Adiós a Gina Lollobrigida. Trapecio (Trapeze, 1956) de Carol Reed

Gina Lollobrigida como la trapecista Lola entre los otros dos integrantes de un trío pasional, Mike y Toni (Burt Lancaster y Tony Curtis).

Cuando muere una leyenda del cine, automáticamente pienso en qué película recuerdo con más cariño de dicho actor o actriz. Qué película me trae su rostro. En el caso de Gina Lollobrigida me quedo con Trapecio. No me voy a su tierra natal, ni a los primeros papeles de su carrera en Italia (Vida de perros de Steno y Mario Monicelli o Pan, amor y fantasía de Luigi Comencini) ni a sus visitas a Francia (Fanfan, el invencible de Christian-Jaque), sino que aterrizo en uno de sus intentos de triunfar en EEUU.

Este es un largometraje que realizó el director británico Carol Reed, que también probaba fortuna al otro lado el océano. Trapecio para mí es una maravillosa película sobre el mundo del circo. Tres trapecistas vuelan muy alto en la carpa y todo lo arriesgan, pero cuando pisan tierra firme están encadenados a fuertes emociones que complican sus vidas. Los maestros de ceremonia en esta historia son el veterano y desencantado Mike Ribble (Burt Lancaster), el joven e ingenuo Toni Orsini (Tony Curtis) y toda una superviviente, que lo único que desea es dejar una vida perra, Lola (Gina Lollobrigida). Los tres protagonizan una historia de amor, donde tres son multitud.

Sí, puede que no sea redonda del todo, pero es de esas historias que tienen alma. Y yo cada vez que la veo, me engancho a sus secuencias. Porque se nota que está Carol Reed detrás con un buen equipo técnico, y hay momentos inolvidables (esos pasillos solitarios y tenuemente iluminados por los que suele irse solitario el personaje de Burt Lancaster). Y porque el carisma de los intérpretes hace creíble la vida dura y sacrificada de los que se dedican al circo y el drama romántico que se va desarrollando. Sí, también me engancho a sus personajes secundarios: Katy Jurado, como la domadora de caballos y antigua amiga de Mike; Thomas Gomez, el director del circo que quiere asegurarse a toda costa el negocio con un buen número circense; o Johnny Puleo, como Max, el enano del circo y testigo de las emociones cruzadas entre los personajes principales.

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Stanley Kubrick, relatos soñados (y II). Diez claves para disfrutar la sala Picasso

Ahora toca el turno de centrarnos en la sala Picasso. De hacer hincapié en todos esos detalles y cuidados que permiten que una exposición transmita la emoción ante el proceso creativo de un director de cine como Stanley Kubrick… Esa era la intención, y ganas no han faltado.

1.Cuestión de espacios. En la Picasso, Víctor y Andrés, los arquitectos, tuvieron claro que había que jugar con los espacios en la exposición para recrear cada uno de los ambientes de las películas más míticas de Kubrick. La idea era sentirse en el universo del director a partir de 2001: una odisea del espacio hasta Eyes Wide Shut. Por eso, no seguimos el orden cronológico. Cada película conformaría una atmósfera diferente, y en cada espacio se captaría el espíritu correspondiente, de tal modo que el visitante supiera entre qué fotogramas se encontraba.

Así en 2001, sentiríamos que estábamos en el interior del Discovery; mientras que en El resplandor recorreríamos uno de los pasillos del hotel Overlook. Después, en La naranja mecánica, visitaríamos el Korova o nos rodearíamos de todas las cosas que le interesan a Alex DeLarge. Pasearíamos por el siglo XVIII bajo la luz de las velas en Barry Lyndon. Nos sumergiríamos en un duro entrenamiento donde varios jóvenes se convierten en máquinas de matar o estaríamos en plena guerra de Vietnam en La chaqueta metálica para terminar participando en una orgía extraña en Eyes Wide Shut.

2. Proceso creativo (1). Por otra parte, era importante plasmar instantes clave de los procesos creativos de cada uno de estos largometrajes. Por ejemplo, en 2001, se puede ver cómo construyó la gran sala centrífuga, decorado principal del Discovery, para provocar la sensación de gravedad. O también descubrir cómo Kubrick documentó el futuro, pues quería una película que no quedase obsoleta, que revolucionase el género de la ciencia ficción. Lo maravilloso de esta película es que trata temas filosóficos como el progreso, quiénes somos o de dónde venimos, asuntos que interesan siempre. Por eso, sigue creando generaciones de espectadores fascinados. Pero además Stanley Kubrick la realizó con efectos especiales analógicos, y, sin embargo, continúa siendo la película de cabecera de muchos realizadores que han bebido de ella para dirigir Gravity (Alfonso Cuarón) o Interstellar (Christopher Nolan‎).

