Redescubriendo clásicos (3). Acto de violencia (Act of Violence, 1948) de Fred Zinnemann / Han matado a un hombre blanco (Intruder in the Dust, 1949) de Clarence Brown

Acto de violencia (Act of Violence, 1948) de Fred Zinnemann

Fred Zinnemann construye el retrato de un hombre herido y traumatizado por la Segunda Guerra Mundial.

Nada es lo que parece en esta película de Fred Zinnemann. Un hombre solitario coge una pistola de la mesilla del dormitorio y se prepara para emprender un largo viaje en autobús que le lleva hasta Santa Lisa, una pequeña localidad en California. Uno de los rasgos físicos que más llaman la atención de este desconocido es su cojera. Descubrimos que es un perseguidor y se convierte en la sombra amenazadora de un buen ciudadano. Un constructor, que contribuye a la mejora de la comunidad, bien considerado entre los habitantes de la localidad, excombatiente de la Segunda Guerra Mundial y con una bonita familia formada por una joven esposa y un crío. El espectador empatiza enseguida con el buen ciudadano y siente rechazo por el desconocido con la pistola.

Lo que no nos esperamos es que cuando el buen ciudadano es consciente de quién le persigue, pierde el rumbo de su vida en cuestión de segundos. El perseguidor es Joe Parkson (Robert Ryan) y el perseguido, Frank R. Enley (Van Heflin). La película de Zinnemann da un giro de 360 grados cuando Edith (Janet Leigh), la joven esposa, interroga al desconocido que está alterando su vida y quiere saber por qué persigue a su marido. La respuesta de este cambia la perspectiva de la historia. Descubrimos entonces el pasado de dos buenos amigos que se han convertido en hombres heridos y traumatizados por lo que pasaron en la guerra, que les puso en situaciones límites. Los dos se comportaron de manera diferente y las consecuencias por una decisión que toma Frank fueron muy trágicas.

De tal manera que el espectador asiste al frágil equilibrio que había construido Enley para sobrevivir y olvidar, pero que se desmorona como un castillo de naipes. Y comprende también que el único motor que mantiene vivo a Joe y asumiendo su discapacidad física es el ansia por llevar a cabo la venganza. A los dos les ha destrozado la guerra y la vuelta deja muchas heridas sin cerrar.

Fred Zinnemann construye una película dramática sobre el regreso de los soldados, los traumas y fracturas que provoca la guerra en los que combatieron y revela también un empleo del lenguaje cinematográfico y de la puesta en escena significativos. No solo eso, sino que Zinnemann además dirigió durante la posguerra un buen ciclo de películas alrededor de las diferentes heridas que dejó el conflicto bélico tanto en los soldados como en la población civil: a Acto de violencia se unen Los ángeles perdidos (The Search, 1948), sobre el sufrimiento de los niños supervivientes de los campos de concentración; Hombres (The Men, 1950), que trata la situación de los combatientes que sufren graves secuelas físicas y, por último, Teresa (Teresa, 1951), el duro regreso de un joven soldado estadounidense que se casa con una joven italiana a la que conoció durante la contienda.

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Stanley Kubrick, relatos soñados (I). Diez claves para disfrutar la sala Goya

Quiero contaros en dos artículos la exposición de Stanley Kubrick con la que he podido aprender mucho. Creo que refleja pasión por el cine, además de plasmar el proceso creativo de un cineasta clave. Es también un canto al cine analógico cuando las películas solo se proyectaban en sala de cine y en una pantalla grande. Ha sido una bonita aventura, así que me hacía ilusión enseñaros la muestra a través de mis palabras. En esta primera entrega me centraré en lo que se puede ver en la sala Goya y trataré de explicar cuál era nuestra intención a la hora de mostrar cada una de las piezas.

1. Dos salas. El primer reto al que nos enfrentamos a la hora de pensar en la muestra era que contábamos con dos espacios en dos pisos diferentes del emblemático edificio del Círculo de Bellas Artes: la sala Goya y la sala Picasso. ¿Cómo darle sentido a esta división? ¿Cómo aprovecharlo para un discurso expositivo? Pronto nos dimos cuenta de que lejos de ser una desventaja era una oportunidad. Entre otras cosas, Stanley Kubrick siempre jugó con los conceptos de doble, dualidad o duplicidad en su filmografía. Tanto en los personajes de sus películas como en la estructura de sus historias.

Como fotógrafo adolescente en Look, realizó un reportaje sobre el boxeador Walter Cartier (Prizefighter, 1949). Walter tenía un agente: su hermano gemelo, Vincent. Este trabajo sería el germen de su primer cortometraje documental (Day of the Fight, 1951). Y, tal vez, aquí comenzó a perfilarse la obsesión de Kubrick por la duplicidad. No es raro en sus largometrajes encontrar dobles de ciertos personajes o la presencia de gemelos. Por ejemplo, en su primera película Miedo y deseo: una patrulla deambula en territorio hostil y cuando se encuentran con el enemigo, estos tienen los mismos rostros que ellos. O siempre son recordadas las gemelas Grady en El resplandor.

