tristes, humillantes y tensos de la película. Y también con la joven que le hará por un momento recuperar la esperanza (una prometedora Carol Lynley, pero que se quedó en promesa)… pero que será un amor imposible (y es tan delicada la manera en que se aborda el dilema, que es uno de los puntos fuertes de esta gran tragedia griega).

Por supuesto no falta ganado, indios, forajidos malvados (donde no falta Jack Elam), disparos, persecuciones… y un duelo final en este western atípico. Entre medias momentos de felicidad, intimidad y romanticismo. Así un pistolero americano canta con sus compañeros mexicanos de viaje una vieja canción (Currucucú paloma) en un momento de descanso…

En El último atardecer son muchas cosas las que se quedan en la retina: puede ser un vestido amarillo o un ramo de flores silvestres…

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8 comentarios en “Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (y el colofón). El último atardecer (The last sunset, 1961) de Robert Aldrich

  1. Gran película, otra más, de Aldrich. Pese a ciertas imperfecciones (los personajes femeninos: demasiado pendiente de los hombres la buena de Belle, que picotea allí donde ve una bragueta, y demasiado cursi y ñoña la pedorra de Missy, por más que ante O’Malley se haga la mujer madura; por otro lado, el desenlace del personaje de Douglas, la tan querida tentación americana por la redención heroica en forma de autoinmolación), es un western, para mí, imprescindible. Un ejemplo de maestría en el uso de exteriores para conformar atmósferas paradójicamente opresivas y cerradas.
    Y de Douglas cantando en español, mejor no hablamos.
    Besos

  2. Ja, ja, ja…, mi querido Alfredo, ¡no me digas que no es tierno ese pistolero americano cantando en español…! Currrruuuccuuccuuuuu palooommaa…

    No tengo yo esa percepción de los personajes femeninos, de verdad, de verdad. Ni la buena de Belle me parece que sigue a los hombres… ¡más bien al contrario! y la adolescente no se me hace cursi (el hecho de ponerse un vestido no me parece que la vuelva ñoña). Las escenas de Kirk y Carol a mí me gustaron mucho.

    También me gusta el desarrollo del desenlace de Kirk (¿no te recuerda en su porte a otro romántico pistolero con cara de Mel Ferrer en Encubridora?)… potencia ese aire que tiene de tragedia griega y como no de melodrama.

    Pero te doy toda la razón del mundo en cómo emplea este western (maravillosamente bien) los exteriores para crear atmósferas opresivas y situaciones tensas.

    Besos
    Hildy

  3. Estoy de acuerdo con Alfredo, se trata de un western imprescindible. Usualmente poco atentido, aúna la amargura y el sentido de la violencia propios de Aldrich a un halo romántico y crepuscular hasta entonces insólito en su cine. Una gran película.
    Un abrazo.

  4. Sí, querido Antonio, en dos líneas has definido perfectamente El último atardecer. Y efectivamente yo que ando ahora metida en el cine de Robert Aldrich el halo romántico no es muy común en su filmografía y aquí sin embargo emociona.

    Besos
    Hildy

  5. Aldrich y Douglas y western, felicidad de buen cine asegurada. Sin embargo este filme no es de los que más me gustan de este gran director. Hay una cosa que no me gusta nada de algunos buenos western (lo digo por sus historias), y son los decorados de los paisajes. Son tan artificiosos. Y es lo que le ocurre a este y el tiempo no les da una oportunidad y envejecen. Tenemos un buen guión, unas estupendas interpretaciones y luego van y ruedan en la trasera de los estudios con el cielo pintado en una pared. Por eso hoy, cuando volvemos a ver, por ejemplo, Los profesionales, sigue siendo espectacular. El western es también eso.

    Besos desde un desierto alcalino.

  6. Mi querido Francisco, entiendo lo que dices pero El último atardecer estoy casi segura de que fue un western rodado donde se cuenta esta historia, en México, en distintas localizaciones. Los paisajes captados son lo que son, reales. Pero hablando de lo que dices, ¿te puedes creer que yo de pequeña veía como reales los decorados de estudio de Siete novias para siete hermanos o de El mago de O? Me encanta cómo describes esta película: «Aldrich y Douglas y western, felicidad de buen cine asegurada». Ya sabes que soy súper fan de Los profesionales.

    Besos con viento
    Hildy

  7. Un western totalmente atípico de acusado romanticismo. Donde se mueven personajes que podrían ser los protagonistas de cualquier novela del siglo XIX. Extraña por sus arrebatados personajes, por ese ambiente que producen los tonos anaranjados chillones. Que le dan un aspecto extraño, al contrario que a Machuca a mi si me gusta esa irrealidad que produce al igual que personajes totalmente fuera de contexto retorciéndose en sus pasiones.

    Gran película, que no caminara junto a os grandes western, pero va directamente a ese eterno cajón de sastre que alguno llaman de culto. Palabreja por cierto muy socorrida cuando no sabes donde englobar una pelicula. Cuidate

  8. Querido Plared, sí, El último atardecer tiene un acusado romanticismo cercano al melodrama desaforado y ese elemento es uno de los que me han seducido. Un western atípico para guardar efectivamente en ese cajón de joyas cinematográficas ocultas…

    Besos
    Hildy

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