En La chaqueta metálica nos centramos, por ejemplo, en cómo recreó Vietnam a tan solo unos kilómetros de Londres, pues encontró una fábrica de gas abandonada donde tenía posibilidades de emular a la ciudad de Hue. Una de las características de Stanley Kubrick es que desde que conoció Londres en 1962, durante el rodaje de Lolita, ya no quiso moverse de allí. De tal manera, que sus dos casas familiares se convirtieron en centros neurálgicos de su proceso de creación, y las localizaciones para sus películas cuanto más cerca de su hogar estuviesen, mejor.

En Barry Lyndon, analizamos cómo consiguió documentar el siglo XVIII hasta el punto de conseguir iluminar las estancias con la luz de las velas y captarlo con un objetivo muy especial de la NASA o cómo realizó un exhaustivo trabajo de documentación para recrear vestuarios, maquillajes y peinados. Ahí, en estos fotogramas quedaba reflejado el siglo de la razón, del nacimiento de los estados modernos y sus conflictos, pero también el siglo de la representación, de las pelucas, del juego…

3. Proceso creativo (2). En El resplandor tratamos de deleitarnos en cómo creó un espacio tan reconocible como el hotel Overlook; es decir, descubrir los secretos de su fachada y de sus laberínticos interiores. Por otra parte, entendimos esa forma de rodar una película de terror con mucha luz, donde un niño recorre un pasillo en triciclo para provocar la sensación de que algo horrible puede suceder en cualquier momento. Una de las técnicas innovadoras que aplicó en la película y que contribuyó a la sensación de extrañeza y miedo fue el uso del steadicam.

En La naranja mecánica enseñamos cómo se inspiró en el arte pop para la decoración de la habitación de Alex o el bar Korova, así como la importancia de la banda sonora en las películas de Stanley Kubrick, tanto para describir personajes, como para crear ambientes o provocar catarsis y reacciones demoledoras. De hecho consiguió convertir a Beethoven en un disco de oro, con los sintetizadores de Wendy Carlos.

O, finalmente, en Eyes Wide Shut nos dimos cuenta de cómo cambió la Viena de carnavales de la Belle Époque de la novela de Arthur Schnitzler por un Nueva York navideño (recreado en Londres) a punto de inaugurar el siglo XXI sin traicionar su esencia. Este largometraje es su especial oda a la intimidad matrimonial.

4. Stanley Kubrick, director de orquesta. Stanley Kubrick era como un exigente director de una orquesta de música clásica: por eso, en cada una de sus películas, a su alrededor orbitaban grandes profesionales, que bajo su batuta, hacían realidad el mundo que quería reflejar. Tenía claro que debía rodearse de los mejores profesionales para alcanzar la perfección en su obra final. Así la exposición también es un homenaje a todos esos trabajadores que bajo la mirada kubrickiana hicieron posible sus relatos soñados.

Desde su primer productor y socio, James B. Harris; hasta los diseñadores de producción, Ken Adam o John Barry; o actores como Peter Sellers, Sue Lyon, Keir Dullea, Malcolm McDowell o Jack Nicholson; el director de fotografía John Alcott; los creadores de carteles, storyboards y créditos como Saul Bass y Philip Castle; las diseñadoras de vestuario como Milena Canonero o escultoras como Liz Moore, y un largo etcétera. O cómo trataba de establecer una relación especial con los guionistas (aunque a veces era también tormentosa y tortuosa): Jim Thompson, Nabokov, Arthur C. Clarke, Anthony Burgess, Diane Johnson, Michael Herr…

5. El hombre detrás del artista. La exposición tampoco quería desperdiciar al hombre detrás del artista. Así se puede ver a través de fotografías y breves informaciones la relación estrecha con su familia: con sus padres (esa claqueta maravillosa de La naranja mecánica dedicada a ellos), la colaboración con sus dos primeras esposas durante el proceso creativo de sus películas, también con su compañera definitiva Christiane Kubrick y sus hijas o con su cuñado Jan Harlan, productor ejecutivo de muchos de sus largometrajes…

Nos parecía interesante que quedasen claras sus pasiones: la lectura, la música, el ajedrez, la fotografía, el propio cine (era un cinéfilo)…, porque todas ellas están presentes en cada una de sus obras, contribuyeron a dar una cierta personalidad a cada una de sus películas. Esta mirada culmina en el Epílogo de la exposición con una magnífica instalación audiovisual biográfica de Manuel Huerga, producción propia del CCCB, donde se aprecia un retrato completo de Stanley Kubrick. Huerga permite acercarse al cineasta a través de diversas imágenes, como un collage gigante, y de declaraciones públicas realizadas a lo largo de su vida.