Pero es que muchas de las estructuras narrativas de sus películas son como si el personaje se mirase en un espejo y su mundo se pusiese patas arriba. No hay más que recordar los recorridos de sus personajes más emblemáticos que van del ascenso en su primera parte al descenso y la pesadilla en la segunda: Alex DeLarge (La naranja mecánica) protagoniza sus tropelías y, después, su particular infierno con el libre albedrío anulado. O Barry Lyndon, primero vemos su ascenso social y más tarde su caída en picado en la desgracia.

Así cobraba todo el sentido una doble mirada en la muestra expositiva. Además, también quedaba constancia de un aspecto fundamental a la hora de estudiar su filmografía: hay un antes y un después de 1968. Primero, la obra del cineasta sirve para estudiar la evolución del cine en Hollywood, pues se ve claramente el paso del cine clásico al cine moderno a través de sus películas. Segundo, a partir de 1968 alcanza uno de sus sueños: el absoluto control de su obra cinematográfica, tanto creativa como económicamente.

2. Los secretos de la sala Goya. Siempre que la veo, confieso que de las dos salas es mi consentida, la que más me gusta. Para la sala Goya imaginamos que el visitante se metía en la mente de un genio y que a partir de ahí lograba entender ciertas claves de su obra cinematográfica. Nos pareció buena idea plasmar aspectos formales y temáticos a través de sus inicios y sus primeros trabajos cinematográficos. A la vez también quisimos dejar constancia de otra manera apasionante de conocer a un artista: mostrando los proyectos que nunca realizó. Por otra parte, deja constancia de algo vital para entender a Stanley Kubrick: todas sus pasiones tempranas se vuelcan en su obra cinematográfica y contribuyen a ese cuidado del proceso creativo, a ese perfeccionismo que siempre le acompañó. Y esas pasiones son: la fotografía, el ajedrez, la lectura, la música… y el cine.

La apariencia física que tiene ahora mismo la sala ya muestra varias cosas del maestro: su interés por la simetría y las formas geométricas, una manera concreta de rodar (la perspectiva frontal con un punto de fuga) y la importancia que tuvo el ajedrez en su vida. Stanley Kubrick fue un perfeccionista en la puesta en escena. Apostaba en sus encuadres por la simetría y la presencia de formas geométricas perfectas. Además uno de sus sellos de autoría son sus planos secuencia, su manera de filmar largos pasillos o la forma de mover la cámara por las estancias. Ahí puede experimentarse su famosa perspectiva frontal con un punto de fuga. Desde el acceso a la sala, con su nombre y apellido en los laterales y en el fondo el audiovisual de introducción, estamos escenificando esa perspectiva. Pero también en la gran vitrina central que recorre y divide toda la sala.

Los colores con los que jugamos son el blanco y el negro, como las casillas de un tablero de ajedrez…, tanto en las paredes como en las cartelas. Algunas veces en la gráfica se escapa otro color: el rojo, característico de varias películas de Kubrick. El color de las emociones y el desequilibrio.

El ajedrez, una de sus pasiones tempranas (en su juventud incluso llegó a ganarse la vida como jugador), le permitió una visión total de cada una de sus películas, una capacidad de concentración y control en los rodajes y crear con estrategia y táctica. Como se puede apreciar en la exposición, en muchas de sus películas el ajedrez está presente, incluso la metáfora de la vida como batalla.

3. La mirada. Uno de los aspectos más importantes de sus largometrajes es la peculiaridad de su mirada y la perfección técnica que logró en cada una de sus películas para mostrar exactamente lo que él quería. Así que ese tenía que ser el primer aspecto formal reflejado. De hecho, hay numerosos testimonios sobre los ojos y la mirada de Stanley Kubrick. Era algo que llamaba la atención de todos aquellos que lo conocían. En un momento dado Kirk Douglas dijo: «Se limitaba a mirarte con sus grandes ojos».

Kubrick fue un autodidacta en la dirección y antes de dirigir, trabajó en la revista Look. La fotografía le hizo entender el cine como una experiencia visual, y nunca tuvo miedo de probar todo tipo de cámaras y objetivos así como buscar las tecnologías necesarias para plasmar lo que realmente deseaba. Así que era importante reflejar su mirada como fotógrafo de Look, y dejar ver cómo ya desde la fotografía apuntaba maneras.