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Stanley Kubrick, relatos soñados (I). Diez claves para disfrutar la sala Goya

Quiero contaros en dos artículos la exposición de Stanley Kubrick con la que he podido aprender mucho. Creo que refleja pasión por el cine, además de plasmar el proceso creativo de un cineasta clave. Es también un canto al cine analógico cuando las películas solo se proyectaban en sala de cine y en una pantalla grande. Ha sido una bonita aventura, así que me hacía ilusión enseñaros la muestra a través de mis palabras. En esta primera entrega me centraré en lo que se puede ver en la sala Goya y trataré de explicar cuál era nuestra intención a la hora de mostrar cada una de las piezas.

1. Dos salas. El primer reto al que nos enfrentamos a la hora de pensar en la muestra era que contábamos con dos espacios en dos pisos diferentes del emblemático edificio del Círculo de Bellas Artes: la sala Goya y la sala Picasso. ¿Cómo darle sentido a esta división? ¿Cómo aprovecharlo para un discurso expositivo? Pronto nos dimos cuenta de que lejos de ser una desventaja era una oportunidad. Entre otras cosas, Stanley Kubrick siempre jugó con los conceptos de doble, dualidad o duplicidad en su filmografía. Tanto en los personajes de sus películas como en la estructura de sus historias.

Como fotógrafo adolescente en Look, realizó un reportaje sobre el boxeador Walter Cartier (Prizefighter, 1949). Walter tenía un agente: su hermano gemelo, Vincent. Este trabajo sería el germen de su primer cortometraje documental (Day of the Fight, 1951). Y, tal vez, aquí comenzó a perfilarse la obsesión de Kubrick por la duplicidad. No es raro en sus largometrajes encontrar dobles de ciertos personajes o la presencia de gemelos. Por ejemplo, en su primera película Miedo y deseo: una patrulla deambula en territorio hostil y cuando se encuentran con el enemigo, estos tienen los mismos rostros que ellos. O siempre son recordadas las gemelas Grady en El resplandor.

Pero es que muchas de las estructuras narrativas de sus películas son como si el personaje se mirase en un espejo y su mundo se pusiese patas arriba. No hay más que recordar los recorridos de sus personajes más emblemáticos que van del ascenso en su primera parte al descenso y la pesadilla en la segunda: Alex DeLarge (La naranja mecánica) protagoniza sus tropelías y, después, su particular infierno con el libre albedrío anulado. O Barry Lyndon, primero vemos su ascenso social y más tarde su caída en picado en la desgracia.

Así cobraba todo el sentido una doble mirada en la muestra expositiva. Además, también quedaba constancia de un aspecto fundamental a la hora de estudiar su filmografía: hay un antes y un después de 1968. Primero, la obra del cineasta sirve para estudiar la evolución del cine en Hollywood, pues se ve claramente el paso del cine clásico al cine moderno a través de sus películas. Segundo, a partir de 1968 alcanza uno de sus sueños: el absoluto control de su obra cinematográfica, tanto creativa como económicamente.

2. Los secretos de la sala Goya. Siempre que la veo, confieso que de las dos salas es mi consentida, la que más me gusta. Para la sala Goya imaginamos que el visitante se metía en la mente de un genio y que a partir de ahí lograba entender ciertas claves de su obra cinematográfica. Nos pareció buena idea plasmar aspectos formales y temáticos a través de sus inicios y sus primeros trabajos cinematográficos. A la vez también quisimos dejar constancia de otra manera apasionante de conocer a un artista: mostrando los proyectos que nunca realizó. Por otra parte, deja constancia de algo vital para entender a Stanley Kubrick: todas sus pasiones tempranas se vuelcan en su obra cinematográfica y contribuyen a ese cuidado del proceso creativo, a ese perfeccionismo que siempre le acompañó. Y esas pasiones son: la fotografía, el ajedrez, la lectura, la música… y el cine.

La apariencia física que tiene ahora mismo la sala ya muestra varias cosas del maestro: su interés por la simetría y las formas geométricas, una manera concreta de rodar (la perspectiva frontal con un punto de fuga) y la importancia que tuvo el ajedrez en su vida. Stanley Kubrick fue un perfeccionista en la puesta en escena. Apostaba en sus encuadres por la simetría y la presencia de formas geométricas perfectas. Además uno de sus sellos de autoría son sus planos secuencia, su manera de filmar largos pasillos o la forma de mover la cámara por las estancias. Ahí puede experimentarse su famosa perspectiva frontal con un punto de fuga. Desde el acceso a la sala, con su nombre y apellido en los laterales y en el fondo el audiovisual de introducción, estamos escenificando esa perspectiva. Pero también en la gran vitrina central que recorre y divide toda la sala.

Los colores con los que jugamos son el blanco y el negro, como las casillas de un tablero de ajedrez…, tanto en las paredes como en las cartelas. Algunas veces en la gráfica se escapa otro color: el rojo, característico de varias películas de Kubrick. El color de las emociones y el desequilibrio.

El ajedrez, una de sus pasiones tempranas (en su juventud incluso llegó a ganarse la vida como jugador), le permitió una visión total de cada una de sus películas, una capacidad de concentración y control en los rodajes y crear con estrategia y táctica. Como se puede apreciar en la exposición, en muchas de sus películas el ajedrez está presente, incluso la metáfora de la vida como batalla.

3. La mirada. Uno de los aspectos más importantes de sus largometrajes es la peculiaridad de su mirada y la perfección técnica que logró en cada una de sus películas para mostrar exactamente lo que él quería. Así que ese tenía que ser el primer aspecto formal reflejado. De hecho, hay numerosos testimonios sobre los ojos y la mirada de Stanley Kubrick. Era algo que llamaba la atención de todos aquellos que lo conocían. En un momento dado Kirk Douglas dijo: «Se limitaba a mirarte con sus grandes ojos».

Kubrick fue un autodidacta en la dirección y antes de dirigir, trabajó en la revista Look. La fotografía le hizo entender el cine como una experiencia visual, y nunca tuvo miedo de probar todo tipo de cámaras y objetivos así como buscar las tecnologías necesarias para plasmar lo que realmente deseaba. Así que era importante reflejar su mirada como fotógrafo de Look, y dejar ver cómo ya desde la fotografía apuntaba maneras.

4. El espacio y el tiempo. Tampoco podíamos dejar de lado el tratamiento del tiempo (una de las cosas más difíciles de plasmar en una pantalla de cine) y la importancia del espacio en cada una de sus producciones, centrándonos sobre todo en el género que le sirvió de aprendizaje: el cine negro. En este tipo de películas la ambientación era fundamental, pero también el paso del tiempo, la tensión y el ritmo que se requerían a la hora de ejecutar un atraco o planear una huida, así lo consigue en El beso del asesino y Atraco perfecto.

Pero además en sus películas de cine negro moldearía ya alguna de las características de los héroes kubrickianos: sus protagonistas tienen un objetivo concreto o un plan perfecto, pero las emociones lo hacen saltar todo por los aires; la ambigüedad moral de sus personajes; y ofrecer una mirada hacia el mundo pesimista, además de proporcionar un destino trágico para sus héroes.

5. El humor. Otra cosa interesante que no podía faltar y que había que destacar porque no se suele tener en cuenta a la hora de analizar su obra es la presencia del humor. Un humor negro y oscuro que siempre se puede identificar en cada una de sus películas. Centrándonos en Teléfono rojo: volamos hacia Moscú se percibe cómo lo usa a lo largo de su filmografía. A través de actores con una vis cómica evidente, como Peter Sellers; con gags visuales, como ese molesto brazo en alto del doctor protagonista, que no puede controlar; la exageración en los gestos o en el lenguaje empleado, como muestran la mayoría de los personajes de la película; o el contraste y el choque para provocar la risa incómoda, como un cowboy encima de una bomba.

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La última estación de Christopher Plummer

Christopher Plummer, todo un galán de un cine clásico para siempre eterno.

El viernes murió el actor Christopher Plummer y, en seguida, casi todo el mundo lo identificó con un personaje: el del capitán Von Trapp en la película de Robert Wise, Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music, 1965). Lo cierto es que desde 1958, año en que debutó en el cine, hasta la actualidad no dejó de actuar en la pantalla grande. La ironía del asunto es que Plummer no tenía demasiado cariño a su capitán Von Trapp. Pero con ese papel fue lo más cerca que estuvo de ser una estrella de Hollywood, tal y como se “fabricaban” en el sistema de estudios. La caída del sistema y la personalidad fuerte y díscola de Christopher Plummer no dejaron tras de sí a una estrella, pero sí un actor versátil con varias interpretaciones mucho más allá de Von Trapp.