4. El espacio y el tiempo. Tampoco podíamos dejar de lado el tratamiento del tiempo (una de las cosas más difíciles de plasmar en una pantalla de cine) y la importancia del espacio en cada una de sus producciones, centrándonos sobre todo en el género que le sirvió de aprendizaje: el cine negro. En este tipo de películas la ambientación era fundamental, pero también el paso del tiempo, la tensión y el ritmo que se requerían a la hora de ejecutar un atraco o planear una huida, así lo consigue en El beso del asesino y Atraco perfecto.

Pero además en sus películas de cine negro moldearía ya alguna de las características de los héroes kubrickianos: sus protagonistas tienen un objetivo concreto o un plan perfecto, pero las emociones lo hacen saltar todo por los aires; la ambigüedad moral de sus personajes; y ofrecer una mirada hacia el mundo pesimista, además de proporcionar un destino trágico para sus héroes.

5. El humor. Otra cosa interesante que no podía faltar y que había que destacar porque no se suele tener en cuenta a la hora de analizar su obra es la presencia del humor. Un humor negro y oscuro que siempre se puede identificar en cada una de sus películas. Centrándonos en Teléfono rojo: volamos hacia Moscú se percibe cómo lo usa a lo largo de su filmografía. A través de actores con una vis cómica evidente, como Peter Sellers; con gags visuales, como ese molesto brazo en alto del doctor protagonista, que no puede controlar; la exageración en los gestos o en el lenguaje empleado, como muestran la mayoría de los personajes de la película; o el contraste y el choque para provocar la risa incómoda, como un cowboy encima de una bomba.

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Sesión doble en homenaje a Olivia de Havilland. Capitán Blood (Captain Blood, 1935) de Michael Curtiz/A través del espejo (The dark mirror, 1946) de Robert Siodmak

Siempre que moría un actor o actriz de la época dorada de Hollywood, nos refugiábamos en que todavía estaban presentes para contarnos testimonios de aquella época Olivia de Havilland y Kirk Douglas. Los dos parecían eternos, pero ya centenarios nos han dejado este año. Ambos eran monumentos andantes de una parte de la historia del cine. El 25 de julio nos enteramos de que Olivia se había ido, ahora ya es otro de esos fantasmas que habitan para siempre, inmortales, en las películas.

Esta sesión doble recoge a la primera Olivia que se convirtió a su pesar en la mujer ideal y soñada por el héroe de turno, y de paso de todos los espectadores que disfrutaban con el cine de aventuras. Y también refleja a la otra Olivia, la que luchó por ser considerada una actriz versátil y mostrar, por ejemplo, que podía reflejar el lado oscuro, es decir, que también podía convertirse en la protagonista de nuestras pesadillas.

Capitán Blood (Captain Blood, 1935) de Michael Curtiz

Olivia de Havilland como dama ideal y soñada.

Terenci Moix, en su mítica serie de artículos Mis inmortales del cine, recoge en el dedicado a la actriz, un testimonio revelador: “Al ver en París la reposición de Robin de los Bosques me di cuenta de que era una gran película. Escribí a Errol una carta muy larga, una petición de excusas que llegaba con veinte años de retraso. Una vez escrita, la rompí, pues pensé que Errol me tomaría por tonta. Siempre lo lamentaré. Pocos meses después, él ya estaba muerto. Hoy, al revisar Robin de los Bosques al cabo de tantos años, comprendí que aquellos filmes de aventuras que rodamos juntos eran muy buenos, y quisiera que Errol supiese cuán orgullosa me siento de haber intervenido en ellos”.

Porque efectivamente Errol Flynn y Olivia de Havilland fueron una pareja cinematográfica mítica. Y la primera vez que la Warner los unió fue en el Capitán Blood, y su química hizo las delicias de todos, de tal manera que repitieron en siete ocasiones más (La carga de la Brigada Ligera, El hombre propone, Robin de los Bosques, La vida privada de Elizabeth y Essex —aunque el papel de Olivia de Havilland era muy secundario—, Dodge, ciudad sin ley, Camino de Santa Fe y Murieron con las botas puestas). Los dos de promesas pasaron a estrellas. En esta mítica y amena película de piratas, ambos establecerían las claves de su éxito. Un amor inocente, vital y puro, donde Olivia de Havilland era la dama soñada de todo héroe. Dulce, inocente, con la picardía e independencia necesaria, pero totalmente fiel a su amor. Ella siempre esperaba el regreso, y este sabía que tenía dónde volver. La mayoría de las veces combinaban momentos de humor en el cortejo, instantes de un romanticismo exacerbado, y también secuencias de peligro y tragedia.

Aunque Olivia se sintió atada a este tipo de papeles, pues lo que quería era más variedad de registros, parece ser que tanto Errol como ella cultivaron no solo una fuerte relación profesional, sino también de amistad. Es más, parece ser que fue de las pocas actrices que no acabó en el lecho del seductor Flynn. Este llevó el rol de Olivia de mujer soñada e ideal a la vida real, y sintió por ella una especie de amor platónico.