Curiosamente, su papel en este musical deja ver alguna de sus cualidades como actor. No sería el último papel que haría de hombre recto, serio e incluso antipático, que, sin embargo, se rompe en un momento dado y deja ver su vulnerabilidad y romanticismo. Según fue haciéndose más mayor, fue creciendo su imagen de caballero elegante. De hecho en una de sus últimas películas, dejó una imagen reveladora. Fue en el remake americano a la película argentina Elsa y Fred. Al final le vemos elegante y bello como un Fred de ochenta años, ataviado como Marcello Mastroianni en La dolce vita, en la Fontana de Trevi, cumpliendo el sueño de Elsa (Shirley MacLaine) de ser por un día Anita Ekberg. Plummer, en blanco y negro, se transformaba en todo un galán que evocaba ese cine clásico para siempre eterno.

Nunca despreció un papel por ser secundario; de hecho, su carrera está llena de secundarios o antagonistas memorables. No se le daban nada mal los villanos, pero tampoco los duros vulnerables. Y cuando le dieron un protagonista lo bordaba. Tampoco le asustó arriesgarse ni moverse para actuar por Gran Bretaña, EEUU o Canadá (su país de origen) en películas de todo tipo. Durante su vejez se convirtió en un intérprete imprescindible e incluso ganó un óscar por Beginners (2010), siendo el actor más mayor que recibió dicho galardón. En esta película era Hal, un hombre que vivía a tope sus últimos años, incluso atreviéndose a salir del armario.

Si su Von Trapp era un hombre complejo, el propio Plummer también lo era, y lo dijo en ocasiones durante sus entrevistas. En un momento de su vida se dejó llevar por el alcohol y los excesos. Al final, en los setenta, encontró estabilidad en su vida sentimental con su tercera esposa, la actriz Elaine Taylor, y también llegó a recuperar su relación perdida con su única hija, fruto de su primer matrimonio, Amanda (nunca la olvidaré en El rey pescador).

Debutó en los años cincuenta de la mano de Sidney Lumet y Nicholas Ray y su última película fue en 2019 en un divertido whodunit de Rian Johnson, Puñales por la espalda. Fue protagonista indiscutible de una filmografía extensa, combinando protagonistas con secundarios de carácter, aunque nunca dejó de ser un imprescindible gran desconocido. También tuvo una sólida trayectoria como actor de teatro. Debutó antes en el escenario que en la pantalla. Al final, queda en la cabeza que se ha ido todo un elegante caballero, una leyenda de un Hollywood que ya no existe.

Un recorrido particular por la filmografía de Plummer

Repaso su filmografía y construyo mi personal recorrido. Y le recuerdo como el todopoderoso productor Raymond Swan que trata de controlar la imagen y la vida de una joven promesa que va para actriz de éxito, Daisy Clover. El productor es una especie de personalidad vampírica que va despojándola de todo y la va succionando la sangre poco a poco hasta convertirla en un títere. Este cuento de cine dentro del cine termina cuando Daisy decide declarar la guerra al príncipe de las tinieblas… Me refiero a La rebelde (1965) de Robert Mulligan.

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Momento inolvidable de El hombre de La Mancha (Man of La Mancha, 1972) de Arthur Hiller

El hombre de La Mancha es uno de los musicales más tristes que uno puede ver. Detrás de la realidad más negra, surge una canción hermosa. En 1965 Broadway estrenó este musical creado por Dale Wasserman; siete años después Arthur Hiller convirtió el espectáculo en película. Los protagonistas fueron Peter O’Toole como Cervantes, que consigue perpetuarse en el caballero de la triste figura, y Sophia Loren como Aldonza, una prostituta desencantada por la dureza de la vida que se transforma en la señora enamorada del Quijote, Dulcinea.

Ambos personajes cantan a los sueños imposibles, esos que hacen avanzar y levantarse del barro, aunque a veces todo se vea borroso. La película refleja la importancia de la mirada, y como el arte puede contribuir a mirar el mundo con otros ojos. Si se mira de determinada manera la vida puede ser más llevadera. Mejor la luz que la oscuridad. O, mejor dicho, a través de la oscuridad, un rayo de luz es más hermoso. Como dice el caballero de la triste figura a una Dulcinea rota: Vengo a un mundo de hierro para hacer un mundo de oro.