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La deuda de John Madden

Me gusta meterme en un cine, que se apaguen las luces de la sala, que empiece una película y que de pronto olvide donde estoy porque me meto de lleno en una historia que me hace olvidar durante un tiempo todo lo relacionado con mi vida. Y si esa historia está bien contada y me emociona, entonces a veces no puedo evitar, cuando recuerdo, incluso llorar un poco (Hildy está hoy un poco emotiva).

No puedo evitar que me encante que me cuenten bien una historia. Y esta vez John Madden, al que sólo recuerdo por Shakespeare in love (y me considero una de las fans de esta película… aunque poco a poco le salieron muchos detractores), sigue ejerciendo de buen artesano que puede manejar bien un material de base apetecible.

Esta vez para La deuda parte de otra película, ésta que nos ocupa sería el remake. El origen es una película israelí (Ha-Hov de Assaf Bernstein, 2007). El resultado es un thriller político-romántico con dosis de emoción y adrenalina. Un thriller que pone a sus tres personajes ante un dilema moral y lo que implica e influye en sus vidas. Para ello la película avanza hacia delante y hacia atrás. Dos tiempos. 1965 y 1997. Un hecho del pasado incide en el presente meláncolico de los personajes.

Los tres jóvenes, en 1965, son agentes del Mossad en una misión. Dos hombres y una mujer. Y esa misión es capturar en un Berlín de la Guerra Fría a un criminal de guerra nazi que ejerce en esos momentos como ginecólogo pero que en Birkenau se dedicó a los más horribles experimentos con seres humanos. Una vez detenido su objetivo es entregarlo para que salga de Berlín y llevarle a Israel para que se siente frente un tribunal internacional de justicia. La ‘entrega’ no sale como ellos esperan. Y entonces todo cambia en sus vidas.

La deuda construye un hermoso triángulo amoroso que nos engancha obviamente a la historia de amor imposible entre un joven y atormentado David (Sam Worthington, acertadísimo en su plasmación de héroe romántico) y Rachel (la ahora cotizada Jessica Chastain… a la espera de El árbol de la vida), mujer que mezcla sensibilidad y fuerza además de un arraigado sentido de culpa. Por el camino se les cruza el ambicioso y hombre de acción Stephan (Marton Csokas).

Toda la historia que recrea el año 1965 a partir de los recuerdos ‘atormentados’ de Rachel engancha…, emociona. Además de contar con un ritmo adecuado y con suficientes dosis de adrenalina. Lo mejor es la relación y los cara a cara entre los jóvenes agentes judíos y el criminal de guerra (un magnífico y escalofriante Jesper Christensen, actor danés), perro viejo que pronto les maneja, les manipula y les toca donde más les duele, los provoca y los cala a los tres (así como la historia que están viviendo)…

La historia presente, la de 1997, esconde frialdad, desencanto y melancolía por parte de los tres protagonistas que han roto sus lazos afectivos… pero que están unidos por una ‘deuda’ que ha marcado sus vidas. Y treinta años después les golpea de nuevo siendo Rachel (como siempre una Helen Mirren que haga lo que haga se siente a gusto), la única que puede poner una rúbrica final que cierra el relato, digo sus vidas. Y sin duda quien te rompe el corazón, el más frágil pero a la vez coherente, será David (Ciarán Hinds) y por supuesto que te das cuenta de que no te sorprende el camino que se ha trazado Stephan (el siempre efectivo Tom Wilkinson). Y ese relato frío también tiene sus momentos de tensión, algunos piensan que es la parte más inverosímil, pero digamos que cumple la función de rubricar, de poner punto final a una historia que hiere a los tres protagonistas (y como los tres se han enfrentado a esa herida de diferente manera).

El horror de una guerra sigue años después destrozando vidas. Dejando huellas… difíciles o casi imposibles de borrar.

Así La deuda se convierte en un thriller apasionante que atrapa y que deja testimonio de hombres que se transformaron en monstruos y seres humanos que se equivocan pero tratan de mirar de frente a la verdad y no dejar impunes los crímenes contra la humanidad…, así sigue la estela escalofriante de obras cinematográficas como Marathon Man o La caja de Música.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Siempre cine

Siempre cine.

Por la noche, por la tarde, por la mañana.

En soledad.

En compañía.

Siempre cine.

Una sala oscura y cientos de butacas.

Un salón y una pantalla.

Un ritual.

Silencio.

Se apagan las luces.

Se abre el telón.

Y aparece una historia en miles de fotogramas.

Momento mágico.

Irrepetible.

Siempre cine.

Cuando estás triste.

Cuando estás alegre.

Cuando lloras.

Cuando ríes.

Cuando piensas.

La luz se apaga.

Y las horas que transcurren frente a la pantalla… pasan como el viento.

Y de pronto has sido feliz

Y de pronto has sufrido.

Y de pronto has descubierto.

Y de pronto has pensado.

Siempre cine.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Lulú en Hollywood. Las confesiones de una leyenda del cine. Louise Brooks (Ultramar, 1991)

Hay libros que no pierden frescura. Y uno de ellos es Lulú en Hollywood. Lo tengo desde hace tiempo y me apetecía volverlo a leer… y de nuevo me ha parecido fascinante. Interesante por la autora. Interesante por lo que cuenta. Interesante por cómo lo escribe.

Louise Brooks fue una estrella efímera, porque ella lo quiso y también por las circunstancias, durante el periodo del cine silente. En aquellos locos años veinte, la Brooks fue una actriz, con filmografía actualmente de difícil acceso, que ha pasado a la memoria cinéfila no por sus películas estadounidenses sino por dos obras que realizó en Alemania casi ya a las puertas del cine sonoro con el director G. W. Pabst.

Ella fue la protagonista total y absoluta de La caja de Pandora y de Tres páginas de un diario. Películas que en su momento pasaron sin pena ni gloria. Incluso la Brooks no recibió muy buenas críticas. Fue con el paso de los años y con las nuevas miradas que disfrutaron de estas obras cuando Louise Brooks, retirada de Hollywood que ella desterró y que también hay que decirlo fue desterrada, alcanzó el estatus de actriz mítica y maldita.

Así el libro recoge una serie de artículos-ensayos que recogen su testimonio vivo y lleno de auténtica sinceridad y verdad sobre aquellos locos años veinte en Hollywood. Un Hollywood silente alejado del que ha llegado a nuestros días, un Hollywood oscuro y duro pero también lleno de chispa y de personajes insospechados donde la Brooks se paseaba con mirada limpia, crítica y sincera.

Pasear por las páginas de este libro supone encontrarse en la mansión desenfada de los Bennett (donde las hermanas Constante y Joan harían historia en el cine… La Brooks era amiga de la tercera en cuestión y más desconocida, Barbara) o encontrarse en la mesa de un Leslie Howard apasionante (y ahora tan olvidado… es casi un personaje de película…, aquí sólo hay un apunte). Imaginar cómo era el mundo de lujo y barro del señor Kane (digo Hearst) y su amante Marion Davis así como todos los que pululaban alrededor. Un duro mundo de apariencias donde jóvenes conocidas de Brooks encontraron sólo soledad, dependencias y muerte. También encontrarse de frente con actores dando sus primeros pasos y cómo la industria hollywoodiense los transformó: Bogart y W. C. Fields… la Brooks deja dos retratos muy diferentes de los que estamos acostumbrados.

Con mirada sincera y amena nos cuenta los rodajes en aquellos años junto a los compañeros de reparto o los directores. Analiza su experiencia tanto en Hollywood (Mendigos de vida) como en Alemania (La caja de Pandora). Ya habla de los contratos que esclavizaban a los actores y actrices en las productoras y cómo dirigían sus vidas o manejaban lo que se debía saber de sus vidas. De cómo la industria igual que te ensalzaba te podía retirar de los focos al momento. Así cuenta la entrada gloriosa de un nuevo prototipo de mujer, la Garbo, y la muerte repentina de otra estrella del duro star system, la famosísima Lilian Gish.

Y todo a través de la pluma ágil y desnuda de la Brooks que habla sin rubor y sí con sencilla inteligencia de sus experiencias y escarceos. De su propia subida al Olimpo y caída. De sus relaciones con otros profesionales del medio, con amigas, amigos, enemigos y enemigas…También ofrece un retrato de la vida en los espectáculos de variedades donde ella era bailarina que subió a los escenarios como chica del Ziegfeld Follies en Broadway. Y muestra como miraba y miraba y sobre todo cómo no se tomaba ella misma demasiado en serio lo que la convirtió en prototipo de mujer rebelde. Y ahora viendo sus imágenes, de mujer moderna de los veinte pero también del siglo XXI. Con su pelo a lo garcon, su mirada limpia, transparente e inteligente y su pluma veloz.

Lulú en Hollywood es todo un deleite y una fuente de conocimientos para conocer ese otro Hollywood también apasionante. Sin luces de neón. Oscuro pero también lleno de destellos y talentos. Con muchas historias, algunas tristes, otras divertidas y con mucha, mucha chispa…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (149)

Bruja: dicen que las brujas eran mujeres a las que se les atribuía poderes extraordinarios. Mujeres que históricamente estaban relacionadas con la superstición, mujeres que fueron perseguidas y quemadas en los fuegos de la inquisión porque sus poderes eran considerados malignos.