La canción más bonita sin duda es The impossible dream, su letra me parece un buen regalo de Reyes, y también una manera certera de empezar el año en este blog.

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La pantera, de Rainer Maria Rilke, en el cine

Despertares

La pantera explica cómo se siente un enfermo en Despertares.

Tiempo de verano, tiempo de casualidades. Una repasa películas al azar en la televisión de la sala de estar. Y estos días decido contemplar películas que en el momento del estreno me fascinaron. Una tarde me pongo Despertares (Awakenings, 1990) de Penny Marshall y descubro que me sigue emocionando. Y que su recuerdo no cayó en olvido en mi memoria. La película es una adaptación de un libro autobiográfico del neurólogo Oliver Sacks.

Y a la tarde siguiente me dispongo a disfrutar de una película de Woody Allen que vi en su momento, recordé que me gustó mucho, pero no la había vuelto a ver desde su estreno: Otra mujer (Another Woman, 1988). Y me doy cuenta de muchos más matices y más significados de esta película, y es debido a que me voy acercando a las edades y sentimientos de los personajes principales.

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Diccionario cinematográfico (213)

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Robin Williams: actor con ojos azules que muchas veces nos hizo reír. Sin embargo, su mejor registro era el tragicómico. Como tragicómico era increíble. Ese registro también estuvo presente en su vida. Parecía alegre y vital, divertido en sus entrevistas en directo… pero escondía a un hombre triste. Suele ocurrir con los hombres alegres, ocultan una enorme melancolía, un mundo que quieren ocultar.

La última vez que le vi en pantalla fue en fragmentos de un dvd. En una comedia negra. El mejor padre del mundo… De pronto su personaje, Lance Clayton, realiza una confesión terrible delante de un montón de personas. Y en ese momento viene la revelación: “Mejor estar solo que rodeado de personas que te hagan sentir solo”. Y entonces Lance, solo y liberado, va corriendo por los pasillos de un centro educativo, desprendiéndose de la ropa…, quedándose totalmente desnudo y solamente con unos ridículos calcetines, mientras llega hasta una piscina cubierta, sube al trampolín y salta al agua. Y de pronto vuelve como a renacer, con una sonrisa en el rostro.

A partir de esta escena vienen a mi cabeza más momentos de Robin Williams. Momentos de este actor con ojos azules que ha formado parte de las películas de mi vida. Sí, soy de la generación que le escuchó y se emocionó con su Carpe diem y sus lecciones de vida. No, no me avergüenza confesar que me marcó el visionado de El club de los poetas muertos de Peter Weir y que todavía me emociono cuando oigo oh, mi capitán, mi capitán o recitar un poema de Walt Whitman.

Y como la cosa va de emociones tampoco logro olvidarle como el psicólogo de El indomable Will Hunting de Gus Van Sant, otra película que adoro, y otra película que me marcó en su momento. “Mi mujer se tiraba pedos cuando estaba nerviosa. Tenía esos pequeños detalles que la hacían maravillosa. Se tiraba pedos mientras dormía. Una vez se tiró uno tan fuerte que despertó al perro. Ella se despertó y dijo: ¿Has sido tú? Y contesté: Sí. Ay, lleva muerta dos años y solo recuerdo estas chorradas. Son maravillosas, ¿verdad? Estas pequeñas cosas. Estos pequeños detalles son aquellas cosas que echo en falta. Las pequeñas idiosincrasias como yo las llamaba, la convertían en mi mujer. Y ella conocía muchas cosas de mí, conocía muchos de mis pecadillos. La gente llama a estas cosas defectos pero no lo son. Son lo mejor. Nosotros escogemos a quien dejamos entrar en nuestro mundo. No eres perfecto, amigo. Y voy a hablar en suspense: la chica que conociste tampoco es perfecta. Lo único que importa es si sois perfectos como pareja…”.

Como tampoco puedo apartar de mi mente El rey pescador de Terry Gilliam. Me fascina en esta película. Tragicómico sin igual. Caballero andante sin hogar que se oculta en la locura para no recordar la violencia que terminó con el ser amado. Un sin hogar andante que ‘suda’ optimismo a todos los que le rodean (menos para él). Así en un manicomio es capaz de reunir a todos los enfermos con problemas de salud mental y hacerles cantar a coro una canción alegre: I like New York in june, how about you? O a una mujer extraña y solitaria, hacerla sentir especial y única. Es capaz de contar un cuento maravilloso a un amigo en Central Park, tirados en la hierba, él desnudo mirando a las estrellas. O como dice a su amada, puede extraer de la basura, objetos preciosos.