Las brujas también son personajes de origen mítico que aparecen en los cuentos infantiles o en leyendas antiguas. Hay incluso un imaginario sobre cómo es una bruja. Una mujer fea y malvada con poderes mágicos que puede volar montada normalmente en una escoba. Pero este imaginario ha evolucionado y también las brujas pueden ser hermosas…

En el cine la bruja también ha sido personaje imprescindible de mil y una historias. Nuestro recorrido empieza con la bruja malvada del Este que es la pesadilla de Dorothy en El mago de Oz. Una bruja totalmente de cuento con verruga incluida y el rostro de Margaret Hamilton…, Judy Garland también se encontraba con una bruja buena y bella, la del Norte, con el rostro de Billie Burke.

Otra de cuento y recordada con cariño es, sin duda, La bruja novata. Aventura Disney divertida y tierna donde una impagable Angela Lansbury es una aprendiz de bruja con escoba y conjuros incluidos. Y si no nos ponemos puristas ¿quién Mary Poppins sino una bruja buena y moderna? Disney siempre fue magnánimo con las brujas y nos presentó personajes inolvidables pero quien gana la partida es la bruja de Blancanieves. Porque es bella y horrible a la vez. Y su transformación, terrorífica. Nadie olvida esa hermosa madrasta (vamos, ni comparación con la sosilla de Blancanieves) delante del espejo en todo su esplendor y cómo se convierte en una mujer anciana, de negro, con rostro tremendo y manzana traidora…

Pero dentro de la evolución de las brujas, ahí nos encontramos a las rubias más hermosas convirtiéndose en mujeres modernas… pero brujas, brujas, brujas… que son capaces de enamorar locamente a hombres que suspiran por ellas y que están dispuestos a vivir para siempre al lado de mujer tan especial. Así primero fue Veronica Lake fue esa bruja que trata de hacer la vida imposible a Fedric March pero tiene un corazón que no le cabe en el pecho en Me casé con una bruja de René Clair. Años más tarde fue Kim Novak quien enamora a James Stewart como una moderna bruja de los años cincuenta en Me enamoré de una bruja. Y siguiendo con la estela de amables brujas…, no podemos olvidar la popularidad que adquirió la serie Embrujada (años sesenta) que hace poco tuvo un remake prescindible con una Nicole Kidman de ama de casa que trata de disimular sus megapoderes a su normal marido. También fueron mujeres ‘normales’ que de pronto son conscientes de sus poderes sobrenaturales Cher, Michelle Pfeiffer y Susan Sarandon en la taquillera Las brujas de Eastwick.

Ahora toca el turno a otro tipo de brujas. A todas esas mujeres que fueron condenadas a la hoguera por múltiples causas por la Inquisición y por la intransigencia de todo un pueblo. No gustaban las mujeres que se salieran del guión establecido y algunas sufrieron las consecuencias más horribles. Así recordamos películas más oscuras como El Crisol que adapta una de las obras más populares de Arthur Miller sobre unas jóvenes condenadas por Brujas en la comunidad de Salem o la joven y mísera campesina a la que en un ambiente de erotismo oscuro es condenada en la hoguera por bruja en El nombre de la Rosa.

Hubo directores que indagaron en la brujería femenina como Carl Theodor Dreyer que bien nos presenta mítica película de bruja vampira en película de culto, Vampyr o que analiza el mundo de la condena por brujería en Dies Irae.

El mundo oculto de las brujas de cuento o más reales es infinito en metros de celuloide…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Terminó la locura…, adiós Blake Edwards

Holly Golightly tiene un día rojo.

Ni Paul Varjak la consuela.

Un gato sin nombre pasea bajo la lluvia.

Holly ya no encuentra calma en Tiffannys.

Los días de vino y rosas han terminado.

El inspector Clouseau se ha quedado huérfano con su despiste y ya nadie puede ir tras el rastro de la pantera rosa.

En la carrera del siglo ya no hay rivalidades entre coches de principios del siglo XX ni llegadas locas a la meta.

En el guateque ya nadie baila. Y Hrundi V. Bakshi vuelve a tocar la trompeta… que se queda sin sonido. Una trompeta sorda. El disparate ya no tiene sitio.

Se acabó el espectáculo de Darling Lili y ya nadie sabe si es Víctor o Victoria.

La mujer perfecta se ha desvanecido.

Ya no ocurren citas a ciegas.

No hay rubias dudosas.

… Se terminó la locura.

Blake Edwards ha muerto.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

¡Jo, qué noche! (After Hours, 1985) de Martin Scorsese

Otra obra de mi amado Scorsese. After Hours es una especie de pesadilla nocturna con tintes de comedia negra sobre un pobre tipo, un procesador de textos, de vida gris, solitaria y aburrida en la gran ciudad de New York. Un tipo solitario que una noche más le esperan unas horas grises en la más absoluta soledad enterrado en las cuatro paredes de su casa o como mucho tomando tranquilamente un café en un local mientras lee, de nuevo (aunque no es habitual en él) su libro favorito de Henry Miller, un tipo que sí que vive emociones intensas.