Y entonces de pronto viene a mi cabeza, en el mundo más hostil, un locutor de radio que tras el sentido de humor, expulsa su espíritu crítico. Y a través de las canciones despierta mentes pero también hace amanecer las ganas de estar vivo, de sentir y de pensar qué es lo que realmente está ocurriendo. Me refiero a Good Morning, Vietnam de Barry Levinson. Entonces me vienen a la cabeza ese locutor que habla, que piensa, que dice y que a la vez pone canciones que suponen una banda sonora de tiempos difíciles, What a wonderful world junto a I feel good.

Es inevitable, ese actor de ojos azules… Ese tragicómico genial que lo mismo un día se convertía en un peculiar peter pan y otro te pedía que le acompañaras a un extraño juego. Ese hombre que te daba la mano para visitar el mundo de los sueños y otro día se transformaba en un genio capaz de conceder todos los deseos. Esa cara de sonrisa latente que bien era un doctor que creía en el poder de la risa o en poder despertar a sus pacientes y que vivieran buenos momentos…, ese actor de ojos azules, dicen que ayer se fue. Cuentan que cerró los ojos. Pero no me lo creo, hoy he dado al play de mi dvd y estoy llorando y riendo a la vez. Con él.

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Zapatilla de cristal, cenizas, un hada especial… y felices fiestas

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… Estos días por distintos motivos he visitado varias veces los fotogramas de dos Cenicientas. Por una parte La Cenicienta de Walt Disney y por otro La zapatilla de cristal de Charles Walters. Y varios asuntos han venido a mi cabeza y por eso quería con este cuento (y estas dos versiones cinematográficas) acompañar mis felicitaciones.

Me encanta este cuento porque el elemento ‘extraño’…, el zapatito de cristal, es fruto de una errata. Los zapatitos de Cenicienta eran de cuero, un material mucho más normal para un calzado. Pero una errata hizo que el significado de la palabra cambiara… y se convirtiera en un material extraño, mágico. Hermoso. Unos zapatitos de cristal.

… Así espero que un año que quizá no ha podido ser el mejor de los años (no hace falta más que escuchar a gente muy cercana o mirarse uno mismo o ver todos los días el telediario…)… pase al siguiente… y con una cualidad mágica, una errata de la que todos seamos responsables… que de pronto vivamos un año extraño y mágico. Extraño porque decidamos mirar, escuchar, quitarnos los miedos, echar una mano o dos (dejar que también nos la echen a nosotros), encontrar significado a palabras pasadas de moda o con mala fama (solidaridad, justicia, oportunidad, derechos, deberes, sueños, esperanza, análisis, crítica constructiva, mejora, pensamiento, cultura…). Y mágico porque de pronto deseemos, de corazón, otro mundo mejor y posible… (aunque el camino es largo y arduo, aunque sea fruto del esfuerzo y del trabajo, aunque no sea fácil porque somos muchos y todos muy diferentes…).

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De la película de Charles Walters me quedo con un personaje maravilloso. De nuevo nos encontramos frente a un hada madrina muy especial. No es un hada de cuento. Es una mujer anciana, ‘la loca’ del lugar donde vive nuestra Cenicienta. Una anciana que ha perdido la cordura, es otra marginada, como la joven cubierta de cenizas. Una anciana excéntrica que además es cleptómana, ella todo lo toma prestado y a todo le saca una utilidad. De lo inútil consigue lo hermoso. Nuestra hada madrina se llama Madame Toquet (magnífica Estelle Winwood) y le gustan las palabras bonitas como alféizar o tarta de manzana. Y solo cuando lo necesitas te deleita con filosofía casera. Ella, así como si nada y sin pedir nada a cambio…, consigue, de manera práctica, que Cenicienta logre su sueño.