De pronto se cruza en un camino una rubia dulce que le deja un teléfono. El gris oficinista piensa que esa noche toca aventura, llama en la soledad de su casa y tiene una cita. La noche promete. Lo que no sabe es que empieza una pesadilla sin fin que no entra dentro de los dictados lógicos de su ordenado mundo. Una noche surrealista y kafkiana donde el protagonista se ve atrapado en medio del SoHo lleno de personajes estrafalarios y sin posibilidades de volver a su dulce hogar. Una noche donde temerá perder la cabeza, el orden de su vida gris y la propia vida. Una noche llena de intensas emociones pero donde el personaje sólo ansía volver de nuevo al mundo que conoce y en el que se siente seguro porque conoce los códigos. Lo que empieza como una aventura termina como una horrible odisea existencial donde el héroe tiene que superar obstáculos inimaginables y donde las casualidades le persiguen en un laberinto sin fondo.

Así como si se tratara del reverso tenebroso de El mago de Oz o de Alicia en el País de las Maravillas (bueno cuentos ya de por sí bastante oscuros), el oficinista gris se siente atrapado en un mundo poblado por la locura pero vivo, muy vivo, donde emprende una carrera continúa para despertar…

Paul Hackett, que así se llama nuestro protagonista, corre tras una rubia con desequilibrios mentales, una escultora sadomasoquista, una camarera aburrida y cansada de su trabajo con facultades para la pintura, el dueño de un bar que encadena desgracia tras desgracia, una vendedora de helados con ansias asesinas, unos vecinos con sed de venganza, dos ladrones chapuceros, un taxista veloz, un local punk de música estridente, una mujer solitaria, un tímido gay…y corre por esquinas solitarias y nocturnas esquinas, por locales siniestros abiertos hasta el amanecer, por las casas de sus nuevos conocidos (extrañas pero con personalidad)… donde Paul se mira en los espejos de los cuartos de baño donde se muestra su extrañeza y cansancio o donde llama desesperado para encontrar un modo de la vuelta a casa. Es una noche de lluvia intensa… donde tan sólo irá con 97 centavos en el bolsillo.

De esta manera Scorsese pone a disposición del espectador todo un mundo nocturno, un New York oculto que vive agazapado y gotas continuas de humor negro donde vivimos extrañados la extrañeza que siente Paul ante una noche inesperada… todo bien condimentado con una buena banda sonora y un uso mágico (como acostumbra Scorsese) del lenguaje cinematográfico a través de los movimientos de cámara, de los puntos de vista, de su mirada y de su amado montaje (con su colaboradora de oro por los siglos de los siglos, Thelma Schoonmaker).

Dicen en un documental explicativo que lo que más les costó encontrar fue un buen final (y vaya si lo encuentran) y después de romperse la cabeza y preguntar opiniones por doquier… la solución más sencilla se la dio a Scorsese uno de sus directores amados Michael Powell (también director de maravillosos mundo oníricos junto a su compañero Pressburger).

Oportunidad además para disfrutar de la buena interpretación de Griffin Dunne que se rodea de rostros de los ochenta como Rosana Arquette,Teri Garr o una desconocida Linda Florentino o unos secundarios como John Heard. Como curiosidad resaltar que en una de las escenas más locas en el local Punk aparece un exaltado Scorsese manipulando los focos de luz. En el mismo documental sobre la realización de la película cuentan cómo Scorsese, después de un mal periodo de su vida con mucho desencanto encima, recuperó con esta película su amor por la dirección de películas…

Merece la pena sumergirse en esta noche loca y extraña de Paul…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Castillos en la arena (The Sandpiper, 1965) de Vincente Minnelli

Castillos en la arena es uno de los melodramas de los años sesenta más olvidados (recordemos que la nueva etapa dorada de este género fue en los años cincuenta), quizá se mantiene en memorias cinéfilas por dos posibles motivos: la banda sonora de Johnny Mandel (y ese leit motiv repetido… La sombra de tu sonrisa…) y ser una de las películas protagonizadas por pareja mítica dentro y fuera del cine: Liz Taylor y Richard Burton.

Pero no son esos sus únicos valores aunque sí importantes. Castillos en la arena es melodrama que alcanza extasis sin alcanzar el ridículo (que son siempre los riesgos que bordean este tipo de género…). Y esto es importante porque vuelve a mostrar cómo Vincente Minnelli en una de sus últimas películas pone en evidencia que él fue no sólo un eficaz director de comedia musical y comedia a secas sino uno de los reyes del melodrama. Un melodrama que siempre enfocaba con ritmo y narración sutil y elegante valiéndose de la intensidad de los intérpretes, de las posibilidades cromáticas del color (aunque también mostró buen atino con el blanco y negro) y de una dirección implecable. Pero destaca sobre todo, siempre, el tremendo cariño y respeto con el que trata a cada uno de los personajes implicados en la trama.

Así un paseo por el melodrama de Minnelli nos lleva a películas tan valiosas como Con él llegó el escándalo o la maravillosa Como un torrente pasa por su amor a la pintura en El loco del pelo rojo o atrapa al cine dentro del cine en uno de sus dramas más analizados, Cautivos del mal. Se acerca a una juventud confundida pero igual que el mundo adulto en Té y simpatía. Para desembocar de manera dulce y elegante en un melodrama a las orillas del mar en Castillos en la arena. Que sí bien es cierto no es la más perfecta, sí logra que el espectador quede atrapado con una historia de infidelidad elegante que protege a los tres protagonistas del triángulo y en ningún momento los juzga…

Si echamos un vistazo a los melodramas citados, hay siempre algo que parece llama la atención del director y es enfrentar a dos personas con distintos planteamientos de la vida o con diferentes caracteres… del choque suele surgir el drama. Así nos encontramos con padres déspotas e hijos sensibles, con productores manipuladores y actrices delicadas, con pintores al borde de la locura y otros apasionados por la vida, con jóvenes sensibles y damas con experiencias de vida, con prostitutas de buen corazón enamoradas de hombres atormentados y retorcidos…, y todo siempre envuelto con una hipocresía social que hace más desgraciados aún a los protagonistas. Castillos en la arena no es una excepción. Los polos opuestos se atraen y terminan atrayéndose y por eso transformándose como personas aunque no sea posible el happy end.

Así en un paisaje natural, de mar alucinante, casa en la playa y acantilado de ensueño, se encuentran un estricto, inteligente y conservador pastor episcopaliano que se dedica al mundo de la enseñanza (e importante feliz hombre casado con dos hijos adolescentes y una esposa fiel y sumisa) y una pintora bohemia atea en comunicación con la Naturaleza y cuya religión máxima es un individualismo radical que la permita conocerse a sí misma, alejarse de los hombres (que no la han dado más que problemas con sus hipocresías) y construirse como mujer libre. De esta manera dos seres que nunca se hubieran encontrado por sus caracteres y modos de vida absolutamente opuestos se unen por una circunstancia: el hijo de la pintora, que hace que sus caminos se unan.

Y de esta unión surge un amor auténtico nunca vivido por ambos protagonistas pero también un choque brutal con el mundo exterior. Y por ese amor ambos se transforman, aprenden de sus distintas concepciones de la vida y se respetan… pero desde el primer momento saben que es un amor imposible que además finalmente les es imposible ocultar haciendo como no daño a terceros.

Y todo esto desde una elegancia contenida y una continúa comprensión de sus personajes. Sobre todo del trío en cuestión: Richard Burton y Liz Taylor, apasionados y enamorados, y una Eva Marie Saint como esposa perpleja pero que finalmente trata de comprender aunque necesite un tiempo y una separación del hombre junto al que ha permanecido a su lado siempre tratando de construir los sueños de ambos… que han visto como se han ido sepultando a lo largo de los años… rodeados de una sociedad hipócrita que oculta pero daña y rechaza y metiéndose ellos de lleno en el juego.

Quizá lo más endeble de la trama pero no molesta son los personajes-obstáculo-antagónicos que hacen más compleja la relación de infidelidad del pastor y la pintora. Porque así como ellos muestran una relación pura y hermosa que ha sido inevitable y tratan de quitar cualquier mancha o sensación de culpa… hay dos personajes que con su mirada no hacen más que ensuciar la relación de cara a los dos mundos a los que pertenecen los protagonistas. Y aunque la idea es buena, estos personajes secundarios no están del todo bien perfilados… aunque cumplen su función y además cuentan con el rostro de dos actores con carisma. Por una parte, del mundo de ella, nos encontramos con un artista bohemio que sin embargo rechaza de pleno en su mundo la entrada del conservador pastor y en cada una de sus escenas trata de humillarle y reírse de él, de sacarle de sus casillas. El artista bohemio es Charles Bronson. Del mundo de él es un hombre casado y ahora divorciado que tuvo una historia con Liz, por supuesto, rodeada de hipocresía (además él no la amaba sólo la deseaba) que no tiene escrúpulo alguno y es un rey en el mundo de las apariencias en una sociedad respetable o mejor dicho que quiere ser respetable. El hombre de negocios hipócrita tiene el rostro de Robert Webber.

Castillos en la arena te atrapa con su elegancia y delicadeza y te hace desear no salir de esa casa en la orilla del mar donde cada día amanece de manera distinta, donde puedes caminar, pensar, aislarte… o estar disfrutando junto a la persona amada de tres días de felicidad.

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