Así que ¿por qué no? Convertirnos todos uno poco en Madame Toquet. Ser hadas y hados madrinos en lo que podamos y con quien podamos. Tener la suficiente locura como para intentar no sólo cumplir nuestros sueños sino ir un poco más allá. Aunque nos miremos a un espejo (que en Cenicienta hay varios) y digamos… pero ¿qué pretendo hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿No tengo suficiente con lo que arrastro…? Compartir palabras bonitas y cuidarlas. Transmitirlas. Contar lo bueno que hayamos descubierto: un cuadro, un libro, un alimento, una charla, una canción, una película… Y tratar de buscar en un mundo gris, triste y oscuro, lo bello y hermoso. Y no solo buscarlo sino tratar de que salga a la superficie. No está mal ‘imitar’ un poco a Madame Toquet.

Y por último siempre me fascinó de La Cenicienta de Walt Disney, que fueran los ratones y los pájaros más pequeños los colaboradores de la protagonista a la hora de soportar el día a día. Que fueran ellos, los más insignificantes, los que quisieran ayudar más a Cenicienta para que lograra sus sueños. Que en una cadena lograran hacer grandes cosas. Como coser un bonito vestido para una fiesta.

Pues eso, aunque a veces nos veamos pequeños e insignificantes… hay ciertas cadenas (u ondas) posibles. Igual que hay cadenas para la corrupción o para transmitir todo lo malo… se pueden crear cadenas inversas de las cosas bien hechas, de poner toda la carne en el asador para que un buen proyecto salga adelante (aunque un grupo de personas sea muy distinto puede existir un buen objetivo común y quizá cada uno aportar el grano suficiente para que pueda llevarse a cabo… ¿así ha avanzado el mundo, no?).

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Bueno… he desbarrado un poco con Cenicienta de fondo. En realidad mi única intención era desearos una Feliz Navidad… con unas gotitas de magia.

Voy a quitarme la ceniza del rostro (como lo hace Leslie Caron).

Y busco dos ratones y una calabaza…

A las doce puede que empiece un nuevo día… o un nuevo año.

… Puede que aparezca una máquina de escribir… y continúe tecleando… sin descanso.

Besos a todos.

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Una escena para recordar. El fantasma y la señora Muir (The ghost and mrs Muir, 1947) de Joseph L. Mankiewicz

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Hay películas que por una sola escena nunca caen en olvido. Y así ocurre con El fantasma y la señora Muir. Película sutil, elegante y delicada (y estos adjetivos son ciertos y están bien reflejados) donde lo fantástico forma parte de lo cotidiano proporcionando una reflexión sobre la soledad, el amor y la muerte.

… Si me dijeran que sólo me puedo quedar con un recuerdo de esta película y que lo demás no podré recuperarlo jamás, quizá tomaría la siguiente decisión: pedir que no me borraran de la memoria la despedida del fantasma, el capitán Gregg (Rex Harrison), de la señora Muir (Gene Tierney).

Esa despedida transcurre mientras ella duerme en su cama, en la habitación que ocupó el capitán. El fantasma, que se ha enamorado de la señora Muir como esta de él, es consciente de que es un amor imposible y no quiere que Lucy, su amada, renuncie a las cosas que le ofrece la vida… entre ellas enamorarse de otros hombres de carne y hueso.

Ella está dormida y tremendamente hermosa. Y él cerca de su rostro como si estuviera a punto siempre de darla un beso… le susurra que su relación hasta ahora se convertirá tan solo en un sueño. El fantasma decide, de momento, retirarse de escena… El capitán se convertirá en imagen soñada.

Después se dirige a la ventana. Esa ventana siempre con el catalejo listo para ver el mar. Y antes de desaparecer mientras sigue mirando a Lucy declara su amor de forma breve pero intensa. En unas palabras encierra todo lo que significa un amor imposible…

“Cómo te habría encantado, el Cabo Norte… los fiordos y el sol de medianoche.
Navegar entre los arrecifes en Barbados donde el agua azul se torna verde.
¡A las Malvinas, donde los vientos del sur cubren de espuma el mar!
Lo que nos hemos perdido, Lucy.
Lo que nos hemos perdido los dos.
Adiós… querida mía”.

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… Un tango y una esencia

 

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En el tango no hay errores.

No es como en la vida.

Es sencillo.

Eso es lo que hace que el tango sea genial.

Si cometes un error o te haces un lío… sólo sigue bailando.

 

… Dos desconocidos.

Dejan sus problemas en una esquina.

Y en una pista vacía… bailan un tango.

 

En ese momento los dos son felices.

Porque lo intentan.

Y como dice uno de ellos… a veces basta un minuto para vivir toda una vida…

Todo se detiene.

Nada importa.

Sólo ese momento.

 

Todo se puede desencadenar por una esencia…

Un perfume.

 

Suena un tango…

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